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miércoles, 31 de enero de 2007

El accidente


Hace unos días en mi barrio tuvo lugar un luctuoso accidente. Una fortísima explosión de gas destrozó varias viviendas a la hora en que la gente se levanta para trabajar. Como consecuencia de la misma murió una niña de dos años ya que le cayó una pared encima. Parada cardiorrespiratoria fue el informe forense. También hubo una veintena de afectados leves que fueron atendidos por estrés emocional o magulladuras.

Aquel día a las seis y media de la mañana notamos la explosión por la trepidación de la cama. Mis hijas se enteraron poco después cuando un vecino nos contó que su hermana vivía en la vivienda siniestrada. Mi hija pequeña, que tiene siete años, quedó comocionada por la noticia. No hacía nada más que preguntar cómo había pasado, cómo estaba la gente… Fue al colegio con su hermana y cuando la fui a recoger por la tarde lo primero que hizo fue interrogarme por las consecuencias de la explosión sin que en ningún momento le revelara que había muerto una niñita. Fue un tema que hablamos mi mujer y yo. Ella estimaba que nuestra hija había vivido con angustia la situación y que si le decíamos que había muerto una bebé no pararía de darle vueltas y probablemente no dormiría por la noche. De tal manera que se lo ocultamos. A estas fechas, hace seis días que sucedió, todavía no lo sabe.

Esto me ha llevado a preguntarme por el oscuro tabú que representa la muerte para los niños en la sociedad que estamos construyendo. Salvo que haya una muerte cercana, imposible de ocultar para los niños, la muerte es un hecho lejano e inabordable. Tengo esa impresión. Es el gran tabú, más que el sexo y la declaración de renta. Si hablamos de la muerte, si admitimos que la muerte existe y que nos puede golpear en cualquier momento, si explicamos con realismo la cuestión a los niños se nos acusa de quererlos angustiar sin necesidad. Ya hay cosas terribles en la vida para que queramos romper esa inocencia, esa cierta creencia en la inmortalidad, en la vida eterna en que creen, tal vez, los niños.

Sin embargo, recuerdo hace dos años, en una etapa metafísica de mi hija, cuando tenía cinco, su insistencia respecto al tema de la muerte. Cada noche me preguntaba que si yo moriría, que si los papás mueren. Lógicamente tuve que confirmarle que sí, pero que sería dentro de muchísimo tiempo, dentro de muchos años. Aun esta respuesta tranquilizadora la alteraba y se dormía inquieta pensando en algo que no quería aceptar.

Socialmente hemos decidido ocultar la muerte, al menos mientras se pueda. Vivimos en un mundo cubierto por papel de celofán en que los niños occidentales crecen hiperprotegidos habituados a narraciones políticamente correctas que eluden la crueldad del mundo y la realidad de la muerte. Los cuentos antiguos eran crueles y la muerte estaba presente en relatos y canciones. Hace un siglo no era posible ocultar la muerte. Estaba tan presente en la vida (elevada mortalidad infantil, inexistencia de antibióticos y antisépticos…) que era imposible disimular a los muertos. Un niño había visto ya a bastantes muertos, ya fueran vecinos o familiares, si no eran hermanitos suyos recién nacidos. En algunas familias se estilaba dar un beso al abuelo o al padre muerto dentro del ataúd o en la cama. Incluso durante un tiempo estuvo en boga hacer fotos de los niños muertos.

Actualmente, la muerte es el gran escándalo, la innombrable… pero me queda la sensación de que una sociedad que la evita de tal manera no puede ser una sociedad sana, y es más, es una sociedad atemorizada y angustiada por aquello que más pretende disimular e intentar demostrar que no existe. Sólo una sociedad que reconoce la muerte puede ser auténticamente gozosa y vivir profundamente la fiesta de la vida. No es casualidad que el siglo XIV, azotado por las más terribles epidemias de peste que se llevaron a una tercera parte de la población europea, fuera el albor del renacimiento y del humanismo. Allí se crearon, huyendo de la peste, los extraordinarios cuentos del Decameron de Giovanni Boccaccio y los Cuentos de Canterbury de Chaucer.

Como remate me pregunto si en la escuálida imaginación de nuestros adolescentes, en sus limitados gustos lectores que evitan la gran literatura universal, que permanece opaca para ellos y sólo se alimentan, cuando leen, de libros “juveniles” de acción, sangre, y fantasía en fórmula que es para mí un enigma, no falta ese ingrediente que da misterio y densidad a nuestras vidas. En sus novelas la muerte ocurre como simulación. No apetece pensar en ella. No es un protagonista agradable ni placentero. En Méjico, en cambio, se hace un festival enorme a costa de la muerte. Se bromea con ella, se la hace objeto de fiesta colectiva, de diversión. Quizás es lo mejor que podemos hacer con ella. Vivir intensamente con conciencia de nuestra fragilidad y nuestra finitud. Pero para eso no habría que ocultarla de una forma tan taimada y desoladoramente triste. Algo no funciona. Pienso que mi hija debería haber sabido que la niña había muerto, aunque no hubiera dormido. Hoy me ha enseñando su primer cuento escrito. Quizás la historia que ha escrito hubiera tenido otro sesgo basado en algo que la habría conmovido profundamente.

lunes, 29 de enero de 2007

Fuerte Apache


Fuerte Apache es una película recién estrenada en España y dirigida por el realizador catalán Jaume Mateu Adrover. Se ambienta en un centro tutelar de menores en Cataluña, Can Jordà, donde un grupo de educadores entre los que destaca Toni Darder (Juan Diego) luchan contra la sensación de desencanto y fracaso que conlleva su trabajo con muchachos condenados por la vida y sus circunstancias. Los educadores funcionan por la inercia pero sin creer demasiado en lo que hacen. Saben que el ambiente que rodea a los internos –menores delicuentes- es decisivo para impedir su rehabilitación.

Sin embargo, un día llega un muchacho magrebí, Tariq (Hamza El Hilali) que parece diferente por su predisposición a ser ayudado, la ternura de su rostro y por sus ansias de mejora social. Aspira incluso a llegar a la universidad. Es un filme de segundas oportunidades y que plantea mantener la esperanza cuando ya no parece haber motivos para hacerlo.

Tariq es un niño de mirada limpia. Tiene trece años y ha llegado de Marruecos escondido en un camión. Sus padres han muerto. En Marruecos vivía con un tío que le pegaba. Ha huido buscando nuevas oportunidades. El centro de Can Jordà le parecerá bueno a diferencia de sus compañeros que lo ven como una pequeña prisión. El adolescente Hamza El Hilali fue seleccionado en un casting entre mil quinientos muchachos. Su historia hace reír y conmueve.

La película a pesar de ser de ficción tiene una fuerte ligazón con el cine social y el reportaje. Por los personajes –jóvenes adolescentes castigados por las circunstancias- , por la ambientación en un centro tutelar de menores y en segundo lugar en la Barceloneta, en sus calles estrechas y sus balcones llenos de ropa, así como en los barrios periféricos de Barcelona en sus atmósferas más degradadas e inhóspitas.

Juan Diego interpreta al educador protagonista, Lolita Flores es Carmen, una mujer bregada en la vida que ha estado casada en dos ocasiones y que espera una nueva oportunidad que parece encontrar con Toni Darder. Carmen lleva un restaurante en la Barceloneta en el que se ambientan algunas escenas sensacionales como la de la paella que comen un día de salida el grupo de muchachos entre los que está Tariq, cuya llegada hace que algo esté a punto de cambiar en la vida del educador, esta vez para bien.

La película tiene un buen ritmo y el enredo hace que el espectador se vea implicado en la emoción de unos hechos que se van encadenando diabólicamente. Algún crítico ha considerado esta película como en algún sentido previsible y bienintencionada. Ello no le resta fuerza a esta primera realización en el campo del largometraje de Jaume Mateu Adrover, ni a sus experimentados protagonistas y al hallazgo de Hamza El Hilali, cuyas circunstancias hemos hemos descrito.

Sólo queda por decir que todos los días que tengo guardia de patio en mi instituto, me encuentro con un muchacho de mirada clara y aire tímido que estudia primero de ESO. Se llama Hamza El Hilali y es alumno de nuestro centro. Su hermano Ayoub, exalumno, también se dedica al teatro y al reportaje cinematográfico sobre la realidad social que rodea a nuestro barrio. A Hamza no se le ha subido el protagonismo en la película Fuerte Apache a la cabeza. Es un muchacho normal, lleno de potencial personal y cinematográfico. Lucha por sacar los estudios y abrirse camino en la vida. Sin duda, esta película es un buen comienzo. Hamza está decidido a aprovechar las oportunidades que le da nuestra sociedad. De hecho su rostro ha llamado la atención porque la cámara queda prendada y prendida de él. Hoy nos ha prometido que seguirá adelante y que terminará la ESO.

jueves, 25 de enero de 2007

Ryszard Kapuscinski


Ha muerto Ryszard Kapuscinki. Su nombre se escribe con acento en la s y en la n pero mi procesador de textos no me lo permite. Imagino que los que leen este blog están al corriente de su muerte y de su importancia. Para mí se me ha muerto alguien muy cercano y entrañable. Lo conocí, literariamente hablando, hace unos siete años. Leí uno de sus mejores libros, “Ebano”, sobre sus crónicas por las tierras de África que tanto amaba. Recuerdo con emoción cómo lograba describir a todo un continente mostrando la importancia que tenía una olla para la supervivencia de una familia africana. Kapuscinski no era el reportero cínico que pasaba por un sitio y escribía crónicas para brillar en el mundo del periodismo. No, cuando él viajaba por una zona geográfica, se sumergía en ella y prestaba atención a los detalles más insignificantes acercándose a la gente a la que intentaba comprender. Para ello se documentaba ampliamente para conocer su historia y circunstancias. Kapuscinski no dejó nunca de ser historiador. Hacer reportajes para él era hacer historia de unas personas y de un mundo, de los que había que dejar constancia, como lo había hecho hace dos mil quinientos años su admirado Heródoto.

Kapuscinski escribía siempre con un gran respeto sobre las personas que conocía. Sabía que el periodista estaba unos días en el lugar pero las personas seguían allí y podían correr graves peligros por lo que el escribiera. Cada palabra había de ser meditada y llenada de densidad humana e histórica.

