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lunes, 28 de abril de 2008

El corazón de las tinieblas

A propósito de lecturas iniciáticas ¿os habéis dado cuenta del papel de la literatura en nuestras vidas? Parece que se confirma la sentencia de Dios los cría y ellos se juntan. Todos los que habéis dejado vuestra lista de lecturas en Primera memoria, sin duda habéis transcrito una parte de vuestras vidas, la expresada a través de los libros que habéis leído en vuestra juventud y que os marcaron. La lista es extensa y no me resulta desconocida en absoluto. Conozco y he leído el ochenta por ciento de los libros citados, antes de los veinticinco o después de esa cifra aleatoria. No sería el que soy sin Cortázar, sin Dostoievsky, sin Tolstoy, sin Hermann Melville, sin Conrad, sin Kafka, sin Joyce, sin Saint-Exupery, sin Thomas Mann, sin Juan Rulfo, sin Cervantes, sin Clarín, sin Galdós, sin Baroja, sin Lawrence Durrell, sin Bukowsky, sin Asimov, sin Frank Herbert, sin Tolkien, sin Chandler, sin Matthew Lewis, sin Lovecraft, sin R. L. Stevenson, sin Jack London, sin Balzac, sin Stendhal, sin Flaubert, sin García Márquez, sin Borges, sin Alejo Carpentier, sin Boris Vian, sin Julio Verne, sin Salgari, sin Mortadelo y Filemón, sin el capitán Trueno, sin Richmal Crompton (la autora de las aventuras de Guillermo)…

Me pregunto quién sería yo sin ellos. No puedo entender mi vida sin los entes de ficción que me conformaron. Mi encuentro con los libros inicial fue el de un necesitado de consuelo. Necesitaba su presencia. Primero con los tebeos de los que fui un devorador compulsivo, y luego, a los once años, de los libros cuando los descubrí sin que nadie me dijera que existían. En mi casa no había ningún libro. Fui yo quien los compré todos e hice que llegaran a mi hermano quien tuvo ya la mitad de la faena hecha. Sólo tenía que leerlos. Me pregunto si en todos los que leéis este blog y otros semejantes basados en el amor a los libros hay un sustrato común. Profesor en la secundaria es la historia de un antiguo profesor de literatura que amaba hablar de libros con sus alumnos. Así lo hice durante muchos años. Cambiaron los tiempos y las leyes educativas y la enseñanza de la literatura perdió su lugar privilegiado. Hoy es una brizna irrelevante en los modernos planes educativos. Pero yo me pregunto si es necesaria la enseñanza de la literatura. Yo no la necesité para nada hasta llegar a la universidad donde aprendí a leer con algún criterio y descubrí en una asignatura fascinante de Literatura Hispanoamericana, la colección de novelas más apasionante que había conocido hasta entonces.

Me hice lector al margen de lo académico. Espero que entre mis alumnos exista también esa necesidad íntima de ir más allá de sus vidas, de buscar claves literarias que ayuden a comprender la existencia. Yo no les podré enseñar literatura porque ya el sistema no lo permite, pero ellos, algunos al menos, descubrirán los afluentes secretos que llevan hasta el río Congo, el más oscuro y misterioso de la tierra, el río desde el cual fluyen los meandros misteriosos de la literatura: el corazón de las tinieblas.

jueves, 24 de abril de 2008

Primera memoria


Tengo una relación tormentosa y difícil con las lecturas que me iniciaron en la literatura adulta. Algunas supusieron una epifanía en mi proceso de maduración. Recuerdo la intensa sensación de maravilla cuando me enfrenté a ellas. Tenía menos de veinticinco años. Lo que leí hasta los dieciocho no merece la pena reseñarlo. A veces he contado que no tuve maestros que me introdujeran en la literatura y hube de explorar por mi propia cuenta sin demasiados criterios. Quiero plantear aquí una cuestión a los que seguís este blog. ¿Qué libros os marcaron antes de los veinticinco años? He dicho que mantengo una relación complicada con estos títulos porque cuando los he releído a una edad madura no he encontrado ni de lejos la misma sensación de iluminación que tuve en su primera lectura. Sin embargo, me quedo decididamente con ese primer descubrimiento. Yo, como Aureliano Buendía cuando estaba frente al pelotón de fusilamiento y le vino la imagen de cuando su padre le llevó a conocer el hielo, tengo mitos y alucinaciones personales de primeras lecturas que nunca, tiempo después, se han reproducido. Estos son mis libros escogidos. Me quedo con aquella primera lectura maravillada. ¿Cuáles son los vuestros?

Rayuela, de Julio Cortázar
El diablo en la botella de Robert Louis Stevenson.
Esperando a Godot de Samuel Beckett.
Orlando de Virginia Wolf
El cuarteto de Alejandría de Lawrence Durrell
El que acecha en el umbral de H. P. Lovecraft
Concilio de amor de Oscar Panizza
La espuma de los días de Boris Vian
Campos de Níjar de Juan Goytisolo.
El señor de los anillos de Tolkien
El hombre rebelde de Albert Camus.
Las comedias bárbaras de Valle-Inclán
Guillermo Tell tiene los ojos tristes de Alfonso Sastre.
Las once mil vergas de Apollinaire.
Dune de Frank Herbert.
La isla de Aldous Huxley.
Crónicas marcianas de Ray Bradbury.
Las enseñanzas de don Juan de Carlos Castaneda.
Bajo el volcán de Malcolm Lowry

lunes, 21 de abril de 2008

Un universo poético


Cuando tenía veinte años descubrí maravillado dos obras literarias que se transformaron para mí en creaciones de culto. Una de ellas fue Esperando a Godot de Samuel Beckett y la otra fue La espuma de los días de Boris Vian. Recuerdo la impresión y la conmoción que me causaron la lectura de estas dos obras literarias. Creo que me devolvieron al paisaje de mi infancia y a la pasión con que leí La isla misteriosa de Julio Verne una veintena de veces un verano.

