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jueves, 27 de abril de 2006

Dignidad


Déjenme que haga un post radicalmente subjetivo. Quiero exponer mis sensaciones, las de un profesor que se siente orgulloso de serlo y de tener contacto profundo con seres humanos en proceso de formación. Déjenme, asimismo, ser políticamente incorrecto e intentar el difícil ejercicio de llamar a las cosas por su nombre.

Ya saben el conflicto que arrastra mi tutoría desde principio de curso. Tiene un nombre muy sencillo: racismo. Mis alumnas bereberes son miradas con extrañeza, hostilidad, animadversión o indiferencia por una buena parte del curso, el tercero X de la Eso de un instituto cualquiera. Ni siquiera su compañero marroquí varón les presta la más mínima ayuda o apoyo. Esta es una cualidad que no se estila al oeste del río Pecos. No veo ternura en las relaciones entre mis alumnos ni veo solidaridad. Sin embargo, entre ellas cuatro hay una profunda relación de complicidad, de sentimientos que se confortan mutuamente. Lo tienen todo en contra: son musulmanas, son bereberes, son mujeres, llevan pañuelo y son buenas, sensibles e inteligentes, especialmente dos de ellas. Tienen todos los ingredientes para ser detestadas por la mayoría envidiosa y mezquina.

Ayer, una de ellas perdió los nervios ante el acoso a que se vio sometida. Los acosadores son astutos y saben como hacer daño pero que no se note, saben cómo hacer que se disparen los nervios de alguien sin dejar rastro, saben cómo hacer que alguien parezca una salvaje cuando es un prodigio de sensibilidad. Sara saltó y se abalanzó sobre una muchacha que no tenía mucho que ver con el asunto. La pegó. Sara no podía más. Se sentía humillada, rodeada, sin salida, sólo quería defenderse.

Rápidamente hubo protestas por su “salvajismo”. Conocíamos el acoso a que se veían sometidas pero no podíamos hacer nada porque los acosadores son sutiles y hábiles. Es difícil cazarlos in fraganti. Es todo como una nebulosa y Sara perdió los papeles y cayó en la trampa. Hubimos de sancionarla con cuatro días de expulsión del centro sabiendo que si su padre se enteraba probablemente la sacaría del Instituto y le impediría volver a estudiar. Sus padres no hablan castellano. Fue un drama cuando le comunicamos que estaba sancionada. Veía que habría de dejar los estudios y ella los ama. ¿Qué podría hacer esta mujer musulmana si su cultura y las circunstancias no estuvieran todas en su contra? Pero la ley habría de ser igual para todos. El día anterior se había sancionado a una alumna por su mala intención y agresividad con cuatro días. Sara había de ser igual para mantener el equilibrio delante del curso. No podíamos volvernos atrás.

Hoy he hablado con su madre. Sólo habla tamazit -la lengua de los bereberes- del sur. Ha venido con su chilaba y su cabeza totalmente cubierta por un pañuelo. Una de las compañeras de Sara, Hafida, nos ha servido de intérprete. Es otra muchacha de sensibilidad e inteligencia exquisitas. Le hemos dicho que estábamos muy orgullosos de su hija, que era una buena alumna y que sus notas eran buenas. Sin embargo, ha cometido un error. El jefe de Estudios le ha explicado la situación. Nos vemos obligados a sancionarla pero esperamos que en cuanto cumpla los cuatro días, vuelva y se saque el curso. La madre ha explicado que su hija está siendo acosada fuera del instituto, que se siente avergonzada por lo que ha pasado y que ha hablado con su hija para que no vuelvan a suceder los hechos por los que es sancionada, que si su padre se entera la quitará de estudiar…

La impresión que me ha dado hablar con esta madre bereber es la de dignidad y compromiso formal de que aquello no se repetiría. Se le han escapado las lágrimas discretamente. Para ella era una vergüenza estar allí. Su hija había sido sancionada. ¡Qué diferencia con la conversación que mantuve con la madre de la muchacha acosadora! Acusó al instituto de proteger a los extranjeros y acusó sin tregua a la muchacha que había discutido con su hija. El tono fue todo menos relajado. El profesor tuvo que echarle mucha paciencia para sobrellevar las impertinencias que tuvo que oír, impertinencias y amenazas. Su hija era menos culpable de lo que decíamos. Hoy la madre bereber con muchos más motivos ha aceptado nuestra decisión y lo único que ha pedido es que no vuelvan a perseguir a su hija.

No sé: veo elegancia, sensibilidad, ternura por un lado; y por otro, el de las acosadoras o los indiferentes, hallo insensibilidad, falta de solidaridad, cobardía, envidia, rencor.

¿Adónde podríais llegar si os dejaran crecer en armonía? Si os atrevierais... Encuentro en las mujeres musulmanas una extraordinaria fuerza moral.

Estos días de tensión, son también de esperanza. Sabemos que si estas chicas logran aguantar la situación en que están, saldrán más fuertes. La fortuna les ha ofrecido la posibilidad de estudiar, una posibilidad que en Marruecos hubiera sido, por ser bereberes, próxima a cero. Algunas de ellas se dan cuenta del valor que tiene la educación y los conocimientos y disfrutan esforzándose y sacando buenas notas. Lástima que la envidia humana sea tan ponzoñosa. ¡Suerte!

martes, 25 de abril de 2006

Desastre


Durante este curso he comentado en diversas ocasiones el ambiente conflictivo que reina en el curso del que soy tutor: variados conflictos interpersonales y sobre todo, el principal, el que enfrenta a alumnas de origen marroquí con el resto de la clase, en especial con un grupo de muchachas abiertamente racistas. Se intentó un proceso de mediación para acercar las dos orillas. Expliqué en un post los acuerdos a que se llegaron: las alumnas marroquíes se abstendrían de hablar en árabe en clase, y los demás procurarían integrarlas en los grupos de Educación Física para que no se encontraran siempre aisladas y marginadas.

Dichos acuerdos no se han cumplido por ninguna de las dos partes, aunque cada grupo aduce sus razones para demostrar que sí que lo ha intentado y que ha sido la otra parte la que ha iniciado el incumplimiento. Este fracaso de la diplomacia y el desarrollo de las tensiones del grupo ha hecho que hoy la situación haya estallado durante una clase de inglés. Nadie es capaz de reconstruir con certeza la secuencia de los hechos, o quién ha empezado, o cuál ha sido exactamente el detonante y quiénes son las víctimas y quiénes los agresores. El caso es que ha habido una explosión de sentimientos de ira con gritos, llantos, insultos y miradas asesinas.

Para las alumnas marroquíes hoy ha sido la gota que ha colmado el vaso del acoso a que se ven sometidas por parte de un grupo de la clase liderado por una alumna con graves problemas de autoestima y que se ve arropada por un grupo de cinco o seis chicas, que se escudan en el temperamento arrabalero de la misma. Cuando habla, chilla y parece no darse cuenta. Ella ha hecho comentarios despectivos e insultantes contra los “moros”, añadido a que en otras ocasiones ha expresado opiniones de muy mal gusto acerca de sus costumbres e idiosincrasia. Una de las alumnas marroquíes ha sufrido un ataque de histeria y ha habido que tranquilizarla, de modo que dos profesores que había en el aula no podían reconducir la situación.

Posteriormente hemos intervenido el Jefe de Estudios y yo -como tutor del grupo-. Después de hablar con todas las partes, incluida la madre de la alumna agresora, puedo decir que no hemos llegado a una solución satisfactoria porque hay demasiado veneno enquistado en esta situación y ya nadie juzga objetivamente el problema. Las dos partes achacan a la otra el origen de las desavenencias. Nosotros vemos de fondo un problema de claro racismo contra cuatro muchachas que forman piña y a las que se ve como potencialmente peligrosas porque no agachan la cabeza. Hay que decir que son de las que mejores notas sacan de la clase y que su actitud -en lo que alcanzo a considerar- es muy correcta y educada, pero hay algo que los demás no les perdonan y es ese "formar grupo" y hablar en otra lengua.

