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miércoles, 16 de diciembre de 2009

La generación de 1927


Asumiendo la propuesta de Toni Solano de Repaso de Lengua queremos hacer una evocación del acto que dio lugar a la constitución (en la práctica) de la llamada "generación de 1927", hoy hace ochenta y dos años. Un homenaje al poeta Luis de Góngora en el Ateneo de Sevilla reunió a un conjunto de poetas, pintores y artistas que habían trabajado en la reivindicación del poeta cordobés, llamado por un lado "príncipe de la luz" y por otro "príncipe de las tinieblas". Juan Ramón Jiménez se desentendió del homenaje marcando ya así el distanciamiento con aquellos jóvenes poetas que ya buscaban su propio recorrido. Podría haber traído algún poema gongorino como los pertenecientes a Cal y canto de Rafael Alberti, pero he preferido escoger uno al que mi hija pequeña y yo tenemos especial aprecio, de modo que este post es creación de ambos. Por las noches hacemos nuestro pequeño acto de recordar -leyéndolos- a esos poetas que constituyen lo mejor de nuestra tradición. Os dejo también la voz de Lucía recitando el poema que más le gusta.

La aurora de Nueva York tiene
cuatro columnas de cieno
y un huracán de negras palomas
que chapotean en las aguas podridas.

La aurora de Nueva York gime
por las inmensas escaleras
buscando entre las aristas
nardos de angustia dibujada.

La aurora llega y nadie la recibe en su boca
porque allí no hay mañana ni esperanza posible.
A veces las monedas en enjambres furiosos
taladran y devoran abandonados niños.

Los primeros que salen comprenden con sus huesos
que no habrá paraísos ni amores deshojados;
saben que van al cieno de números y leyes,
a los juegos sin arte, a sudores sin fruto.

La luz es sepultada por cadenas y ruidos
en impúdico reto de ciencia sin raíces.
Por los barrios hay gentes que vacilan insomnes
como recién salidas de un naufragio de sangre.

Federico GARCÍA LORCA, Poeta en Nueva York.


lunes, 14 de diciembre de 2009

Iluminación


Llueve. Lunes por la mañana. Escribo en mi buhardilla. Pienso en mi post anterior y me atrae reflexionar sobre él. Se titulaba Bodhisattva en el metro. Es un cortometraje de la directora belga Christine Rabette sobre la que no he podido encontrar demasiada información. Sé que este filme recibió varios premios, entre ellos el Golden Wave en el año 2003 y que desde entonces va circulando por internet despertando sonrisas o abiertas carcajadas. No es un vídeo reciente, pero lo curioso es que sigue reproduciéndose en numerosos blogs y enlaces que hacen referencia a él.

¿Qué hay detrás de esta propuesta? En principio el título nos da alguna pista. Bodhisattva es un término budista de la escuela Mahayana que significa literalmente un ser viviente (sattva) que busca la iluminación (bodhi) y realiza prácticas altruistas. El bodhisattva es un ser que busca la iluminación para sí mismo pero también para los demás. La misericordia le lleva a considerar propio también el sufrimiento de los otros. Se afirma que el bodhisattva realiza cuatro juramentos en los que expresa su determinación de esforzarse por la felicidad de los demás. “Por innumerables que sean los seres sensibles, juro salvarlos; por inagotables que sean las pasiones, juro dominarlas; por ilimitadas que sean las enseñanzas, juro estudiarlas; por infinita que sea la verdad del Buda, juro alcanzarla”. Detrás del juramento del bodhissatva yace la decisión de librar a los demás del sufrimiento y de brindarles la posibilidad de una gran dicha.

El filme comienza en un túnel, en la oscuridad, ruido de raíles, vamos en un tren en el túnel de la existencia caracterizada por el sufrimiento connatural a todos los seres humanos. Vemos a los pasajeros. Son personas grises cuyos rostros reflejan ensimismamiento, aburrimiento, cansancio, aflicción. Cada uno esta encerrado en su propio padecimiento y parecen abrumados por las cosas. Sin embargo, en una parada sube un nuevo pasajero que contrasta con los demás. Luce una gran sonrisa pícara. Se sienta. Mueve la cabeza arriba y abajo y empieza a reírse sin causa aparente. Los demás pasajeros lo miran sorprendidos y tímidos. Su risa se convierte en carcajada en el vagón del metro. Algunos viajeros empiezan a sonreírse ante la sorpresa y de pronto la risa se extiende por todo el vagón que termina estallando en carcajadas por parte de todos y cada uno de los pasajeros que antes habíamos visto afligidos. Algunos comentaristas resaltaban el hecho de que la risa es contagiosa. Es cierto, como la pena, pero aquí hay algo más. Las risas en el metro revelan un estado de iluminación interior espontánea que lleva a los hombres y mujeres que allí están a ser conscientes de su verdadera naturaleza, la de budas, y entonces todos son poseídos por un abrasador estado de gozo interior y felicidad supremas que se comparte mediante la risa. Ahora todo es totalidad y plenitud. Todo es “aquí y ahora”. Los seres humanos han salido del pozo del sufrimiento en que estaban y por unos instantes han alcanzado el corazón del misterio, que no es misterio sino transparencia y luz.