En Ryszard Kapuscinski se unían una destacada inteligencia y espíritu aventurero, unidos a su humanismo. Para él el periodismo era una opción vital y la profesión más maravillosa del mundo. Tenía ocasión de viajar –su primera pasión fue la de cruzar la frontera- y de conocer culturas distintas a las que intentaba comprender leyendo todo lo que estaba a su alcance. Nunca viajó a un sitio que no intentara conocer a fondo empezando por la lengua. Para él fue un drama viajar en su primer viaje a la India y no conocer apenas el inglés y menos las lenguas indostánicas. Se vio sumergido, sin apenas experiencia, en el desbordante mundo de la India de la recién conseguida independencia y se vio fascinado por las religiones y práctica hinduistas. En Polonia apenas había libros publicados sobre la India, pero todo lo que caía en sus manos fue devorado por él. Igual que cuando fue destinado posteriormente a la China de Mao Tse Tung en plena campaña de las Cien flores. Se documentó sobre el pasado confucionista y taoísta de China a la vez que leía libros sobre los discursos del Gran Timonel. Su curiosidad era inmensa, igual que su necesidad de cercanía a los hombres y mujeres sobre los que escribía.

Leer a Kapuscinski es toda una experiencia. Probablemente sus libros se reeditarán en las próximas fechas. Todos sus textos son extraordinarios. Su lectura es una experiencia moral llevada a cabo por un reportero que vino del frío. Su periodismo trasciende el reporterismo fácil y nos acerca a la hazaña del historiador que ha rastreado las líneas fundamentales de nuestro tiempo.

He aquí sus títulos publicados en castellano:

- El emperador
- La guerra del fútbol y otros reportajes.
- El imperio.
- El sha o la desmesura de poder.
- Ébano.
- Desde África.
- Los cínicos no sirven para este oficio: sobre el buen periodismo.
- Un día más de vida
- El mundo de hoy
- Viajes con Heródoto..

Todos están publicados en la editorial Anagrama.

En memoria de un hombre sabio y honesto. Me quedo con aquello de que los cínicos no sirven para este oficio y me lo aplico al mundo de la enseñanza al que es extensible lo mismo que al mundo del periodismo.

martes, 23 de enero de 2007

Collioure


Suena en el ordenador una emisora de internet: AccuRadio, especializada en Jazz. Estoy escuchando Naima, interpretadas por John Coltrane de su álbum “Giant Steps” de 1959. Me serena la música de saxo. Me hubiera gustado ser saxofonista. Es el instrumento que más se identifica conmigo. Ha acabado el día. Un día denso y rico en resonancias vitales y literarias. Últimamente hablo poco de mis alumnos, pero ellos son el telón de fondo de mis días. Este es el diario de un profesional de la enseñanza que todavía se entusiasma dirigiéndose a sus alumnos y explicándoles literatura.

Últimamente estamos machadianos. Iniciamos las clases leyendo un poema de Antonio Machado. Algunos han considerado a Machado como el mejor poeta español del siglo XX; en cambio, el otro día escuché a Octavio Paz hablando con cierto desdén de la poesía machadiana. Puedo decir que en lo que a mí respecta es el poeta que más hondo me ha llegado. Hay otros poetas que me gustan e incluso que me entusiasman (hay muchos), pero la esencialidad de Antonio Machado me llega al corazón. Quizás hay muchas metáforas brillantes que estallan con vigor delante de nuestra inteligencia, pero hay pocas que su destello continúe con los años. Hay algunas metáforas esenciales que destacan que la vida es un camino, que somos caminantes y que no hay camino sino el que se hace al andar… ¿Y esa intuición machadiana del mar de la existencia? ¿O la imagen del sueño de los frutos de oro en el fondo de la fuente?

En primavera mis alumnos y yo iremos a Collioure, el pueblecito francés donde está humildemente enterrado Antonio Machado. Quiero que para entonces la poesía del poeta sevillano, cuya vida forma parte de nuestra educación sentimental, sea un territorio conocido para mis alumnos a los que la poesía les ha terminado gustando.

Cada día iniciamos la clase con la lectura de algún poema. Los introduzco de formas diversas. Escuchados solamente o con el texto fotocopiado. Esta última es la mejor forma porque nos permite trabajarlo: su métrica, sus símbolos, sus imágenes, sus ideas recurrentes…

Algo me ha asombrado este curso y esto ha sido la receptividad de mis alumnos del lenguaje poético. Hemos leído poemas de Bécquer, de Rubén Darío, de Juan Ramón Jiménez, de Pedro Salinas, de León Felipe, también de mi amigo Francisco Ortega Palomares, un poeta esencialmente humano y lleno de un denso y luminoso pesimismo… Hemos leído poesía amorosa, erótica, existencial… Y puedo afirmar que existen los universales del sentimiento de los que nos hablaba Antonio Machado. En el fondo de nosotros -también en esos díscolos adolescentes- hay un ansia de poesía que busca trascender la vida cotidiana, a veces tran trivial y anodina.

Estamos metidos en un viaje. El otro día el post hablaba sobre el viaje de mi amigo José Ignacio. Un viaje en el espacio y en el tiempo. Juan Poz sostenía que había viajeros que volvían de sus viajes avejentados. Antonio Solano dedicó un espléndido y esclarecedor post "Viajero de sillón" a la idea del viaje, real o imaginario. La vida es un viaje, quizás es el curso de un río. O quizás como intuía Antonio Machado la vida era un camino -recogiendo una idea clásica- o el mar. También Blas de Otero habló del mar de la existencia. Son metáforas elementales. Estas son las que busca este blog sin demasiadas pretensiones. No es un blog de actualidad ni especialemente “cool”. Sólo quiere hacer compartir emociones sencillas y sinceras, las que siente el profesor cuando llega al aula y encuentra alumnos dispuestos a escuchar y vivir la poesía. En primavera iremos a Collioure, donde está la tumba del poeta más humano enterrado con su madre, Ana Ruiz. Será un día luminoso en el que depositaremos algunas flores y leeremos los poemas que más hayan gustado a mis alumnos. Quiero dejarles a su elección los textos que leamos aquel día de primavera.

Nada más. Suena Coleman Hawkins. Me gusta el jazz. Es medianoche. He querido dedicar este tiempo a comunicarme con mis amigos que me leen (nos leemos) en la distancia. Para terminar un poema del poeta bueno de su libro Soledades, galerías y otros poemas.

LXXXVIII

Renacimiento

Galerías del alma…¡El alma niña!
Su clara luz risueña;
y la pequeña historia,
y la alegría de la vida nueva.
¡Ah, volver a nacer, y andar camino,
ya recobrada la perdida senda!
Y volver a sentir en nuestra mano
aquel latido de la mano buena
de nuestra madre… Y caminar en sueños
por amor de la mano que nos lleva.

domingo, 21 de enero de 2007

El viaje


Este invierno de elevadas temperaturas ha dejado sin nieve la mayor parte de las estaciones de esquí en España, especialmente en Cataluña. Produce tristeza ver la crestas de la cordillera pirenaica totalmente peladas y sin una brizna de nieve. Esto reflexionaba ayer cuando llegamos desde Barcelona a la zona que nos iba a llevar al valle de Nuria en el pirineo oriental. La subida lleva, desde Queralbs, unas tres horas de gran esfuerzo puesto que se salva un desnivel de casi mil metros.

Íbamos tres excursionistas: Iván, José Ignacio y yo. Iván es mi cuñado y éste había organizado la caminata para que conociera a José Ignacio, un personaje singular cuya afición, o mejor dicho, pasión es la de recorrer el mundo en bicicleta. Buena parte del trayecto en coche y luego haciendo el ascenso fue para preguntarle por sus viajes, los ya realizados y los que tiene en proyecto. Su vida es viajar con su bicicleta. Sabe que no puede tener novia porque no encontraría una que estuviera dispuesta a compartir su proyecto de vida. Ha dado la vuelta a España y ha realizado varios viajes de los cuales el último hace dos años fue recorrer América Latina desde la Patagonia hasta Perú. Su bicicleta lleva un remolque, un carrito, que arrastra cuarenta kilos de equipaje, todo lo necesario para viajar ocho o nueve meses que es lo que suelen durar sus viajes. Nos trajo álbumes de fotografías en las que aparecían imágenes de la Patagonia con el glaciar estrella llamado el Perito Moreno en el Parque Nacional de los Glaciares de Argentina. Desde la Patagonia donde soplaba un viento continuo atormentador fue arrastrando su carrito por la geografía argentina y chilena, atravesó Bolivia y llegó a Perú donde visitó el Machu Pichu.

En todas partes encontró buena gente dispuesta a ayudarle y darle cobijo, así como para invitarle a comer o a tener un rato de buena compañía. De este viaje han quedado buenas amistades a las que piensa volver a ver en su siguiente periplo que comenzará en julio, sólo que esta vez comenzará en Venezuela, seguirá por Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia, Brasil, Paraguay y Argentina hasta llegar a Mendoza donde tiene buenos amigos. Desde allí volverá a España.

Me fascina la conversación con José Ignacio. Es un aventurero al que preguntaron en un periódico por qué hacía esto y él debio responder sencillamente que para conocer mundo, a otras personas y para encontrarse a sí mismo. Cuando vuelve a España tiene trabajos, siempre al aire libre. No soporta estar encerrado en un edificio. Ahora trabaja de jardinero. En los dos años de descanso obligado para conseguir dinero -me subraya que no es un hijo de papá- para su siguiente viaje, vive con sus padres y las dos iguanas de más de un metro y medio que tiene su hermana en casa. Ahorra y ahorra para realizar su siguiente sueño que no es otro que viajar. Otro proyecto para dentro de cuatro o cinco años es la de darle la vuelta al Mediterráneo. Tiene algunos puntos como irrenunciables: el Vesubio y la ciudad de Pompeya, las pirámides egipcias, Israel y Siria, los templos griegos…

José Ignacio no está atado a nada, sólo a su bicicleta. No sabe cuándo se irá de casa de sus padres. Probablemente nunca. Sería imposible tener vivienda y pagarla y seguir realizando su máxima ilusión que es viajar y conocer mundo.