No voy a hablar de Esperando a Godot. Hoy voy a referirme a Boris Vian y su imaginación patafísica que se proyecta en todas sus creaciones geniales: La espuma de los días, El otoño en Pekín, El arrancacorazones, La hierba roja, El lobo-hombre, una colección magnífica de cuentos titulada: Los perros, el deseo, el amor y la muerte, amen de aquella novela negra escrita con el sobrenombre de Vernon Sullivan, Escupiré sobre vuestra tumba…El universo de Boris Vian es un universo surreal que no encubre una concepción pesimista de la existencia. Hay pocas cosas que merezcan la pena, comienza una de sus novelas, el amor con chicas hermosas y la música de jazz de Duke Ellington o de Nueva Orleáns. El resto es feo, y debería desaparecer. En el mundo de Boris Vian todo es posible, la realidad es fragmentaria y trágica y el tiempo ocupa en su capacidad devastadora un lugar fundamental. De ahí ese título desolador que es La espuma de los días, una historia de amor trágica, como todas las grandes historias de amor, entre Colin y Chloé.

Recuerdo que esta obra que acabo de citar fue lectura obligatoria durante varios años en los años ochenta y noventa del siglo pasado en segundo de BUP, lo que es el equivalente de cuarto de ESO. Otras veces era lectura orientada y luego posteriormente objeto de intercambio con los compañeros de clase. Su lectura, especialmente en las chicas y los chicos sensibles resultaba demoledora. Pocas obras he visto que desgarraran tanto la sensibilidad de los adolescentes como La espuma de los días. Había un antes y un después de la lectura de la obra. Esta historia triste les sugería la levedad de la vida, la fragilidad de la existencia humana y el amor como uno de los resortes que dan sentido a nuestro devenir. Colin se arruina comprando flores para contrarrestar el nenúfar maligno que Chloé tiene en el pulmón. Se ha de poner a trabajar y tiene ocupaciones terribles como la de anunciar a la gente las desgracias que le van a pasar. Había quienes consideraban a la obra como extremadamente cruel y quienes veían una cierta dosis de esperanza. El final era sombrío. El universo se desmorona y nada queda en pie de todo lo que ha tenido vida. A ninguno les dejaba indiferente y la sensación que yo sentía era la de auténtica conmoción espiritual que percibía a través de sus varios folios enteros que escribían intentando describir el estado emocional que había dejado en ellos la novela.

Traigo esto a colación, recordando otro tiempo, porque en varias ocasiones en los últimos años he intentado recuperar la magia de aquellas lecturas. Hay quienes han dicho que La espuma de los días es una obra juvenil, que se identifica con las turbulencias existenciales de ese periodo de la vida. Sin embargo, he de reconocer que la lectura impuesta como obligatoria en cuarto de la Eso hace tres años, como la de éste en que ha sido una lectura orientada para intercambiar, ha sido un completo fracaso. En general y casi sin excepción, la obra les aburría, les parecía ininteresante y, sobre todo, demasiado imaginativa. Les molestaba esa transgresión de la realidad que se opera constantemente en ella y que lleva a que los ratones hablen o las paredes de una casa tengan vida y se encojan según la evolución de la enfermedad. Los adolescentes percibían algo como muy cruel dentro de ella, pero reconocían que ese universo que enseguida comenzaron a llamar “surrealista” les desbordaba y llegaba a producirles tedio lector. La desrealización de la novela y de los personajes les exasperaba, la fragmentación del espacio y del tiempo les producía irritación, la imaginación desbordante del texto les confundía y producía distanciamiento y animadversión. Aún así reconocían que la novela, críptica para ellos, era demasiado imaginativa y que ellos carecían de la imaginación necesaria para leerla.

Vida, amor, muerte, deseo, mutación… son componentes literarios de la mejor literatura. Mis alumnos actuales, sin duda, son mucho más terrenales, más concretos, más realistas, más tecnológicos, más pragmáticos y los modelos han cambiado. Harry Potter es un héroe que se identifica con muchas de sus inseguridades y tormentas adolescentes, pero es un héroe lógico, hay magia pero no hay surrealidad, ese componente detonante de pasiones en otras generaciones.

A cada época sus libros; a cada tiempo, su imaginación particular; a cada adolescente, su sueño perturbador. Pero qué lástima que el mundo transgresor de Boris Vian les caiga tan lejano e incomprensible. Creo que no me he resignado a este cambio y espero anhelante que algún chaval descubra alguna vez de nuevo el universo cruel y poético de Boris Vian. No sé…