Jefatura de Estudios ha impuesto una "sanción cautelar" de cuatro días a la alumna que ha sido fijada como agresora aunque ella en todo momento lo ha rechazado. Se ve como víctima y aduce –gritando- que lo que las moras tienen es mucho cuento y que saben mentir muy bien, que no han cumplido el pacto porque siguen hablando en árabe y que han sido ellas las que han hecho esfuerzos para integrarlas, y que nosotros los profesores las protegemos antes a ellas -extranjeras- que a los de aquí. La madre tampoco ha aceptado la sanción porque se pregunta que si han sido dos los que se han peleado por qué se castiga sólo a su hija. Es que su hija es “instigadora” de una situación de acoso –le replicamos-, pero es muy difícil probar lo que sucede en realidad porque la mayor parte de las cosas suceden en el interior de la psique humana individual y colectiva. Cada parte se ve como víctima y probablemente todas tienen su parte de razón. Es muy difícil ser juez en una situación envenenada como esta. Alguien se preguntaba si no sería la difícil situación económica de las familias “de aquí” la que alimentaría el racismo contra los llegados recientemente. Al fin y al cabo resulta fácil no ser racista si uno vive en una zona acomodada de la ciudad donde no hay inmigrantes, pero el barrio donde yo doy clases es una zona límite donde se sufren graves carencias y muchas familias tienen serios problemas económicos y sociales.

Todo se ha mezclado en un cóctel explosivo que ha estallado delante de nosotros. La convivencia se ha ido al traste y la muralla de resentimiento contra las alumnas marroquíes ha aumentado por la sanción que hemos impuesto –que se ve como injusta- y por la dramática situación que ha tenido lugar hoy. Yo mismo como tutor he perdido muchos puntos delante de mis alumnos por ponerme del lado de los “de fuera”.

Es difícil juzgar a los seres humanos, sus motivaciones, sus intenciones y sus causas últimas porque urden –urdimos- una cadena de racionalizaciones que justifican cualquier desmán que hacemos. Luego están sentimientos de pertenencia, auspiciados por el miedo, los que hacen, que las personas tomen partido. Nadie ha sido capaz de distanciarse entre los alumnos para contemplar la situación. Algunos se han quedado al margen y no han entrado en el conflicto. Para nosotros ha sido difícil enjuiciar y tomar una decisión. Hemos cerrado el tema, pero mucho me temo que ha sido en falso y que no contribuirá a mejorar la situación de las muchachas marroquíes que perciben ellas solas todos los menosprecios de que son objeto mientras los demás los ven como “normales” y en todo caso son cuestión de grupo y ellas –las moras- deberían aguantar y aprender a integrarse. Es un buen problema porque nosotros vemos en la educación de estas muchachas magrebíes la oportunidad de emanciparse de las limitaciones que les impone su cultura. Una de ellas quiere ser enfermera y tiene capacidad para serlo pero tiene miedo a apostar tan alto. Es terrible tener que enfrentarse cada día a la agresividad de tus compañeros.

Me gustaría saber cómo diablos transformar este desastre en una oportunidad. Al menos eso decía un libro de autoayuda que hojeé en una ocasión.

jueves, 20 de abril de 2006

Esperando a Godot


Tenía diecinueve años. Estudiaba el segundo curso de mi carrera de Filología Hispánica. Una de mis aficiones era instalarme en la Biblioteca de una Caja de Ahorros y ponerme a estudiar, investigando y ampliando los temas de la universidad. Pero aquella mañana de la incipiente primavera no tenía ganas de estudiar y me dediqué a buscar algún libro de lectura que me atrajera. Después de dar varias vueltas hubo uno cuyo autor me sonaba ligeramente: Samuel Beckett. Allí tenía un texto teatral que me atrajo. Se titulaba Esperando a Godot. Desconocía que me encontraba ante uno de los textos dramáticos capitales del siglo XX. Recuerdo eso sí las tres horas siguientes que pasé embebido, hechizado, por aquel libro teatral que enfrentaba a dos personajes Vladimiro (Didi) y Estragón (Gogo) en un juego dramático sin precedentes para mí. El libro rezumaba un sentido del humor que no puedo calificar sino como “terrible” que me suscitó sonrisas y alguna carcajada. ¿Qué estaba leyendo? Yo no conocía la tendencia del llamado “Teatro del absurdo” que se dio en Europa en los años cincuenta.

El texto era de una desesperanza absoluta pero desprendía una gran ternura especialmente en la relación forzada de los dos protagonistas que he citado. Los dos estaban unidos por una espera que no se resolvía. Esperaban a Godot. Es el único que podría darles una explicación y algún sentido a sus vidas. Entretanto se aburrían mortalmente e intentaban ocupar el tiempo en diálogos absurdos y llenos de largos silencios. Al final del primer acto llegaba un mensajero que les comunicaba que Godot no llegaría hoy, que tal vez lo haría mañana. Me abalancé sobre el segundo acto creyendo que resolvería esta situación de espera anodina en que nos hallábamos, lector y personajes. El segundo acto acentúa lo sombrío de la situación. Continúa la espera inútil. Lo único que ha cambiado es un árbol que ahora tiene hojas a diferencia del primer acto. Otros dos personajes Lucky y Pozzo (esclavo y señor) también han cambiado desde el día anterior. El primero es mudo y el segundo ciego. La espera interminable continúa y al final del segundo acto nuevamente llega un mensajero que les anuncia, claro está, que Godot no vendrá hoy, que tal vez mañana lo hará.

Samuel Beckett (1906-1989) retrató este mundo sin salida, sin sentido, en una Europa que salía de una guerra que la había destrozado. Sesenta millones de muertos. Ya sabíamos la realidad de los campos de exterminio, y se habían arrojado dos bombas nucleares sobre ciudades japonesas. El mundo que él refleja está en ruinas y en él, el lenguaje ha perdido toda significación.

La lectura me resultó fascinante y desde entonces no he podido olvidar aquellas tres horas que me pasé absorto en la lectura de esta tragedia contemporánea en que el mundo carece de cualquier sentido y aquel que debería venir a dárnoslo tampoco llega.

Años después hice trabajar a mis alumnos de tercero de BUP sobre diferentes textos dramáticos. Les ofrecí a Shakespeare, Molière, Lope de Vega y Calderón, Lorca, Valle Inclán, Sastre, Beckett, Alfred Jarry, Tenessee Williams, Arthur Miller... El grupo que escogió a Beckett tuvo la fortuna de poder ver en Barcelona tres obras del autor irlandés y leyeron sus textos teatrales y narrativos. Aquel grupo, al cabo de los meses, se había transformado. La visión desesperanzada pero estimulante de la obra de Beckett había variado su modo de percibir el mundo y la realidad. Recuerdo con afecto su trabajo, su exposición oral y su representación teatral. Aquellos muchachos habían madurado. Entrar en el universo beckettiano les había supuesto un deslumbramiento y una sorpresa como la que tuve yo cuando tenía una edad parecida. Es como si a partir de entonces ya no pudieran mentirse a sí mismos ni tolerar la impostura del lenguaje lleno de trampas y falsedades.

Recuerdo que aquellos muchachos vivieron el estallido de la Primera Guerra del Golfo en 1991. La tensión en el mundo era enorme. El 16 de enero se desencadenó la operación Tormenta del desierto contra el Irak de Sadam Hussein. La mañana de ese día de enero había electricidad en las aulas. Tenía yo clase a primera hora de la mañana con un tercero de BUP. Les planteé que me resumieran en una palabra la sensación que tuvieran en aquellos momentos. Las escribí en la pizarra. Empezaron a repetirse términos como “desolación”, “tristeza”, “miedo”, “consternación”, “estupor”, “dolor”, etc. Hasta que llego el turno a Toni Ribes, el coordinador del trabajo sobre Beckett. Toni no siguió a sus compañeros y señaló que él sentía “curiosidad” y “fascinación”. La clase se echó con furia encima de él, pero creo que Toni estaba viendo más allá de sus compañeros. Le entendí perfectamente y sabía por qué él había escogido cuidadosamente dichos términos. El horror también puede ser fuente de fascinación. Pero además, ellos eran hijos de familias bastante bien acomodadas que llegaban cada día en moto al instituto y aquella guerra se hacía por el control del petróleo. Supongo que él era consciente de nuestra necesidad del crudo y de nuestra contradicción. Al cabo de pocos días, la guerra dejó de ser noticia central y el miedo se pasó en cuanto vimos que aquello quedaba muy lejos de nosotros. Toni estaba observando la guerra pero también nuestras reacciones, nuestra conciencia acomodaticia, nuestro mundo carente de excesivo sentido, y las palabras, vacías en buena parte de contenido. Lo que había denunciado y expuesto Beckett con sus obras.