La conversación con José Ignacio me produce una gran satisfacción. Su planteamiento está alejado de los tópicos sobre lo que debe ser una vida normal. Él no se considera un aventurero, pero yo pienso que sí. Pertenece a la estirpe - que yo he admirado tanto- de los grandes viajeros, los devorados por la pasión de recorrer el mundo, estos viajeros que han de ser solitarios por necesidad, aunque cordiales puesto que no hay nada que abra tanto a las personas como estar solo durante varias jornadas y encontrar a alguien con quien poder charlar y compartir una velada. Viajar te hace abrirte a los demás. Los viajeros en general son gente que está dispuesta a compartir momentos intensos de conversación, a intercambiar experiencia e historias. Es otra estirpe, a la que pertenecí un tiempo, pero las necesidades de la vida, las relaciones de pareja, los hijos, la vivienda… te van atando a un mundo más cerrado, más íntimo, más convencional. Queda eso sí, la nostalgia de un mundo en movimiento, cambiante cada día de horizontes, en estado puro de aventura. Sí, mi añoranza en este día con telón de fondo de los Pirineos vacíos de nieve. Pienso en el glaciar Perito Moreno en la Patagonia, que nunca veré, y pienso en el tiempo que le queda antes de fundirse como consecuencia del cambio climático. Me gustaría que mis alumnos pudieran escuchar la experiencia de un viajero singular, de un joven que ansía viajar así como tejer relaciones humanas sin acritud y con cordialidad.

miércoles, 17 de enero de 2007

Madeleine Z.


Madeleine Z, una enferma de sesenta y nueve años, que padecía una enfermedad progresivamente paralizante, se ha quitado la vida durmiéndose, dulcemente, acompañada por dos voluntarios de la asociación Derecho a Morir Dignamente. Madeleine vivía sola y sufría intensos dolores y cada vez sus músculos le respondían peor. La enfermedad –esclerosis lateral amiotrófica (ELA)- le fue diagnosticada en el año 2003. Cuando supo lo que padecía y las perspectivas nulas de curación que tenía su enfermedad empezó a pensar cada noche y cada día en cómo suicidarse. No quería convertirse en un vegetal ni ser absolutamente dependiente en una residencia para que le vinieran a limpiar el culo. Es una enfermedad en que se pierde el control de los músculos motores pero que no afecta a la lucidez mental. Una tortura desesperante y sin salida, según lo veía Madeleine.

Por fin, la noche del doce de enero, tras las navidades para no molestar, Madeleine ingirió un cóctel letal de fármacos. Son medicamentos legales pero que combinados producen la muerte. Figuran en la Guía de autoliberación elaborada por médicos y juristas. La asistencia a la muerte de un suicida en España no es delito siempre que no se le hayan facilitado los instrumentos para realizarlo o se le haya instigado a quitarse la vida. No era esta la situación de Madeleine, que estaba firmemente convencida de su propósito.

No es un proceso banal el que lleva a alguien a quitarse la vida. De hecho es una salida minoritaria en los países en que el suicidio asistido está despenalizado. Sólo un 0,3 por ciento de los enfermos optan por esta salida, generalmente son enfermos de cáncer o afectados por enfermedades degenerativas neuromusculares. La asociación Derecho a Morir Dignamente lleva a cabo una intensa investigación sobre la voluntad de la persona. Sólo en el caso de no haber ninguna duda sobre las intenciones formuladas claramente por el enfermo, se le presta asistencia en el momento de morir, así como asesoramiento psicológico.

Este caso como otros similares logran conmoverme. La publicación de la noticia en el diario El País el 17 de enero ha abierto un emotivo debate en el que han intervenido centenares de comentaristas. En general la actitud es de respeto por la decisión de Madeleine y se elogia su lucidez y su valentía. Algunos escritos reflejan vivencias de personas que han vivido de cerca el ELA. Sus seres queridos terminaron convertidos en muñecos de trapo. Estos son los que más valoran la opción de nuestra protagonista. Se impone la opinión de que nadie tiene derecho a juzgar la decisión tomada en unas circunstancias que hay que haber vivido para comprenderlas.

El caso de Madeleine viene en la senda que abrió Ramón Sampedro y que tan magníficamente fue llevado a la pantalla en la película Mar adentro. La sociedad española está más madura de lo que parece para enfrentarse a un debate como éste. Nadie puede tomar el control de nuestras vidas. Ante un final terrible, con padecimientos físicos y psíquicos horrorosos, sin perspectiva alguna, uno, cada ser humano, ha de sentirse libre para optar, si lo desea, por una muerte digna. No es una decisión fácil. Una vez en posesión de los fármacos letales, la mayoría de los enfermos no optan por tomarlos alegremente. Poseerlos les proporciona una sensación de control de sus vidas.

Me imagino en una situación semejante y no me cabe la menor duda de que procuraría resistir todo lo que pudiera, pero si llegara la enfermedad a un grado de insoportabilidad física o de dependencia absoluta sin solución, me plantearía muy seriamente la posibilidad de una salida semejante. Igual que si un día me viera diagnosticado de Alzheimer sin remisión. Entonces, con plena conciencia de mis actos, probablemente optaría por una muerte digna.

Allá donde estés -Madeleine bromeaba diciendo que estaría en el cielo en forma de nube regordeta- recibe nuestro respeto y nuestra simpatía. No quisiste convertirte en una carga para nadie. Te has ido sin molestar tras una vida vivida intensamente. Estamos contigo. Pensaremos en ti y celebraremos tu liberación. Esperamos que tu caso y otros semejantes abra un debate político en que, como en otros países europeos, la eutanasia deje de ser un tabú. A nadie tampoco puede obligársele. Es una decisión absolutamente libre, pero aquellos que opten por ella merecen nuestro respeto y admiración. Igual que aquellos que, a pesar de todo, opten por vivir, lo que no deja de ser también extraordinamente respetable, siempre que sea haga con plena conciencia. Nadie puede meterse en la intimidad de decisiones como estas.

domingo, 14 de enero de 2007

Oratio de hominis dignitate


El Humanismo es la ideología del Renacimiento y como tal, un vasto concepto del ser humano, de las artes, las ciencias, de la filosofía, la política y la moral. Todo en el siglo XVI está teñido a favor o en contra de aquella ideología que puso al ser humano como centro del universo. Nuestra civilización, a diferencia de otras, hizo un extraordinario hincapié en la figura del ser humano frente al teocentrismo medieval. La moral se hizo laica y los protoinvestigadores del siglo XVI ensancharon su horizonte científico poniendo en cuestión las verdades del medioevo. Es un momento extraordinario en la historia de occidente. Y se toma como modelo el arte, la oratoria y la filosofía de la Antigüedad grecorromana. Horacio, Virgilio, Ovidio, Platón vuelven a ser tomados como modelos de elegancia, de sentido moral y conocimiento filosófico.

Este es el tema que he de abordar en Literatura Universal, y esta tarde de domingo he querido reflexionar conjuntamente con mis lectores sobre este movimiento intelectual que empezó con los grandes poetas humanistas italianos, Dante y Petrarca, pero también con el vitalismo y el realismo de Boccaccio. Nada volverá a ser igual. Nuestra concepción del ser humano y de la vida está impregnada de humanismo, es lo mejor de nuestra tradición, sin que debamos desdeñar lo que aportó la edad Media en cuanto a imágenes, historias, o modelos como el de la literatura caballeresca y la lírica del amor cortés.

Quiero iniciar el tema del humanismo con un fragmento de Pico de la Mirandola (1463-1494), teórico humanista italiano que estudió las lenguas clásicas además del árabe, hebreo y caldeo para buscar unificar las distintas tradiciones culturales. Dicho fragmento es perteneciente a la Oratio de hominis dignitate: es la epopeya del hombre nuevo que puede y debe elegir en libertad su forma y destino. ¡Qué profundamente existenciales resuenan estas palabras de Pico de la Mirandola! El ser humano tiene el deber de terminarse a sí mismo, de construir lo que está inacabado. ¡Qué hermoso principio pedagógico y vital para transmitir a nuestros alumnos! ¡Qué interesante proyecto vital contemplado desde cualquier edad para comprender nuestra propia existencia!

“No te he dado ni rostro, ni lugar alguna que sea propiamente tuyo, ni tampoco ningún don que te sea particular, ¡oh Adán!, con el fin de que tu rostro, tu lugar y tus dones seas tú quien los desee, los conquiste y de este modo los poseas por ti mismo. La Naturaleza encierra a otras especies dentro de unas leyes por mí establecidas. Pero tú, a quien nada limita, por tu propio arbitrio, entre cuyas manos yo te he entregado, te defines a ti mismo. Te coloqué en medio del mundo para que pudieras contemplar mejor lo que el mundo contiene. No te he hecho ni celeste, ni terrestre, ni mortal ni inmortal, a fin de que tú mismo, libremente, a la manera de un buen pintor o de un hábil escultor, remates tu propia forma.”

miércoles, 10 de enero de 2007

El saludo


No sé cuándo hablamos por primera vez. Probablemente fuiste tú quien se dirigió a mí porque yo nunca he sido tu profesor y no podía conocerte. Creo recordar que un día viniste a hablarme por el pasillo. Me gustó el tono de tu voz, extraordinariamente cálido y educado. Desde entonces nos hemos saludado siempre que nos hemos visto por los pasillos, a veces varias ocasiones en el mismo día. Estudias cuarto de ESO en un curso al que yo no le doy clase de Lengua pero ignoro cómo te va, si vas aprobando o te quedan un montón. Me quedo con la sensación agradable de sentirme tu amigo, una amistad que se ha trabado sin esfuerzo y como por azar.

Hay días que voy agobiado por los pasillos del instituto. Las cosas a veces no salen como te las esperas y vas un poco molesto por la actitud de tus alumnos o vete a saber por qué. Pero hay un momento en que todo se serena y es cuando nos encontramos y nos dedicamos unos momentos a saludarnos. Me aprietas suavemente el brazo y me dices:

- Hola, profe, ¿cómo estás?
- Muy bien, Ahmed, voy corriendo a clase. ¿Va todo bien?
- Sí, profe, ten un buen día.
- Lo mismo te digo, suerte.

Marcho satisfecho de estas cuatro palabras aparentemente intrascendentes pero cargadas de calor humano. Es necesario poco más. Nadie te obliga a saludarme ni nada me debes ni nada puedes obtener de mí. Nuestras simpatías son gratuitas. Me doy cuenta por contraste de tantos y tantos alumnos que pasan al lado de mí y no consideran relevante saludarme quizás por pudor o simplemente por falta de consideración, o algunos que lo han sido y que ya no me saludan pasados unos meses después de dejar de ser alumnos, y es como si te hubieran olvidado a pesar de que mantuvisteis una relación cercana y gratificante. En ocasiones percibes claramente el desvío de la mirada cuando está próxima a encontrarse. Siento tristeza, pero no rencor. Sé que los seres humanos son complejos, que cada uno tiene sus motivaciones, sus contradicciones y su derecho a olvidar. No hay reproches. Sólo reprochan los niños. El mundo es ansí, como decía Pío Baroja.