viernes, 18 de abril de 2008

Lluvia en Macondo


El día ha estado marcado por la lluvia abundante que tanta falta está haciendo. Tengo varias guardias. Los cuartos han salido de excursión y tengo que cubrir las ausencias que han dejado los profesores. Subo a primero D. En cinco mesas se colocan una veintena de chicos y chicas. La mayoría son hijos de inmigrantes magrebíes y latinoamericanos. Es un curso de ritmo lento, como le llamamos aquí. Entro y me presento. La profesora tardará un poquito pero podéis ir estudiando el tema 11. Pero antes les pregunto cómo se llaman. Sé que en infantil comienza en algunos colegios la jornada dándose todos el buenos días. Lo aplico a los chavales. Les pregunto cómo se llaman y cuando me lo dicen entre risas les digo Buenos días, Fátima; buenos días, Rachid; buenos días Lassen; buenos días, Rafaela, así hasta los veinte que son. Algunos nombres son nuevos para mí y son difíciles de pronunciar. Lo hago lo mejor posible porque esto siempre da lugar a risas sobre la persona mencionada. Les hace gracia y crea un estado de bienestar en el aula. Les digo que les saludo porque quizás alguna vez yo sea su profesor y hemos de empezar a conocernos. Cuando estamos disfrutando del momento llega la profesora que se había quedado atrapada en un atasco y salgo del aula. A lo largo de la mañana me los encontraré en el vestíbulo pues no pueden salir al patio por la lluvia. Recuerdo algunos nombres. Les saludo y ellos, encantados, me lo devuelven.

Me paso la mañana haciendo pasillos, metiendo a los alumnos al aula, preguntando a los que deambulan de aquí para allá que qué están haciendo, que adónde van. Observo el clima en las diferentes aulas. Parecen relajados aunque a veces se oye a profesores o profesoras realmente enfadados. Distingo algunos gritos y me doy cuenta de lo agresivos que resultan. Crean un clima desagradable. Me digo que no he de caer en ellos aunque mis alumnos se porten rematadamente mal. Observo la lluvia cayendo por los patios. Todos la celebramos como algo grato. Se ha interiorizado la sequía y somos conscientes de lo que está en juego.

De pronto me llaman del piso sexto. Hay una emergencia. Subo corriendo. Un alumno, al que conozco bien, padece un ataque de ansiedad. El profesor de filosofía, que está haciendo un examen, lo atiende; también una profesora de Experimentales. El chaval –vamos a llamarlo Álex- está tendido en el suelo estremeciéndose por las convulsiones. Es el segundo o tercer ataque que sufre esta mañana. Ha venido su madre que es consciente de la situación pero estima que es mejor que esté en el centro. También el psiquiatra que lo lleva. Impedimos que se muerda la lengua y con palabras afectuosas y tranquilizadoras intentamos calmarlo. Álex, Álex… Lleva tapones de cera para no excitarse con los timbres y los gritos. Está obsesionado con el curso de primero de bachillerato. Piensa que no se lo va a sacar y su responsabilidad le lleva a padecer frecuentes ataques de ansiedad. Sus compañeros lo cuidan y ya están habituados a sus convulsiones y a que tenga que salir de clase cuando le vienen. Son casi diarios. Le damos un diazepan que lleva para casos así. Se lo metemos en la boca, parece ahogarse, vomita y lo echa. Parece quedarse tranquilo. Se toma otro. Al cabo de diez minutos parece serenarse. No es un caso para llamar a la ambulancia. Es algo cotidiano. No quiere irse a casa. Quiere asistir a las clases que faltan de la mañana, nos dice en voz muy bajita. Sus compañeros lo llevan a la clase de física que le toca a la siguiente hora. Algo que ha dicho se me ha quedado grabado: no sirvo para nada. Es un pensamiento peligroso y potencialmente destructivo. Todos estamos sobre el caso y somos conscientes de su situación pero no sabemos muy bien cómo actuar más allá de la buena intención.

Al final de la mañana, por fin me llega la hora de dar una clase. Dejo a Álex calmado de momento y me voy a dar mi clase de bachillerato, mis únicas tres horas de literatura. Hoy nos tocan los capítulos once, doce, trece y catorce de Cien años de Soledad. Tengo cuatro alumnos. Cada uno expone uno. Yo voy orientando la exposición, sobre todo haciendo que no se pierdan en el piélago de infinitos acontecimientos que acaecen a la familia Buendía. Hoy le tocaba el turno a Aureliano Segundo, tan amigo él de las parrandas. Se casa con una mujer fúnebre, Fernanda del Carpio pero sigue teniendo como amante a la vital Petra Cotes que le hace disfrutar del amor y de la cama…Remedios la Bella asciende al cielo, tras causar estragos entre los hombres a los cuales su olor excitaba…

Una mañana densa, llena de vida, en que se mezcla, como a mí me gusta, la vida y la literatura, la cercanía, los descubrimientos, las conversaciones infinitas, la humanidad, los saludos, los encuentros en los pasillos, lo inesperado, la fragilidad… Y esa terrible frase bajo la lluvia de Yo no sirvo para nada sobre la que habré de volver para hablar con Álex. Quizás un melancólico sirva tal vez para comprender a alguien que está sufriendo y preguntándose qué hace aquí. Una pregunta existencial e inquietante. A veces pienso que los universos mágicos como el de García Márquez ayudan también a entender la realidad real que nos rodea, abruma y fascina.

lunes, 14 de abril de 2008

Los maestros y la segunda República


¿Qué hablar hoy, un soleado catorce de abril, con una primavera en ciernes, y que nos sirva para recordar aquel otro catorce de abril de 1931? Para los que desconozcan la fecha allende el océano, éste es el día en que se proclamó la Segunda República Española, que duró escasamente ocho años y fue víctima de un cruento golpe de estado y una terrible guerra civil que acabó con ella e instauró cuarenta años de dictadura franquista.

