Hoy ha sido mi bautizo en la bajada de barrancos o cañones. He descendido el río Formiga en Sierra Guara (Huesca). Pedi a la empresa que facilitaba los guías que fuera un cañón de iniciación y no de perfeccionamiento. Creo que no ha podido haber mejor comienzo siendo además un año muy húmedo en que los ríos bajan lujuriosos y torrenciales despeñándose entre las rocas.
Éramos un grupo de ocho más el guía, Pau, catalán afincado en la sierra Guara desde hace diez años. Los demás eran un grupo de siete vascos de Donosti y Zarauz que me han acogido con extraordinario calor y compañerismo. Eran Eva, Nerea, Arantxa, Carlos, Javier, Juanma y el otro no recuerdo su nombre. Han sido unos compañeros geniales que se han preocupado del equipo que formábamos ayudando cuando había dificultades o surgía en algún momento el miedo.
No sé si los que me leen han bajado alguna vez un barranco. Es una experiencia alucinante que desata adrenalina y endorfinas. El río Formiga baja encañonado entre rocas. Para desdender al inicio hay que rapelar (era la primera vez que lo hacía en mi vida) diez o doce metros. Me he agarrado a la cuerda sujeta en mi arnés y me he dejado caer confiando en la experiencia del guía que nos iba orientando. Luego han sido una sucesión de pozas a las que se accedía por entre toboganes entre las rocas, sifones en los que había que sumergirse, chimeneas en las que había que rapelar bajo la potente caída del agua de la cascada. Era un prodigio sumergirse en el agua profunda y clara y fresquita (aunque íbamos protegidos por nuestro traje de neopreno). Lo más emocionante eran los saltos de varios metros a los que había que lanzarse sin pensarlo dos veces. Todos nos ayúdabamos y nos dábamos ánimos. Nadie se quedaba atrás aislado. Cuando había un salto hay un momento de indecisión porque ves el agua abajo a siete metros por debajo y has de apuntar bien en tu caída. Has de impulsarte con fuerza y saltar sin pensar en posición con los brazos cruzados sobre el pecho en el momento de la inmersión. Parecía increíble pero cuando lo veías una vez abajo después de haber llegado bien, te invadía un bienestar maravilloso. Cuando caías te daba tiempo a contar uno y dos y te sumergías con fuerza en el agua. Los compañeros que habían pasado te hacían un gesto de apoyo y los que tenían que seguirte eran orientados por Pau. El agua estaba transparente y he bebido de ella en varias ocasiones. Me parecía deliciosa.
Este descenso ha durando unas dos horas y media. Los hay más largos como el famoso descenso del río Vero que algún día haré. Su principal dificultad es su duración que son unas seis o siete horas que te dejan agotado, pero en cuanto a problemas técnicos es menor que el que hemos hecho hoy.
Cuando hemos acabado nos hemos quedado con ganas de más. Nos hemos quitado los trajes y hemos desandado el camino hasta las furgonetas que nos esperaban en el inicio del camino. Luego una cerveza fresquita nos aguardaba en un pueblecito de esta increíble y onírica sierra de Guara, deshabitada salvo en pequeños pueblecitos en que vive muy poca gente. Es el paraíso de los barranquistas de toda Europa.
Pau nos ha explicado su vida libre e independiente en la sierra Guara. Hemos compartido con él la comida y la cerveza y hemos estado hora y media charlando sobre todo un poco en un camping que invitaba a vivir un verano eterno descendiendo barrancos.
El lunes haré otro, el descenso del Peonera. Ha sido mi bautizo de bajada de cañones, igual que otro día lo hice entrando en una cueva semiprofesional y aluciné con la espeleología, o en otro tiempo practiqué brevemente el submarinismo hasta que descendí a veinticinco metros y me di cuenta de que el mar es tremendamente oscuro a esa profundidad. Me echó para atrás, pero reconozco que el submarinismo es apasionante.
He sido feliz esta mañana. Por la experiencia humana y por el descenso que me hay llevado a dejar el miedo a un lado y lanzarme, confiando en la fortuna, al vacío. Abajo me esperaba una poza honda que me acogía.
Alucinante. El lunes más.