En una parada entra un nuevo pasajero ajeno a lo que estaba pasando. Entra tímido y desconcertado oye las risas de los viajeros. Puede pensar que se ríen de él. Se sienta serio y circunspecto. Las carcajadas vuelven a estallar ante su perplejidad. El bodhissatva se queda concentrado observando la situación mientras los demás se carcajean y lloran de risa. Por unos instantes, los seres humanos, que de forma sana y natural aspiran a la felicidad y plenitud, han despertado y han contemplado su verdadera naturaleza, la de seres que participan del éxtasis de vivir y de la verdadera compasión.

El tren se sume de nuevo en la oscuridad, pero con el sonido de fondo de las risas que se siguen oyendo. La oscuridad y la grisura se ha convertido en luz intensa de reconocimiento y de iluminación interior.

El filme se titula Merci! y como una especie de resonancia sigue dando vueltas por la red como una piedra lanzada a un estanque cuyas ondas se multiplican y llegan a los corazones y las mentes de los que lo ven que ríen también, pero a la vez quizás vean algo más allá, o más acá, en el centro de todas las cosas. Todos los seres y fenómenos están interconectados. Nadie vive en un capullo aislado. El egoísmo nos cierra una visión más amplia. Y nada como la risa para aprender, la risa y la mirada levemente irónica del buda que sonríe enigmático, mientras que el Cristo, en el otro lado, muestra un estado inferior de sufrimiento y desgarramiento. Quizás ambas sean las dos caras de la moneda.

Una sonrisa. Y como escribía el otro día Al59

“Un viejo estanque. Al sumergirse una rana, ruido de agua”.

jueves, 10 de diciembre de 2009

Bodhisattva en el metro



He descubierto una pequeña maravilla. Mirad este vídeo. No digo más. ¿Es posible crear espacios de felicidad? Quiero dedicárselo a Julia, que seguro que se está riendo, y a todos vosotros.

martes, 8 de diciembre de 2009

Humildad


Esta noche pasada ha muerto una amiga muy querida, Julia. Me he enterado de su muerte a mediodía. Ella era una desconocedora totalmente del mundo digital, pero hace un par de meses le enseñé a utilizar el correo electrónico e incluso le ayudé a crear un blog titulado Diario de una abstemia obligada que figura en mi blogroll. Han sido más de veinte años de amistad con etapas de mayor cercanía o cierta distancia, pero Julia me ha enseñado algunas cosas. Era una de esas personas con las que merecía la pena mantener una conversación, inundada casi siempre de alcohol. Este era el mayor de sus problemas. Estaba muy débil físicamente. Cirrosis hepática. Últimamente lo había dejado y asistía a las reuniones de Alcohólicos Anónimos. Me lo contaba en sus email. También iba a la piscina. Tenía un brazo, el derecho, imposibilitado por un accidente. Fue una de las personas más trágicas y a la vez con más sentido del humor que he conocido. Por un tiempo, cuando ella se quedó sin trabajo, compartimos piso, pero su desorden, su incapacidad absoluta de seguir ninguna norma hacía difícil la organización de la casa. Y es que Julia es el personaje más anarquista que he conocido jamás. Era absolutamente imprevisible, todo corazón y puro sentimiento. Desde su trabajo en la administración hasta que tuvo que enlazar bajas por depresión, favorecía –por encima de las normas legales- a multitud de marginados y desdichados que carecían de empleo. Parecía un ser de otra galaxia y resultaba absolutamente original. Le encantaban los outsiders, los que estaban fuera de juego, y llegaba inevitablemente tarde a cualquier cita un par de horas o tres. A mí, que soy tan rigurosamente puntual, me desesperaba, pero seguro que ella estaba viviendo intensamente alguna otra conversación con un buen vaso de whisky de por medio. La admiraba por su desprecio de la vida. Le gustó vivir en el límite del abismo. Me desesperaba porque sabía que tarde o temprano acabaría mal, pero no había consejo sensato que ella fuera capaz de seguir.

A sus cincuenta años estuvo varios meses en una residencia de enfermos crónicos todos mayores de setenta años, e incluso de noventa. Ella estaba muy frágil y casi sin movilidad, pero cuando llegaba a verla a la residencia en seguida me llevaba a la terraza a encender un cigarro detrás de otro y charlar sacando su inolvidable humor aragonés, últimamente algo ensombrecido por el sufrimiento. Había de llevar pañal y dormía acompañada de varias ancianas. De aquella etapa le pregunté que cómo podía soportar aquello, pero ella me dijo que había aprendido mucho. ¿El qué –le pregunté.? Humildad, me contestó. Humildad. Esta fue la última conversación que tuve físicamente con ella, al margen del correo electrónico.