Sé que a Beckett no le gustaban demasiado los admiradores ni las palabra de elogio. Vamos a dejarlo así, pero sugiero la lectura de sus textos, o mejor aún, su relectura. Este centenario de su nacimiento puede ser una excusa perfecta.

martes, 18 de abril de 2006

Volver


Volver con ganas, al menos convencerte de ello. No has dormido muy bien, piensas en lo que vendrá mañana, ya hoy. Suena la radio, te levantas ojeroso pero algo te impulsa a saltar hacia adelante: la convicción de que las cosas hay que hacerlas con el mayor entusiasmo, si no queda más remedio que hacerlas. Preparas el desayuno de tus hijas. Ayer te dieron cada una cuarenta o cincuenta besos al despedirse por la noche. Los guardaste en el bolsillo y les dijiste que cuando estuvieras triste sacarías unos cuantos y te pondrías contento. Los guardas como un tesoro.

Llegas al instituto. Encuentros agradables, otros tediosos… Tus compañeros de seminario te dan la bienvenida. Procuras ser positivo y saludar con ganas. Preparas todo el material y te diriges a tu primera clase de la ESO. Te sientes tranquilo. Hablas del libro de lectura del trimestre. A ver si esta vez tenemos suerte: La perla de John Steinbeck, el genial autor de Las uvas de la ira. Es la historia de un indio mejicano, Kino, que encuentra la más hermosa perla del mundo. Su tesoro le lleva a descubrir la sociedad de los blancos, materialista y devoradora. Ello provoca un agudo conflicto interior en el protagonista y la perla hará emerger la maldad que se encontraba escondida en la comunidad a la que había pretendido salvar Kino. La sabiduría implica la pérdida de la inocencia y el sufrimiento interior. Es un relato maestro que nos puede servir como reflexión simbólica acerca de la vida y la relación del hombre con la naturaleza. Espero que sea un hermoso libro para ellos.

Repasamos los ejercicios que llevaban para las vacaciones. No va mal la clase aunque ha habido varias ausencias significativas. Sales satisfecho. Te ves con energía, esa que estaba tan magullada antes de las vacaciones. Los paisajes gallegos y asturianos todavía están en la retina. También en la memoria, los cocidos y el lacón con grelos que te comiste por indicación de fmop (http://elsexodelasmoscas.bitacoras.com)

Tienes guardia de patio. Intervienes en una pelea entre marroquíes. No sabes qué se dicen pero sus rostros están crispados. Te quedas vigilando para que no vuelva a reiniciarse. Unas alumnas te preguntan por la nota que han sacado. Sabes que están suspendidas y con más motivo procuras ser amable con ellas. No han pegado ni sello, pero no son malas niñas. A eso tienes que acostumbrarte. La mayoría de tus alumnos no ponen su vida en el estudio. El instituto es un lugar de relación. Aquellos que trabajan, inmediatamente lo ven reflejado en sus resultados. La mayor parte de las veces los padres no son responsables. No saben educar ni orientar a sus hijos. Y menos transmitirles amor por la cultura. Estás en el barrio que estás y aquí la vida es así. Dentro de ese desastre intentas poner al mal tiempo, buena cara.

Dos marroquíes se insultan esta vez en castellano. “Puto moro” le dice el uno al otro. Otra profesora y yo nos quedamos boquiabiertos. El director pasa controlando la situación. Él ve las cosas desde arriba. Elabora planes estratégicos de centro y hace su pequeña carrera política. Los docentes, los que entramos en las aulas, no somos demasiado conscientes de las estrategias ni los planes tan bien urdidos como inútiles. Se estudia muy poco. Se trabaja menos. Todos son tácticas para maquillar el fracaso, el gran tabú de las autoridades educativas. Nos toca bailar con la más fea… Pero hoy no te pongas estupendo, querido profesor en la Secundaria.

Tu última clase de la mañana es laboriosa pero logras controlar el riesgo de que degenere en caos como acaban algunas clases que imparten sustitutos que llegan alucinados al centro en los primeros días. Sales contento. Tienes ahora dos horas para comer y preparar las clases de la tarde.

Hoy ha sido un día positivo. Has logrado mantener el autocontrol y el dominio de ti mismo ante la derivación creciente a la juerga, la desgana, el desastre. Probablemente no han aprendido mucho, pero todo está dentro de unas coordenadas aceptables. ¿Qué más se puede pedir? ¿Tendrán algo que ver los besitos guardados de tus hijas? ¿Tendrá que ver el consejo que las dos te dan desde el balcón cuando sales de casa por la mañana? Sé paciente, papá, sé paciente. ¡Qué canastos! Me voy a tomar una cervecita. No ha sido malo el regreso.

lunes, 10 de abril de 2006

El bloguer en Galicia


Domingo de Ramos en una aldeíta gallega: Santo Tomé, una población diseminada de unos centenares de personas. El verde de Galicia, los hórreos que aquí llaman cabozos, casas aisladas, los bosques de eucaliptus que espesan los montes y están cortados como retales por la tala intensiva. Mis hijas y sus amigas emocionadas con sus ramos de laurel recién cortados para ser bendecidos por el párroco. Caminamos por la carretera hasta la iglesia-cementerio del rincón gallego en que nos alojamos. Un centenar de parroquianos agitan sus ramos en el aire. El cura con hábito blanco y estola roja se dirige a los asistentes con gestos funcionariales. Pocos le escuchan. Hasta hace dos años venía un burrito en el que iba montado un monaguillo. Eso le daba color a la ceremonia. Es la preparación de la Semana Santa. Jesús entra en Jerusalem montado en un borriquillo y las gentes le aclaman: Hosanna al hijo de David. Son viejas historias que ya muy pocos creen. Predominan las personas mayores que se han vestido con sus mejores trajes. Hay también niños. Este año llovizna sobre el paisaje verde. No hay procesión, el párroco es escueto y no personaliza el rito mínimo anual. Los feligreses van a la iglesia. Muchos nos quedamos fuera esperando que acabe. El interior está iluminado con las arañas del techo. Hay santos engalanados, pero todo tiene un sabor a antiguo, a otra época. Tiene el encanto de un ritual decadente, poco acorde con el tiempo frenético en que nos movemos.

Mi cuñada, una mujer que se sumergió hace años en una aldea gallega, alejada del mundanal ruido, espera con sus hijos pequeños afuera con nosotros. La misa dura poco, lo suficiente para no cansar. María José es una lectora empedernida de los clásicos rusos. Ayer me devolvió un libro de Gorki, La madre, y otro de Dostoievski, El eterno marido... Se ha leído todos los de Tolstoi, Dostoievski, Chejov, Gogol, Goncharov, Turgueniev, Sholojov, Solshenitzin... Le fascina el ritmo de la narrativa rusa. La lee en sus noches de insomnio. Agotó todos los libros de la biblioteca del pueblo, Vilanova de Lourenzá, con su iglesia de torre tuerta descrita por Álvaro Cunqueiro. María José enganchó kilos y kilos en su vida en la aldea. Es un prodigio de humanidad, siempre alegre y vital. Añora la gran ciudad, sus humos, su contaminación, su mezcla bastarda de gentes de colores y lugares diferentes. Sus hijos, guapos y esbeltos, ya se sienten atraídos por los perros y por la caza, una de las pasiones del mundo rural. Ella intenta mantenerlos alejados de las armas, pero a ellos les atraen los revólveres, las escopetas, las ametralladoras, todo lo que dispare, como a su padre. Es el mundo del monte, de los bosques, de las fragas escondidas. Cuando tengan catorce años acompañarán al padre a cazar. Lo llevan dentro. Ella se enfada pero no demasiado en serio. Ella "reza" por los pobres corzos y jabalíes cuando su marido sale a cazar.

