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martes, 8 de diciembre de 2009

Humildad


Esta noche pasada ha muerto una amiga muy querida, Julia. Me he enterado de su muerte a mediodía. Ella era una desconocedora totalmente del mundo digital, pero hace un par de meses le enseñé a utilizar el correo electrónico e incluso le ayudé a crear un blog titulado Diario de una abstemia obligada que figura en mi blogroll. Han sido más de veinte años de amistad con etapas de mayor cercanía o cierta distancia, pero Julia me ha enseñado algunas cosas. Era una de esas personas con las que merecía la pena mantener una conversación, inundada casi siempre de alcohol. Este era el mayor de sus problemas. Estaba muy débil físicamente. Cirrosis hepática. Últimamente lo había dejado y asistía a las reuniones de Alcohólicos Anónimos. Me lo contaba en sus email. También iba a la piscina. Tenía un brazo, el derecho, imposibilitado por un accidente. Fue una de las personas más trágicas y a la vez con más sentido del humor que he conocido. Por un tiempo, cuando ella se quedó sin trabajo, compartimos piso, pero su desorden, su incapacidad absoluta de seguir ninguna norma hacía difícil la organización de la casa. Y es que Julia es el personaje más anarquista que he conocido jamás. Era absolutamente imprevisible, todo corazón y puro sentimiento. Desde su trabajo en la administración hasta que tuvo que enlazar bajas por depresión, favorecía –por encima de las normas legales- a multitud de marginados y desdichados que carecían de empleo. Parecía un ser de otra galaxia y resultaba absolutamente original. Le encantaban los outsiders, los que estaban fuera de juego, y llegaba inevitablemente tarde a cualquier cita un par de horas o tres. A mí, que soy tan rigurosamente puntual, me desesperaba, pero seguro que ella estaba viviendo intensamente alguna otra conversación con un buen vaso de whisky de por medio. La admiraba por su desprecio de la vida. Le gustó vivir en el límite del abismo. Me desesperaba porque sabía que tarde o temprano acabaría mal, pero no había consejo sensato que ella fuera capaz de seguir.

A sus cincuenta años estuvo varios meses en una residencia de enfermos crónicos todos mayores de setenta años, e incluso de noventa. Ella estaba muy frágil y casi sin movilidad, pero cuando llegaba a verla a la residencia en seguida me llevaba a la terraza a encender un cigarro detrás de otro y charlar sacando su inolvidable humor aragonés, últimamente algo ensombrecido por el sufrimiento. Había de llevar pañal y dormía acompañada de varias ancianas. De aquella etapa le pregunté que cómo podía soportar aquello, pero ella me dijo que había aprendido mucho. ¿El qué –le pregunté.? Humildad, me contestó. Humildad. Esta fue la última conversación que tuve físicamente con ella, al margen del correo electrónico.

Hoy la he visto muerta. Parecía dormida y en calma. Hacía diez horas que había muerto y en su rostro se veían los moratones de la caída que había tenido. La he acariciado, pero su piel todavía me parecía cálida. Su rostro reflejaba quietud y algo parecido a la felicidad. Ahí estaba yo, frente a la muerte, fascinado por su rostro que parecía estar a punto de decirme algo importante. Estaba arropada y me resultaba hermosa. La enfermedad y la debilidad la deterioraron bastante. Había dos velas en la habitación. He estado unos minutos despidiéndome de ella intentando mantener mi última conversación mientras el murmullo de las conversaciones de la familia y de sus amigos más allegados se oían en la habitación aledaña. He apagado la luz y le he dicho “Adiós, Julia, guapa”. Ella no se ha movido, pero de pronto ha resonado en mi mente su último mensaje y la enseñanza de toda una vida: humildad.

Allí estábamos los amigos –pocos- que la acompañamos durante estos años. Nos hemos olvidado de brindar por ella, pero hemos hablado de literatura y de vida, de tristezas y depresiones, de pasiones y de esperanzas, de amor y muerte.

Hasta siempre, guapa. Has sido el cronopio más cronopio que he conocido jamás.

jueves, 3 de diciembre de 2009

Agua con azúcar

Recuerdo mi niñez vívidamente. Tengo recuerdos desde los dos años, y en mis evocaciones sigo viendo intensamente las calles de aquel barrio del Pilar en Zaragoza en que viví mis primeros años. Fui un niño imaginativo y triste. Ni siquiera mi primera comunión a los seis años fue motivo de felicidad. Yo creo que andaba enamoriscado de una niña que se llamaba Mariví y con ella iba a jugar a su buhardilla a médicos y enfermeras, o a papás y mamás. Recuerdo sus ojos negros y su voz dulce que me resarcía de la grisura y desolación de aquellos años. Nadie que no haya vivido una infancia sombría es capaz de comprender lo que significaban aquellos juegos que duraban horas y horas. También me emocionaban las procesiones de semana santa que pasaban por cerca de mi calle. Centenares de cofrades de las Siete Palabras, vestidos de blanco y verde, hacían tocar sus tambores con un ritmo que todavía no he olvidado. Los pasos me embelesaban. Tengo una extraña relación con lo religioso. De sobras soy un hombre racional que no cree en la trascendencia. Me inclino a pensar que cuando morimos, morimos definitivamente, pero sin embargo, las imágenes del Cristo o de la Virgen al pie de la cruz conseguían conmoverme en aquellos largos desfiles de gran magnetismo. Le daba furtivamente la mano a Mariví y aguantaba durante horas el paso de cofradías, velones, capirotes, tambores, hombres y mujeres descalzos o con cadenas…. Creo que éramos más ingenuos y que nuestra imaginación se exaltaba con imágenes plásticas que ahora no tiene capacidad la realidad virtual y los videojuegos. Al menos yo nunca he entrado en ese mundo, pero forman cosmovisiones totalmente diferentes. Yo sentía el terror del pecado y mi mundo interior se engrandecía o estremecía con las imágenes del final del mundo que las monjas se extasiaban en contarnos con todo detalle. Veía el río y veía el río, sentía tristeza y sentía tristeza. Para paliar esa sensación de desamparo tenía los tebeos, el agua con azúcar, la vida en la calle en libertad, los recortables para chicas que había de esconder porque un chico no debía jugar a esas cosas, y los ojos de Mariví. Un día no fuimos a clase porque se casaba el rey belga Balduino con la española Fabiola. En aquellos años de aislamiento fue una noticia enorme. Nos acostaron juntos. Teníamos cinco años, y jugamos a acariciarnos, a hablarnos en susurros mientras en la tele daban el regio esponsal interminable como inacabables eran nuestros juegos.. Mientras, preparábamos la primera comunión. Yo iría vestido de marinero y Mariví de monjita. ¡Cómo recuerdo aquella piel morena y lo bonita que estaba! Yo odiaba todo lo relativo a la primera comunión. Me parecía oscuro aunque me sabía el catecismo de pe a pa. Pero aquello no dejaba de generarme angustia. Las imágenes sagradas no me consolaban ya sino que me llenaban de aprensión. Era el mes de mayo, el mes de las flores, el mes de María. Yo era un niño muy dócil en la escuela. Las monjas hacían palomitas representando a los niños de la clase y arriba estaba la virgen. Según lo bueno o complaciente que fueras ibas ascendiendo, a través de un altarcillo de encaje, hasta la Inmaculada. Yo llegaba de los primeros. Las monjas lo tomaron como un signo de dios, pues yo llegué al colegio hablando un lenguaje soez y totalmente desquiciado. En año y medio me convertí en un niño modelo. Alguna monja vaticinó que sería obispo. Eso sí, la clase estaba dividida en dos grupos: los niños y las niñas. Yo siempre me iba con las niñas, a ser posible cerca de Mariví, hasta que me hacían volver con los brutos de los chicos que no me gustaban nada.

Cuando comulgué sentí que se me abría un abismo bajo mis pies. Pocas veces he sentido una sensación más abominable. Todo el universo sagrado se me hizo repulsivo. Y no quería recibir el cuerpo y la sangre de aquel ser que me hacía sentir desdichado y culpable. Además empezó a llover con fuerza y cuando recibí la sagrada forma estalló un trueno que me recordó el final del mundo que temia por encima de todas las cosas.

Mariví se cambió de barrio y nunca más volví a verla. Tengo una foto de ella y yo juntos, ella vestidita de monja en su primera comunión y yo con cara de bobo sabiendo que no la volvería a ver, pero yo la recuerdo más hablándome a mi oído, riendo, y diciéndonos cosas que todavía no he olvidado.

Me quedé solo en aquel barrio que nunca me pareció más vacío.

martes, 1 de diciembre de 2009

La desaparición del yo

La hoja en blanco impone. Acabo de escribir mi primera frase y no tengo ni idea de por dónde continuar. Quizás merezca la pena explicarme un poco para aclarar esta ausencia de ideas, de este vacío que me domina. Tengo dos semanas de baja por motivos psicológicos y en este tiempo he empezado a tomar una medicación combinada de antidepresivos y ansiolíticos. Ahora hace una semana, y coincidiendo con ésta, he debido doblar la dosis de Besitrán. El problema es que la medicación todavía no ha hecho su efecto. Hablan de dos semanas para que empiece a notarse su influencia positiva, pero lo que sí que he notado es que mi mente se ha quedado en blanco. Profesor en la secundaria se ha quedado sin temas, temas que venían a mí continuamente en cualquier momento y que me servían para desarrollar un post con menor o mayor acierto. Ahora noto que nada es capaz de motivarme, de sugerirme una idea, de encender una llamita que origine una ilación de ideas que me sirva para comunicarme. Llevo cuatro años publicando y nunca me habían faltado ideas. De pronto leyendo una noticia en la prensa u observando a mis alumnos o caminando por la calle o asistiendo a una exposición me venía una iluminación que era el germen de un post. Disfrutaba enormemente poniéndome a desarrollarlo y encontrando derivaciones de ideas. De sobras sé que escribo de una forma muy simple, pero no me importaba. Si algo tenían mis posts eran que resultaban claros y a tenor de vuestros comentarios, sinceros. Se transparentaban mis estados de ánimo y mis sentimientos, aunque mis posts trataran de ideas en las que trataba de profundizar.