Hoy la he visto muerta. Parecía dormida y en calma. Hacía diez horas que había muerto y en su rostro se veían los moratones de la caída que había tenido. La he acariciado, pero su piel todavía me parecía cálida. Su rostro reflejaba quietud y algo parecido a la felicidad. Ahí estaba yo, frente a la muerte, fascinado por su rostro que parecía estar a punto de decirme algo importante. Estaba arropada y me resultaba hermosa. La enfermedad y la debilidad la deterioraron bastante. Había dos velas en la habitación. He estado unos minutos despidiéndome de ella intentando mantener mi última conversación mientras el murmullo de las conversaciones de la familia y de sus amigos más allegados se oían en la habitación aledaña. He apagado la luz y le he dicho “Adiós, Julia, guapa”. Ella no se ha movido, pero de pronto ha resonado en mi mente su último mensaje y la enseñanza de toda una vida: humildad.

Allí estábamos los amigos –pocos- que la acompañamos durante estos años. Nos hemos olvidado de brindar por ella, pero hemos hablado de literatura y de vida, de tristezas y depresiones, de pasiones y de esperanzas, de amor y muerte.

Hasta siempre, guapa. Has sido el cronopio más cronopio que he conocido jamás.

jueves, 3 de diciembre de 2009

Agua con azúcar

Recuerdo mi niñez vívidamente. Tengo recuerdos desde los dos años, y en mis evocaciones sigo viendo intensamente las calles de aquel barrio del Pilar en Zaragoza en que viví mis primeros años. Fui un niño imaginativo y triste. Ni siquiera mi primera comunión a los seis años fue motivo de felicidad. Yo creo que andaba enamoriscado de una niña que se llamaba Mariví y con ella iba a jugar a su buhardilla a médicos y enfermeras, o a papás y mamás. Recuerdo sus ojos negros y su voz dulce que me resarcía de la grisura y desolación de aquellos años. Nadie que no haya vivido una infancia sombría es capaz de comprender lo que significaban aquellos juegos que duraban horas y horas. También me emocionaban las procesiones de semana santa que pasaban por cerca de mi calle. Centenares de cofrades de las Siete Palabras, vestidos de blanco y verde, hacían tocar sus tambores con un ritmo que todavía no he olvidado. Los pasos me embelesaban. Tengo una extraña relación con lo religioso. De sobras soy un hombre racional que no cree en la trascendencia. Me inclino a pensar que cuando morimos, morimos definitivamente, pero sin embargo, las imágenes del Cristo o de la Virgen al pie de la cruz conseguían conmoverme en aquellos largos desfiles de gran magnetismo. Le daba furtivamente la mano a Mariví y aguantaba durante horas el paso de cofradías, velones, capirotes, tambores, hombres y mujeres descalzos o con cadenas…. Creo que éramos más ingenuos y que nuestra imaginación se exaltaba con imágenes plásticas que ahora no tiene capacidad la realidad virtual y los videojuegos. Al menos yo nunca he entrado en ese mundo, pero forman cosmovisiones totalmente diferentes. Yo sentía el terror del pecado y mi mundo interior se engrandecía o estremecía con las imágenes del final del mundo que las monjas se extasiaban en contarnos con todo detalle. Veía el río y veía el río, sentía tristeza y sentía tristeza. Para paliar esa sensación de desamparo tenía los tebeos, el agua con azúcar, la vida en la calle en libertad, los recortables para chicas que había de esconder porque un chico no debía jugar a esas cosas, y los ojos de Mariví. Un día no fuimos a clase porque se casaba el rey belga Balduino con la española Fabiola. En aquellos años de aislamiento fue una noticia enorme. Nos acostaron juntos. Teníamos cinco años, y jugamos a acariciarnos, a hablarnos en susurros mientras en la tele daban el regio esponsal interminable como inacabables eran nuestros juegos.. Mientras, preparábamos la primera comunión. Yo iría vestido de marinero y Mariví de monjita. ¡Cómo recuerdo aquella piel morena y lo bonita que estaba! Yo odiaba todo lo relativo a la primera comunión. Me parecía oscuro aunque me sabía el catecismo de pe a pa. Pero aquello no dejaba de generarme angustia. Las imágenes sagradas no me consolaban ya sino que me llenaban de aprensión. Era el mes de mayo, el mes de las flores, el mes de María. Yo era un niño muy dócil en la escuela. Las monjas hacían palomitas representando a los niños de la clase y arriba estaba la virgen. Según lo bueno o complaciente que fueras ibas ascendiendo, a través de un altarcillo de encaje, hasta la Inmaculada. Yo llegaba de los primeros. Las monjas lo tomaron como un signo de dios, pues yo llegué al colegio hablando un lenguaje soez y totalmente desquiciado. En año y medio me convertí en un niño modelo. Alguna monja vaticinó que sería obispo. Eso sí, la clase estaba dividida en dos grupos: los niños y las niñas. Yo siempre me iba con las niñas, a ser posible cerca de Mariví, hasta que me hacían volver con los brutos de los chicos que no me gustaban nada.