Yo me voy a hacer con otro cuñado, Iván, una etapa del Camino de Santiago. Son treinta kilómetros desde Ribadeo hasta Vilanova. Partimos a las ocho de la mañana y llegamos a las dos de la tarde. Hilvanamos conversaciones de los temas más diversos mientras caminamos. Nos cruzamos con peregrinos en bicicleta. Suben repechones mientras nosotros nos quedamos atrás. Hablamos de libros, películas, de las bodas gay en Galicia, de Berlusconi en Italia. ¡Vaya desastre si vuelve a ganar! Cuando acabamos la etapa no sabemos cómo han ido las elecciones. Hemos llegado un poco cansados pero no demasiado. Hasta treinta kilómetros se hacen bien. Hemos sendereado por entre eucaliptos y atravesado valles verdes. Mañana iremos con nuestras hijas a hacer una minietapa de ocho o nueve kilómetros entre los bosques húmedos. Son pequeñas pero es bueno que se vayan acostumbrando. Es una gran experiencia la del peregrino. Algún día podrán hacer el camino de Santiago entero si les atrae. Nadie sabe qué queda en la mente de un niño para su vida de adulto. Hay ciertas imágenes que te conforman, que están en el origen de lo que tú eres y muchas tuvieron lugar de pequeño.

No cuento nada especial. Son días alejados de la vida cotidiana del Profesor en la Secundaria. Hace años viajaba al Extremo Oriente y ahora me encanto en la aldea gallega, comiendo sus cocidos, sus carnes asadas y sus patacas fritas que no falten. Todo tiene carga existencial. La vida pasa también en este mundo tan inmóvil, como el cielo que parece quieto pero no para de moverse.

Longa noite de pedra
" O teito é de pedra. De pedra son os muros i as tebras. De pedra o chan i as reixas. As portas, as cadeas, o aire, as fenestras, as olladas, son de pedra. Os corazós dos homes que ao lonxe espreitan, feitos están tamén de pedra. I eu, morrendo nesta longa noite de pedra. "
CELSO EMILIO FERREIRO

viernes, 7 de abril de 2006

Las clavijas de Cotatuero


Parece -según un reciente estudio de científicos de la universidad de New Jersey- que nuestra percepción del miedo, sea innato o adquirido, depende de la existencia de un gen llamado stathmin que se haya alojado en la zona central del cerebro, en la amigdala (EL PAIS, 19 de noviembre de 2005). Han hecho experimentos con ratones a los que han bloqueado el citado gen y estos se han mostrado como valientes y temerarios ante situaciones en que los ratones normales estarían atemorizados y paralizados por el miedo. ¡Vaya! Así que el miedo también está alojado en el funcionamiento de un gen y aquellos en que dicho gen funciona deficientemente son los héroes que desafían el peligro, los valientes guerreros de las batallas homéricas.

Quiero evocar mi miedo cerval a las alturas. Este parece ser un miedo de los considerados innatos. He conocido escaladores que padecían de vértigo y, sin embargo, subiendo paulatinamente eran capaces de controlar su miedo lo que no pasaba cuando se veían enfrentados bruscamente a una gran altura que no podían digerir.Recuerdo mis tiempos de estudiante y mis excursiones a la montañas del Pirineo aragonés por el espectacular valle de Ordesa. Yo siempre procuraba ir con un compañero más atrevido que yo, alguien que tirara de mí. En una ocasión nos habíamos planteado subir a los tres mil metros, a un corte muy característico en la montaña llamado la Brecha de Rolando, en el macizo del Monte Perdido. Al otro lado de la brecha ya está Francia. Era el mes de junio y todo estaba nevado a partir de cierta altura. Ascendimos por un bosque de hayas espléndido lo que nos pareció un buen inicio. Para continuar el camino hubimos de trepar por unas empinadas chimeneas al borde de un enorme precipicio. Los agarraderos eran inseguros. Mi gen stahtmin estaba lanzando todas sus llamadas de alerta. Estaba en un estado próximo al pánico, pero lo peor estaba por llegar porque cuando nos nivelamos vimos las temidas clavijas de Cotatuero que son unos grandes clavos hincados en la roca para poner manos y pies. Hay que atravesar unos quince metros sobre el vacío con una caída libre de más de ciento cincuenta metros. El estado en que me encontraba era próximo al shock. Mi compañero de aventuras, tras unos momentos de indecisión, se lanzó a cruzarlas y vio que era bastante más fácil de lo que parecía. El problema era el miedo al abismo. Era sólo un momento de decisión y lanzarse al vacío. Mi gen del miedo me bloqueaba y me decía ¡No! ¡Vuelve atrás! ¡No puedes hacerlo! Sentía terror, pero mi amigo ya estaba al otro lado. No tenía ya la oportunidad de echarme atrás. Hube de lanzarme a apoyar mi primer pie sobre la primera clavija. Las piernas me bailaban, tal era el temblor que me invadía. No podía pararlas. Ya me encontraba en la segunda clavija y mi respiración era entrecortada. La situación era francamente comprometida. Sin embargo, surgió algo, fue un momento extraño en que me invadió un pensamiento que me llegó desde el subsconciente quizás o quizás del infinito. Me dije: ¡Bueno, aquí estoy! Y si me caigo y me mato ¿qué? Entonces me pareció insignificante mi miedo. Yo mismo me resulté insignificante. Era indiferente lo que me pasara. Carecía de importancia. Mis temblores cesaron por completo, mi respiración se serenó y fui poniendo mis pies firmemente en las sucesivas clavijas como si bailara, tal era mi estado de alegría próxima al éxtasis divino. Mi cuerpo era leve y todo carecía de verdadera sustancia. El caso es que estaba allí y estaba viviendo un momento mágico en mi existencia. Sin problemas llegué al otro lado, mi pie salió de la última clavija y se apoyó en la roca firme. Había un prado con un arroyo al otro lado. Algo nuevo me invadía. Aquello duró unos segundos, no fue más, pero han sido unos instantes que no he podido olvidar por la intensidad y maravilla que viví en ellos.

Años después volví a pasar por allí y se me reprodujo el estado de pánico pero no volví a vivir aquella sensación de levedad y totalidad. No sé cómo logré bloquear, anular o desactivar mi gen del miedo. Puedo entender que exista dicho gen y ello explicaría muchas de nuestra conductas, miedos y fobias a tantas cosas, pero también que hay algo extraño que a veces nos lleva al otro lado como a Alicia en el país de las maravillas y desde allí ves la existencia trasfigurada. Puede ser que cuando llegue el día del último viaje y esté al partir la nave que nunca más ha de tornar... me encontraréis cruzando, en un baile maravillado, las clavijas de Cotatuero. Sería un buen final.

Este post fue publicado el 25 de Noviembre de 2005 en Profesor en la Secundaria +. He querido recuperarlo ahora que estoy de vacaciones durante la Semana Santa. No sé si podré escribir estos días. Dependerá de los cibercafés que encuentre, pero aquí os dejo este post que para mí tiene una emoción especial.

miércoles, 5 de abril de 2006

La literatura maldita


Una buena clase de literatura es una llena de referencias literarias a libros o autores de culto. Una clase en bachillerato nos aconseja utilizar un lenguaje sugerente e intentar rellenar los inmensos vacíos de cultura que aqueja a nuestros alumnos. Cuanto más pronto sientan dentro de ellos mismos el pensamiento de ¡qué ignorantes somos! más pronto podremos trabajar seriamente. Deben verse tocados por el gusanillo de la curiosidad: de aprender, de saber, de conocer elementos de la cultura universal.

Estos días en literatura de primero de bachillerato estamos hablando del Modernismo, ese movimiento que surgió como rebelión frente el mundo ortodoxo, antiguo y tradicional. En principio fue un insulto a los partidarios de las ideas modernas, a aquellos que defendían el socialismo o el anarquismo, la emancipación de la mujer, el darwinismo que planteaba la evolución que llevaba del mono hacia el hombre. También las tendencias teosóficas de Mme Blavatsky y el ocultismo, así como las nuevas estéticas que defendían la idea del “arte por el arte” o el gusto por lo maligno y demoníaco. Pensemos en la obra de Lautremont titulado Los cantos de Maldoror, en Las flores del mal de Baudelaire, en Una estación en el infierno de Rimbaud, en Edgar Alan Poe y sus Narraciones extraordinarias...