Hoy quiero escribir pero no puedo más que exhibir un parvo resultado. Mi estado anímico es el vacío. No tengo ni una sola idea que desarrollar, excepto esta que da estructura a mi post. La nada. No tengo nada que decir, nada me motiva para meterme a fondo a analizar o comentar alguna noticia o alguna visión. Esta realidad me inquieta. No me gusta la paz de los cementerios, el vaciamiento interior, la desolación significativa. Pero no me resigno. Quiero hacer de este vacío un tema que adquiera cierta sustancia. Uno cuando se encuentra perdido busca cosas o personas a las que asirse, que le proporcionen cierto apoyo o algún tipo de referencia. Este blog ha sido muy importante para mí. Es una especie de diario íntimo que no recurre a lo más estrictamente personal pero sí a ese conglomerado de ideas que sobrevuelan mi vida. A veces son mis hijas, otras veces son mis alumnos, otras veces son exposiciones, noticias en la prensa, reflexiones existenciales… Pero ahora no queda nada. Sólo un cero como el que glosó Antonio Machado en un poema titulado Poema al gran cero. Quiero decir que en este vacío, en esta ausencia, quiero distinguir todavía temas como el amor, la compañía, la amistad, la pasión, la confianza, el miedo, el deseo, la desolación, aunque no siento nada, pero mis palabras alientan a encontrar motivos, cercanías, patrias y utopías. Nada hay más estremecedor que sean las hora de sueño y en posición horizontal las que resulten más reparadoras. Quiero asistir a amaneceres dorados, a atardeceres plenos de misterio, a lectura de poemas que me conmuevan, a sentimientos que hoy por hoy están adormecidos. Siento el vacío, pero me rebelo frente a él y lo que llevo escrito por pobre que sea es una vocación de llenar la existencia de plenitud o si no de plenitud, de esperanza. A veces se contraponen el dolor de existir y su supuesta paliación, que no es sino el vacío. Sueño con playas doradas en África, con leones sobre las rocas, con manos que se estrechan con calor y conversaciones en las que pueda decir algo. Me queda ahora el silencio. No tengo nada que decir. Y me obstino en seguir escribiendo como si fuera ese narrador errante del que hablábamos en otros posts. Me encantaría iniciar un gran viaje de varios meses cruzando África. Llevaría una cámara y un diario de viajes. Me gustaría ser un viajero como los del pasado y no alguien atado a unas circunstancias encadenantes. Sería esa mi mejor terapia. Entre el viaje y la química he tenido que escoger la química, aunque esta sea castrante y empobrecedora. Pero mis palabras hoy –pobres y esquivas- afirman y roturan un paisaje desolado y como Blas de Otero me muevo entre la tormenta existencial y la intuición del sinsentido, o lo que es lo mismo la desaparición del yo.

domingo, 22 de noviembre de 2009

La necesidad del narrador


Un blog es una interfaz de comunicación con el mundo de la que sobresale la voz narrativa del que escribe. En efecto, cuando leemos un blog lo primero que percibimos es la música de la narración, y nos damos cuenta de si nos atrae o no, al margen de las ideas que allí se contengan, que en algún caso pasan a un segundo plano. El problema de un novelista, de un escritor, de un bloguero es el de encontrar una voz narrativa que resulte convincente o interesante y que haya alguien al otro lado al que le llame la atención y prosiga la lectura en una u otra ocasión. Si además siente el deseo de dejar un comentario, el post habrá alcanzado un éxito, porque nada hay tan lastimoso como que tus entradas queden sin respuesta.

Sin embargo, a veces el bloguero más veterano se siente atenazado y lleno de aprensión ante la hoja en blanco. No sabe si tiene algo más que decir. Profesor en la secundaria lleva cuatro años publicándose y ha colgado más de trescientos posts sobre los temas más variados. Muchos sobre educación, sobre la experiencia como profesor y las relaciones con los alumnos, otros sobre inquisiciones sobre los temas más variados que no tenían nada que ver con la enseñanza (arte, literatura, África, reflexiones sobre la crisis, poesía, teatro, cuentos de estilo zen, compromiso político, misticismo, dudas existenciales, viajes, experiencias telúricas y psicodélicas… Podríamos decir que el blog ha trazado un itinerario vital, ha sido un compendio de mi forma de sentir el mundo y la vida, llena de grandes zonas de sombra .

Agradezco de todo corazón a mis comentaristas habituales su presencia en el blog. Sin ellos esta página navegaría en el vacío… pero a veces aparecen ocasionales comentaristas que nunca se habían hecho visibles hasta que un día se asoman y me hacen saber que hay en la penumbra más gente que sigue las circunvoluciones de este blog caótico y existencial que no se atreve a afirmar con rotundidad y que prefiere el diálogo a media voz en la intimidad, sin grandes polémicas (que me asustan). Elijo el contacto en la cercanía, en un momento de compartir impresiones y reflexiones apenas esbozadas. Siempre me han atraído los diálogos cuyo desarrollo y desenlace no es previsible. Soy un admirador de Samuel Beckett. Cuando leí a los 19 años su Esperando a Godot, me quedé realmente fascinado. ¿Dónde estamos? ¿Quiénes somos? ¿Qué estamos haciendo aquí? ¿Cuánto tendremos que esperar? ¿Para qué esperamos? ¿Quién es Godot? Algo así es el protagonista y autor de este blog que a modo de nave con bandera indeterminada -ni siquiera pirata- navega por el mar de las cosas, haciéndose preguntas y obteniendo respuestas provisionales, pero luminosas. Esos son vuestros comentarios, la mayor riqueza atesorada por este blog y de los que me siento especialmente orgulloso. Vuestras voces narrativas se enhebran con la voz que da relativa consistencia a Profesor en la Secundaria. Si yo diera salida completa a mis incertezas, probablemente este blog giraría en redondo y se convertiría en solipsista. Por ello, a pesar de la incertidumbre, hay que atreverse a afirmar con voz queda, y esperar a que alguien pase por el ciberespacio y tienda un puente, una cuerda hasta este lado y que juntos celebremos el éxito del encuentro, del éxtasis de la palabra, de la realidad de una conversación fructífera.

El otro día hablaba en este blog de la presentación del libro de Dimas Mas, Marcela y el narrador errante. El acto fue un éxito de público y en los ponentes estaba el propio autor y el brillante novelista Emilio Pascual (autor de Días de reyes magos). Me quedo con la figura del narrador. Tener al narrador de una historia, de una novela o de un blog es tener el cincuenta o más del trabajo hecho. Lo fundamental en un historia es el narrador. Pero ¿qué se puede esperar de un narrador avellanado, escéptico, lleno de dudas, enemigo de controversias, tímido y corroído por intuiciones y estados oscuros? A veces espero que un leve halo poético encubra mis dudosas inquisiciones. Quizás la poesía es el lenguaje en algún sentido más universal. Pero no sé si lo logro. Todo queda demasiado en el aire y en la más banal y extraña aventura.

Pero todos los que nos movemos en la oscuridad, ansiamos la luz y el placer del encuentro imprevisto. Por ese narrador extravagante que a veces se hace carne o luz o penetra en intuiciones merecedoras de algún detenimiento.

Vale.

domingo, 15 de noviembre de 2009

Marcela y el narrador errante

Conocí a Dimas Mas (Tetuán, 1953) durante las oposiciones al cuerpo de agregados de Lengua y Literatura españolas de 1982. Ambos leímos ante el tribunal nuestro examen y yo tuve ocasión de escucharle pues él lo hizo antes que yo. Me deslumbró su estilo brillante y sugerente al exponer el tema, en principio académico, de Los orígenes de la lírica castellana. Su exposición me cautivó, y apenas me di cuenta de que a continuación iba yo a exponer el tema que había escogido que no era otro que el de la Ilustración en España, tema que me llevó a ganar en aquella ocasión las oposiciones, mientras resonaban los goles del campeonato mundial de fútbol que se estaba celebrando en España.

Dimas Mas y yo coincidimos casualmente en un instituto de Bachillerato de Berga y empezamos a mantener debates y conversaciones jugosas sobre literatura. Yo en aquel entonces no conocía demasiado a Galdós y mi compañero me aleccionaba para que pusiera fin a aquella carencia. Así hice y en varios años me leí todo lo escrito por el autor canario y asistí a varios cursos de doctorado sobre su obra, en especial sobre Los episodios nacionales que disfruté extraordinariamente.

Pero Dimas Mas, su nombre literario, era algo más que un profesor al uso. Era –y es- un escritor apasionado por la literatura que había ensayado la poesía con su poemario Provincia Mayor (1936-1939); que ganó posteriormente el premio de la editorial Anthropos con su obra heterogénea titulada Poliantea, y publicó obras de amplia difusión como El tesoro de Fermín Minar que llegó a numerosos institutos de toda España; Nadie en persona (Un misterio de Barcelona); Del incierto encuentro entre don Giovanni y Turandot; El bellaco durmiente (novela juvenil dedicada a su hijo Lucas); Mi primer maratón, obra escrita con un registro literario en que desgrana su experiencia como avezado corredor de la prueba durante muchos años. En internet, en Badosa.com, ha publicado sus relatos El tardío vuelo de la avucasta, novela erótica, El juego d’scondit, La vida vecina, amen de otras obras que he tenido ocasión de leer y que se guardan en los cajones que un -espero que no lejano día- alguna editorial descubrirá y publicará.

Son veintisiete años de conocimiento e intercambio los que me unen a Dimas Mas. Quiero hacer público que el próximo día 19 de noviembre tendrá lugar en Barcelona la presentación de su última novela publicada titulada Marcela y el narrador errante (nivolilla) en Ediciones Oblicuas. El acto de presentación será en el Instituto de Secundaria Milà i Fontanals en la plaza Folch i Torres, s/n, a las 19.00 h.