Cuando comulgué sentí que se me abría un abismo bajo mis pies. Pocas veces he sentido una sensación más abominable. Todo el universo sagrado se me hizo repulsivo. Y no quería recibir el cuerpo y la sangre de aquel ser que me hacía sentir desdichado y culpable. Además empezó a llover con fuerza y cuando recibí la sagrada forma estalló un trueno que me recordó el final del mundo que temia por encima de todas las cosas.

Mariví se cambió de barrio y nunca más volví a verla. Tengo una foto de ella y yo juntos, ella vestidita de monja en su primera comunión y yo con cara de bobo sabiendo que no la volvería a ver, pero yo la recuerdo más hablándome a mi oído, riendo, y diciéndonos cosas que todavía no he olvidado.

Me quedé solo en aquel barrio que nunca me pareció más vacío.

martes, 1 de diciembre de 2009

La desaparición del yo

La hoja en blanco impone. Acabo de escribir mi primera frase y no tengo ni idea de por dónde continuar. Quizás merezca la pena explicarme un poco para aclarar esta ausencia de ideas, de este vacío que me domina. Tengo dos semanas de baja por motivos psicológicos y en este tiempo he empezado a tomar una medicación combinada de antidepresivos y ansiolíticos. Ahora hace una semana, y coincidiendo con ésta, he debido doblar la dosis de Besitrán. El problema es que la medicación todavía no ha hecho su efecto. Hablan de dos semanas para que empiece a notarse su influencia positiva, pero lo que sí que he notado es que mi mente se ha quedado en blanco. Profesor en la secundaria se ha quedado sin temas, temas que venían a mí continuamente en cualquier momento y que me servían para desarrollar un post con menor o mayor acierto. Ahora noto que nada es capaz de motivarme, de sugerirme una idea, de encender una llamita que origine una ilación de ideas que me sirva para comunicarme. Llevo cuatro años publicando y nunca me habían faltado ideas. De pronto leyendo una noticia en la prensa u observando a mis alumnos o caminando por la calle o asistiendo a una exposición me venía una iluminación que era el germen de un post. Disfrutaba enormemente poniéndome a desarrollarlo y encontrando derivaciones de ideas. De sobras sé que escribo de una forma muy simple, pero no me importaba. Si algo tenían mis posts eran que resultaban claros y a tenor de vuestros comentarios, sinceros. Se transparentaban mis estados de ánimo y mis sentimientos, aunque mis posts trataran de ideas en las que trataba de profundizar.

Hoy quiero escribir pero no puedo más que exhibir un parvo resultado. Mi estado anímico es el vacío. No tengo ni una sola idea que desarrollar, excepto esta que da estructura a mi post. La nada. No tengo nada que decir, nada me motiva para meterme a fondo a analizar o comentar alguna noticia o alguna visión. Esta realidad me inquieta. No me gusta la paz de los cementerios, el vaciamiento interior, la desolación significativa. Pero no me resigno. Quiero hacer de este vacío un tema que adquiera cierta sustancia. Uno cuando se encuentra perdido busca cosas o personas a las que asirse, que le proporcionen cierto apoyo o algún tipo de referencia. Este blog ha sido muy importante para mí. Es una especie de diario íntimo que no recurre a lo más estrictamente personal pero sí a ese conglomerado de ideas que sobrevuelan mi vida. A veces son mis hijas, otras veces son mis alumnos, otras veces son exposiciones, noticias en la prensa, reflexiones existenciales… Pero ahora no queda nada. Sólo un cero como el que glosó Antonio Machado en un poema titulado Poema al gran cero. Quiero decir que en este vacío, en esta ausencia, quiero distinguir todavía temas como el amor, la compañía, la amistad, la pasión, la confianza, el miedo, el deseo, la desolación, aunque no siento nada, pero mis palabras alientan a encontrar motivos, cercanías, patrias y utopías. Nada hay más estremecedor que sean las hora de sueño y en posición horizontal las que resulten más reparadoras. Quiero asistir a amaneceres dorados, a atardeceres plenos de misterio, a lectura de poemas que me conmuevan, a sentimientos que hoy por hoy están adormecidos. Siento el vacío, pero me rebelo frente a él y lo que llevo escrito por pobre que sea es una vocación de llenar la existencia de plenitud o si no de plenitud, de esperanza. A veces se contraponen el dolor de existir y su supuesta paliación, que no es sino el vacío. Sueño con playas doradas en África, con leones sobre las rocas, con manos que se estrechan con calor y conversaciones en las que pueda decir algo. Me queda ahora el silencio. No tengo nada que decir. Y me obstino en seguir escribiendo como si fuera ese narrador errante del que hablábamos en otros posts. Me encantaría iniciar un gran viaje de varios meses cruzando África. Llevaría una cámara y un diario de viajes. Me gustaría ser un viajero como los del pasado y no alguien atado a unas circunstancias encadenantes. Sería esa mi mejor terapia. Entre el viaje y la química he tenido que escoger la química, aunque esta sea castrante y empobrecedora. Pero mis palabras hoy –pobres y esquivas- afirman y roturan un paisaje desolado y como Blas de Otero me muevo entre la tormenta existencial y la intuición del sinsentido, o lo que es lo mismo la desaparición del yo.