Hacia la década del 1890 el mundo se estaba transformando y el mundo burgués, ya conservador, sentía pánico o desprecio hacia los nuevos movimientos obreros, hacia las incipientes organizaciones feministas que revolucionarían nuestro mundo, hacia todas las nuevas ideas estéticas que llevaron a los artistas a aislarse en un mundo aparte buscando una belleza no burguesa, lejos del utilitarismo y vulgaridad de la clase ascendente. Es la época en que París era la ciudad luz de la bohemia. Los artistas experimentaban estados de ánimo decadentes y se empapaban de éter, bebían absenta y ajenjo o fumaban haschisch. Los artistas buscaron alucinantes estados de conciencia que les abrieran nuevos campos en el arte.

La técnica vino a contribuir a los nuevos tiempos: la velocidad de los coches, el maquinismo, la luz eléctrica, el cine… Todo llevó a que el mundo se transformara y las ideas también. La Guerra Mundial, un desastre diseñado por un genio malévolo, acabó de cambiar el mundo. Derrumbó imperios, extendió el consumo a las capas medias de la sociedad, inició la liberación de la mujer, hizo visibles a los homosexuales que en los llamados felices años veinte se convirtieron en moda en las fiestas de Berlin y París.

En esta atmósfera de ebullición social, política y artística se gestaron las llamadas vanguardias. El mundo estaba cambiando a velocidad de vértigo. Cubismo, Futurismo, Expresionismo, Dadaísmo, Surrealismo… subrayarán, como el Modernismo, la búsqueda del lado oculto de la realidad. Freud hablará del inconsciente, los esotéricos, de lo oculto, los surrealistas también hablarán del otro lado de la realidad como los simbolistas habían sostenido que este mundo sólo era la faceta más visible de la realidad. Había otro mundo apto sólo para los iniciados. Siempre he sostenido que hay una línea de continuidad en esa búsqueda de "otros mundos" que están detrás de éste.

Ésta es la búsqueda que propone la enseñanza de la literatura, hablando de cultura, de cambio de época, de nuevas estéticas… Comentamos La montaña mágica de Thomas Mann, el Ulysses de James Joyce, citamos a Rubén Darío, a Antonio Machado, a Unamuno, a Ramón María del Valle Inclán y su libro más esotérico, el que ocuparía el primer lugar de su Opera Omnia, La lámpara maravillosa. Aquel que dice en su capítulo IX:

Llevo sobre mi rostro cien máscaras de ficción que se suceden bajo el imperio mezquino de una fatalidad sin trascendencia. Acaso mi verdadero gesto no se ha revelado todavía, acaso no pueda revelarse nunca bajo tantos velos acumulados día a día y tejidos por todas mis horas. Yo mismo me desconozco y quizá estoy condenado a desconocerme siempre.

Una buena clase de literatura tiene algo de anárquico, de reivindicación de la poesía maldita, de aguzar el oído para oír los ritmos y acentos de los versos malditos. No sé por qué toda la buena literatura que se me ocurre está “al otro lado”. Tengo que ponerme a pensar por qué todo este mundo que vivimos ahora está tan a “este lado”. Siento una aguda contradicción entre mis gustos sobre la literatura del pasado y nuestra realidad presente. De esa tensión se nutre una clase de literatura. Es una búsqueda, es un no saber si hay respuesta, es todavía indagar si hay un "otro lado" de la realidad que nos domina. Para eso vale la enseñanza de la literatura, pienso yo. Sólo es una modesta propuesta llena de veneno, claro está.

lunes, 3 de abril de 2006

El modelo multicultural


Hay tres imágenes o grupos de ideas que se me superponen. Por un lado estoy leyendo el libro de Ayaan Irsi Ali, titulado Yo acuso que tiene por subtítulo Defensa de la emancipación de las mujeres musulmanas. Ayaan es una activista y diputada por el Partido Liberal Holandés que se manifiesta abiertamente crítica con las tesis del multiculturalismo, esto es, que en una sociedad convivan pacíficamente diferentes grupos étnicos, religiosos y, por ende, culturales. Las culturas no serían mejores ni peores sino sencillamente distintas sin posible comparación. Según ella, de origen somalí y musulmana, que sufrió en su propia persona, la ablación del clítoris por parte de una abuela y fue obligada a casarse a los veinte años con un primo al que no conocía, el establecimiento del multiculturalismo lleva a la absoluta desprotección, en materia de derechos humanos, a las mujeres musulmanas. El islam es un sistema premoderno que choca abiertamente con las normas y leyes de la sociedad occidental por su carácter teocrático, al poner la ley divina –el Corán y las costumbres patriarcales- por encima de las leyes humanas; esas costumbres perpetúan el sometimiento de la mujer al varón que es considerado superior: mito de la virginidad con la que han de llegar todas las mujeres al matrimonio; casamientos arreglados a temprana edad; educación de las niñas a las que se les niega totalmente su autonomía y responsabilidad y, por tanto, en muchos casos se les obliga a dejar sus estudios; consentimiento y estímulo de castigos físicos a las mujeres; código de honor y por consiguiente la cultura de la vergüenza porque si una mujer desobedece a su padre o a sus hermanos los deshonra y surge la vergüenza que los dejará muertos socialmente… Una mujer en definitiva no es nada comparada con el varón que es el que disfruta de todos los derechos.

Estaba pensando es estas cuestiones cuando hace un par de días iba en el metro. Una mujer musulmana de unos cuarenta y tantos años iba con su hijo de unos veinte. Cuando llegaron a final de trayecto nos bajamos los que quedábamos en el tren. El hijo salió primero y su madre se puso a caminar unos pasos por detrás de él y así se mantuvo por todos los corredores del metro. Él de vez en cuando miraba hacia atrás por el rabillo del ojo para ver si venía ella, que cuidadosamente no osaba ponerse al mismo nivel que su hijo. Esta imagen me inquietó poderosamente porque refrendaba lo que estaba leyendo en las palabras de Ayaan Irsi Ali.

Por último y para relacionarlo con el mundo de la enseñanza, puedo comentar que en la última semana se ha incorporado a mi tutoría una nueva alumna musulmana. Lleva un pañuelo que le cubre la cabeza y le tapa totalmente el cuello. Hay otras alumnas musulmanas que llevan pañuelo pero no de una forma tan estricta, incluso hay una que no lo lleva y su cabello largo –eso siempre porque una mujer musulmana no puede cortarse el pelo- lo lleva recogido en un moño.

En nuestras sociedades hemos optado por el modelo multicultural con el argumento de que los grupos culturales debe poder defender sus puntos de vista y costumbres propias en pie de igualdad. Es el argumento “progresista” y éste evita entrar en conflicto con las tradiciones de la inmigración, especialmente con el tema de la situación de la mujer en el Islam. Es decir que la mujer siga oprimida y careciendo totalmente de derechos como que no pueda trabajar fuera de casa, que no tenga derecho a la educación más allá de la obligatoria, que sea casada muy joven en matrimonios en que no conocerá apenas al que será su marido y con el que hablará muy pocas ocasiones en su vida. ¿Para qué escuchar el punto de vista de una mujer? Las mujeres siempre ocupan un lugar secundario respecto a los varones, sus propios hermanos que acostumbran a ignorarlas como sucede en mi instituto entre los musulmanes y las musulmanas entre los que no existe ninguna relación, ni de la más mínima conversación. Son mundos diferentes con una clara subordinación del mundo de la mujer al del hombre que es superior por definición.

El pañuelo o chador es una clara muestra de su sumisión social. No es un elemento cultural como se nos quiere vender. En el islam no existe diferencia entre cultura y religión. Todo está jerarquizado en esta caso a la supremacía absoluta de Alá y su profeta Mahoma al que no se puede ni siquiera “representar” en las sociedades occidentales, y hemos consentido en ello con el beneplácito de figuras intelectuales como Günter Grass o José Saramago. Sólo Ayaan Hirsi Ali salió en defensa de la publicación de las caricaturas del profeta. Una sociedad occidental no podía plegarse por la razón de la fuerza o el miedo a argumentos premodernos como los que se nos han expuesto.