Marcela y el narrador errante es una novela dedicada a su hija, tal como he citado que hizo también con su hijo Lucas. Es una novela excelente. Dimas Mas, escribe como los ángeles y es un orfebre del estilo, lo que le aleja de la literatura fácil y popular. En un registro aparentemente juvenil construye una novela de corte unamuniano que me ha recordado la nivola Como se hace una novela. Su hija Marcela, que quiere también una novela como su hermano, pero su padre escritor nunca se pone a ello, recibe una extraña visita, la voz de un narrador que le dice que va a escribir su novela. El narrador errante enhebra diálogos fecundos con la muchacha que va descubriendo el mundo y a sí misma a través de la experimentación del lenguaje. Es un juego absorbente en el que estoy metido hasta los tuétanos, dándome cuenta de que es una narración exigente en la que no pasa nada, no hay ninguna aventura exterior pero sí una indagación y una profunda aventura interior de la niña. Probablemente podemos calificarla de novela iniciática y la escritura de la novela es el mismo proceso de escritura de la misma. Os la recomiendo. Se aleja del modelo juvenil de narración llena de avatares trepidantes o de temas sociales. Es una novela profundamente literaria en la que con amenidad y rigor dialógicos se lleva un descubrimiento del proceso literario mostrando que la esencia del relato bien escrito es el propio lenguaje sobre el que esta narración gira ininterrumpidamente. No la recomendaría para mis alumnos de la ESO. Su nivel es muy elevado, pero sí a todos los amantes de la buena literatura y de los planteamientos unamunianos acerca del diálogo de los personajes y el autor, o el mismo proceso de construir el relato.

Me encantaría compartir con los que podáis el descubrimiento de este joven autor que lleva ya media vida a sus espaldas rastreando y escribiendo buena literatura con excelente estilo.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Competencia comunicativa

Estos días pasamos en los institutos de Cataluña la Evaluación diagnóstica sobre competencia comunicativa del área de lengua, en mi caso, castellana. Ayer tuve que cuidar el desarrollo de la prueba en un curso de tercero de ESO. Los chavales recibieron, a lo que vi, con enorme displicencia la necesidad de realizarla cuyas razones no entendían y de poco vale que se les diga que es un test para evaluar la eficacia del sistema educativo catalán valorando la llamada competencia comunicativa que consiste en tres pruebas de comprensión lectora bastante fáciles, aunque si se leen con excesiva rapidez, es fácil cometer numerosos errores como he tenido ocasión de ver. Otra parte es la realización de una redacción con unas indicaciones sobre su desarrollo. Trata sobre un viaje, sus preparativos, su transcurso y la llegada al punto de destino. He corregido unas sesenta y soy consciente de la enorme dejadez con que han sido realizadas. Si esto da medida de la competencia comunicativa de los chicos de mi centro, realmente es aterradoramente deficitaria. Escasa coherencia, deficiente cohesión, pésima ortografía, léxico endiabladamente pobre, faltas de concordancia verbales, signos de puntuación prácticamente inexistentes, anacolutos…

Yo estaba cuidando la prueba, los miraba atentamente aunque de vez en cuando había voces de protesta ante la realización del test de comprensión lectora y la engorrosa redacción para la que no se sentían nada motivados. Delante de mí había un muchacho boliviano que contestaba sin pensar demasiado las preguntas de comprensión lectora pero observé que a la vez escribía intensamente en una hoja cuadriculada dividida en cuatro pliegues. Vi que en ello ponía enorme interés no así en el test de los dichosos items aburridos. Me quedé con ganas de saber qué escribía. Cuando entregó el ejercicio, me dirigí a él que estaba sentado en primera fila y le pregunté directamente qué escribía. Es un buen chaval. Tiene fama de conflictivo pero en mi clase se porta bien. Se lo hice saber y él me lo agradeció. Me explicó que lo que estaba escribiendo era una carta que contestaba a otra que le había enviado una chica que se llama –pongamos- Vanessa. Me la enseñó y vi un corazón dibujado con el nombre de los dos: Aurelio y Vanessa. Los padres de ella se oponen a la relación y encierran a su hija sin salir de casa salvo para ir al instituto. Su amor es un amor prohibido. Los padres de Vanessa deben ver en Aurelio un latinoamericano poco apropiado para su hija de aquí. La tutora de ella me había hablado del conflicto y entonces até cabos. Es una relación al estilo de Montescos y Capuletos. Vanessa hace subir a Aurelio a su casa cuando sus padres no están y cuando estos se enteran de que ha estado en casa montan en cólera. Las dificultades aumentan la dimensión del amor –es un viejo tema literario-. Sentí simpatía por Aurelio aunque entiendo las razones de los padres. La hija –el ojito derecho de su padre- termina enrollándose a los trece años con un sudamericano que la lleva a ser mujer mucho antes de lo que ellos hubieran imaginado. Yo tengo una hija de doce años y puedo intuir gran parte del drama aquí montado. La tutora está desbordada por la situación y no hay día que no hable con alguno de los actores del protosainete.

Sentí curiosidad por la carta de Aurelio y por la de Vanessa. Sin duda dominarán los lugares comunes. ¿Hay algo que más se preste a los tópicos que el amor apasionado y prohibido? Deseo físico, ansias de huir juntos a un país lejano, ansia del otro… Nuestros alumnos no son intelectuales, al menos los que yo tengo. Son chavales de la calle. Su competencia comunicativa escrita es paupérrima y detestan todo lo libresco, eso que tanto placer nos causa a muchos de los que frecuentamos los blogs. Sin embargo, esto no impide que sientan intensamente –aunque no de una forma literaria-. Sus necesidades son otras, menos sofisticadas, pero igualmente valiosas. Nadie está por encima de nadie. A veces cuesta encontrarse con ellos, al menos a mí, por ese componente intelectual que me vertebra. Sin embargo, pienso que mis chicos de la calle probablemente sean más felices que otros que tienen una constitución más letrada, más elementales tal vez, más primarios para bien y para mal. Y además ahora recuerdo a Andrés Hurtado el protagonista de El árbol de la ciencia y sé que el conocimiento origina dolor evocando a Schopenhauer, y que la existencia es dolorosa, y que es una corriente impetuosa que nos arrastra sin ningún sentido más inclinándose por el absurdo. Así me sentí yo cuidando aquella prueba de competencia comunicativa, pero a la vez disfrutando del encuentro fugaz con Aurelio, ese muchacho boliviano enamorado, y que desde que bebe los vientos por Vanessa es un alumno, aunque no trabajador –alumnos trabajadores hay pocos, la verdad- sí que más humano y sensible. Y les aseguro que sus ojos de carnero a medio morir son todo un poema. Suerte, amigo. Que los hados te sean propicios. Y que los padres logren sobrellevarlo con prestancia, que la necesitan.

martes, 3 de noviembre de 2009

Conversaciones en el aula de informática


Este mediodía he mantenido un intercambio de opiniones con el coordinador de informática de mi instituto. Él quería saber si yo era favorable a la tecnología de libros digitales que empieza a emerger. He reflexionado rápidamente y le he dicho que yo me sentía vinculado al libro físico. ¿Por qué? Porque me produce emociones llegar hasta él, firmarlo, subrayarlo, leerlo, tocarlo, olerlo, cerrarlo y guardarlo en mi biblioteca hasta nueva ocasión que quizás llegue algún día. Menacho, el coordinador, se interrogaba por esa necesidad afectiva que tengo hacia el libro. ¿Para qué? El libro puede almacenarse en soporte digital y tener acceso al texto siempre que quieras. ¿Pero me garantizas que dentro de diez años seguirá existiendo el mismo soporte digital o habrá periclitado? No, -me ha contestado- nadie sabe qué habrá pasado dentro de diez años, pero ¿qué importancia tiene? El valor de las cosas es fungible. No tienen por qué durar toda la vida. Duran lo que duran y mientras nos aprovechamos de ellas, me dice. Esto me ha llevado a reflexionar sobre la importancia de los objetos para generaciones anteriores. Un objeto, un mueble, un libro era un elemento para toda la vida. Nuestra vida estaba unida a los objetos. Estos estaban ligados a nuestra vidas, eran nuestros compañeros. La filosofía de la modernidad es úsalo y tíralo. Desde los pañuelos a infinidad de elementos tecnológicos que ya no merece la pena reparar y los tiramos necesariamente. Ikea, la cadena sueca de muebles, ha establecido la filosofía de que un mueble no es para toda la vida. ¿Para qué queremos que dure toda la vida? Diez años es suficiente, parece decir Ikea, un ciclo, o medio ciclo vital. Y es una filosofía que ha calado. Ya los objetos son unos compañeros de ciclo de cinco o diez años. Me pregunto si esto tiene implicaciones vitales más profundas. En seguida he pensado en ese libro de Kundera que tiene un título genial pero que me desagrada profundamente por su fatuidad: La insoportable levedad del ser. Nunca el ser se ha visto tan contingente como ahora. Nada es estable, todo se transforma a velocidad de vértigo y nada permanece. Parece un koan budista. Todo es impermanente. Pero el ser humano padece la misma transitoriedad, la misma sensación de lo efímero en cuanto a su propia esencia. Todo va demasiado rápido y nos desgastamos a velocidad de vértigo. Estar en la cresta de la ola es demasiado costoso. Temo esa sensación de desgaste absoluto que tiene la contemporaneidad. Las relaciones humanas, las conversaciones, el tiempo para el diálogo, para ser, para permanecer, ofrece las mismas circunstancias de deterioro que los objetos. No soporto la levedad de los objetos a la vez que soy un entusiasta de la tecnología, sin la cual este blog no existiría. A la vez añoro las cartas físicas que nos escribíamos algún tiempo y que tenían una densidad mucho mayor que los correos electrónicos que ahora nos escribimos, añoro los espacios de encuentro que tenían mucha mayor sustancia que el facebook o el twitter, fenómenos de nuestro tiempo, ya sé que irrenunciables e imparables, pero añoro un sentir del mundo más estable, más profundo y más denso, más sereno. Todo va demasiado rápido. Quizás esto sea un efecto de mi edad y un joven ya no tenga las mismas coordenadas y viva en un mundo esencialmente efímero e impermanente. ¿Tiene alguna importancia leer los libros en soporte físico –el papel- o soporte digital? Supongo que no, pero ya sabemos hace algún tiempo, gracias a Marshall McLuhan, que el medio es el mensaje. Ese soporte evanescente, impermanente de lo digital nos hace quizás livianos, etéreos, sin demasiada dimensión. El ser humano desde el tiempo de los clásicos ha temido esa liviandad pero nunca ha sido tan real como es en nuestro tiempo. Tempus fugit. El ser humano no acaba de encontrar su esencia. Veo a mis alumnos inquietos, sin saber a qué mundo pertenecen, si es que pertenecen a algún mundo que no vaya a cambiar veinte veces a lo largo de su vida. Nuestros abuelos vivieron mundos más estables que cambiaron también dramáticamente, pero nunca la realidad ha sido tan inestable como la que vivimos ahora. Antes los cambios tenían una dimensión que era acogida como una nueva etapa en la vida y que se celebraba o lamentaba. Ahora vivimos en una transformación permanente en la que no sabemos a qué asirnos. ¿Cómo crecerá la sabiduría en este terreno? Porque crecerá no me cabe duda, pero lo que no sé si será un aprendizaje compartido. Uno que es aficionado a la literatura y a la cultura africana se pregunta si la enorme riqueza que supone la tradición (también esclavitud) y el acceso a la sabiduría que implica ¿por qué será sustituido en un mundo sin raíces? Temo vivir sin raíces, yo que he crecido sin ellas, pero siempre he ansiado la serenidad, el goce del detenimiento, la eternidad.