Quiero rememorar en este día los ideales republicanos y su intensa campaña en pos de la enseñanza pública a la que deberían tener acceso todos los españoles y no sólo aquellos que pudieran alcanzarla por su nivel de renta. En efecto, la República se encontró con un país vastamente analfabeto y llevó adelante una escuela pública, obligatoria, laica, mixta e inspirada en el ideal de la solidaridad humana. Muchos de sus ideales estaban contenidos en la Institución Libre de la Enseñanza. Aquella escuela debía ser la piedra angular de la República. Para instaurar un proceso democrático era necesario un pueblo alfabetizado. La mejor tarjeta de presentación republicana fue su proyecto educativo.

Se proyectó la construcción de 27.000 escuelas en toda la geografía española y la república se propuso poner en ella a los mejores maestros. Estos estaban poco formados. Es la República la que eleva el Magisterio a carrera universitaria y mejora sustancialmente los sueldos de los maestros. Del mismo modo, se inician los cursos de formación, a cargo de los inspectores, para mejorar la capacitación de los docentes.

Se hizo del alumno el centro del proyecto pedagógico. Se le hizo protagonista de las clases y de su formación. Cuando había que estudiar la naturaleza se le sacaba al campo para observar y experimentar. Recordemos la magnífica película La lengua de las mariposas con guión del desaparecido Rafael Azcona. Los trabajos de campo se convierten en esenciales para estimular la curiosidad del alumno y su participación en el proceso de aprendizaje.

Por otro lado se impide a las órdenes religiosas aleccionar a los niños con sus enseñanzas. Los jesuitas que tenían una gran influencia en la educación son disueltos. A los maestros se les liberó de impartir enseñanza religiosa. Muchas órdenes religiosas optaron en contrapartida en poner a seglares al frente de sus proyectos para evitar las restricciones que hubo en aquel campo.

En el bienio radical-cedista (1933-1936) muchos de los proyectos republicanos fueron frenados, aunque no liquidados. De este periodo hay que destacar un buen plan para el bachillerato y una comisión para la reforma técnica de la escuela que no pudo dar sus frutos por el baile de cambios de ministros en el campo de Instrucción pública y Bellas artes que era como se llamaba el ministerio de Educación.

Antes que educar la república tuvo que alimentar y vestir incluso a los alumnos. Tuvieron un gran auge las colonias escolares. Los alumnos viajaban al mar o la montaña, salían de excursión, hacían deporte y, sobre todo, comían. En la escuela los alumnos ganaban kilos por la alimentación que se les proporcionaba.

Las teorías pedagógicas de aquel tiempo hacían del maestro el centro del proyecto pedagógico, especialmente de los maestros rurales. España era fundamentalmente un país rural y había que llegar hasta el último punto de España con escuelas sembradas por todos los sitios.

La motivación del alumnado era fundamental para evitar su distracción con preguntas constantes y el esfuerzo continuo para despertar su curiosidad. Tomar a cada alumno como único y plantearle problemas que debía resolver él.

Me atrae el proyecto republicano por su énfasis en el despertar la curiosidad de los alumnos. Con este post pretendo hacer un modesto homenaje a los maestros de la república y al inicio de los modernos métodos pedagógicos. Ellos fueron capaces de conciliar la escuela social con la escuela intelectual. Una buena base y un excelente bachillerato. Los mejores esfuerzos en España en cuanto a innovación educativa y calidad de la enseñanza comienzan con las Misiones Pedagógicas de la Segunda República. Por aquellos maestros que nos enseñaron el camino, no necesariamente un camino de condescendencia sino de exigencia a la vez en que el alumno se convertía en el centro del aprendizaje.

jueves, 10 de abril de 2008

El barrio chino y el Dalai Lama


La profesora Soledad V. me propuso hace unos días acompañarla a una salida que iba a hacer con alumnos de bachillerato, de primero y segundo. Enseguida me ofrecí con gusto. Una mañana en Barcelona, esa ciudad que tanto amo, es algo que no hace falta que me lo ofrezcan dos veces. El objeto de la salida en principio era visitar la sede del Parlament de Catalunya y conocer su vida institucional, recorreríamos luego el centro de Barcelona para llegar a una exposición sobre los bombardeos fascistas sobre la ciudad durante la guerra Civil.

La mañana ha sido pródiga en comunicación con mi compañera y con los alumnos de bachillerato a los que había tenido en cuarto de la ESO y algún curso de Literatura Universal el año pasado. Me ha asombrado el proceso de maduración que se da en ellos al llegar el bachillerato. El ambiente de la ESO se va progresivamente olvidando y los chavales entran progresivamente en el mundo de la cultura, la política y la historia. Al menos las dos visitas programadas tenían que ver con ello. Me pregunto al hilo de esto si es buena idea la de prolongar la Secundaria hasta los dieciséis años. El bachillerato queda excesivamente corto en dos años en el que uno es de adaptación y el otro se convierte en una prueba de fuerza por la exigencia que supone. No sé cómo se podría conseguir un bachillerato de tres años. Es una de las reivindicaciones más lógicas que he oído entre las diferentes corrientes ideológicas que se dan en la enseñanza. En este año añadido, probablemente empezando un año antes, se podría incluir muchas asignaturas que hoy no tienen cabida en estos dos años condensados al máximo. Por ejemplo, la enseñanza de la literatura.