Ayaan Hirsi Ali es un elemento molesto y crítico, pues dice lo que no queremos oír. Estamos paralizados por el miedo. Todo lo que sea despertar a la fiera nos parece peligroso, pero ella ya está amenazada de muerte hace tiempo. Trabajó con Theo Van Gohg en la película Sumisión - cuyo tema es fácilmente previsible- y ya sabemos que el artista fue asesinado por un fundamentalista islámico, un crimen que conmocionó a la sociedad holandesa.

Bajo nuestra responsabilidad como profesores tenemos a numerosas alumnas musulmanas que perpetuarán ese modelo de ser dominadas y "ofrecidas en matrimonio" en su momento. Sólo la educación y la emancipación de las mujeres musulmanas podrá impulsar la modernización del islam como ha impulsado la modernización de las sociedades occidentales.

Cada vez que veo a mis alumnas musulmanas siendo aplicadas y estudiosas, cada vez que constato su interés por las tareas académicas, cada vez que veo que ponen sus perspectivas en tener una profesión o consideran quitarse el pañuelo, pienso que están trabajando por su emancipación. Siempre que un temprano matrimonio no venga a impedir dichos estudios. Atención, abanderados multiculturales, Ayaan Hirsi Ali desafía, siendo mujer, lo más nuclear del pensamiento teocrático islámico. Por eso su vida está amenazada y por eso es tan molesta a los partidos socialdemócratas que la acusan de “atizar” el conflicto. Pero ella es mujer y ha conocido los derechos humanos occidentales y no se va a callar. A ninguna mujer occidental le diríamos que se callara por ser mujer, pero a ella se le ha aconsejado. Hemos de ponernos a pensar sobre ello.

jueves, 30 de marzo de 2006

Huesos de cristal


Una sesión de evaluación es un trámite solemne. Se celebran trimestralmente para evaluar el rendimiento y actitud de nuestros alumnos. La mecánica es ritual: una mesa reúne a una decena de profesores de las diferentes materias presidida por el profesor-tutor que es el que reúne la información necesaria para establecer una estimación académica provisional.

El tutor comienza dando una valoración general del rendimiento del curso. ¿Ha habido mejora? ¿Qué alumnos han destacado positiva o negativamente? ¿Cómo es el clima de trabajo en el aula? ¿Cómo es la actitud del grupo-clase? El tutor suele hacer unas estadísticas “artesanales” que permiten comprobar la evolución de la clase.

Las deliberaciones son secretas, así como la información que se comparte entre los distintos profesores. Suele asistir un miembro de la Junta Directiva y alguno del Gabinete de Orientación Pedagógica. Cruzamos la información e intentamos valorar individualmente a cada alumno.

Esto es un procedimiento que conocen todos los profesores. No descubro nada nuevo. El tutor ha ido siguiendo a sus alumnos, sus conflictos, sus temores, ha hablado con ellos, con sus padres si ha sido posible –a veces no lo es porque los padres se niegan o porque son incapaces de encontrar un momento para hablar con el tutor-, con los profesores, que le exponen sus quejas y satisfacciones.

Pero una sesión de evaluación permite conocer más en profundidad a los alumnos. Hay información confidencial sobre la situación familiar de cada uno de ellos que se sugiere, sin explicitarse, en la sesión. Todos nuestros alumnos tienen derecho a la intimidad y tampoco se trata de airear datos que mejor quedan en la sombra. Sin embargo, a veces hay que hablar de situaciones que afectan a su rendimiento, y puedo decir entonces que uno se entera de cuestiones muy delicadas y dolorosas, a veces estremecedoras.

Hablo de situaciones de abandono familiar, de separaciones traumáticas, de embarazos de adolescentes, de vidas que se están recomponiendo, de negligencia paterna hacia los hijos, de malos tratos, de muertes por enfermedades terribles que afectaron a los alumnos poco después de nacer, de alcoholismo paterno, de hambre físico, de situaciones de desahucio del hogar, de dramas sin cuento en el tema de la inmigración, de familias enfrentadas en los tribunales, de padres que ignoran a sus hijos, de padres dedicados a negocios sucios o madres a la prostitución… Podría seguir. Uno siente muchas veces compasión hacia alumnos que mantienen muchas veces actitudes díscolas, rebeldes o abiertamente provocativas para reclamar la atención. Estos alumnos en la mayoría de los casos están necesitados de una dosis enorme de afecto, pero en su actitud, en el día a día, son perturbadores en el aula y abiertamente contraproducentes para la marcha del grupo. Está claro que un clima de estabilidad emocional contribuye a un buen desarrollo y equilibrio de las personas y más en una etapa de formación como las que ellos están.

Sin embargo, a veces hay alumnos que teniendo historias terribles detrás de ellos son modelos de trabajo y comportamiento. Es como si hubieran trazado una línea de acción y se mantuvieran fieles a ella. Estos alumnos me sorprenden y me maravillan porque, teniendo todo en contra, nos dejan con la duda de si todo está determinado o hay otros factores que posibilitan la libertad y la asunción de la responsabilidad de los seres humanos. Hay personas –hablemos ahora de personas y no de únicamente adolescentes- que, a pesar de sus dramas personales, se saben sobreponer y buscar y mantener sus objetivos. Es como si del plomo supieran extraer oro. Otros se rinden o no saben sobreponerse o se dejan llevar o aplastar por las circunstancias.

Los seres humanos son muy diversos –ya sé que no es una constatación muy original- pero en un centro de enseñanza tienes un abanico extraordinariamente elevado de comportamientos. Hay quien tiene todo en contra –incluida su inteligencia- y es capaz de sobresalir. Hay otros que tienen todo a favor -o no todo en contra- y se dejan hundir.

Tantos años dedicado a la enseñanza no me permiten todavía trazar un atlas de cómo son o serán mis alumnos . Siempre son una fuente de sorpresas a veces negativas y a veces deslumbrantes, pero tenerlo todo en contra no es sinónimo de fracaso ni tenerlo todo a favor de éxito. Entre medio tenemos una amplísima gama de la naturaleza humana y no sabemos demasiado acerca de ella. ¿Quiénes saldrán adelante? ¿Quiénes se colocarán en un trabajo digno? ¿Quiénes serán felices en su vida? ¿Quiénes sucumbirán al desaliento o a la depresión? ¿Quiénes en una situación de necesidad te echarían una mano? ¿Quiénes cuando te los encuentres por la calle te recordarán con afecto a pesar de los conflictos que has podido tener con ellos? ¿Quiénes serán traidores y quiénes fieles a algo? ¿Quiénes en una situación de extrema violencia, como una guerra o un golpe de estado, serían verdugos o héroes anónimos que contribuirían a salvar vidas humanas? No sé, me pasa como al físico que fue Albert Einstein, es posible que sepa de alguna materia pero de la naturaleza humana no sé mucho...

Quiero aferrarme a los ojos claros de Abdel, un muchacho marroquí, enfermo, que va en silla de ruedas pues padece de “osteogénesis imperfecta”, la enfermedad de los huesos “de cristal”. Es un prodigio de alegría, de fe en la vida, de buen compañero, querido y apreciado por todos. Le encanta el peligro y hemos de contenerlo para que no se nos lance muletas en ristre. Todos lo queremos y él lucha con pasión por vivir en conformidad consigo mismo y con los demás. La vida, todo, es realmente sorprendente.

martes, 28 de marzo de 2006

Morir dignamente


El pasado domingo 19 de marzo las páginas centrales de El País publicaban un reportaje titulado “Yo elijo mi muerte” en que se abordaban los últimos días de una enferma terminal suiza –Josiane Chevrier- que, aquejada de tremendos padecimientos físicos y psíquicos, había decidido dejar de vivir y había pedido ayuda para hacerlo. La diferencia en este caso es la nacionalidad de la mujer, pues en Suiza no es delito la asistencia a un suicidio voluntario, aunque quienes lo practiquen no pertenezcan a la profesión médica.