domingo, 22 de noviembre de 2009

La necesidad del narrador


Un blog es una interfaz de comunicación con el mundo de la que sobresale la voz narrativa del que escribe. En efecto, cuando leemos un blog lo primero que percibimos es la música de la narración, y nos damos cuenta de si nos atrae o no, al margen de las ideas que allí se contengan, que en algún caso pasan a un segundo plano. El problema de un novelista, de un escritor, de un bloguero es el de encontrar una voz narrativa que resulte convincente o interesante y que haya alguien al otro lado al que le llame la atención y prosiga la lectura en una u otra ocasión. Si además siente el deseo de dejar un comentario, el post habrá alcanzado un éxito, porque nada hay tan lastimoso como que tus entradas queden sin respuesta.

Sin embargo, a veces el bloguero más veterano se siente atenazado y lleno de aprensión ante la hoja en blanco. No sabe si tiene algo más que decir. Profesor en la secundaria lleva cuatro años publicándose y ha colgado más de trescientos posts sobre los temas más variados. Muchos sobre educación, sobre la experiencia como profesor y las relaciones con los alumnos, otros sobre inquisiciones sobre los temas más variados que no tenían nada que ver con la enseñanza (arte, literatura, África, reflexiones sobre la crisis, poesía, teatro, cuentos de estilo zen, compromiso político, misticismo, dudas existenciales, viajes, experiencias telúricas y psicodélicas… Podríamos decir que el blog ha trazado un itinerario vital, ha sido un compendio de mi forma de sentir el mundo y la vida, llena de grandes zonas de sombra .

Agradezco de todo corazón a mis comentaristas habituales su presencia en el blog. Sin ellos esta página navegaría en el vacío… pero a veces aparecen ocasionales comentaristas que nunca se habían hecho visibles hasta que un día se asoman y me hacen saber que hay en la penumbra más gente que sigue las circunvoluciones de este blog caótico y existencial que no se atreve a afirmar con rotundidad y que prefiere el diálogo a media voz en la intimidad, sin grandes polémicas (que me asustan). Elijo el contacto en la cercanía, en un momento de compartir impresiones y reflexiones apenas esbozadas. Siempre me han atraído los diálogos cuyo desarrollo y desenlace no es previsible. Soy un admirador de Samuel Beckett. Cuando leí a los 19 años su Esperando a Godot, me quedé realmente fascinado. ¿Dónde estamos? ¿Quiénes somos? ¿Qué estamos haciendo aquí? ¿Cuánto tendremos que esperar? ¿Para qué esperamos? ¿Quién es Godot? Algo así es el protagonista y autor de este blog que a modo de nave con bandera indeterminada -ni siquiera pirata- navega por el mar de las cosas, haciéndose preguntas y obteniendo respuestas provisionales, pero luminosas. Esos son vuestros comentarios, la mayor riqueza atesorada por este blog y de los que me siento especialmente orgulloso. Vuestras voces narrativas se enhebran con la voz que da relativa consistencia a Profesor en la Secundaria. Si yo diera salida completa a mis incertezas, probablemente este blog giraría en redondo y se convertiría en solipsista. Por ello, a pesar de la incertidumbre, hay que atreverse a afirmar con voz queda, y esperar a que alguien pase por el ciberespacio y tienda un puente, una cuerda hasta este lado y que juntos celebremos el éxito del encuentro, del éxtasis de la palabra, de la realidad de una conversación fructífera.

El otro día hablaba en este blog de la presentación del libro de Dimas Mas, Marcela y el narrador errante. El acto fue un éxito de público y en los ponentes estaba el propio autor y el brillante novelista Emilio Pascual (autor de Días de reyes magos). Me quedo con la figura del narrador. Tener al narrador de una historia, de una novela o de un blog es tener el cincuenta o más del trabajo hecho. Lo fundamental en un historia es el narrador. Pero ¿qué se puede esperar de un narrador avellanado, escéptico, lleno de dudas, enemigo de controversias, tímido y corroído por intuiciones y estados oscuros? A veces espero que un leve halo poético encubra mis dudosas inquisiciones. Quizás la poesía es el lenguaje en algún sentido más universal. Pero no sé si lo logro. Todo queda demasiado en el aire y en la más banal y extraña aventura.

Pero todos los que nos movemos en la oscuridad, ansiamos la luz y el placer del encuentro imprevisto. Por ese narrador extravagante que a veces se hace carne o luz o penetra en intuiciones merecedoras de algún detenimiento.