Hoy los chavales se han interesado por la vida política en Catalunya. El parlament que habían visto muchas veces por televisión ha tomado relieve ante ellos. El parque de la Ciutadella, uno de los más hermosos que conozco, les ha hablado del pasado de la ciudad de Barcelona, de la derrota de 1714, del Institut Escola, en el centro del parque donde estudió Maria Aurèlia Capmany, la mujer que da nombre al instituto donde estudian, de la represión tras la guerra civil…

Ya en el centro de Barcelona, en las Ramblas, hemos entrado a almorzar en el Jardí de les Fades, un ambiente en penumbra que invitaba a la reflexión, por ejemplo de la situación en el Tibet, que estos días está en el centro de los telediarios. Varias alumnas se han interesado por este país y la figura del Dalai Lama, por la represión china. Alguien ha objetado que se está dando mucha relevancia a lo que pasa en el Tibet pero que se está olvidando lo que sucede en Palestina. Una alumna rusa, que nació a orillas del mar Negro, nos hablaba de sus recuerdos de infancia en Rusia. Ha hecho el trabajo de investigación sobre La revolución rusa y el estalinismo.

Atravesando el barrio Chino se les ha aparecido un espectáculo que les ha fascinado y asustado. Por unos momentos parecía que atravesábamos una de las calles de prostitutas del libro Ibrahim y las flores del Corán. Durante unos minutos aquello ha parecido intensamente cinematográfico con los chulos y las prostitutas alineados en el corazón de aquel barrio mítico que fue en tiempos el barrio Chino y que Jean Genet retrato en sus diarios fruto de su estancia varios años allí.

El recorrido ha acabado en la plaza de Universidad, frente a la facultad de Filología que alguno quiere estudiar. Un muchacho italiano nos ha explicado en correcto catalán (era de Cerdeña, de una ciudad –El Alguer- donde se habla catalán) los bombardeos italianos sobre la ciudad de Barcelona. Fueron realmente criminales. Durante tres días –en marzo de 1938- estuvieron bombardeando cada tres horas, algo así como en Guernica. Murieron unas mil personas en tres días. Los italianos –nos ha dicho- no son conscientes de su actuación en la guerra ni la terrible campaña contra Etiopía donde se utilizaron gases tóxicos que produjeron decenas de miles de muertos.

Me ha gustado la salida por la compañía y porque he observado que nuestros chavales van madurando y que el mundo y la historia entra en ellos. Quizás sólo es cuestión de tiempo y una enseñanza más exigente y selectiva. Cuando hablo de la escuela social versus la intelectual, quiero decir que es necesario ampliar los años de formación académica realmente densos. La ESO consigue objetivos sociales muy interesantes, pero no hay que dejar de lado la formación intelectual de nuestros alumnos que sólo puede darse en una atmósfera apropiada a las inquietudes artísticas, sociales y literarias de estos jóvenes en formación.

martes, 8 de abril de 2008

Aprendizaje por competencias

En el último curso ha empezado a aplicarse la LOE en la Secundaria española y estamos inmersos en un cambio de modelos de enseñanza-aprendizaje que todavía no han calado en el conjunto del profesorado. Este nuevo modelo viene por la introducción de un nuevo concepto sobre el cual hay edificada toda una línea pedagógica. Ésta es la enseñanza por “competencias”.

¿Qué diferencia existe entre competencia y capacidad según esta escuela. La capacidad significaría la potencialidad de hacer una cosa. Es un concepto estático en relación a competencia puesto que ésta consiste en ser capaz de llevar a la realidad, a la actuación, lo que la capacidad era sólo potencia. Ésta es un concepto dinámico.

Se han seleccionado ocho competencias básicas que deberán alcanzar todos los alumnos que estudien la secundaria obligatoria. Serían como los cimientos sobre el que se construye el edificio del aprendizaje. Estas competencias son las siguientes: Comunicación en lengua materna y en lenguas extranjeras, competencia matemática, competencia científico-tecnológica, competencia digital, competencia social y ciudadana, competencia artística y cultural y , dos más , que son la base de todas ellas, competencia para aprender a aprender y competencia para aprender a emprender.

Esto supone un enfoque global del currículo puesto que estas competencias afectan a todas las áreas de aprendizaje. Es tarea de todas las áreas mejorar la comprensión lectora y la expresión oral y escrita, por ejemplo; del mismo modo es competencia de todas el uso de las nuevas tecnologías de la información y comunicación; o la difusión de modelos de convivencia democráticos.
Ello no supone un gran cambio en cuanto al tema de los conocimientos. Lo que debe cambiar es el enfoque. Se trata de cambiar la metodología docente para que los alumnos adquieran dichas competencias en la convergencia de todas las materias. Pues todos los profesores desde sus respectivas materias tienen una responsabilidad compartida en esta tarea. Las competencias básicas no están vinculadas a una materia determinada, sino a todas.

Por otra parte, hacer hincapié en las competencias básicas exige orientar los aprendizajes para conseguir que el alumnado desarrolle diversas formas de actuación y adquieran la capacidad de enfrentarse a situaciones nuevas desde actitudes positivas.

Se busca que este modelo obtenga resultados de valor personal y social.

Mucho me temo que este debate todavía no se ha iniciado en los centros de enseñanza. ¿Cómo debe variar nuestro enfoque de las areas de aprendizaje? ¿Cómo nos coordinaremos para llevar adelante este modelo que puede levantar numerosas suceptibilidades entre las diferentes áreas? Ello supondrá un elevado número de reuniones teóricas y cursos de formación. Chocará asimismo con las dinámicas instauradas en el modo de funcionar los departamentos que habrán de colaborar con otros departamentos. ¿Se considerará como una competencia real el hecho de que todos hayan de trabajar por la mejora de la capacidad de expresión y ortografía? Tengo mis dudas.