La asociación Exit, que fue la que la ayudó en su suicidio asistido, tardó cuatro meses en aprobar la petición de Josiane. Antes fue necesario comprobar que la mujer reunía los requisitos que esta asociación exige a los que reclaman ayuda para suicidarse: capacidad de discernimiento, que la demanda sea seria y repetida, que padezca una enfermedad incurable y mortal y que además ésta acarree grandes sufrimientos físicos y psíquicos.

Por fin, un día, acompañada de una de sus tres hijas y una nieta –de las otras dos se había despedido la noche anterior con una cena: no quisieron asistir a una acto que veían como desgarrador- dos acompañantes de Exit, voluntarios, le preguntaron si estaba verdaderamente decidida. Josiane lo estaba. Le dispensaron dos píldoras que tienen como objetivo abrir la digestión e impedir los vómitos. Se despidió de sus familiares y amigos y posteriormente se tomó, mezclado con zumo de naranja, una dosis letal de 10 gramos de pentobarbital. La paciente lo ingirió y se quedó dormida. Poco después murió.

Este reportaje me conmocionó y abrió en mí intensas reflexiones. Josiane estaba ya en un punto en que sus padecimientos eran insoportables. Tenía un tumor en el pecho que ya le había alcanzado la garganta. Consumía de forma masiva morfina. El mal había alcanzado la fase de “necrosis nauseabunda” y su cuerpo ya olía a cadáver por el estado de putrefacción que había alcanzado. Me dije que lo que había obtenido legalmente Josiane debía ser un derecho universal, amparado por la ley. Pienso en esos enfermos terminales experimentando sufrimientos horrorosos y creo que tendrían que tener derecho a acabar su vida dignamente, optando libremente, por el suicidio asistido.

No es un tema fácil, sobre todo si está implicado alguien querido. Los familiares y médicos tienden a prolongar, por encima de esperanzas reales, la vida del enfermo. Les resulta una carga insoportable tomar la decisión, no amparada por la ley en la mayoría de los países, de la eutanasia "pasiva" y ya no digamos "activa".

En España se han ido aprobando recientemente en las distintas comunidades el llamado “testamento vital” o “documento de voluntades anticipadas” en el que una persona mayor, con capacidad suficiente y libremente, expresa las instrucciones a tener en cuenta cuando las circunstancias que concurran no le permitan expresar personalmente su voluntad cara a no mantenerlo vivo artificialmente por encima de expectativas razonables. Dicho documento ha de ser firmado ante notario o ante tres testigos mayores de edad, y que al menos dos no deben tener relación de parentesco ni relacionados por relación patrimonial.

La asociación Derecho a morir dignamente, legalmente registrada en nuestro país, tiene como objetivos los siguientes:

1. Promover el derecho de toda persona a disponer con libertad de su cuerpo y de su vida, y a elegir libre y legalmente el momento y los medios para finalizarla.
2. Defender, de modo especial, el derecho de los enfermos terminales a, llegado el momento, morir pacíficamente y sin sufrimientos, si éste es su deseo expreso.

Algunos datos:

• En 1997 una encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas dice que el 67 % de la población pide la despenalización de la Eutanasia en España.
• El 65 % de los médicos y el 85 % de las enfermeras reconocen que han recibido la petición de pacientes de morir antes, mediante suicidio asistido o la eutanasia.
• En España a través del instituto IOLAW (www.iolaw.org) en el año 2002 se hace una encuesta a abogados de diferentes países. En España el 73,18% responde positivamente a la pregunta “¿Cree que la eutanasia es un derecho fundamental del la persona?”
• El 60 % de los médicos apoyan un cambio de ley “para permitir a los enfermos pedir y recibir el suicidio por un médico y/o la eutanasia activa.

Esto no es más que una pequeña muestra de datos recogidos por la web de Derecho a morir dignamente. No hay duda de que una mayoría social y profesional quiere ver reconocido un derecho que no obliga a nadie, sólo faltaría, pero que debe contemplar la posibilidad de morir pacíficamente y sin sufrimientos en el caso de enfermedades terminales o crónicas que acarreen sufrimientos insoportables.

El año pasado llevé a mis alumnos de cuarto de ESO a ver Mar adentro de Alejandro Amenábar, película que plantea dicho tema en el caso del tetrapléjico gallego Ramón Sampedro. Posteriormente a la película realicé un debate en clase en el que se manifestaron distintas posturas: los que aprobaban el derecho del enfermo a elegir su final, y los que se oponían porque nunca harían eso con un ser querido. Pensaban en su madre o su padre. Es una cruda decisión, lo reconozco, asistir al suicidio de alguien amado. Pero ha de primar la decisión libre y voluntaria del enfermo que no quiere morir padeciendo sufrimientos horrorosos. En el caso de la enferma suiza Josiane Chevrier creo que se respetó dicha decisión y lo veo, desde mi punto de vista, como algo absolutamente lógico, razonable y profundamente humano, un derecho que debía ser amparado. Creo asimismo que si uno tuviera la opción de saber que puede poner fin a su tortura, probablemente amaría más la vida y no moriría rabiando sino en paz consigo mismo y sus seres queridos. Espero que en las sociedades occidentales se imponga el sentido común y se extienda este respaldo de la ley o que al menos no penalice a los que colaboran con el enfermo.

Hace falta también una pedagogía del saber bien morir. No creo que lo más digno sea agonizar maldiciendo la vida. Es un debate abierto y candente en todas nuestras sociedades y en cada hospital en que se lucha diariamente con esta contradicción.

sábado, 25 de marzo de 2006

Libertad creadora

Leonora Carrington

Una de las situaciones más agradables para un profesor es encontrarte con algún antiguo alumno que te recuerde con especial afecto. Esto ha pasado en múltiples ocasiones a lo largo de mi vida profesional. No es mérito de éste profesor que escribe sino que a fuerza de dar clase a tantos y tantos alumnos, sin duda, hay algunos para los que en un momento u otro fuiste importante en su vida y en su formación.

Posiblemente para muchos fuiste un profesor indiferente, que te hayan olvidado o que su recuerdo se haya desvanecido porque no representaste nada trascendental. Un detalle del camino. Sin embargo, para otros, por las razones que sean, ocupas un lugar en su educación sentimental e intelectual.

Hace un par de años me encontré con uno. Nos saludamos cordialmente. Hacía diez años que había sido alumno mío. Pero me dijo algo que me emocionó. Él participaba en un grupo de teatro, una especie de cabaret musical, en que desarrollaban acciones de tipo surrealista. Todo había empezado cuando yo en clase del antiguo COU les había propuesto, como solía hacer, realizar un ejercicio de estética vanguardista. Unos tenían que expresar una acción cubista o expresionista, futurista, dadaísta o surrealista. Cada grupo formado por cinco o seis alumnos debía investigar el movimiento que había escogido y preparar una suerte de happening al que asistirían sus compañeros y el profesor en calidad de espectadores. Les dejaba un mes para prepararlo. Las clases se orientaban a la investigación del movimiento. Hay que tener en cuenta que no existía internet y la búsqueda de materiales debía ser "artesanal". Yo les facilitaba alguna documentación y les pasaba algunas películas de estética vanguardista. El resto correspondía a su imaginación...

A lo largo de los diez años que lleve a cabo este tipo de propuestas siempre me encontré una respuesta entusiasta por parte de mis alumnos. Sobrepasaban con creces con enorme audacia e imaginación lo que se pudiera esperar de ellos. Cada vez que asistía a un espectáculo vanguardista era para mí un motivo de especial gozo porque los veía implicados en su estética. Los más radicales eran los dadaístas y los surrealistas. Entre ellos rivalizaban a ver quien llevaba más lejos sus propuestas creativas. Todo valía: música, teatro, lectura de textos, imágenes proyectadas, cuerpos desnudos reales o sugeridos, baile, cabaret. Eran lo que se han llamado performances.