Menacho, desde luego no compartía nada de mi visión, ni de mi pesimismo, ni de mi añoranza, sino todo lo contrario. El mundo está bien siendo impermanente. Al final nos morimos y ¿qué permanece?, mientras tanto las cosas cambian continuamente. Es así. Y no hay muchas vueltas que darle, es el sino de nuestro tiempo.

sábado, 31 de octubre de 2009

En la pista de hielo


Fin de semana. Una detención en el proceso. Desconectar de la ilación de historias referentes al instituto tras una jornada de fiesta –la Castañada- que fuimos a celebrar a la pista de hielo del F.C. Barcelona. Ambiente barcelonista. Había que llevar guantes para coger los patines. Fotos en la pista, escenas de afecto entre profesores y alumnos. Ser profesor es mostrar la capacidad de empatizar con adolescentes. A veces ello se acercan a ti, pero otras veces hay que buscar la forma de acercarte a ellos, de tenderles un puente hasta ti. No siempre es fácil. En ocasiones la relación entre alumno y profesor es conflictiva, difícil, dramática. Pero un puente tendido a tiempo en una salida extraescolar puede ser un buen punto de encuentro. Una relación escolar es una relación profundamente humana. No todos los alumnos están hechos de buena pasta, pero la mayoría sí. Son sensibles al acercamiento, al afecto, a las buenas maneras.

Me pregunto si algunas relaciones difíciles, complicadas o dramáticas no son a veces un encubrimiento de una intensa llamada de atención. Pienso en si un alumno de tercero de ESO, de corta talla y diminuto, pero de poderosa personalidad; con una historia personal trágica; de buen nivel pero de formas ariscas, irrespetuosas, a veces insultantes, con el cual no es difícil chocar, no encubre bajo sus actitudes una clamorosa petición de ayuda. Quizás él se comporte de forma hiriente, tal como le han tratado en su vida repleta de dolor. El profesor sabe algo de su historia personal y se estremece íntimamente. El profesor sabe algo de lo que significa el dolor y la agresión en la infancia inicial, en la infancia y en la adolescencia. No todo el mundo tiene la suerte de contar con una familia normal. Hay quienes viven demoledores dramas desde que nacen. Y estos dramas los hacen esquinados, difíciles, extraños, desquiciados pero a la vez deseosos de equilibrio, hundidos muchas veces en un complicado cenagal emocional.

El profesor, si ha vivido un drama semejante en sus días de niño, puede empatizar con él y a la vez chocar intensamente. No hay una solución fácil. Le gustaría poder vivir con buenas vibraciones este encuentro que se contemplaría desde la seguridad de un saber estar en el plató, desde la seguridad de tener un terreno firme al que asirse. Sin embargo, en otras ocasiones, los mundos disimétricos o simétricos se buscan, se atraen a la vez que se repelen. Este alumno al que me refiero es muy diferente en el encuentro personal -en la intimidad- al encuentro en medio de la clase. En el primer ambiente es razonable, humano, dulce, pero en la clase es terrible, agresivo, contestón, con la misma persona que momentos antes ha demostrado su simpatía y sus ganas de encuentro en un lugar aparte. El profesor sabe que ha de llamarle la atención, de contestar socialmente a su desafío, ha de reprobarle y sancionarle. No queda otra opción. Pero en su fuero íntimo y más profundo siente una fuerte atracción personal por el drama de este muchacho que se encuentra desnortado y con ganas de un guía personal que lo acerque a unos instantes de equilibrio y serenidad. ¡Ah, la serenidad! Un estado que algunas personas felices son capaces de desarrollar, de experimentar, de vivir. Mucho me temo que este muchacho de corta talla -lo que debe acentuar su necesidad de imponerse frente a un mundo agresivo- sufre profundamente y su risa es una mueca dramática que muestra su anhelo de felicidad.

¡Cómo me hubiera gustado habérmelo encontrado en la salida! ¿Cómo manifestarle mi afecto y mi confianza en él sabiendo que a la vez he de sancionarle por su comportamiento totalmente inadecuado? ¿Cómo encontrarme con él cuando todo nos lleva a chocar en la superficie. Él lo necesita porque ve en mí un doble de su situación, pero a la vez necesita mi réplica, mi respuesta, mi afecto, la seguridad que yo le pueda dar, seguridad que yo he de conseguir para poderle orientar aunque nuestra relación sea un auténtico calvario. A veces los padres o los profesores hemos de ser el frontón donde choquen violentamente las pelotas que lanzan dramáticamente adolescentes buscando perdón, expiación, ayuda, necesidad de cambio o felicidad en suma.

En los carteles gigantes del F.C. Barcelona, a la entrada del Skating, figuraban fotos de Iniesta o Messi con unos textos de origen budista, textos que me reclamaron, y me hicieron saber que el espíritu sopla en cualquier parte, y que cualquier lugar es propicio para encontrar sabiduría, la sabiduría del enfrentamiento que no tiene lugar, que no ha de tener lugar fuera del escenario inevitable porque detrás entre bambalinas los contrincantes nos abrazamos fraternalmente. Quiero pensarlo así.

martes, 27 de octubre de 2009

Insomnio


Esta madrugada me he despertado a las tres muy inquieto, y en seguida me ha venido a la mente el motivo de mi despertar alterado. Pensaba en la clase que tendría que dar ese día a un grupo de tercero de ESO a las doce y media de la mañana. No he podido dormir más y dando vueltas en la cama hacia un lado u otro, intentaba pensar qué podría hacer para reconducir esa clase que sueleser desastrosa, por la hora o por la materia o por las circunstancias que acompañan a uno mismo.No he podido dormir más dominado por la ansiedad que me producía la llegada del nuevo día.

Todo ha ido aceptablemente bien hasta que ha llegado el momento de enfrentarme a ese curso de tercero de ESO ante el cual cualquier sistema está condenado al fracaso. Antes ha venido a vernos una excompañera que ha conseguido la jubilación anticipada por padecer cáncer, felizmente superado. Recuerda la dureza de los cursos a que tuvo que enfrentarse en los últimos años, la dureza y la estructura burocrática del centro que implica reuniones continuamente, actas, valoraciones, programaciones y una política que favorece continuamente a los alumnos más conflictivos que saben que no pueden temer nada del sistema disciplinario.

He llegado y, a pesar de mi buena voluntad, lo más magnánimo que puedo decir es que no ha funcionada nada de lo que había ideado a lo largo de la noche y de los últimos días. ¿Qué actividad hacer a una hora en que están agotados y extenuados? ¿Conseguir un clima de silencio? No sé si se darán cuenta pero esto es una broma porque el silencio es una excepción que les molesta a mis alumnos. Están acostumbrados al rumrum, a las intervenciones de los descarados y graciosos de la clase que provocan una reacción en cadena continuamente. Cualquier actividad fracasa porque a esa hora no están ya para más esfuerzos. Las clases magistrales no funcionan, los ejercicios individuales tampoco porque no están para más trabajos. Hay, por el contrario, magníficos alumnos que necesitarían de un clima de atención y trabajo para poder rendir. Dentro del desorden general adviertes que hay cinco o seis alumnos que siguen la clase, que preguntan incluso, que quieren saber, que merecerían otro ambiente. Los considero heroicos en poder seguir el desarrollo del profesor en medio del caos general. Alguno de estos alumnos es inmigrante marroquí, una muchacha con deficiencias físicas que necesita de asistencia para poderse desplazar, pero, para mi sorpresa, esta muchacha me plantea muchas preguntas interesantes a las que me esfuerzo en contestar. Es la única que pregunta con clara intención y de forma muy certera. El ambiente de la clase no le afecta.

Alguien dijo una vez que los alumnos son como animalicos, que se mueven por ciclos biológicos, o temporales. Y algo de esto he de admitir. Estos alumnos tomados a otra hora son totalmente inofensivos e incluso se pueden hacer cosas con ellos. A la hora en que yo los recojo, por decirlo de alguna manera, es una odisea mantener el ánimo y la moral. ¿Qué puedo pensar después de una clase como esta? Les pregunto. Ellos sin perder la compostura, aunque gritando, me responden que me tome un cortadito, y que cómo están ellos. Cuando quiero hablarles de corazón a corazón, me espetan que si soy afeminado por mi extrema sensibilidad, que lo único que pasa es que es una mala hora.