Una alumna que había marchado del centro a otra comunidad autónoma, un día que ha vuelto a hacer una visita, me espera a la salida de clase y cuando salgo me saluda y nos damos un par de besos. Para mi sorpresa me ha traído un regalo: unos chorizos gallegos caseros. No abres el paquete, lo harás en casa. Jessica ya no es alumna tuya, ahora vive a mil quilómetros de distancia y ha venido a verte y recordarte. Nos interesamos mutuamente por nuestra vida. Recuerdas el último examen suspendido que corregiste de ella. Ahora ya no tiene importancia. En el fondo no tiene demasiada importancia suspender o aprobar a un alumno para establecer lazos entrañables con él.

Entonces sientes la maravilla de ser profesor, en esos gestos generosos, sencillos y cordiales, que están absolutamente llenos de densidad humana. Sientes ese calor igualmente en el blog cuando sabes que alguna exalumna tuya lo está siguiendo aunque no deje comentarios. Sabes que está ahí y tú y ella compartís esos secretos que vas desgranando en tu blog.

Gracias Ahmed. Espero que la fiesta del Cordero fuera feliz para ti. Te pregunté por ella y tú me preguntaste por la Navidad. Yo te hablé de mis hijas, de mis sobrinos, de los días moderadamente felices de la Navidad. El universo está frío, y somos nosotros los que lo calentamos con nuestro calor. Un profesor imparte conocimientos pero también da calor, forma parte de nuestra profesión, y a veces hay alumos que se llaman Ahmed o Jessica que te devuelven esa temperatura con su educación y su cortesía exquisita.

lunes, 8 de enero de 2007

El tiempo, la muerte, Dios


Recojo la propuesta de meme que varios compañeros han iniciado. El tema es cinco cosas que nadie sabe de mí. Pero quiero aclarar antes que mi blog tiene un decidido componente existencial, por lo que no es estrictamente un blog de lengua o pedagógico. Su tema es la existencia. Mejor, un profesor perdido en la existencia. Soy, lo reconozco, un hombre del siglo XX fascinado por los existencialistas como Camus (no Sartre), Samuel Beckett, Kierkegaard… Creo que cuando escribimos un blog esencialmente hablamos de nosotros mismos o lo que es lo mismo de nuestro modo de percibir la existencia. Ya lo saben: la vida, el paso del tiempo, la melancolía, la muerte, Dios. Entre medio el amor, la solidaridad y el sentido del humor. Lo que pasa es que lo hacemos de una forma elusiva. Nuestras circunstancias personales a veces no son esenciales. Sin embargo, hay blogs directamente personales (eróticos o sentimentales) en que se nos revela todo pero la intimidad del autor sigue en la sombra. No por mucho revelar, amanece más temprano. Nos mostramos y nos ocultamos. Pero cada blog deja una huella existencial. Es nuestra huella, nuestro modo de encarar los aspectos fundamentales de la vida, ese yo implícito del que habla certeramente Felipe Zayas. Ignoro –hay muchas cosas que todavía ignoro- hasta que punto mi yo implícito es comprensible. Reconozco que hay muchas zonas de sombra. Acabo de terminar de publicar unos posts sobre un viaje que realicé a Alaska hace veinticinco años, pero creo que en él no me he mostrado excesivamente. Era más bien el retrato de un joven aventurero enamorado de la vida y de los viajes, intrigado por un misterio que no era capaz de resolver. ¿Qué le había pasado a Montse? ¿Qué iba a ser de mi vida? ¿Por qué aquel oso me respetó y no fue agresivo conmigo? ¿Había establecido algún tipo de comunicación no racional con él? No tengo respuestas definitivas, pero sí un espíritu abierto a la sorpresa y al misterio. Dicho esto, ahora sí:

Cinco cosas que nadie sabe de mí.

1. Empecé a ir a un colegio de monjas a los cuatro años. Me portaba realmente fatal, pero no sé por qué un día me transformé y cuando llegaba el mes de mayo, era el primero de la clase que llegaba a la virgen María que estaba en lo alto de una cortina de raso que ponían en medio de la clase. La hermana sor Ascensión estaba convencida de que llegaría a ser obispo.

2. Aprendí a leer con los tebeos de Pulgarcito, Tiovivo, Pumby, TBO, El guerrero del antifaz…A los doce años me leí en un verano unas treinta veces La isla misteriosa de Julio Verne.

3. Durante mis años de bachilleraro quería ser periodista. Inicié la publicación de una revista subversiva con fotos sexys en el colegio de curas donde estudiaba. Me pillaron y llamaron a mis padres. Luego dirigí publicaciones juveniles en algún club diocesano y cuando me incorporé a la política ayudé a imprimir ejemplares revolucionarios maoístas con aquellas máquinas elementales llamadas vietnamitas.

4. Mi vocación oculta ha sido el teatro. Participé en algunas obras teatrales durante un tiempo, pero empecé demasiado tarde y era una carrera llena de incertidumbre. En el fondo era un hombre de teatro, pero me hice funcionario.

5. Mi novelista español preferido es Pío Baroja. Me identifico con su concepción del mundo absurdo e irracional. Soy profundamente asistemático.

domingo, 7 de enero de 2007

El diario de Montse


Recuerdo perfectamente las tapas floreadas de aquella libreta encolada que utilizaba Montse para recoger con cierta frecuencia sus reflexiones y vivencias pero desgraciadamente no tuve acceso a ella en aquel viaje de 1981. Aquí he querido ejercer de cronista y no de novelista. Los hechos presentados han sido escasamente romanceados y no han adquirido cualidades novelescas. Este es su valor y estos son los límites que me he marcado desde su comienzo. Sin embargo, admito que nada más excitante e incitante que ponerme a imaginar el contenido de su diario y de lo que sucedió en los últimos días. ¿Qué había pasado en las jornadas anteriores al que hemos venido refiriéndonos como fatal accidente? No lo sé. Sólo sé que Maica recibió la libreta con emoción y que estuvo leyéndola durante toda una mañana soleada en el puerto de Kodiak. Se sumergió en una burbuja fuera del tiempo en una coffee-shop adonde íbamos porque daban un café bastante aceptable y unos donuts buenísimos (aunque ahora los imagino desgraciadamente cargados de colesterol). Maica estuvo toda la mañana embebida en el diario de Montse, pero en aquella ocasión no dejó traslucir nada de su contenido. Ella y Douglass habían establecido una cierta relación afectiva y él esperó conmigo a que ella acabara de leer. Aquel día no había trabajo en la cannery y teníamos tiempo en aquel puerto con fuerte olor a pescado y gasoil de las embarcaciones de pesca.

El diario estaba escrito en catalán, lengua materna de Montse. Los americanos, que hablaban español con cierta soltura, no podían entenderlo. Este diario no formó parte de la investigación de la justicia americana por lo que quedó en la sombra, pero sin ninguna duda hubiera contribuido a iluminar lo que había pasado.

Una trabajadora mejicana que había conocido a Montse en la cannery donde estaban las dos le advirtió que aquel sujeto –Dick- le transmitía malas vibraciones y le aconsejó que no se fuera con él a Afognak porque nada bueno podía sucederle. Rosario -la mujer mejicana- me lo contó durante un descanso en la cannery APS donde estuve trabajando dos años después. Según ella, lo que había pasado era sin duda un asesinato con premeditación. Todo lo que supe posteriormente de este asunto fue dos años después cuando volví de nuevo a Alaska, acompañado en esta ocasión no de una mujer sino de un amigo. Tuve ocasión de conocer a Dick –casado ya con una mujer esquimal y con un hijo- e incluso de tener en mis manos el rifle con que la había matado, pero desgraciadamente el diario de Montse quedó en manos de Maica y ella se quedó en Estados Unidos como su amiga y se perdió en la niebla. Nunca más he vuelto a saber de ella. Y de esto ha pasado ya tanto tiempo…

La única palabra que me llegó de este diario fue la que ponía en la portada escrita con letras violetas: Alaska, 1980.

viernes, 5 de enero de 2007

El hueco

Nos habíamos quedado sin víveres y el agua escaseaba. Teníamos que volver a Kodiak. Seguía lloviznando y la niebla cubría como un espeso manto fúnebre y gris todo el horizonte. No teníamos visibilidad para navegar. Esperamos hasta las once de la mañana para ver si levantaba la niebla pero no fue así. Nuestro bote con nosotros cuatro a bordo partió por entre los canales, flanqueados por grandes abetos, esqueletos de árboles muertos y playas solitarias de piedras. Cuando salimos a mar abierto, vimos que el oleaje era mínimo. Teníamos el combustible justo para retornar al puerto de Kodiak. No podíamos equivocar el rumbo. Peter y Douglass se orientaban por la costa y con la brújula. Íbamos siguiendo la geografía de Afognak y de Kodiak. Sin embargo, en un momento debíamos lanzarnos a alta mar para girar y reorientarnos. Y este era el momento peligroso.

Sin embargo la mañana se cerró y la niebla nos cubrió por completo. No veíamos nada. Todo era una masa nebulosa a pocos metros de distancia. Hubimos de detenernos. No podíamos malgastar combustible. Fue una hora de espera tensa que dedicamos a pescar. Teníamos escasa agua y nada de comida que llevarnos a la boca. Yo no me considero un buen pescador pero en aquellas aguas, echar el sedal con el anzuelo al agua y sacar un salmón era lo más sencillo del mundo. Podíamos comer pescado, pero ¿cómo asarlo en la embarcación? ¡Además estábamos hartos de pescado!