Vale.

domingo, 15 de noviembre de 2009

Marcela y el narrador errante

Conocí a Dimas Mas (Tetuán, 1953) durante las oposiciones al cuerpo de agregados de Lengua y Literatura españolas de 1982. Ambos leímos ante el tribunal nuestro examen y yo tuve ocasión de escucharle pues él lo hizo antes que yo. Me deslumbró su estilo brillante y sugerente al exponer el tema, en principio académico, de Los orígenes de la lírica castellana. Su exposición me cautivó, y apenas me di cuenta de que a continuación iba yo a exponer el tema que había escogido que no era otro que el de la Ilustración en España, tema que me llevó a ganar en aquella ocasión las oposiciones, mientras resonaban los goles del campeonato mundial de fútbol que se estaba celebrando en España.

Dimas Mas y yo coincidimos casualmente en un instituto de Bachillerato de Berga y empezamos a mantener debates y conversaciones jugosas sobre literatura. Yo en aquel entonces no conocía demasiado a Galdós y mi compañero me aleccionaba para que pusiera fin a aquella carencia. Así hice y en varios años me leí todo lo escrito por el autor canario y asistí a varios cursos de doctorado sobre su obra, en especial sobre Los episodios nacionales que disfruté extraordinariamente.

Pero Dimas Mas, su nombre literario, era algo más que un profesor al uso. Era –y es- un escritor apasionado por la literatura que había ensayado la poesía con su poemario Provincia Mayor (1936-1939); que ganó posteriormente el premio de la editorial Anthropos con su obra heterogénea titulada Poliantea, y publicó obras de amplia difusión como El tesoro de Fermín Minar que llegó a numerosos institutos de toda España; Nadie en persona (Un misterio de Barcelona); Del incierto encuentro entre don Giovanni y Turandot; El bellaco durmiente (novela juvenil dedicada a su hijo Lucas); Mi primer maratón, obra escrita con un registro literario en que desgrana su experiencia como avezado corredor de la prueba durante muchos años. En internet, en Badosa.com, ha publicado sus relatos El tardío vuelo de la avucasta, novela erótica, El juego d’scondit, La vida vecina, amen de otras obras que he tenido ocasión de leer y que se guardan en los cajones que un -espero que no lejano día- alguna editorial descubrirá y publicará.

Son veintisiete años de conocimiento e intercambio los que me unen a Dimas Mas. Quiero hacer público que el próximo día 19 de noviembre tendrá lugar en Barcelona la presentación de su última novela publicada titulada Marcela y el narrador errante (nivolilla) en Ediciones Oblicuas. El acto de presentación será en el Instituto de Secundaria Milà i Fontanals en la plaza Folch i Torres, s/n, a las 19.00 h.

Marcela y el narrador errante es una novela dedicada a su hija, tal como he citado que hizo también con su hijo Lucas. Es una novela excelente. Dimas Mas, escribe como los ángeles y es un orfebre del estilo, lo que le aleja de la literatura fácil y popular. En un registro aparentemente juvenil construye una novela de corte unamuniano que me ha recordado la nivola Como se hace una novela. Su hija Marcela, que quiere también una novela como su hermano, pero su padre escritor nunca se pone a ello, recibe una extraña visita, la voz de un narrador que le dice que va a escribir su novela. El narrador errante enhebra diálogos fecundos con la muchacha que va descubriendo el mundo y a sí misma a través de la experimentación del lenguaje. Es un juego absorbente en el que estoy metido hasta los tuétanos, dándome cuenta de que es una narración exigente en la que no pasa nada, no hay ninguna aventura exterior pero sí una indagación y una profunda aventura interior de la niña. Probablemente podemos calificarla de novela iniciática y la escritura de la novela es el mismo proceso de escritura de la misma. Os la recomiendo. Se aleja del modelo juvenil de narración llena de avatares trepidantes o de temas sociales. Es una novela profundamente literaria en la que con amenidad y rigor dialógicos se lleva un descubrimiento del proceso literario mostrando que la esencia del relato bien escrito es el propio lenguaje sobre el que esta narración gira ininterrumpidamente. No la recomendaría para mis alumnos de la ESO. Su nivel es muy elevado, pero sí a todos los amantes de la buena literatura y de los planteamientos unamunianos acerca del diálogo de los personajes y el autor, o el mismo proceso de construir el relato.

Me encantaría compartir con los que podáis el descubrimiento de este joven autor que lleva ya media vida a sus espaldas rastreando y escribiendo buena literatura con excelente estilo.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Competencia comunicativa