Nadie de los que teorizan sobre la enseñanza podría dejar de observar una clase de estas características, y yo me pregunto si es lógico tener a unos muchachos de quince años encerrados a contre coeur tantas horas recibiendo información sobre figuras retóricas, la estructura de la oración compuesta, o lo que constituye la esencia de lo literario. Me veo ridículo explicando estas cuestiones que sólo llegan a unos pocos, muy pocos, pero el resto a determinadas horas no están para nada salvo para hundirle la moral, la poca que le queda, al profesor de turno. Cuando comenta esto en la sala de profesores se encuentra rápidamente a otros compañeros que reconocen padecer insomnio muchas noches esperando la jornada laboral del día siguiente. Eso sí tomándoselo con mucho humor. ¿Dar clase? ¿Avanzar materia? ¿Promover la comprensión lectora? Es prácticamente inútil. Lo poco que se puede hacer es minúsculo. No me extrañan los resultados del informe PISA sobre comprensión lectora. Mis alumnos no son capaces de entender la mayor parte de los enunciados de las preguntas que se les hacen, y el clima para ayudarles a resolverlos, les aseguro que no son los más adecuados.

No sé dónde trabajarán otros de mis compañeros que leen el blog. Mi centro está en una barriada muy compleja socialmente, en que la mayor parte del alumnado es inmigrante en difíciles condiciones de subsistencia. El acceso a la cultura es pura ciencia ficción.

¿Qué se puede hacer? Intentar no sufrir, supongo y saber que lo que es imposible es imposible. Pero les aseguro que en estos contextos tan difíciles hay alumnos que luchan por hacerse un hueco, por progresar, por aprender. Supongo que por ellos sobre todo seguimos en la brecha a pesar del insomnio nocturno.

viernes, 23 de octubre de 2009

La vida al tablero


Mis alumnos de segundo de bachillerato temen El Quijote. Es una lectura que entra en la selectividad, no la totalidad de la obra sino una selección arbitraria de capítulos que no permiten mantener la continuidad de la narración. Llegan a clase con ediciones voluminosas de la obra y las miran espantados de sólo pensar que tendrán que llevar cada día ese tocho a clase, eso y leerlo aunque sea solo parcialmente.

El profesor ha de hacer uso de todo su arte para convertir esta tortura potencial en alumnos no especialmente interesados en la literatura –más bien muy poco- y hacerles concebir la obra como un juego literario o metaliterario gozoso y entretenido. El Quijote en su tiempo fue tomado en España como un espléndido libro de humor que suscitaba carcajadas a troche y moche. El profesor piensa en cómo introducir la obra poco a poco. Durante un día o dos hemos hablado de la narrativa anterior a la invención de la novela moderna. Las novelas sentimental, pastoril, de caballerías, morisca y bizantina. Personajes de alta cuna y elevados sentimientos que vivían aventuras inspiradas en el amor cortés o en modelos neoplatónicos del amor. Pero todas tenían en común que eran inverosímiles. Esto cambia con una novelita de corte aparentemente autobiográfico y de autor desconocido publicada aparentemente en 1554 y titulada El lazarillo de Tormes. Un personaje de origen humildísimo cuenta su historia a un tal Vuestra merced desde que era niño hasta la culminación de su suerte en que vive casado con la barragana de un arcipreste. Todo cambia a partir de esta novela. El modelo inverosímil se transforma en creíble y realista. Y además, y esto es fundamental, el personaje protagonista se transforma a lo largo de la novela. La vida y la experiencia le cambian, le van modelando y haciendo evolucionar de niño inocente a adulto cínico. Ha nacido la novela moderna. Es imposible imaginar El Quijote sin la aportación de los géneros literarios citados más arriba y sin la experiencia narrativa de El Lazarillo que cambia el modelo de contar una historia.

Pero nada de esto parece conmoverlos. El estudio de la literatura, de la historia de la literatura, es un juego de modelos literarios. Es difícil que participe en ese juego aquel que no tenga curiosidad por la lectura y que tome los libros como ariscos enemigos. Sin embargo, hoy cuando llegábamos a la figura de Miguel de Cervantes, les he introducido su obra iniciada en 1585 con la primera parte de La Galatea (novela pastoril) que escribió después de haber vuelto de los cinco años de cautiverio en Argel. Pero hasta 1605 Cervantes no vuelve a publicar nada. Son veinte años de vacío, aparente al menos. En 1605 publica El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. ¿Qué ha pasado en ese tiempo? Les he sugerido hacer un guión de la biografía de Cervantes. Esto les ha interesado y han empezado a hacer sacar humo de los ordenadores. En seguida han surgido las sorpresas. La vida de Cervantes dista de ser dichosa y fácil. Heridas de guerra, cautiverio, varias estancias en la cárcel, matrimonio fracasado, un profundo fracaso en el mundo del teatro que tanto interesó a nuetro autor… Llega a los cincuenta y ocho años, una edad ya avanzada, y publica esa novela que iba a revolucionar el mundo narrativo. Tuvo un gran éxito, pero entonces no existía la SGAE y Cervantes no cobraba de las ediciones que se hacían de su obra. Pocos años después estaba traducida al inglés (1612). Desgraciadamente El Quijote fue más apreciado y comprendido fuera de España donde fue considerado como un relato paródico y de humor. La vida para Cervantes no fue fácil y no salió de dificultades económicas pese a su éxito. Diez años después publicó, a punto de morir y con sesenta y ocho años, su testamento literario, una segunda parte de la novela, todavía mucho mejor que la primera, La segunda parte del ingenioso caballero don Quijote de la Mancha, precedida sorprendentemente por una continuación apócrifa, firmada por un tal Avellaneda, en Tarragona en 1614 y que hirió profundamente a Cervantes porque el autor había utilizado a su personaje sin haber entendido nada de su esencia. Podemos decir que la segunda parte no hubiera sido tan excelente sin el juego literario que se establece con el falso Quijote al que Cervantes continuamente quiere desmentir y desacreditar. El falsario Avellaneda en su dialéctica con Cervantes hace que la obra alcance niveles estéticos extraordinarios e inigualables. Y en la novela junto al humor, la más terrible decepción vital, la constatación de un fracaso que sólo la conciencia del genio que fue pudo atemperar. El dolor y el sufrimiento promueven a veces obras de una dimensión muy profunda. Recuerdo que leí El Quijote con veinte años por primera vez y me pareció una obra tremendamente divertida. Cuando lo releí años después, su lectura me llenaba de melancolía. La derrota del héroe en Barcelona me conmovía hasta extremos difíciles de imaginar, tras la secuencia tristísima del desencanto imposible de Dulcinea. Pero no sé si todo esto será capaz de conmover a mis berroqueños alumnos fruto de unas circunstancias y un ambiente nada propenso a la valoración estética y de la melancolía. Pero no será por mi parte que no lo intente a pesar de mis dudas. Cuando algún descerebrado pone en cuestión frívolamente a los profesores me digo si no se dan cuenta del nivel de riesgo que supone enseñar porque en este desafío literario en que estoy empeñado sé que he de poner mi vida al tablero, mi vida espiritual al menos. Y no hablo en broma.

lunes, 19 de octubre de 2009

La fascinación del mal

Como profesor de secundaria y/o bachillerato he de constatar el elevado interés que suscita el nazismo entre mis alumnos. No porque se consideren adeptos de la causa nazi, no, ni siquiera la conocen ni bien ni mal, sino por la pervivencia de cierta simbología y la atracción que suscita el mal y su estética. El nazismo ha eclipsado a cualquier otro avatar político del siglo XX. El comunismo está olvidado ¿se imaginan? Stalin, salvo en países del este y en los que suscita sentimientos más poderosos, ha pasado a un segundo orden. Las guerras mundiales entre nuestros adolescentes son papel mojado, del mismo modo que nunca llegarán a saber del genocidio armenio, las matanzas terribles de la URSS de Stalin, la misma guerra civil española es un trasfondo totalmente olvidado (¿para bien?), la represión soviética en Hungría, Checoslovaquia, Polonia, la guerra de Corea, Vietnam, el genocidio de los tutsis de Ruanda, la Camboya de Pol Pot… Nada de eso existe en la mente de nuestros adolescentes. Pero sí que existe la imagen siniestra de Hitler como un ente incomprensible y fascinante. Cada año en Catalunya los alumnos eligen sus trabajos de investigación en segundo de bachillerato. Muchos de ellos recurrentemente vuelven al nazismo, a la solución final que se programó en Wansee o a los campos de exterminio. Para bien o para mal, Hitler es probablemente el personaje más popular del siglo XX en términos históricos, claro está.

La historia se desvanece, pierde espesor, va aniquilándose y nuestros adolescentes no viven condicionados por ella. Ésta carece de interés para ellos. Como tantas otras cosas. Pero hay algo que les interesa como metáfora, aunque no conozcan este término: la presencia del mal, la presencia absoluta del mal. Hitler ha centrado el siglo XX como personificación del mal, fruto de una mente enferma, pero que consiguió con éxito socializar su visión del mundo entre un pueblo cultivado al que logró convencer de la superioridad de la raza aria y el carácter de bacilo de los judíos. Pocos casos hay tan tremendos en la historia de la humanidad y que tuvieran unas repercusiones tan apocalípticas. Millones de personas fueron eliminadas, según los parámetros de la más moderna y eficiente industria. Unos eran discapacitados, otros eran homosexuales, otros eran gitanos, la mayoría eran judíos. Esta apoteosis del mal logra enraizar entre la culta sociedad alemana y convierte su mayoría a Hitler en su líder espiritual, un personaje venido de los bajos fondos, artista frustrado, visionario enfermizo pero dotado de una incendiaria oratoria que logró seducir a los alemanes y que consigue, como encarnación del mal, seguir seduciendo a multitud de creadores como cineastas y escritores que vuelven una y otra vez a esa metáfora del mal para condenarla una y otra vez.

¿Por qué esa atracción por el mal? ¿Por qué esa fascinación por el lado oscuro de la historia? No conozco la respuesta, pero sí que puedo sugerir que el nazismo y su cabeza visible Hitler poseen una extraordinaria plasticidad. El nazismo es una obra de arte como también lo fue el ataque a las torres Gemelas de Nueva York y al que hemos vuelto en centenares de ocasiones. La estética nazi, el color negro de sus uniformes, la calavera de las SS, la amoralidad absoluta, las matanzas abominables de las que se hizo responsable todo un pueblo que no quiso saber o que sabía demasiado pero se sentía fraterno de esa comunión en el mal… Todo ello ofrece un panorama que no deja de seducir, no digo que para ser partidario de ello, sino como participante y admirador estético. Estética que una cineasta como Leni Riefensthal llevó a la pantalla magistralmente en la trilogía de Nuremberg en la que destaca La voluntad de poder, o posteriormente en Olimpiada en las que se muestran imágenes magnéticas e impresionantes.