La niebla continuaba y nosotros no podíamos seguir nuestro rumbo. Empezábamos a preocuparnos. Estábamos a unos centenares de metros de la costa y debíamos navegar en dirección suroeste y divisar Spruce Island. Allí debíamos cambiar el rumbo hacia el oeste para dirigirnos a Puerto de Kodiak. Para llega allí debíamos tener visibilidad y ver un farallón monumental que marcaría nuestra singladura. Peter encendió el motor fueraborda en varias ocasiones pero hubo de apagarlo. Teníamos sed y hambre. Apenas habíamos cenado la noche anterior y hoy no habíamos desayunado. Si la niebla no se disipaba, podíamos equivocar nuestro rumbo y perdernos en el océano sin agua y sin comida. ¡Quién sabe si alguien nos encontraría! Peter y Douglass entonaban canciones alaskeñas para tranquilizarnos… No querían que nos diéramos cuenta de que estábamos bastante perdidos.

De pronto, ¡eureka! vimos Monashka mountain despuntando entre la niebla. Sobresalía un poquito, lo suficiente para orientarnos y marcar nuestra rotación. Alegría en la lancha. En un par de horas estaríamos en casa. Eran las cuatro de la tarde. Hacía cinco horas que habíamos partido de Afognak. Nuestros estómagos pedían insistentemente comida, y además la sed apretaba. Pero ya teníamos la dirección correcta. Peter puso el motor en marcha y nos lanzamos hacia rumbo este y luego rotar hacia el suroeste para entrar en el Woody Island Channel y atracar en Kodiak harbour. Uf. Lo hicimos hacia las seis de la tarde. No quedaba ya ni una gota de gasoil. La aventura podía haber concluido mal, pero por suerte habíamos llegado. Los días de Afognak habían terminado. Propuse ir a comernos una pizza al Captain Keg. Era la hora de cenar.

Llegamos sudorosos, oliendo a tigre tras una semana sin ducharnos, con un hambre devoradora. ¿Qué hay amigos? –nos dijo el camarero guasón que nos solía atender. Pedimos un par de botellas de vino rosado de California y encargamos varias pizzas que se podían compartir. Eran pizzas americanas, gruesas y cargadas de mozarella. Creo que en mi vida no ha habido unas pizzas tan sabrosas y que me supieran tan bien. El vino entró suavemente y nos infundió una euforia divertida que nos llevó a recordar nuestros días de Afognak e imaginar los días que nos quedaban allí antes de seguir viaje. Maica había decidido quedarse en Kodiak para continuar estudios en Iowa. Yo continuaría solo el viaje para el que tenía un mes por delante. Había de cruzar Alaska y el Yukón, llegar a Prince Rupert, adentrarme en Canada y cruzarlo de punta a punta para llegar a Nueva York desde donde partiría para volver a España. Sin embargo, nos quedaban todavía algunos días de trabajo en la cannery donde si las cosas iban bien podías ganar unas veinticinco mil pesetas diarias de las de 1981. Eso suponiendo que trabajaras unas veinte horas. Era cuestión de aguantar y pensar que pronto acabaría ese ritmo diabólico.

Sin embargo, en los días que faltaban, todavía quedaban algunas sorpresas. Ron, que se había quedado en Kodiak, guardaba el diario de Montse y tenía la intención de entregárselo a Maica, su amiga. Yo estaba intrigado, ¿qué recogería su diario? ¿Qué había pasado en los últimos días de su vida? ¿Qué sentimientos la poseían? ¿Cómo vivía su historia de amor con Dick? Es impresionante poder leer las últimas páginas escritas antes de morir. Cuando morimos dejamos un hueco. Creo que no hay novela más intensa y profunda que Vuelo nocturno de Antoine de Saint-Exupery. El piloto Fabien se ve arrastrado y desorientado por una fuerte tormenta en los años en que no existían los radares y toma la opción, sin combustible ya, de elevarse por encima de la nubes. Allí el espectáculo es demasiado hermoso bajo las estrellas pero está condenado a caer en espiral en cuanto se acabe el combustible. Él lo sabe y en la base de Buenos Aires también lo saben. Está vivo, pero es como si estuviera ya en el otro lado. Sus minutos están contados. Su mesa de trabajo en la base ya es un hueco, su armario ropero con sus pertenencias ya es un hueco, el que dejaremos cuando nos hayamos ido. Montse dejó un hueco extraño. Yo no la conocí, pero de todo lo que he sabido he visto que era una mujer enérgica y singular –quizás fascinante-. Baste decir que fue enterrada en Alaska y que poco después de su muerte se reunieron en un cónclave sorprendente su marido legal, su novio de Barcelona, y su último amante americano –el que la mató- Dick. Los dos primeros volaron juntos a Alaska para recordarla. Se encontraron los tres hombres que la habían amado en el cementerio de Kodiak donde está enterrada cerca de lápidas con nombres rusos que rememoran el pasado de Alaska.

jueves, 4 de enero de 2007

Helicobacter pylori

Han pasado muchos años desde mis días en Afognak, pero aún mantengo vivísimo el recuerdo de aquellas jornadas en medio del bosque donde estaba establecido nuestro campamento. Hubo dos días soleados y secos, pero al tercer día comenzó a lloviznar y la humedad se enseñoreó de todo y la niebla cubrió el paisaje. Hice fotos preciosas tamizadas por la boira persistente. Nuestra estancia se hizo incómoda y pasábamos muchas horas bajo los plásticos y dentro de las tiendas. Doug y Peter nos enseñaron a hacer fuego con ramas mojadas. Escogíamos las menos húmedas que estaban debajo de los abetos y con el cuchillo o con el hacha las partíamos por la mitad. En el centro estaban secas y podías, amontonándolas, hacer una fogata que nos calentaba. Al menos teníamos la ventaja, con aquel tiempo, de que no te atacaban los gigantescos mosquitos habituales en la isla y que son endémicos en muchas zonas de Alaska.


Douglass, Peter y Maica

Joselu, Maica y Douglass

De aquellos días en el bosque me viene una sensación de dolor agudísimo en el estómago. Yo padecí durante más de veinte años de úlceras en el duodeno que me llevaban a sufrir crisis cíclicas dolorosísimas. No había tratamiento eficaz en aquellos años contra el dolor ulceroso. Por las noches me retorcía en el interior de la tienda; eso y la humedad constante me hacían temer por mi vida en una sucesión de imágenes aprensivas. Me imaginaba desangrándome en el campamento. Estábamos a varias horas de distancia de cualquier punto habitado y no teníamos radio. En aquel bosque había muerto Montse, y allí podía morir yo. Tenía el precedente de mi madre que estuvo a punto de desangrarse también por úlceras de duodeno. Hubieron de transfundirle varios litros de sangre para salvarle la vida. Tenían que pasar todavía muchos años hasta que el descubrimiento de Robin Warren y Barry Marshall, que recibieron el premio Nobel en 2005 por su diagnóstico de que la gastritis y la úlcera gastroduodenal estaban causadas por una bacteria llamada helicobacter pylori, fuera aplicable al tratamiento de estas dolencias. Fui tratado con antibióticos en 1997 y desde entonces pasaron a la historia mis terribles dolores de estómago. Faltaban dieciséis años para la aplicación práctica de este remedio casi milagroso y yo me debatía en aquel momento en imágenes a cada cual más espantosa. Desde mi experiencia personal, puedo decir que éste es el premio Nobel mejor concedido de la historia.

Peter y Maica en un barco ruso varado en Afognak

Una de las mañanas salimos en la lancha para ir a la otra parte de la isla. Había una piscifactoría de salmones y algunos barcos de pesca. El tiempo era lluvioso pero el mar estaba tranquilo a la ida. Yo iba, sin decir nada, con mis dolores de estómago. Tras dos horas de navegación llegamos a Izhut Bay. Pasamos el día entre la piscifactoría donde nos explicaron el método de fertilización de las huevas de salmón con semen de los machos, y conversando con los pescadores que nos saludaron festivamente. Los americanos son muy abiertos y enseguida enhebran la conversación especialmente en Alaska, la considerada “ultima frontera”. A la vuelta el mar se había revuelto y nos golpearon olas que bamboleaban la barquita corriendo el peligro de hacerla zozobrar. Procurábamos ir cortando las olas con la proa de la embarcación para que no nos dieran las olas de lado. No sé describirlo en términos más náuticos. El caso es que pasamos dos horas de angustia porque la lancha minúscula apenas tenía estabilidad frente al mar embravecido. Yo, apenas podía hacer nada. Maica le daba la mano y abrazaba a Douglass; Peter se encargaba del motor y timón de la nave. Mi dolor de estómago desapareció con el temor del impacto de cada andanada de olas progresivamente más fuertes. Pensaba en los trajes térmicos y me preguntaba cuándo nos los pondríamos. Recordaba lo que nos habían dicho sobre las bajas temperaturas del mar en Alaska. Apenas se sobrevivía media hora. En fin, fueron dos horas de desazón hasta que logramos penetrar en uno de los canales entre islas que llevaba a la base de nuestro campamento donde el mar estaba tranquilo, pues el temporal quedaba en el exterior. Cuando pusimos el pie en tierra, me embargó una sensación de haber sobrevivido. Los días en Alaska no podían ser más intensos, y aún nos faltaba la vuelta a Kodiak al día siguiente. Los alimentos básicos se nos estaban agotando y ya no quedaban pan ni galletas ni latas ni bebida. Sólo había pescado. Seguía además el tiempo húmedo y neblinoso.

Aquella noche, tras las emociones vividas, fuimos a la sauna de Montse. Pusimos madera seca abundante en un bidón metálico que se cargaba desde el exterior y la prendimos fuego. El interior se caldeó inmediatamente. Estábamos desnudos. Arrojamos agua a las paredes del bidón rusiente y comenzó a salir vapor abundante. Una sensación confortante. Un poco más de leña y más agua que producía más vapor. Doug y Peter nos contaron detalles de su vida en Alaska y de su trabajo. Su experiencia nos recordaba a la de los antiguos pioneros en el lejano oeste. Les invitamos a venir a España. Queríamos corresponder a su amabilidad. El vapor y la elevada temperatura, terminaron de serenarme. Mi estómago estaba tranquilo después de la tormenta. Recordé a mi amigo el oso y me pregunté dónde estaría. En el interior de la sauna se estaba como en una especie de claustro materno y me sentía protegido. Fuera el bosque oscuro y húmedo nos esperaba. Nos dimos la mano los cuatro y cantamos una canción que resonó en interior de la ardiente cabaña… A la mañana siguiente regresaríamos a Kodiak.

domingo, 31 de diciembre de 2006

Afognak


Siempre en busca de nuevas emociones y aprovechando unos días después de haber acabado el trabajo en la cannery, nuestros amigos nos propusieron visitar la cercana isla de Afognak, muy próxima a Kodiak pero todavía más salvaje y desierta. Allí teníamos la intención de pasar una semana en el antiguo campamento de Montse y Dick. Era primeros de agosto y el tiempo era templado.