Estos días pasamos en los institutos de Cataluña la Evaluación diagnóstica sobre competencia comunicativa del área de lengua, en mi caso, castellana. Ayer tuve que cuidar el desarrollo de la prueba en un curso de tercero de ESO. Los chavales recibieron, a lo que vi, con enorme displicencia la necesidad de realizarla cuyas razones no entendían y de poco vale que se les diga que es un test para evaluar la eficacia del sistema educativo catalán valorando la llamada competencia comunicativa que consiste en tres pruebas de comprensión lectora bastante fáciles, aunque si se leen con excesiva rapidez, es fácil cometer numerosos errores como he tenido ocasión de ver. Otra parte es la realización de una redacción con unas indicaciones sobre su desarrollo. Trata sobre un viaje, sus preparativos, su transcurso y la llegada al punto de destino. He corregido unas sesenta y soy consciente de la enorme dejadez con que han sido realizadas. Si esto da medida de la competencia comunicativa de los chicos de mi centro, realmente es aterradoramente deficitaria. Escasa coherencia, deficiente cohesión, pésima ortografía, léxico endiabladamente pobre, faltas de concordancia verbales, signos de puntuación prácticamente inexistentes, anacolutos…

Yo estaba cuidando la prueba, los miraba atentamente aunque de vez en cuando había voces de protesta ante la realización del test de comprensión lectora y la engorrosa redacción para la que no se sentían nada motivados. Delante de mí había un muchacho boliviano que contestaba sin pensar demasiado las preguntas de comprensión lectora pero observé que a la vez escribía intensamente en una hoja cuadriculada dividida en cuatro pliegues. Vi que en ello ponía enorme interés no así en el test de los dichosos items aburridos. Me quedé con ganas de saber qué escribía. Cuando entregó el ejercicio, me dirigí a él que estaba sentado en primera fila y le pregunté directamente qué escribía. Es un buen chaval. Tiene fama de conflictivo pero en mi clase se porta bien. Se lo hice saber y él me lo agradeció. Me explicó que lo que estaba escribiendo era una carta que contestaba a otra que le había enviado una chica que se llama –pongamos- Vanessa. Me la enseñó y vi un corazón dibujado con el nombre de los dos: Aurelio y Vanessa. Los padres de ella se oponen a la relación y encierran a su hija sin salir de casa salvo para ir al instituto. Su amor es un amor prohibido. Los padres de Vanessa deben ver en Aurelio un latinoamericano poco apropiado para su hija de aquí. La tutora de ella me había hablado del conflicto y entonces até cabos. Es una relación al estilo de Montescos y Capuletos. Vanessa hace subir a Aurelio a su casa cuando sus padres no están y cuando estos se enteran de que ha estado en casa montan en cólera. Las dificultades aumentan la dimensión del amor –es un viejo tema literario-. Sentí simpatía por Aurelio aunque entiendo las razones de los padres. La hija –el ojito derecho de su padre- termina enrollándose a los trece años con un sudamericano que la lleva a ser mujer mucho antes de lo que ellos hubieran imaginado. Yo tengo una hija de doce años y puedo intuir gran parte del drama aquí montado. La tutora está desbordada por la situación y no hay día que no hable con alguno de los actores del protosainete.

Sentí curiosidad por la carta de Aurelio y por la de Vanessa. Sin duda dominarán los lugares comunes. ¿Hay algo que más se preste a los tópicos que el amor apasionado y prohibido? Deseo físico, ansias de huir juntos a un país lejano, ansia del otro… Nuestros alumnos no son intelectuales, al menos los que yo tengo. Son chavales de la calle. Su competencia comunicativa escrita es paupérrima y detestan todo lo libresco, eso que tanto placer nos causa a muchos de los que frecuentamos los blogs. Sin embargo, esto no impide que sientan intensamente –aunque no de una forma literaria-. Sus necesidades son otras, menos sofisticadas, pero igualmente valiosas. Nadie está por encima de nadie. A veces cuesta encontrarse con ellos, al menos a mí, por ese componente intelectual que me vertebra. Sin embargo, pienso que mis chicos de la calle probablemente sean más felices que otros que tienen una constitución más letrada, más elementales tal vez, más primarios para bien y para mal. Y además ahora recuerdo a Andrés Hurtado el protagonista de El árbol de la ciencia y sé que el conocimiento origina dolor evocando a Schopenhauer, y que la existencia es dolorosa, y que es una corriente impetuosa que nos arrastra sin ningún sentido más inclinándose por el absurdo. Así me sentí yo cuidando aquella prueba de competencia comunicativa, pero a la vez disfrutando del encuentro fugaz con Aurelio, ese muchacho boliviano enamorado, y que desde que bebe los vientos por Vanessa es un alumno, aunque no trabajador –alumnos trabajadores hay pocos, la verdad- sí que más humano y sensible. Y les aseguro que sus ojos de carnero a medio morir son todo un poema. Suerte, amigo. Que los hados te sean propicios. Y que los padres logren sobrellevarlo con prestancia, que la necesitan.