Hay, por otra parte, quien críticamente ha relacionado este sistema de las competencias como la expresión máxima de la doctrina de la productividad capitalista, la eficacia, un auténtico modelo empresarial que busca modelar ciudadanos acordes y nada críticos hacia un sistema productivo que puede ser considerado radicalmente injusto. Se echa en falta en este modelo calificado de economicista -búsqueda del mayor rendimiento de la empresa personal y educativa- un enfoque crítico de la realidad social, se le juzga como no transformador de la realidad ni compensador de la desigualdad. Se ve en este modelo una especie de aplicación de aquel concepto novedoso de la inteligencia emocional, pero que al final fue el manual de aprendizaje de empresarios con ganas de sacar mayores rendimientos de su personal. Vamos, una especie de manual como aquel titulado ¿Quien se ha llevado mi queso?

sábado, 5 de abril de 2008

Violentos y puros


El enemigo de la clase es un texto dramático escrito en la década de los setenta por el dramaturgo británico Nigel Williams. Retrata un clima violento dentro del aula protagonizado por seis alumnos problemáticos que acaban de expulsar a su profesora y esperan la llegada de un nuevo profesor. La obra ha sido adaptada a la realidad actual y traducida por David Desola y está dirigida por Marta Angelat. Actualmente está recorriendo España con un cierto éxito. En Cataluña tendremos que esperar para verla hasta que dentro de unos meses llegue a Figueres. No sé si podremos verla en Barcelona.

Mientras esperan, los alumnos se golpean entre ellos y hacen barricadas para que nadie pueda entrar, aunque en el fondo esperan que se abra la puerta para que llegue alguna esperanza, al menos en el planteamiento de Nigel Williams y por parte de los adaptadores que la han considerado como muy próxima a los conflictos que actualmente se viven en las aulas y que con frecuencia salen en la prensa.

Traigo a colación esta obra porque en ella actúa un exalumno mío, Ayoub El Hilali al que dediqué un post hace un tiempo. Representa al personaje de Falafel, un joven marroquí que se siente aislado del mundo que le rodea. Ayoub es hermano de Hamza El Hilali que protagonizó hace un año la película Fuerte Apache y que también recogí en este blog. Ambos se han dedicado al teatro y al cine siguiendo los pasos de su madre Amina que también ha actuado en alguna obra de teatro como “Amina busca feina”.

Para mí es una satisfacción ver cómo unos jóvenes que he visto en las aulas y he sido su profesor, progresan en el mundo de la interpretación rompiendo moldes y esquemas sobre las limitaciones que suponen su carácter de hijos de inmigrantes. Me alegra que estos chavales hayan sabido abrirse camino, y estaré muy atento a su evolución de la que espero estar informado.

Sin embargo, quiero hablar del texto de Nigel Williams que escenifica el cinematográfico tema de Rebelión en las aulas que tanto juego ha dado dramática y literariamente. En el planteamiento de la obra, unos chavales problemáticos y desesperados, que se aburren, escenifican peleas y conflictos que en el fondo esconden su inseguridad y su miedo. El enemigo de la clase se estructura también en torno a la clase que da cada uno de ellos sobre su tema favorito mientras esperan a su profesor. La tesis de los adaptadores de la obra es que el sistema es incapaz de dar salida a ese magma que brota de esos corazones puros y adolescentes tan extraviados en la búsqueda de sí mismos. Su violencia es expresión de esta rebeldía que les lleva a enfrentarse a todo –a los padres, a la escuela, al sistema-. Aderécese todo esto con música hip hop y reggae y se tendrá un producto que muchos aplaudirán como altamente simbólico de la realidad actual.

¡Qué plástica y teatral es la imagen del joven conflictivo y rebelde! ¡Qué juego dramático más admirable que plantea! Sin duda es un tema atractivo y vigente, pero no sé por qué los chavales conflictivos que he conocido –y son bastantes en los últimos años- no resultan tan interesantes ni tan dramáticos como aquí se ofrecen ni los considero capaces de dar una clase por sí mismos expresando su concepción del mundo y revelando sus anhelos y frustraciones existenciales. Lo que yo he visto es bastante más trivial, fruto de una mala educación sin límites impuestos por los padres o tutores, a los que estos chavales hace ya tiempo que se les han escapado.

Imagino que gustan los estereotipos y ver en esos jóvenes “airados” un símbolo es un poderoso atractivo que sedujo a Nigel Williams y a los adaptadores de esta obra, que dudo que tenga que ver en absoluto con la realidad pero que la muestra desde un ángulo muy atractivo. Los espectadores que han asistido a la obra y han dejado su opinión dicen que es una obra muy interesante y la ven como muy actual.