Partimos un domingo a las siete de la mañana. Íbamos en una pequeña barquichuela con dos pequeños motores fueraborda. Durante el trayecto nos bebimos una botella de vino rosado de California por lo que estábamos bastante animados. Bordeamos la costa. A nuestro alrededor se abrió un prodigioso espectáculo marino con ballenas en manada, lanzando chorros de agua que sonaban como sifones. Las veíamos a menos de un centenar de metros. Había al menos media docena, así como leones marinos y focas que nos fueron acompañando durante el trayecto que duró unas cuatro o cinco horas. Yo estaba fascinado y no paraba de hacer fotografías. En un momento abandonamos la costa y nos lanzamos en dirección al océano para ponernos en posición de penetrar en los entrantes de Afognak. Este era el momento peligroso, como veríamos a la vuelta. En el bote llevábamos trajes térmicos por si teníamos que arrojarnos al agua en caso de accidente. El agua de Alaska está tan fría que no se resiste vivo más de media hora. No llevábamos radio. Es necesario enfundarse un traje térmico de color naranja que lleva emisores de ondas para ser posteriormente localizado por los equipos de rescate. Esto me producía una gran inquietud como pude posteriormente experimentar cuando nos afecto una fuerte marejada con olas de un metro. No éramos muy duchos en esto del mar y los elementos me terminaron impresionando y atemorizando.

En la semana que pasamos en Afognak vivimos como aventureros. Teníamos comida pero tuvimos que pescar. Llevábamos armas para cazar algún caribú pero no fue necesario. Llegamos al campamento base en la orilla de unos entrantes del mar en la isla a modo de lagos, flanqueados por altos abetos y árboles muertos, que iban comunicándose unos con otros. En el interior, el mar estaba calmado. Montamos el campamento aprovechando la infraestructura del que habían dejado Montse, Dick y Douglass. Maika veía por primera vez el escenario último de la vida de su amiga. Colgamos grandes plásticos de las ramas, creando una especie de cobertizo provisional, y plantamos las tiendas de campaña donde dormiríamos.



Las emociones se acumularon durante esos días. Pescamos varios salmones y hálibuts que comíamos asados en hogueras que hacíamos en el bosque. Teníamos cerveza para unos cuantos días, latas, pan y galletas. He puesto en el blog una foto de Peter después de haber pescado un hálibut, y otra en la que aparezco yo con una caña de pescar y armado con un colt del 45 en la cartuchera. Teníamos que tener cuidado con los osos; podían olernos y acercarse por el rastro de la comida. Por la noche enterrábamos los restos de pescado envueltos en plástico para que no los olfatearan.

Una tarde habían salido a pescar Maika, Peter y Douglass y me había quedado solo en el campamento. Me habían advertido nuevamente sobre los osos. La verdad es que no me lo tomaba muy en serio. Había oído hablar mucho de ellos pero no había visto a ninguno. Douglass muy seriamente me enseñó el revolver y me dijo que en el caso de que se acercara uno tenía sólo una opción de meterle una bala entre los ojos cuando estuviera a pocos metros. Cualquier otro punto no haría sino enfurecerle y aquello sería mi final. Luego estalló en una alegre carcajada que me hizo pensar que estaba bromeando. Me quedé solo, tranquilo y relajado. Eso sí con la pistola al cinto. Me sentía importante llevando un arma junto a mí y la acariciaba con frecuencia. Es cierto que las armas transmiten una sensación de erotismo. Lo pude comprobar en el servicio militar cuando pasaba horas y horas de guardia con el fusil de asalto en mis manos.

Los vi marchar en la lancha, y me quedé en campamento recogiendo los restos de la comida y organizando la tienda. Luego me puse a fumar un cigarro sentado en un tronco. Oía crujidos en el bosque que empezaron a inquietarme. Estaba solo en una isla agreste y deshabitada. Era la primera vez que me veía en una situación semejante. Eran las cinco de la tarde pero había mucha luz. En Alaska en verano apenas anochece, y es normal que a las once de la noche quede todavía bastante luminosidad. El bosque resultaba misterioso e imponente. Me levanté varias veces a dar una vuelta por los alrededores. El tiempo transcurría lentamente. Hacía una hora que habían marchado pero se me había hecho eterna. Quise leer un libro y me fui a la tienda a buscarlo. Estaba leyendo una novela policíaca negra titulada Por amor a Imabelle de Chester Himes. Pensábamos ir a Nueva York al final de viaje y ésta se ambientaba en la ciudad de los rascacielos. En Harlem si guiñas un ojo te asaltan, si guiñas el otro te matan, comenzaba así la novela genial de Himes. De pronto sentí algo, sentí que estaba siendo observado, tuve la sensación de que algo se movía detrás de mí entre el follaje espeso. Me giré lentamente y entonces lo vi. Era un grizly, un oso pardo de gran tamaño, que había venido a visitarme. Enmudecí. Me miraba con la cabeza ladeada entre los árboles y respiraba sonoramente. ¿Qué hacer? Desenfundé el revolver y quité el seguro. Puedo asegurar que no me dio tiempo a tener miedo. Fue todo demasiado rápido. El oso me seguía observando. Yo estaba cerca del fuego que ya estaba casi apagado. Tenía una única oportunidad de meterle una bala entre ceja y ceja. No debería correr ni intentar subir a ningún árbol. Me asombra que no tuviera miedo. Las situaciones extremas me transmiten una extraña serenidad, mientras que las situaciones ambiguas, de transición me producen pavor. Soy muy miedoso. Me asustan cosas que a nadie asustan, pero ante aquel oso enorme que se apoyaba en sus cuatro patas no sentí miedo alguno. Es como si lo estuviera esperando. La situación era de empate. Yo ni respiraba y observaba cómo era observado. De pronto el oso se levantó sobre las dos patas. Mediría cerca de los dos metros y sus garras eran temibles. Si una me rozaba era hombre muerto. Enfundé la pistola y, como por una extraña revelación, supe lo que tenía que hacer. Muy lentamente –el oso gruñía entretanto- me fui agachando hasta tumbarme en el suelo con la cara hacia abajo. La tensión era enorme pero yo gozaba con aquel momento. Abrí mis piernas y puse mis brazos sobre mi cabeza. Todo con una extrema lentitud. Así tumbado me quedé quieto, muy quieto, aguantando incluso la respiración. Es como si supiera lo que iba a pasar. Subrayo que no estaba asustado pero sí expectante. Pasaron unos segundos eternos, y el oso comenzó a acercarse sobre sus cuatro patas. Notaba su presencia cerca de mí. Era enorme, lo miraba de reojo. Sus movimientos no parecían agresivos. Estaba inmóvil y él vino a olfatearme. Recuerdo su hocico mojado cuando estaba cerca de mí. Cerré mis ojos y ni respiraba. Estuvo unos segundos junto a mí; me empujó el cuerpo con el morro, pero no sentía aquello como amenazador. En el fondo me divertía la situación. Tenía la seguridad de que no me iba a hacer nada, y los dos estábamos jugando. Efectivamente, el oso se dirigió adonde habíamos dejado los restos del hálibut que habíamos pescado, lo olió y comenzó a comérselo. Cuando se hubo dado el atracón, se marchó sin hacer ningún ruido por donde había venido y me dejó tirado en el suelo con todavía la sensación impresionante de su morro húmedo olisqueándome e intentándome mover.

Respiré hondo y fui levantándome con precaución. Palpé mi pistola y tuve la sensación de que en unos instantes, unos microsegundos, había pasado toda mi vida. Fueron extremadamente emocionantes aquellos minutos de intensidad total. Agradecí no haber intentado dispararle, porque creo que nos habíamos hecho amigos. Creo que hay ciertas fuerzas en el universo que a veces entran en contacto y que si el espíritu está tranquilo es imposible que nada pueda hacerte daño.



Por supuesto que no conté nada de esto a mis amigos. De hecho es la primera vez que lo cuento, aunque tengo la convicción de que ello parecerá una especie de relato de navidad. Encendí un cigarro y aspiré lentamente… pensando en que la vida es un territorio altamente misterioso.

Cuando regresaron mis amigos trajeron un par de salmones y un hálibut. Douglas y Peter nos llevaron a una cabañita en el bosque donde cabíamos justo las cuatro personas que éramos. Era una sauna. La sauna de Montse: Montse’s steambath. Allí, ella, Dick y Douglass se metían para relajarse. Nos dimos un baño de vapor maravilloso. Son muy populares en Alaska. Algo me ha quedado de Afognak: el recuerdo de mi amigo el oso y mi afición por las saunas de las que soy un entusiasta.


viernes, 29 de diciembre de 2006

Kodiak island


No siempre estábamos trabajando en Kodiak. Había días de asueto en que podíamos dedicarnos a nuestros amigos e ir descubriendo la sorprendente geografía de la isla llamada Esmeralda por la belleza de su verdor en verano. Kodiak es una especie de paraíso natural en que viven todavía miles de osos pardos en estado salvaje. Los habitantes de la isla han de saber convivir con la cercanía de los grizlys más grandes del mundo como decía en un post anterior.

Nuestros amigos eran Ron, en cuya casa vivíamos en un bosque de abetos gigantescos, Bob y Doug. En torno a ellos había otros amigos a los que veíamos en partys o nos visitaban en días de fiesta. Maika y yo, que no éramos pareja, trabamos una fuerte amistad con aquellos americanos que nos trataron con el mayor afecto y consideración. Todos tenían la sensación de vivir en la “última frontera” en íntimo contacto con la naturaleza y lejos de la civilización. Tenían la conciencia de ser algo así como exploradores o tramperos en el lejano oeste. Formaban parte del sistema americano pero en la periferia, e igualmente eran críticos con el stablishment político en aquel tiempo con la América representada por Ronald Reagan. Sin embargo, eran muy patriotas. Lo pude comprobar en la celebración de cuatro de julio –día de la independencia americana- en que todos pusieron la bandera de barras y estrellas en sus viviendas, en sus barcos y en sus campamentos. Nosotros éramos muy detractores del American way of life, pero no podíamos de reconocer que nos habían acogido amistosamente y con toda la generosidad del mundo. Había temas que no podíamos abordar porque nuestras perspectivas eran diferentes. Ellos tenían la idea de que los americanos habían venido a Europa en dos ocasiones a salvarnos de nosotros mismos, y que mucha gente americana había muerto en defensa de nuestra civilización. Nos dimos cuenta de que era inútil hablar de este tema y que los sentimientos son algo muy particular.