Me inquieta que sean estas imágenes las que mis alumnos de la ESO y bachillerato tengan como especialmente seductoras. Me temo que en toda la seducción del nazismo a la que sucumben todos los que lo atacan, salvo, entre otros, Primo Levi en su extraordinaria trilogía que comienza por Si esto es un hombre o Hanna Harendt en sus lúcidos análisis del nazismo, hay un factor de fascinación. El nazismo es un fenómeno estético, de ahí su inmenso poder de seducción y que ha podido con el que pudo suponer el comunismo, sus símbolos y su ideología.

¿Por qué se publican si no tantas obras que tienen como referencia a Hitler y el nazismo o se filman películas que se rinden a esa extraña fascinación del mal? ¿Por qué es el tema estrella entre tantos otros posibles entre los alumnos de bachillerato? ¿Cuándo podremos olvidar este apartado de la historia como hemos olvidado otros tan terribles también? ¿O no podemos olvidarlo y hemos de volver recurrentemente a él para condenarlo, para mostrar lo que de profundamente humano (o inhumano) hubo en ello? ¿Rememorarlo para no volver a ello aunque la historia nos empuje desde ópticas distintas a escenarios que un día pueden ser parecidos a aquel tan desolador?

El mal seduce y ciertas encarnaciones del mal son extrañamente poderosas.

jueves, 15 de octubre de 2009

La buena educación

Ilia Popescu es un muchacho rumano que llegó a España hace año y medio. Este no es lógicamente su nombre verdadero. Hoy lo traigo aquí porque me atrae reflexionar sobre él. Es un chico de pelo negro con flequillo y que contrasta poderosamente con todos sus compañeros. Cuando conoció a su tutora de tercero de ESO a principio de curso le llevó una manzana como obsequio y reconocimiento. Parece ser que es una costumbre en Rumanía. La tutora se quedó boquiabierta pero luego advirtió el sentido del regalo. Ilia es un alumno extraordinariamente educado y su comportamiento sin ser pelota se puede decir que está lleno de detalles. Quiero aclarar que no es pelota porque observo que lo que hace le sale de dentro. Cuando llega la hora de salir de clase hay que poner las sillas encima de las mesas, bajar las persianas y apagar las luces. Mis alumnos están tan deseosos de salir que consideran una ofensa que se les recuerde que tienen que poner las sillas en orden. Lo hacen a regañadientes. No así Popescu que coloca más de las que le corresponden y baja las persianas con suma cortesía. Siempre que salimos de clase se despide de mí y me da las buenas tardes o buenos días.

Desde el Aula de acogida a los alumnos inmigrantes se me ha advertido de las probables dificultades que tendrá este alumno con la lengua y que convendría hacerle una adaptación curricular. He visto su rendimiento en estas semanas de clase, he leído su carta de amor siguiendo la estela de la Jeni y puedo decir que ésta fue una de las mejores, de las más poéticas y de las más ricas conceptualmente, a pesar de sus dificultades lingüísticas. Popescu ha aprobado el primer examen con buena nota en una lengua que no es la suya, pero se ve que ha estudiado y eso el profesor lo advierte. En su caso relativizamos algunos errores ortográficos, fruto de su confusión con el catalán, y apreciamos el gran esfuerzo que hace el chaval.

He traído este caso aquí, porque quiero poner de manifiesto lo que significa un alumno que respete a sus profesores y a sus compañeros, que sea responsable y educado, trabajador, honesto y lleno de buenas maneras que inducen inmediatamente a la consideración. Contrasta con las formas ásperas de sus compañeros, formas también llenas de matices y dignas de estima pero mucho más primarias. Parece que en España estamos perdiendo los matices de la cortesía, de la cordialidad, del buen entendimiento, de las buenas maneras.

Me contaban esta semana que una cajera ecuatoriana se había acostumbrado en el súper donde trabajaba a que nadie le saludara ni se despidiera de ella. Ella tras varios años en España se había dado cuenta de que aquí no somos demasiado detallistas ni corteses y había terminado por acostumbrarse a esa aspereza y falta de delicadeza. Un día un cliente la saludó y la llamó por su nombre –que llevaba en una placa- y ella casi se estremeció, tan raro era ese trato. Casi se le saltaban las lágrimas.

Cuando especialistas destacados en educación ponen de manifiesto que es buena y saludable la actitud displicente de nuestros alumnos, que es sana su rebeldía y que son encomiables sus malas maneras, y especialmente dignos de valoración su rechazo de la cultura porque los profesores resultan aburridos y les hacen estudiar y trabajar, así como mandarles deberes para casa y que les sometan a exámenes memorísticos que se olvidan tan pronto como se empollan, les pondría – me pondría- como referencia a Ilia Popescu, un alumno que todavía conserva la educación en su formación, la educación y el sentido del esfuerzo así como la de la consideración hacia sus profesores.

La mala educación es contagiosa. Los alumnos extranjeros cuando llegan a España procedentes de Latinoamérica, el Magreb, China, Pakistán o la India o también Rumanía se dan cuenta de nuestras malas maneras, Muchos se contagian de ellas a pesar de provenir de sociedades sumamente cuidadosas en el trato personal y en la consideración de los profesores. Otros siguen manteniendo un trato exquisito que contrasta con esa hosca y abrupta forma de relacionarse que estilamos aquí. Ilia Popescu me ha confirmado la confianza en esos muchachos que llegan sin nada pero que aprecian la cultura, la educación, el trabajo y el esfuerzo. Su ejemplo casi es revolucionario. La buena educación es revolucionaria. ¿No les parece?

lunes, 12 de octubre de 2009

En el sur de Francia

Este fin de semana del Pilar lo hemos pasado en familia en el sur de Francia. Concretamente el el municipio de Osseja, muy cerca de la frontera. Nos agrada la cortesía francesa, su sentido del humor, el cuidado de sus pueblos, el agua abundante de sus ríos… Hemos ido dos familias con nuestros hijas. Por la noche era el momento de cenar en compañía y de interesantes conversaciones. Quiero compartir una de estas conversaciones que mantuvimos Jorge y yo con un botella de Borgoña del 2003 que estaba delicioso.

La cuestión era si los libros digitales conseguirían imponerse a los soportes tradicionales de papel. Jorge no es nada romántico como parece sugerir su profesión de ingeniero. Según él, actualmente las editoriales lo que hacen es vender papel. El precio de los libros estriba en el número de hojas que tienen. Si se extendiera el formato digital, entraría en crisis esta valoración. Le digo que las editoriales deben temer el momento de extensión de los archivos digitales. ¿Quién impediría que los archivos informáticos se piratearan? Por sofisticados sistemas anticopia que hubiera, siempre habría alguien que lograría sin mayores dificultades desblindar el sistema y distribuirlo. De hecho en EMULE circulan versiones digitales de multitud de libros de actualidad. Conozco a quien posee un libro digital que le ha costado 300 euros y que ha almacenado centenares de obras sin pagar, entre ellas la trilogía de Millenium de Stieg Larsson. ¿Qué pasaría con los derechos de autor en el momento que se extendiera el soporte digital? Sería la misma cuestión que ocurre con la música y las películas. Pocos pagan. Si la opción es tener un producto sin pagar o pagando, la inmensa mayoría de las personas optan por no pagar.

El debate entre Jorge y yo pasa entonces a la cuestión de la piratería, el hecho de que cualquiera pueda descargarse sin pagar una película, un disco (o una discografía) o el conjunto de la obra literaria de un autor. Lo que al principio parece una idea genial, el hecho de que el arte sea de libre acceso, se convierte en una realidad perversa que tiene consecuencias nefastas. ¿Cuántos videoclubes han cerrado por falta de negocio? ¿Cuántas salas de cine han cerrado por falta de público? Le hablo a Jorge de las salas de repertorio, aquellas en que se podían ver programas dobles de cine de películas de no estricta actualidad, pero de gran calidad. Estas salas de repertorio han desaparecido. Ya nadie va al cine si no es a ver a precios abusivos películas de rabiosa actualidad. El cine ha quedado circunscrito a la última novedad en cines formato de multisalas. ¿Acaso esta reorientación del cine y empobrecimiento de la oferta tiene también que ver con la piratería? ¿Acaso los altos precios de las salas cinematográficas tiene también relación con el hecho de la piratería, el saber que todo se termina copiando y descargando?

El pirateo tiene consecuencias negativas para multitud de trabajadores que no son los grandes directores cuya leyenda los pinta enriquecidos y cresos y que son la justificación de muchos para practicar el pirateo. Los directores y los cantantes a los que imaginamos forrados. Me pregunto si la realidad de la copia ilegal no afecta al fundamento de la creación artística. ¿Qué director, actor, músico, escritor seguirán creando con la misma convicción si saben que su obra artística va a ser inmediatamente copiada y distribuida?

Jorge se posiciona en que los creadores suelen cobrar subvenciones, pero esto no lo veo así. Es posible que algunas películas tengan subvención, pero la música y la literatura no suele tener subvención. Jorge añade que pagamos un canon digital que en cierta manera legitima nuestra tarea de piratas. No me convence. Pienso que el hecho de la piratería es negativo para la creación, y que en el caso de los libros digitales puede ser letal para el mundo literario. ¿Quién elegirá pagar si puede tener las obras gratuitamente?

Se me ocurre un sistema de descargas legales con coste reducido. Por ejemplo si descargamos películas y si estas tienen más de cinco años de antigüedad, pagar un euro, igual con los discos. Si son entre cinco y un año de antigüedad, pagar dos euros, y si son recientes pagar entre tres y cinco euros. Yo soy un amante del cine clásico, y no me parece justo pagarlo a precio de cine de actualidad. Si quiero bajarme la filmografía de Bergman, unas veinte películas por ejemplo, poder hacerlo por veinte euros en forma de pack o bien seleccionando películas.