Sin embargo, nada en la historia de Ayoub El Hilali, uno de los protagonistas como he dicho antes, tiene que ver con el argumento de la obra, pues este muchacho fue siempre sumamente educado y nada problemático. Creo que la rebeldía no necesita de las formas violentas ni groseras para expresarse. Todo lo que lleve a magnificar la violencia en su lado estético -que lo tiene- no contribuye a construir una sociedad respetuosa con los valores humanos. La violencia es una realidad que existe por doquier, pero me inquieta que se haga con ella un discurso estético sobre la desazón existencial. Los verdaderos rebeldes no son violentos ni maleducados, no deberían serlo. Pero en cuanto pueda, iré a ver la obra.

martes, 1 de abril de 2008

Lo misterioso y lo sagrado

Hay un momento mágico en el día para mí. Es hacia las nueve de la noche cuando llega la hora del cuento de mi hija pequeña. Ha terminado la cena, se ha puesto el pijama y me espera tumbada en la cama con el libro que estamos leyendo. Si estoy enfrascado en algo trabajando con el ordenador, oigo una voz cantarina que me reclama. “Papi, ya”. Salgo de mis tareas, guardo el documento, y bajo con placer. Son unos veinte minutos densos que nos sumergen en historias generalmente de niños a los que les ocurren extrañas aventuras. Mi hija es más oyente que lectora. Le cuesta terminar los libros. Hay que dejarle tiempo al tiempo. Todo llegará -me digo-. Lo importante es desarrollar esa propensión innata del ser humano de escuchar historias que nos fascinan. A mi hija Lucía, que tiene ocho años, le encantan las leyendas en que el amor y la muerte ocupen lugares importantes. Sobre todo cuando viajamos, en el coche, me asalta para que le cuente alguna leyenda. Galicia es territorio privilegiado de leyendas y allí vamos con cierta frecuencia. Me he comprado varios libros que narran leyendas de aquellas tierras y se las voy adaptando a su edad. Hay algunas realmente crueles y misteriosas.

Necesitamos del misterio en nuestras vidas -me digo-; necesitamos de historias o azares que vayan más allá de la realidad cotidiana que vivimos; nos gustan los encuentros inesperados y los bucles del tiempo. Para ello nuestro cerebro esencialmente fantasioso precisa de la ficción. Recuerdo que cuando era niño, como no tenía a nadie que me contara historias al anochecer, acechaba muy atento las conversaciones de los mayores. Era un tiempo menos frenético y había espacio ancho para perderlo en conversaciones larguísimas que se enhebraban mágicamente por las mañanas entre las vecinas de mi casa. Contaban historias de muertos y cementerios, de fuegos fatuos, de aparecidos, de hombres que un día se van de su casa y nadie sabe de ellos durante muchos años, al cabo de los cuales vuelven totalmente cambiados. Ese momento me maravillaba. El reencuentro con las personas que lo amaron pero que ya habían prescindido de él. Mi mente de niño se alimentaba de estas imágenes contadas en la escalera, pero también las monjas del colegio nos narraban historias terroríficas en tardes infinitas de lluvia: nos contaban con lujo de detalles acerca del día del Juicio Final en que Dios llegaría sobre las nubes y entre truenos sonando las trompetas que tocarían los arcángeles. Estas historias me sobrecogían y me infundían un enorme terror hacia lo sagrado, temor que se reforzó con mi primera comunión que recuerdo unida a la imagen del pecado y de las postrimerías.

Sentía miedo, pero todo aquello, junto a los rezos infinitos en la capilla en penumbra de la iglesia me hacían vivir en la imaginación junto a abismos y estremecimientos que hoy, que conozco algo de la historia de la literatura, se me aparecen como claramente góticos. Mucho tiempo después leí una novela de Matthew Lewis, titulada El monje, una colección de historias de conventos, de pasadizos y de monjes malignos, unido a la presencial del diablo. Aquella novela, junto a otras góticas como Melmoth el Errabundo de Charles Maturin o El castillo de Otranto de Horace Walpole me llevaron de nuevo al paisaje de mi niñez, a mis historias de estremecimientos y hechizos en presencia de procesiones durante la Semana Santa a las que asistía embobado horas y horas.

Pienso que el mundo moderno se ha librado de estos terrores antiguos, de la imagen del diablo y del pecado, de aquellos rezos interminables y letanías que eran pequeños poemas. Ya nadie se estremece ante las descripciones del fin del mundo. Vivimos en un realidad más plana, menos propensa al misterio y a lo sagrado. Pero me digo que es difícil entender la historia de la literatura -sus novelas y leyendas románticas o medievales- sin esa presencia ominosa tal vez de lo que está más allá de nuestra comprensión. Creo que la pérdida de todo esto, que nuestros niños se eduquen con historias de Teo en el supermercado como máximo exponente del misterio les hace más terrenos y concretos. Pero esa ansia de lo fantasmagórico y de lo mágico vuelve a resurgir con fuerza. No entenderíamos el éxito mundial de Harry Potter, sin ver detrás la necesidad adolescente de sentir con fuerza lo que está más allá de nuestra comprensión, lo que roza lo sagrado o llamémoslo mágico. Nos resistimos a que nuestras vidas carezcan de dimensiones desconocidas y a vivir permanente y únicamente en los nuevos templos de nuestro tiempo: las áreas comerciales, la auténtica épica del mundo moderno.

Me gustaría que Lucía se educara tambien en esas leyendas que le ayuden a entender también la mística, la narración gótica o el misterio sin resolver que late tras Dulcinea del Toboso. El ser humano se ha hecho en lucha contra la superstición, en contra de lo irracional, pero cuando lo arrojamos de nuestra realidad por la puerta, retorna agazapado por la ventana, que creíamos cerrada o por la chimenea, aunque en ella hayamos colocado, como en Aragón, un espantabrujas.

sábado, 29 de marzo de 2008

Cronopios y famas


Muchas veces me he preguntado por qué no he cuidado más mi carrera docente, sobre todo me lo cuestiono cuando soy testigo de la fiebre desatada en Cataluña por parte de muchos profesores para alcanzar la condición de catedrático mediante un concurso de méritos y la propuesta de un proyecto de innovación educativa. Me lo pregunto cuando veo a mis compañeros de seminario reuniendo los justificantes de cursillos pedagógicos llevados a cabo a lo largo de los años. Hay que recordar cualquier mérito conseguido para adjuntarlo en dicho concurso.