Celebramos el cuatro de julio yéndonos a una isla cercana donde hicimos fogatas, cantamos canciones y charlamos con un montón de amigos americanos que, como he dicho, nos había acogido amablemente. Otros días nos íbamos de excursión cruzando la isla y llegando a playas desiertas donde hacíamos ejercicios de tiro con armas cortas. Esto es algo que nos resultaba sorprendente: la familiaridad de los americanos con las armas. Para los europeos es algo difícil de imaginar, pero he de decir que en aquellos meses de estancia en los Estados Unidos, aprendí a relacionarme con las armas de fuego que nos acompañaban continuamente.

Una tarde fuimos a un extremo de la isla adonde llegamos con jeeps y nuestros amigos nos llevaron a seguir pistas de osos. Recuerdo este día con especial emoción por la densidad del bosque que recorrimos. Los abetos eran altísimos y no había rama o piedra que no estuviera cubierta por el musgo. La luz del sol entraba por entre las copas de los árboles. Era un bosque húmedo y profundo. Ron nos mostró un sendero que era la pista de una familia de osos. Los osos son animales solitarios. Fuimos siguiendo la senda marcada por los excrementos. Íbamos armados con colts del 45, el célebre Mágnum que popularizó Harry el Sucio. Sabíamos que los osos no son agresivos, pero una fuerte emoción nos invadía en el silencio y la magnitud del bosque gigantesco. Sólo se oían nuestros crujidos que en nuestra imaginación nos parecía que era la presencia de los osos. Ante un oso, no quedan muchos recursos, según nos contaron. Lo mejor era no correr nunca delante de él -su velocidad supera los 65 km por hora- ni intentar trepar a los árboles. Si el encuentro era inevitable, lo más acertado y sabiendo que no comen carne humana, es irte agachando lentamente y tumbarte en el suelo. Allí debes cubrirte la cabeza con cuidado y hacerte el muerto. El oso puede haberte olfateado y pensar que eres un peligro para él o su familia. Por ello, debes mostrar que eres pacífico o que estás muerto. Con toda seguridad el oso no te hará nada. Eso al menos es la teoría.



Aquel día no vimos osos, pero los presentimos. Estábamos en su hábitat y casi los olfateamos. Recuerdo vívidamente la vista que se divisaba, desde uno de los extremos del bosque, de la isla de Kodiak. Estábamos muy altos. Kodiak es un refugio de la vida salvaje en cuanto a osos, pájaros, renos, ballenas, leones marinos… Un espeso manto de verdor cubría la isla sólo habitada en una mínima parte. Allí el ser humano todavía siente que es parte de la naturaleza y que ha de vivir en compenetración con ella. No oí nunca que nadie se quejara de la presencia de los osos en la isla. Todo el mundo sabía que eran sus habitantes naturales y que los hombres debíamos respetarlos.

Hicimos muchas cosas en Kodiak: excursiones, asistir a conciertos de música country, ir a pubs donde había streap-tease no completo, pero sí muy insinuante, planeamos viajes por otras partes de Alaska, comimos pizza en el Captain Keg, la mejor que he probado en el mundo –o al menos así me supo-, asistimos a partys y visitamos a amigos.

Lo más sorprendente, sin embargo, fue encontrar el diario íntimo de Montse escrito en catalán y que recogía hasta los últimos días antes del terrible accidente que conté en un post anterior. Pero de esto hablaré más adelante en alguno de estos días que quedan hasta el final de las vacaciones.

martes, 26 de diciembre de 2006

Las canneries


Trabajar en una cannery suponía un ritmo constante y frenético. Era una nave con cuatro líneas o cadenas de procesamiento del salmón recién pescado que iba llegando en barcos de pesca o hidroaviones que aterrizaban en la misma ría donde se situaban todas las canneries. Cada línea ocupaba a una veintena de trabajadores que trabajaban a un ritmo endiablado. La mayoría eran filipinos que gritaban continuamente "amigo, amigo", aunque había también mejicanos, algún irlandés, jóvenes israelíes que iban viajando por el mundo y algún norteamericano, aunque estos eran minoría. El núcleo fundamental era filipino, famosos por su manejo diestro del cuchillo. Y allí el cuchillo afilado es el instrumento fundamental. Tienes que estar afilándolo todo el día. El primero de la cadena corta la cabeza del salmón con una aguda y potente guillotina que activa con los músculos abdominales. Es un trabajo sumamente peligroso porque ha de ir a gran velocidad colocando los salmones en posición. Es fácil no quitar las manos a tiempo y apretar el resorte de la guillotina que baja mortífera. Pues bien en aquel sitio me colocaron el primer día de trabajo. Me explicaron someramente el mecanismo y tuve que ponerme a accionarlo. A continuación un filipino abría de arriba abajo el salmón con un cuchillo afiladísimo, otro le quitaba las tripas, mientras otro le abría una incisión longitudinal para quitarle los últimos restos de sangre. Cuando estaban limpios y separadas las huevas, eran clasificados en diversas categorías: red salmon -el mejor-, pink salmon o dog salmon, y dentro de estos por tamaños. Inmediatamente eran llevados en cestas a las salas de refrigeración acelerada. Poco tiempo después volaban en aviones rumbo a Japón de cuya nacionalidad eran la mayoría de las canneries que había en Kodiak.

Cada dos horas hacíamos un brake-time de quince minutos para prepararnos un té y retomar fuerzas y a las doce del mediodía y a las seis de la tarde se paraba una hora para comer o cenar. Se trabajaba mientras hubiera salmón, y eso significaba que podías acabar a cualquier hora del día o de la noche. A veces el trabajo concluía a las cinco de la madrugada y habías empezado a las siete del día anterior. Nadie se quejaba porque todos querían hacer el mayor número de horas extraordinarias (overtime) en las que se cobraba un cincuenta por ciento más a partir de la octava hora. No era raro que si había que enlazar un día con el otro porque el trabajo continuaba, nos dieran anfetaminas para resistir días y días seguidos.

No había especial camaradería entre los compañeros. Nosotros éramos jóvenes y hablábamos con otros jóvenes americanos, irlandeses o israelíes. Era raro conversar con los filipinos con los que había una relación muy tensa. Estos procuraban fastidiarnos todo lo que podían. Se sabían mucho más hábiles y rápidos con el cuchillo y procuraban ir todavía más rápido para desbordarnos de trabajo a los que acabábamos de llegar. Nos encuadraban en el grupo de los mejicanos, puesto que nos veían hablar con ellos en la misma lengua. Uno de los fore-men (o encargados) era mejicano. Se llamaba Andy, y era especialmente atento con nosotros y nos trataba con corrección y educación. Otra cosa era el fore-man americano, que parecía tenernos manía. Cuando los filipinos trabajaban a toda velocidad para desbordarnos la mesa, Peter, el encargado, era reclamado con toda mala intención para que viera lo mal que trabajábamos. Probé todos los lugares de la cadena. Mientras estabas allí, no podías distraerte un minuto. Para pasar el tiempo, procuraba pensar en cualquier otra cosa que me alejara del pescado que terminabas detestando. Olías a pescado, y por mucho que te lavaras o asearas se notaba el aroma a pescado por cualquier sitio que fueras.

Si algún día acabábamos temprano, como a las siete de la tarde, después de haber enlazado dos o tres días de trabajo, nos íbamos corriendo a casa a ducharnos, cambiarnos de ropa, e irresistiblemente te ibas, junto con tus amigos y Maica a la discoteca mas popular de Kodiak, The son of de beach (un juego de palabras con Son of the bitch: hijo de perra). Oliendo a pescado nos juntábamos allí centenares de trabajadores de las canneries en un ambiente netamente americano. Creo que nunca he tenido tantas ganas de bailar como aquellos días en que tras dos o tres días seguidos de trabajo, nos íbamos a beber cerveza Budweisser y a mirar a las muchachas guapas de la discoteca. Hay que decir que estas eran raras. En Alaska las mujeres en su mayoría son obesas, muy obesas, ignoro la razón, probablemente sea una alimentación deficiente y excesivamente rica en grasas animales. Lo de las hamburguesas no es un tópico, es una realidad. Se comen a todas horas, de dos en dos, de tres en tres…

Creo que nunca he disfrutado tanto bailando, ni he disfrutado tanto de la vida como tras varios días de trabajo monótono y agotador. Esas horas de asueto eran un don del cielo. Tenía ganas de charlar, de reírme, de hacer el tonto, de bromear, de cortejar a las chicas guapas (había pocas pero lo intentaba). Recuerdo que cumplí veinticinco años en una de aquellas tardes en que fui a la discoteca. Alguno de mis amigos, Ron o Bob, o quizás Douglass, se habían ido de la lengua, y por los altavoces oí mi nombre y la inequívoca canción de Happy Birthday to you, coreada por todos los asistentes. Allí es costumbre invitar al que cumple años, y aquel día once de julio me invitó media discoteca y yo por no hacer desaires a nadie trasegué cerveza como un irlandés. Estaba en la cúspide de mi vida. Crucé pletórico el ecuador de mi vida, embriadado de cerveza y de juventud. Tenía trabajo (ilegal pero lo tenía), tenía amigos y unas enormes ganas de bailar. Estaba eufórico ¿Qué se puede pedir más a la vida?

viernes, 22 de diciembre de 2006

Alaska


He de aclarar que mis viajes a Alaska no fueron en calidad de profesor a imagen de aquella divertida serie que era Doctor en Alaska que disfrutamos en los noventa. No. Las dos ocasiones en que viajé a Alaska fue para trabajar duramente en las canneries de salmón que hay en la isla de Kodiak. Allí trabajé en jornadas, a veces de veinte horas diarias, mientras hubiera salmón para procesar. Allí fui un “espalda mojada” puesto que no tenía papeles para trabajar legalmente. Fui temporalmente –durante dos veranos- un inmigrante ilegal que tenía que inventarse un número de la Seguridad Social americana para pagar los impuestos correspondientes a las semanas que trabajamos.