La botella de Borgoña está bajando peligrosamente y no acabamos de ponernos de acuerdo. ¿Cómo reactivar la costumbre de ir al cine, sobre todo a esas salas que señalaba como de repertorio y que ofrecían una calidad infinitamente mayor que cualquier versión pirateada? El cine está hecho para ser visto en pantalla grande. ¿Es un proceso que ya no tiene solución? Hay multitud de jubilados, gente joven o parados que pueden encontrar en una sala de cine unas tardes de enriquecimiento personal. Serían necesarios unos negocios que ofrecieran unas posibilidades de ganancia razonable y que deberían contar con salas llenas. ¿O el cine en el formato que nació ya está definitivamente desaparecido?

Mucho me temo que el cine, si sigue este proceso imparable de pirateo pierda el gusto por el riesgo y se centre en productos estereotipados, comerciales y dedicados al gusto de consumo masivo e inmediato. Y ¿qué decir de la literatura si esta puede al final ser copiada sin ningún control? ¿Quién controlará la calidad de los textos? ¿Quién se arriesgará a crear? Me tomo mi último sorbo de Borgoña y unto oloroso queso camenbert en el pan . ¿Ha llegado el momento de poner coto a las descargas descontroladas? Sé que entre mis alumnos hay una cultura generalizada de la copia o la descarga alegal. ¿Cómo convencerles de lo contrario?

miércoles, 7 de octubre de 2009

Beatrice

Dar clase de literatura en bachillerato es una fuente de posibilidades pero también de desencantos. Hay pocos alumnos que estimen la literatura, que comprendan su alcance, que se den cuenta de su dimensión estética y humana. Creo que el pensamiento que domina nuestra civilización es demasiado pragmático (contra ello alertaba Cortázar), demasiado alicorto y poco ambicioso de grandes ideas o ideales. Los chavales suelen debatirse exclusivamente en torno a sus problemas inmediatos y apenas ven un ápice de poesía, un lenguaje extraño y anómalo. Esta constatación de la pasión por el presente que devora todo, que absorbe todo en un vórtice colosal, la he ido confirmando en las sucesivas generaciones de alumnos que han pasado por mí. Sé que para muchos partidarios de la nueva pedagogía, el pasado es un lastre insoportable y un ejercicio pueril de nostalgia. Nos debemos al tiempo que late aquí y ahora, patrón absoluto de nuestra vida, de nuestras expectativas y de nuestras ambiciones. Esto es lo que hay parece ser el eje de nuestro pensamiento contemporáneo. No importa lo que pudiera ser, lo que tal vez sea, lo que fue o lo que será, importa definitivamente lo que hay. Las utopías no son ya un código de nuestro tiempo, subsumidos en el devenir incesante de nuestros días y nuestras noches. Y con nuestras concepciones juzgamos todo el pasado.

El otro día una alumna de bachillerato, comentando el enamoramiento de Dante de la niña Beatriz Portinari, a la que vio por primera vez cuando aquella tenía ocho o nueve años, afirmó con contundencia que Dante era pederasta. No supe qué contestarle. Decirle tal vez que aquello fue un enamoramiento platónico, que un poeta puede enamorarse imaginativamente de una niña como realmente pasó, pero eso no significa que fuera un agresor sexual o un protodelincuente. Beatriz protagonizó la Vita nuova poco después de su muerte, y antes ella fue el eje de la nueva corriente literaria llamada dolce stil nuevo en que emerge Beatriz como dona angelicata, intermediaria entre dios y el hombre, mujer idealizada que promueve al hombre a la perfección espiritual. Es la superación de las concepciones cortesanas del amor. Dante amaba a Beatriz pero según nuestros criterios modernos era un pederasta. Así al menos lo pensaba la muchacha que he citado al principio de este párrafo. Supongo que el mismo problema encontraríamos en un escritor genial como Lewis Carroll y su pasión por las niñas que se proyecta en su extraordinario Alicia en el país de las maravillas. Del mismo modo Antonio Machado conoció a Leonor cuando ella tenía trece años y se enamoró de ella poco a poco. Se casaron cuando ella tenía dieciséis. Como Beatriz, Leonor moría poco después desvaneciéndose la historia de amor más auténtica de la vida de Antonio Machado. Dante hizo protagonista de su obra más emblemática, La divina comedia, a su amada Beatriz que simbolizaba a la fe, junto a Virgilio que era símbolo de la razón.

Aquel amor extraordinario para la historia de nuestra cultura fue maravillosamente provechoso y lleno de densidad poética y simbólica.

Es el problema de enjuiciar el pasado con criterios del presente de los mass media. Y la historia de la literatura es el recorrido por las más hermosas fábulas de todos los tiempos que se afincan en su momento, en las concepciones de su tiempo, con las limitaciones que esto supone y la maravilla que implica que veamos, en estas concepciones del pasado, cercanía a nuestro presente. Pero no podemos juzgarlo únicamente desde nuestro presente. En esto creo que reside buena parte del problema que da hoy consistencia al post. Hay dificultades enormes para acceder a la literatura del pasado, al sentido de sus mitos, a sus ideales, a sus búsquedas estéticas y humanas, porque somos prisioneros de nuestro tiempo, un tiempo como he dicho arriba absorbente y lleno de tecnología, pero que a la vez se cree que es el único tiempo que ha existido siempre. Por eso ya nuestros alumnos no buscan en el pasado referencias humanas o artísticas. El pasado se ve definitivamente muerto y el presente que existe es el de los cinco minutos en que estamos, y el tiempo pasa, a su juicio, terriblemente lento, y la sensación que surge continuamente es la de aburrimiento, necesitando continuamente estímulos que atenúen ese elan vital de sentir que precisamos de más velocidad, más efectos especiales, más acción, más entretenimiento. No soportamos el espacio vacío ni el vértigo del pensar que antes del nuestro hubo otro tiempo, otros tiempos tan cruciales como el que vivimos ahora y tal vez más densos.

Desplazar a un adolescente a otros tiempos es uno de los mayores desafíos que pueden encontrarse en la enseñanza. Es terriblemente difícil. Pero tengo la impresión de que los profesores, contagiados masivamente también de presente, tampoco ya son capaces de entrar en otros tiempos. El aquí y el ahora lo es todo, no sé si porque nuestra civilización se ha hecho budista en su totalidad o por otra razón, pero sólo existen los cinco minutos en que vivimos, y nuestros alumnos lo entienden así. De esta manera, la inmensa mayor parte del arte permanece opaco a la mirada contemporánea que no acaba de enfocar su lente sobre él, y la literatura es una rémora del pasado, como bien ha establecido el moderno tratamiento de las nuevas corrientes de pensamiento educativo.

domingo, 4 de octubre de 2009

Discurso de Wakefield

He dado muchos discursos sobre educación. Y he hablado sobre responsabilidad. He hablado sobre la responsabilidad de vuestros profesores de inspiraros y haceros estudiar. He hablado sobre la responsabilidad de vuestros padres de asegurarse de que permanezcáis encarrilados, que hagáis vuestros deberes y no paséis cada hora que estáis despiertos frente a la televisión o con la Xbox. He hablado mucho de la responsabilidad de vuestro gobierno de implantar niveles altos, apoyando a los profesores y a los directores, y mejorar las escuelas que no están funcionando, donde los estudiantes no obtienen las oportunidades que merecen.

Pero en última instancia podemos tener los profesores más entregados, los padres que más nos apoyen, y las mejores escuelas del mundo –y nada importará a menos que todos vosotros cumpláis con todas vuestras responsabilidades. A menos que asistáis a esas escuelas; pongáis atención a esos profesores; escuchéis a vuestros padres, abuelos y otros adultos; y trabajéis todo lo duro que hace falta para triunfar.

Quizás no tenéis adultos en vuestra vida que os den el apoyo que necesitáis. Quizás alguien en vuestra familia ha perdido su trabajo, y no hay suficiente dinero.Quizás vivís en un vecindario donde no os sentís seguros, o tenéis amigos que os presionan para hacer cosas que sabéis que no están bien. Pero al final, las circunstancias de vuestra vida- vuestra apariencia, vuestra procedencia, el dinero que tengáis, lo que pasa en vuestra casa –no son una excusa para descuidar vuestros deberes escolares o tener una mala actitud. No es excusa para ser groseros con vuestro profesor, hacer novillos, o abandonar la escuela. No es excusa para no intentarlo.

(Discurso de Barack Obama en la escuela secundaria Wakefield, en Arlington).

No me he resistido a copiar el discurso de Barack Obama a los estudiantes de secundaria de Wakefield que da paso a la reflexión de Ricardo Moreno Castillo sobre el manifiesto No es verdad que fue dado a conocer en junio pasado. En aquella ocasión tuve la necesidad de razonar sobre aquellas cadenas de reflexiones sobre el estado de la educación en España. He recibido personalmente un correo de Ricardo Moreno Castillo en que me remite su contramanifiesto No es verdad que no sea verdad. Lo enlazo aquí para todos los que quieran disfrutar de una prosa contundente contra ese cúmulo de necedades que es el manifiesto No es verdad. Necedades y despropósitos. Necedades en que se carga toda la situación de la educación en España contra los profesores; necedades en que se establece una dicotomía entre tradición y modernidad poniendo a la primera en un lugar ominoso como si la escuela no fuera un puente entre el conocimiento del pasado (de la historia, de la tradición) y el presente, en sus métodos y en sus contenidos; necedad por no abordar ni en un solo párrafo de su ilación hilarante la defensa del conocimiento, de la transmisión del conocimiento en la educación; ni en su olvido de la responsabilidad de los alumnos de respetar dicho conocimiento, a sus profesores, a sus padres y a sus mayores. No se trata de que nuestros alumnos, señores autores del manifiesto, sean peores que los de otras épocas, sino que están inmersos en un sistema fundamentalmente perverso y que ustedes partidarios de la modernidad y de la falta de responsabilidad, olvidan continuamente. El esfuerzo no es popular, sólo hay que preguntar a nuestros alumnos. No les gusta esforzarse. ¿Para qué? Mejor estar tumbados toda la vida en el sofá viendo la tele o jugando al ordenador. Algunos de ellos se salen de este esquema y se esfuerzan, pero el sistema no les ayuda. El sistema ayuda al transgresor, al objetor, al que no tiene nada que decir o no quiere hacer nada. No se trata sólo de poner medios tecnológicos para satisfacer las ansias de modernidad de nuestros alumnos, se trata también de restablecer un espíritu, un ansia de progreso, de mejora y de aspiración al conocimiento. Y en ello, los profesores en lugar de verse encadenados a los savonarolas y los juanjos de turno, deben tener cierta seguridad en su papel de transmisores del conocimiento y del saber de nuestro tiempo y de épocas pasadas.