Recuerdo que mi desastrosa carrera docente comenzó en los años de la universidad en que suspendí el CAP (Certificado de Aptitud Pedagógica). No creo conocer a nadie que incurriera en semejante desaguisado. Todos mis compañeros asistieron al ICE durante unos meses y recibieron automáticamente -sin hacer nada- el certificado. Yo no, me fui a la mili y lo hice mediante trabajos. Aprobé todos menos Psicología del aprendizaje en que tenía que resolver unos problemas desde la óptica de Piaget. Yo juraría que mi enfoque era válido pero no opinó lo mismo el profesor de la asignatura. Fui el único suspendido porque no me volví a presentar.

Cuando acabé la mili me fui a Barcelona. Trabajé un tiempo de camarero y luego conseguí trabajo en la escuela privada religiosa. La hermana monja que me contrató vio mi carita de niño bueno y pensó que había acertado en su elección. Pocos meses después, tres profesores nuevos entre los que estaba yo, revolucionamos la escuela exclusivamente femenina y las alumnas se declarararon en huelga indefinida, lo que no había sucedido nunca hasta entonces. No me renovaron el contrato y me decidí a preparar oposiciones. Las aprobé a la primera. El dichoso CAP me lo suplió la práctica docente en dos escuelas religiosas.

Saqué las opos, y me fui a cien kilómetros de Barcelona a montar una masía con dos amigos. Compartíamos nuestros ingresos económicos. Alquilamos una masía, la reparamos y compramos cabras, conejos, cerdos... Las cabras me jugaron una mala pasada. Un día se escaparon del establo y subieron por las escaleras a la vivienda. Me las encontré, cuando llegué, tumbadas en el sofá, no sé si viendo la televisión y tomando una limonada, pero lo cierto es que habían roído todo lo que por allí encontraron: el mantel, los periódicos, los cojines, y, fíjense, el título de mi licenciatura en Filología Hispánica que estaba por allí encima. Cuando lo encontré estaba roído por los cuatro costados. Fue todo un símbolo. Mi acreditación de licenciado acabó en los estómagos de aquellos cuatro rumiantes blancos llamados la Petita, la Tonta, la Meona y Georgina.

Corría el año 1984, por el mes de febrero. Habíamos vuelto mis compañeros y yo de un viaje a Alaska y Canada donde trabajamos en verano para comprar más cabras. Me llegó la noticia de la muerte de Julio Cortázar. Propuse a mis alumnos de COU la realización de un homenaje al escritor argentino. Fue un acto en la calle, en el centro de Berga. El caos que organizamos fue tan extraordinario que acudieron varios coches de la policía. Cuando me vieron allí como organizador del happening, quisieron detenerme hasta que les aclaramos que aquello era un acto cultural. Algún día lo contaré con más detalle.

Nada de esto contribuyó a que yo hiciera carrera docente. Era un provocador que se resistía a entrar en el sistema. Planteé desde todos los ángulos actividades alternativas y revolucionarias de matiz cultural. A lo largo de mis veintitantos años como docente he procurado contar con mis alumnos para desarrollar actividades innovadoras. Pero nunca me preocupé de reunir méritos mediante cursillos o publicaciones. Es más los rehuía. Ni siquiera cuando se inició la reforma asistí a los cursillos obligatorios para todos los docentes. Cursé algunos años del doctorado, cuya acreditación podría conseguir según me han dicho. También en 1996 participé en un cursillo de introducción a internet impartido por la XTEC de la Generalitat de Cataluña. Me hice internauta pero no me preocupé del título... así como también en los pocos cursillos que he seguido. De ninguno he logrado el título, dada mi alergia por el lado oficial de la docencia. Entiendo esta cultura de la titulitis -ahora tan necesaria-. Hay quienes atesoran docenas y docenas de cursos pedagógicos, que pueden añadir ahora a la antigüedad y a sus publicaciones. Yo carezco de todo excepto la antigüedad en el cuerpo. No seré catedrático ni cobraré los pluses que implica y otros beneficios anejos. No he sabido hacer carrera. Ni siquiera tengo en condiciones el título de mi licenciatura y sólo en pensar en luchar y competir por esas mil plazas inicialmente ofertadas, hay algo en mí que se rebela. Respeto a quienes lo hacen. ¡Ojalá tengan suerte y adquieran la condición de catedráticos!

Mi vena ácrata y mi falta de sentido práctico se niegan a participar en dicha competición. Atesoró eso sí, mil momentos de tensión creativa con mis alumnos buscando alternativas a las perspectivas oficiales de las asignaturas de lengua y literatura. En algunos momentos gozosos hemos vibrado con nuevas experiencias que pusieron a los institutos donde estaba yo al borde del caos con las juntas directivas encerradas en dirección sin saber qué salida dar a lo que estaba pasando en los pasillos. Esos, pienso yo, son mis títulos, los que guardo en mi baúl afectivo, los que me llevaré cuando abandone esta profesión. Todo aquello que implique la llegada de la imaginación a la educación. Sé que Cortázar tampoco hubiera sido catedrático y que entendería mi postura. ¡Por él y por los cronopios tan ausentes de la vida académica! Es el tiempo ahora de los famas. Están en el poder, en las tarimas y sentados en las aulas. Yo hago discretamente mutis y desaparezco. Dejo el terreno libre a los nuevos catedráticos.

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