Dicho esto, puedo empezar a contar cómo se inició esta aventura… Aquello tomó cuerpo cuando una profesora de Historia del colegio donde trabajaba me habló del reciente viaje que había hecho a Alaska. Inmediatamente me sentí seducido por el nombre, “Alaska”. ¿Quién no ha soñado alguna vez con Alaska? Me vinieron rápidamente a la mente los relatos de Jack London sobre el Yukón, los Relatos del Gran Norte, historias de tramperos solitarios, buscadores de oro o de perros o lobos en las estepas inmensas y desoladas de Alaska. Maika me habló de su estancia en Kodiak, la isla donde están los osos pardos más grandes del mundo (grizly). Allí había estado trabajando hacía dos veranos en una cannery de procesamiento de salmón. Allí había dejado a una amiga –Montse- que había viajado con ella y que había decidido abandonar su cómoda vida en Barcelona, incluido su marido, y quedarse a vivir en Kodiak, compartiendo su vida con un auténtico alaskeño, cazador a temporadas.

Yo no conocía a Montse, pero siempre que pienso en Alaska, a pesar del tiempo transcurrido, su nombre es el primero que me viene. Ella se quedó a vivir en Alaska, pero pocos meses después moría en el transcurso de una cacería en una isla desierta y cercana a Kodiak, una isla también de nombre ruso, Afognak. Su muerte accidental fue objeto de una investigación oficial. La mató Dick, el mismo hombre que era su compañero sentimental, en un desgraciado accidente que fue objeto de controversias varias.

Explico esto porque Maika y yo llegamos a Alaska un veintidós de junio en pleno solsticio de verano y porque todos los amistosos americanos que nos recibieron y nos dieron lo mejor de ellos mismos, nos acogieron como amigos de Montse cuya muerte estaba reciente. La investigación había concluido sin consecuencias penales para Dick.

Recuerdo vivamente nuestra llegada a Anchorage, la capital administrativa de Alaska. Pasamos los trámites aduaneros con cierta facilidad y tras un vuelo de doce horas llegamos a la misma hora que habíamos salido de Londres, dada la diferencia horaria también de doce horas y nuestro vuelo en la misma dirección del sol. Aquel día tuvo una duración de 36 horas y fue agotador.

El aeropuerto de Anchorage –pequeño y acogedor- está montado y decorado con artesanías de los esquimales y figuras de renos y osos grizly disecados. Uno de estos tenía erguido una altura impresionante de dos metros y medio. El viajero tenía la sensación de haber llegado al límite del mundo. El Boing 747 había sobrevolado Groenlandia y el Ártico, hacía escala en Anchorage y continuaba vuelo hacia Japón.

En el mismo aeropuerto compramos los billetes para Kodiak, situado a unos seiscientos kilómetros al sur. Un par de horas después, partíamos en un avión de dos hélices hacia la isla de la aventura, en el fin del mundo. Sentía una profunda emoción por estar en Alaska. Me ha sucedido siempre que he viajado a países lejanos. Me imagino en el globo terráqueo y veo donde me sitúo y me parece increíble. Los primeros momentos después de bajar del avión son maravillosos. Veinticinco años después de aquel viaje, a veces tengo un sueño extraño y feliz. Me veo volando nuevamente hacia Alaska sobrevolando los hielos y las bahías, los entrantes y las suaves colinas de un verde intenso. En la lejanía las montañas nevadas y en los ríos, osos juguetones en espléndida libertad atrapan salmones que van remontando los ríos a poner sus huevos.

Cuando arribamos a Kodiak, una hora después, soplaba un fuerte viento lo que hizo que el avión tuviera que hacer varias maniobras de acercamiento. Había grandes nubes y se divisaban montañas cubiertas por la nieve en su parte superior. No hacía demasiado frío, aunque en invierno se alcanzan temperaturas mínimas. El verano es suave aunque algo destemplado. Allí iban a pasar dos meses de fuerte trabajo y de intensas emociones junto a los que iban a ser grandes amigos nuestros.

El siguiente capítulo será sobre nuestros amigos y el trabajo en la cannery.

miércoles, 20 de diciembre de 2006

100



Turrón, navidad, final de trimestre, villancicos y mi post número cien. He querido celebrarlo con vosotros en una entrada breve y sintética. Hoy no me extenderé. Soplo en soledad la velita que me he puesto en la tarta de mi blog y cierro por hoy el chiringuito. Cien entradas. Todo un título para un bloguero que se inició ahora hace un año. He hecho en este tiempo amigos en la blogosfera, procuro ir siguiendo su deambular y comprendiendo la carga de pasión e intento de lucidez que significa un blog. Animo a mis alumnos a crear su propio blog. Es una forma de definirse, de iniciar una búsqueda, de dar continuidad a nuestras inquisiciones. Somos prestidigitadores de sombras los profesores y los blogueros. Comienzan las vacaciones de Navidad. En estos días contaré mis andanzas por Alaska siguiendo los pasos de Jack London. No os lo perdáis. El profesor desconecta de sus alumnos y recupera la que fue su mayor aventura hace años antes de asentarse. Todo empezo con...

lunes, 18 de diciembre de 2006

Expectativas



Una de las funciones del tutor es la de orientar profesionalmente a los alumnos, especialmente en cuarto de la ESO, curso del que soy tutor como sabrán por mis posts anteriores. Mis alumnos son un grupo de lo que hemos venido en llamar de “ritmo lento” en el que se ubican muchachos de perfil no conflictivo pero de nivel académicamente más bajo que los de otros cuartos. Son alumnos que reciben una atención especial y una adaptación de las materias. Algunos de ellos son voluntariosos y tenaces y obtienen unos buenos resultados que en otros cursos serían difíciles o imposibles. Aprobar todas las asignaturas con buenas notas en este curso es equivalente de suspender tres o cuatro en el curso que llamamos heterogéneo donde la materia se imparte a un ritmo más rápido. El ambiente en la clase es bueno y la mayor dificultad estriba es la convivencia entre alumnos del país y alumnos de otras latitudes. El año pasado hubo importantes conflictos que derivaron en enfrentamientos y agresiones verbales y físicas. Este año el clima se ha serenado por la marcha de alumnas especialmente intolerantes y nos encontramos con un ambiente más relajado en ese sentido. Por lo demás es un curso con el que nos encontramos a gusto y no ofrece dificultades. Son buenos chicos y sólo tres parecen descolgados de la marcha del curso.

En cuanto a orientación profesional, se distinguen tres opciones: los que optan por módulos profesionales, una vez acabada la ESO; los que ven inviable esta opción porque saben que no van a aprobar y entonces se orientan a los llamados Programas de Garantía Social, programas que quieren impedir que nuestros alumnos vayan directamente al mercado laboral sin ninguna capacitación profesional; y alumnos que tienen pretensiones de cursar bachillerato y realizar una o incluso dos carreras universitarias.

A veces el profesor, a la vista de los resultados académicos y las orientaciones de la Junta de Evaluación, ha de intentar modificar la perspectiva que tienen de sí mismos: alumnos que creen que valen para el bachillerato y los estudios universitarios pero, en cambio, el profesor estima que ese itinerario será poco práctico y lo único que servirá será para perder tiempo y pegarse contra un muro de piedra por el bajo nivel de comprensión del alumno, pese a que saque buenas notas en este curso de ritmo lento; en otras ocasiones el profesor ha de hacerlos ir más allá de sus expectativas y animarles a cursar bachillerato porque tienen un perfil adecuado y su nivel y decisión es mayor de lo que ellos mismos consideran.

Forma parte de nuestras tareas ayudarles a buscar opciones e itinerarios de formación. Esto lo solemos hacer en clases de tutoría en las que hay una atención y una intensidad formidables. Está en juego su futuro, y ellos son conscientes. Hoy, con delicadeza, he tenido que reconducir el futuro de un alumno que se creía capacitado para ir a la universidad. Con él he tenido una charla afectuosa en la que le he intentado hacer consciente de su capacidad, pese a lo que él crea de sí mismo. Me ha escuchado y luego me ha dicho ante mis observaciones de que el bachillerato no era la mejor opción para él: ¿Se juega algo, profe, a que con trabajo y esfuerzo me saco el bachillerato? Le he respondido que yo no deseo su fracaso, y que él había escuchado mi opinión (la de la Junta de Evaluación) pero que si él deseaba intentarlo después de aprobar la ESO, estaba en su derecho, por supuesto.

Hay muchas dudas. Han de plantearse en un momento decisivo cuál va a ser su futuro. Manejamos sobre todo páginas web de la Generalitat de Catalunya que informan de todas las salidas profesionales. ¿Qué quiero y qué puedo estudiar? Me alegra que alumnas magrebíes se planteen esta pregunta porque esto significa que tienen perspectivas que van más allá de un matrimonio probablemente elegido por la familia y desean una formación profesional más sólida. Tienen en su contra su escaso dominio del idioma, su ritmo más que lento y malos resultados académicos, su aspecto físico (el hiyab o velo), pero tienen a su favor la voluntad de salir adelante y el apoyo del centro. Me dolería que a estas alumnas la única opción que les quedara fuera la de quedarse en casa. Hemos de trabajar para adaptarles mejor el currículum y que tengan alguna probabilidad de éxito en los estudios. He de ejercer de puente con los otros profesores. He de hacerles ver que en el éxito de estas alumnas está implicado en centro. Va más allá de las simples calificaciones académicas.

Una salida de módulos profesionales no es necesariamente inferior a la del bachillerato porque tras cursar un módulo de grado medio, puede optarse por hacer módulos de grado superior tras una prueba de acceso y continuar estudios hasta llegar si se quiere a la universidad, teniendo en tal caso dos títulos profesionales lo que da muchas más opciones profesionales que un bachillerato.

El tutor tiene una interesante tarea por delante, y asume estas clases de orientación académica con ilusión dado el interés que tienen los alumnos en despejar su futuro profesional. Hoy los ordenadores echaban humo y el profesor era reclamado desde todos los lugares del aula. Hemos investigado desde estudios de azafata de vuelos, a técnico en marketing, en imagen y sonido, auxiliar de farmacia, fisioterapia, filología inglesa, logopedia, diversos bachilleratos, programas de garantía social…

Sin duda, cuanto más estudios hay y más definidos, más posibilidades profesionales tienen nuestros alumnos. Me gusta verlos mirar su futuro con inquietud, realismo y esperanza.

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