La comparación entre el discurso de Barack Obama y el tono y argumentario de esa pobre divagación de los firmantes del manifiesto No es verdad, me da medida del alcance de sus reflexiones.

martes, 29 de septiembre de 2009

Arco iris

En clase de lengua de tercero de ESO aprovecho los textos que leemos para promover debates. Creo que es un medio eficaz para fomentar la participación y la expresión oral, a la vez que establece unas pautas para poder hablar siguiendo un turno en el que todos pueden expresarse libremente respetando las voces de los demás.

Hoy el tema era un texto de Paul Auster en el que entre otras cosas hablaba de la inutilidad práctica del arte y la literatura. Asimismo reflexionaba sobre la creencia entre alguna personas de pensar que la práctica del arte o su disfrute nos eleva a un nivel personal superior. Aducía el ejemplo de Hitler que comenzó siendo artista, y el de tantos asesinos nazis que eran entusiastas de la mejor música clásica y de la más exquisita literatura. Me duele reconocer esto. Ser artistas y amar el arte no nos hace mejores personas. Ser lector no te hace mejor persona. La Alemania nazi y Hitler lo demuestran. Pero no era de esto de lo que quería hablar. Aprovechando el tema en la clase de la tarde, he sacado la persecución de Hitler contra los diferentes, contra los disminuidos psíquicos y físicos que enturbiaban la raza aria, contra los comunistas, los gitanos, los homosexuales, y por supuesto los judíos. Un alumno me ha preguntado que qué tienen de malo los gitanos. Yo le he dicho que nada, pero que él perseguía una raza aria pura sin contaminación racial. Pero le he dicho que en su pregunta faltaba algo y era también que qué tienen de malo los homosexuales o los judíos para que fueran perseguidos y masacrados. Para mi sorpresa, la mención de la palabra “homosexual” ha sido objeto de mofa y befa por toda la clase (al menos por parte de los que se han manifestado). Es que los homosexuales, profe… me han dicho. ¿Los homosexuales qué? –he contestado-. Es que se visten como mujeres y hablan como ellas. La sensación dominante era la de repugnancia ante la homosexualidad. Les he explicado que la homosexualidad no era un defecto ni una enfermedad, sino una condición genética aleatoria que afecta aproximadamente a un 5 o 10 por ciento de la población, lo que hacía probable que entre los que me estaban escuchando hubiera alguno que estuviera descubriendo su condición sexual y que esta fuera homosexual. El rechazo era enorme. La homosexualidad no es un tema resuelto, se percibe como algo anómalo, antinatural, contranatura y en estos muchachos de quince años, me inquieta el poder de los estereotipos y las ideas preconcebidas. Es pura homofobia la que late en ellos de una forma muy intensa, tanto entre chicas y chicos. Ignoro si entre ellos había alguno que habría matizado esta aparente opinión mayoritaria, pero cualquiera se atreve a hablar de este tema sin que le endilguen el sambenito ya saben de qué. Los más rudos y elementales imponen su voz, y la del profesor intentando imponer cordura acerca de algo que es una condición natural de los seres humanos, no logra alcanzarles. Tan grandes son sus prejuicios. Al menos he logrado hacerles reconocer que si unos padres tienen un hijo homosexual, estos deben aceptarlo y quererlo como a cualquier otro. Esto lo tenían muy claro.

Les ha planteado la posibilidad de que algún homosexual viniera a la clase a charlar con ellos para que vieran que no es un enfermo ni lleva cuernos ni se viste como las mujeres, sino que la mayoría de los homosexuales llevan una vida que transcurre entre nosotros sin ningún tipo de discordancia. Y si la hubiera –la discordancia- tampoco debería ser motivo de rechazo o de repugnancia. La diversidad es esencial a la hora de entender las relaciones humanas.

Me ha sorprendido esta animadversión que pensaba que debería estar matizada por las leyes recientes sobre matrimonio homosexual o su presencia en películas o series de televisión como personas totalmente normales. Pero esto no es así. Desde luego un muchacho o muchacha que esté descubriendo su identidad sexual homo en un instituto de secundaria lo debe pasar muy mal, más si oye opiniones como las que he tenido ocasión de escuchar hoy en clase de lengua. Y ello me lleva a la conclusión de que es un tema candente, abierto y sangrante. No se persigue activamente a los homosexuales ni se los lleva a la cárcel, pero hay un muro invisible que los estigmatiza y ante el cual es difícil saber qué hacer. Está muy bien el día del orgullo gay pero también algo debería llegar a los centros de secundaria especialmente de zonas de carácter primario y donde las opiniones son demoledoramente contrarias y homofóbicas. ¿Qué hacer? Me pregunto. Supongo que los homosexuales están acostumbrados a vivir en un mundo potencialmente enemigo y urden sus estrategias de resistencia frente a la mentalidad hetero tan despreciativa y agresiva. Por ellos. Por esos muchachos y muchachas que sobreviven en los centros de enseñanza en un ambiente de total hostilidad, y que poco a poco van siendo conscientes de su identidad y que nos enriquecen con su inteligencia y sensibilidad.

sábado, 26 de septiembre de 2009

Sensación de vivir

¿Hay algo tan poderoso como un sentimiento? ¿Como una suma de sentimientos? Creo que nos mueven los sentimientos más que las ideas. Un sentimiento es un estado del corazón, del ánimo, del humor, una propensión a lo emocional. Una idea es más racional y, por tanto, más fría, más cerebral, más intelectual, más analítica. Aunque también hay a veces ideas que se sentimentalizan, se cargan de densidad emotiva -y de peligro-, la de nación, la de Patria por ejemplo.

Hay blogs emocionales y sentimentales y blogs aparentemente más fríos que son más de ideas y reflexión. Los primeros suelen tender al éxito de convocatoria. Nada hay que promueva más la adhesión que alguien se plante en medio de su blog y diga “Yo soy así”, y tras ello una catarata de sentimientos y emociones, de confesiones, de homenajes, de perlas reflexivas bienintencionadas al estilo de Paulo Coelho y Susanna Tamaro (Donde el corazón te lleve). Y es que los sentimientos mueven el mundo. A la gente le gustan los sentimientos pero desconfía de las ideas. Dadme un sentimiento y moveré el mundo podría decir algún bloguero con exactitud. La acumulación de sentimientos crea una estética participativa, a diferencia de la gris y más solitaria de las ideas; no cabe duda de que la dimensión sentimental promueve, concilia los contrarios y lo heterogéneo, aúna a personalidades diversas que participan gozosamente en la efusión y la cocción emotiva.

El mundo no puede funcionar sin sentimientos pero puede funcionar sin ideas, tan complicadas por otra parte. Así es nuestro mundo. Se nos han acabado las ideas. Es difícil luchar por ideas, sobre todo cuando estas son sombrías y no promueven –aplicando la razón- la dimensión esperanzadora. Tenemos un mundo herido, que sangra por los cuatro costados, y cuyo futuro es muy incierto. Como ven, las ideas también nos pueden llevar a los sentimientos. Sentimos inquietud, temor, casi desolación. Pero eso no es admisible. Hace tiempo que Coca Cola promovió una campaña publicitaria con aquella canción memorable que fue Viva la gente, o la otra de Sensación de vivir o Coca Cola y una sonrisa. A partir de aquello quizás comenzó la escuela de psicología norteamericana del llamado pensamiento positivo que nos es tan natural pues se difunde a través del cine americano, la publicidad, los medios de comunicación, las teorías educativas que se han impuesto en occidente, la filosofía media de los ciudadanos que pese a todo creen que merece la pena una sonrisa y lo que está por venir tampoco hay que pensarlo demasiado. El mundo se cae a pedazos y entre los destrozos advertimos que las ideas son peligrosas, y que lo auténticamente revelador son los sentimientos que nos hacen cantar todos juntos de la mano y por el jardín.

Hay magníficos blog de ideas o de literatura que tienen muy escasa audiencia. Suelo frecuentar algunos de ellos y observo que son profundos, que en ellos hay intuiciones serias -pero que son difíciles de digerir- o reflexiones existenciales sin la profusión sentimental que hace de caldo de cultivo de audiencias más mayoritarias. No sé si hay una relación entre superficialidad y éxito en la blogosfera. En general lo banal vende más que lo denso y con significado. ¿Y además quién se cree en posesión de la verdad para definir qué es denso y significativo? El ciudadano medio está en el centro, el blog es la apoteosis del ciudadano vulgar que de pronto se ve aupado a una cierta fama entre un número determinado de seguidores que lo aplauden, que lo jalean, que se identifican con sus sentimientos, con su forma de ver el mundo -su peculiar Weltanschaung- y con sus emociones. El vecino de la aldea global se erige en cierta manera en líder y recibe adhesiones en su blog que participan de su visión sentimental y de su egolatría.

Me congratulo de que Profesor en la Secundaria reciba entre los comentarios reflexiones que mejoran –y mucho- lo expuesto en el blog, que iluminan y llegan más allá de lo sugerido, que son chispas de inteligencia en un piélago de incertidumbre. Me alegraría de estar en la sombra y que mis sentimientos fueran un subtexto casi innecesario. A mi lo que de verdad me producen emoción son las ideas que deslizáis en vuestros comentarios, sin ostentación, pausadamente, reflexivamente. A mí lo que me produce emoción es visitar otros blogs que luchan en la soledad por mantener una visión del mundo no mayoritaria, personal, no condicionada en exceso por la sopa Cambell. En ese enhebrar y encontrar otro tipo de sentimientos, que caminan en lo subterráneo, encuentro uno de mis mayores placeres de pertenecer a la blogosfera.

Selección de entradas en el blog