martes, 3 de noviembre de 2009

Conversaciones en el aula de informática


Este mediodía he mantenido un intercambio de opiniones con el coordinador de informática de mi instituto. Él quería saber si yo era favorable a la tecnología de libros digitales que empieza a emerger. He reflexionado rápidamente y le he dicho que yo me sentía vinculado al libro físico. ¿Por qué? Porque me produce emociones llegar hasta él, firmarlo, subrayarlo, leerlo, tocarlo, olerlo, cerrarlo y guardarlo en mi biblioteca hasta nueva ocasión que quizás llegue algún día. Menacho, el coordinador, se interrogaba por esa necesidad afectiva que tengo hacia el libro. ¿Para qué? El libro puede almacenarse en soporte digital y tener acceso al texto siempre que quieras. ¿Pero me garantizas que dentro de diez años seguirá existiendo el mismo soporte digital o habrá periclitado? No, -me ha contestado- nadie sabe qué habrá pasado dentro de diez años, pero ¿qué importancia tiene? El valor de las cosas es fungible. No tienen por qué durar toda la vida. Duran lo que duran y mientras nos aprovechamos de ellas, me dice. Esto me ha llevado a reflexionar sobre la importancia de los objetos para generaciones anteriores. Un objeto, un mueble, un libro era un elemento para toda la vida. Nuestra vida estaba unida a los objetos. Estos estaban ligados a nuestra vidas, eran nuestros compañeros. La filosofía de la modernidad es úsalo y tíralo. Desde los pañuelos a infinidad de elementos tecnológicos que ya no merece la pena reparar y los tiramos necesariamente. Ikea, la cadena sueca de muebles, ha establecido la filosofía de que un mueble no es para toda la vida. ¿Para qué queremos que dure toda la vida? Diez años es suficiente, parece decir Ikea, un ciclo, o medio ciclo vital. Y es una filosofía que ha calado. Ya los objetos son unos compañeros de ciclo de cinco o diez años. Me pregunto si esto tiene implicaciones vitales más profundas. En seguida he pensado en ese libro de Kundera que tiene un título genial pero que me desagrada profundamente por su fatuidad: La insoportable levedad del ser. Nunca el ser se ha visto tan contingente como ahora. Nada es estable, todo se transforma a velocidad de vértigo y nada permanece. Parece un koan budista. Todo es impermanente. Pero el ser humano padece la misma transitoriedad, la misma sensación de lo efímero en cuanto a su propia esencia. Todo va demasiado rápido y nos desgastamos a velocidad de vértigo. Estar en la cresta de la ola es demasiado costoso. Temo esa sensación de desgaste absoluto que tiene la contemporaneidad. Las relaciones humanas, las conversaciones, el tiempo para el diálogo, para ser, para permanecer, ofrece las mismas circunstancias de deterioro que los objetos. No soporto la levedad de los objetos a la vez que soy un entusiasta de la tecnología, sin la cual este blog no existiría. A la vez añoro las cartas físicas que nos escribíamos algún tiempo y que tenían una densidad mucho mayor que los correos electrónicos que ahora nos escribimos, añoro los espacios de encuentro que tenían mucha mayor sustancia que el facebook o el twitter, fenómenos de nuestro tiempo, ya sé que irrenunciables e imparables, pero añoro un sentir del mundo más estable, más profundo y más denso, más sereno. Todo va demasiado rápido. Quizás esto sea un efecto de mi edad y un joven ya no tenga las mismas coordenadas y viva en un mundo esencialmente efímero e impermanente. ¿Tiene alguna importancia leer los libros en soporte físico –el papel- o soporte digital? Supongo que no, pero ya sabemos hace algún tiempo, gracias a Marshall McLuhan, que el medio es el mensaje. Ese soporte evanescente, impermanente de lo digital nos hace quizás livianos, etéreos, sin demasiada dimensión. El ser humano desde el tiempo de los clásicos ha temido esa liviandad pero nunca ha sido tan real como es en nuestro tiempo. Tempus fugit. El ser humano no acaba de encontrar su esencia. Veo a mis alumnos inquietos, sin saber a qué mundo pertenecen, si es que pertenecen a algún mundo que no vaya a cambiar veinte veces a lo largo de su vida. Nuestros abuelos vivieron mundos más estables que cambiaron también dramáticamente, pero nunca la realidad ha sido tan inestable como la que vivimos ahora. Antes los cambios tenían una dimensión que era acogida como una nueva etapa en la vida y que se celebraba o lamentaba. Ahora vivimos en una transformación permanente en la que no sabemos a qué asirnos. ¿Cómo crecerá la sabiduría en este terreno? Porque crecerá no me cabe duda, pero lo que no sé si será un aprendizaje compartido. Uno que es aficionado a la literatura y a la cultura africana se pregunta si la enorme riqueza que supone la tradición (también esclavitud) y el acceso a la sabiduría que implica ¿por qué será sustituido en un mundo sin raíces? Temo vivir sin raíces, yo que he crecido sin ellas, pero siempre he ansiado la serenidad, el goce del detenimiento, la eternidad.

Menacho, desde luego no compartía nada de mi visión, ni de mi pesimismo, ni de mi añoranza, sino todo lo contrario. El mundo está bien siendo impermanente. Al final nos morimos y ¿qué permanece?, mientras tanto las cosas cambian continuamente. Es así. Y no hay muchas vueltas que darle, es el sino de nuestro tiempo.

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