Aquellos alumnos se convertían durante la representación en artistas de la cabeza a los pies y disfrutaban con pasión de su ejercicio creador. El alumno a que me refería me vino a decir que tuvieron que parar en sus propuestas surrealistas porque les llevaban demasiado lejos. La libertad a que llevaba la naturaleza del surrealismo les abría a otros mundos arriesgados y oníricos en los que la violencia y el sexo eran fundamentales. Igual que los que participaban en los actos dadaístas que supuso la negación de todo arte preexistente. De las costillas de Dadá salió el surrealismo.

Este era un método eficaz para comprender el arte vanguardista. No se trataba de teorizarlo, sino de vivirlo desde dentro, meterse en su interior y expresarlo sin límites estéticos, morales o pedagógicos. Lo único que estaba prohibido era romper o ensuciar. Si se ensuciaba había el compromiso de limpiarlo posteriormente.

Recuerdo entre docenas de actuaciones la de diez muchachos con el torso desnudo y con antorchas en la sala de actos del centro con música de Stravinski sonando a tope en una danza frenética. Recuerdo otra actuación en que me llenaron la clase de objetos raros incluida una cabeza de cerdo iluminada con una vela y la lectura de textos surrealistas de Salvador Dalí y Lorca. Otros en su actuación imitaban el estilo de un grupo rompedor catalán llamado La fura dels Bauss que planteaban un mundo destruido en la sociedad postindustrial. De las ruinas de la civilización salían nuevos seres mutantes.

Era la imaginación al poder. Probablemente ninguno de los que participó en aquellas performances podrá olvidar su acción dramática. Como este alumno que iniciaba el post que diez años después seguía volviendo a los juegos del inconsciente que plantea el surrealismo. Lo vivido en la representación era vida pura, era participar en la esencia de la creación artística. Era romper los moldes, destruir los límites, ir más allá de la reglas racionales.

¿Qué adolescente no dejaría de ser seducido por la libertad absoluta de creación sin límites?

No es necesario que diga que hoy día esto mismo es imposible. Ya no hay ese gusto por la libertad estética y por el sentido creativo. Yo al menos no lo percibo. Por otro lado, la enseñanza ha perdido el carácter de indagación que pudo tener hace unos años y es demasiado burocrática. Faltan asimismo los espacios de tiempo necesarios para que estas propuestas sean llevadas a cabo. Pero lo que más me inquieta es que ahora no suscitarían el entusiasmo que yo viví desbordante en otras generaciones de alumnos.

miércoles, 22 de marzo de 2006

Lletraferida

Mi hija Clara está lletraferida. Esta es una hermosa palabra catalana que no tiene equivalente en castellano y que califica a una persona que cultiva las letras y que vive apasionada por la literatura. Clara tiene nueve años recién cumplidos y hasta hace poco era una lectora normalita, hasta casi diría yo que un poco perezosa. Pero desde hace un mes aproximadamente parece haber entrado en un éxtasis lector y se dedica a leer apasionadamente cualquier instante que puede arañar al tiempo: en el coche, antes de cenar, los fines de semana poniéndose el despertador a las siete de la mañana, ratitos perdidos por las tardes. Está leyendo la saga de Harry Potter. Ha acabado El prisionero de Azkaban y ha empezado El cáliz de fuego, un libro de seiscientas y pico páginas que no le arredran.

La miro leyendo y recuerdo emocionado el momento en que yo empecé a leer libros. Fue entre los diez y los once años. Hasta entonces leía tebeos que era lo único que tenía a mi alcance. Era otra época y los citados tebeos ocupaban un lugar excepcional en la formación del gusto lector. No hay equivalente ahora. Mi impresión cuando descubrí los libros fue de sentirme maravillado. Me parecían un verdadero prodigio. Comencé con libros que presentaban personajes de series famosas de televisión. Nadie me orientó en mi gusto lector. Hube de abrirme camino sin ningún maestro. En la escuela entonces no se recomendaba especialmente la lectura. Continué con libros de la colección Historias que mezclaban dibujo y texto. Recuerdo mi pasión por Julio Verne. Su novela La isla misteriosa la leí durante un verano interminable una quincena de veces. Cada vez que la terminaba sentía una enorme sensación de pena y empezaba a leerla de nuevo con la misma fruición.

A Verne le siguieron Emilio Salgari y el pirata de Mompracem; Karl May, el escritor austriaco que escribía espléndidas novelas sobre el oeste sin haber estado nunca en los Estados Unidos;Richmal Crompton, la extraordinaria creadora de uno de los mejores personajes que he conocido: Guillermo. Comparto este gusto con mi filósofo favorito, mi querido Fernando Savater que habló con gozo de él y de su banda de los Proscritos en su libro La infancia recuperada. Guillermo era un anarquista nato en la Inglaterra conservadora de la época en torno a la Segunda Guerra Mundial. Enid Blyton fue otra escritora que conformó mis años de pubertad.

Recuerdo tardes inmensas de aburrimiento atroz si no hubiera sido por los libros que me acompañaban fielmente. Podían conjurar la tristeza más terrible y convertirla en una situación luminosa. Hubo tantos personajes que se hicieron mis compañeros de viaje... Creo que como a esta edad ya no se vuelve a leer en la vida. Ocasionalmente he vuelto a encontrar esa pasión por lo que estoy leyendo en alguna obra aislada, pero no como aquellas tardes de mi infancia y primera pubertad, ni aquellas mañanas en que me despertaba tempranito para poder leer durante una hora antes de que empezara el día. Unía a mi lectura matinal un vaso de agua con azúcar y un trozo de pan duro del día anterior. Esta es la felicidad que recuerdo de aquellos años, siempre acompañado de algún libro.

Hacia los catorce años me dediqué a leer noveluchas del oeste de Marcial Lafuente Estefanía o de espías o del espacio. Ya he dicho que no tenía a nadie que me aconsejara. Más adelante un amigo médico de mi familia empezó a regalarme tomos de una revista médica llamada Hora XXV. En ella se publicaban relatos de escritores como Robert Louis Stevenson, Jack London, Eça de Queiroz... Conocí la serie apasionante de Los relatos de los mares del sur o las historias de London del Gran Norte. Cuando años después llegué a Alaska y el Yukón recordaba las lecturas de mi adolescencia. Me sentía como un buscador de oro o un trampero, perdido en las highways americanas. Compré una edición de los Relatos del Gran Norte en la más aislada ciudad de aquellos pagos: Tok, donde proliferan unos mosquitos feroces y estallan unos atardeceres tan hermosos que estremecen.

Del Círculo de Lectores me llegaron otros títulos. Alguno exclusivamente recomendado “para adultos” por lo sensual de sus escenas. Recuerdo uno de estos libros. Se titulaba Los organillos de Henri François Rey. Simplemente presentaba a dos adolescentes Serge y Nadine, desnudos sobre unas rocas y bajo el sol de agosto deseándose en esa maravillosa edad que era la mía. Pero yo no era Serge ni tenía para mi desgracia a Nadine entre mis brazos. Me sentí triste, pero me quedó el mito de ese verano infinito donde se intuye la eternidad y la adolescencia como momento central de la vida. Acabo de leer La presa de Kenzaburo Oé donde vuelve a aparecer esta imagen poderosa del verano:

“Teníamos la impresión de que el verano que mostraba de aquel modo su poderosa musculatura, con un resplandor deslumbrante, el verano que, al igual que un pozo de petróleo que nos embadurnara de un pesado líquido negro, hacía manar un repentino surtidor de inacabable alegría, sería un verano que duraría eternamente, que no acabaría jamás.”

La literatura puede salvarte del tantas veces intuido sinsentido de la vida o a veces puedes rastrear cómo otros se han enfrentado a la tristeza o han disfrutado del gozo de vivir. Yo no sería el mismo sin los libros que he leído. No sé muy bien quién sería pero en todo caso alguien muy diferente.

Observo a mi hija leyendo apasionadamente y me doy cuenta de que es ella la que ha de elegir su propio camino en la lectura y en la vida. No me atrae especialmente ese Harry Potter que ella ha escogido como compañero de la entrada en ese mundo lleno de maravillas de los libros. Pero es su sendero, la llave de entrada a un universo mágico que se vive irrepetiblemente y en soledad. Dejémosla leer, silencio.

lunes, 20 de marzo de 2006

Esperando a los bárbaros


El futurismo nació en 1909 con el manifiesto firmado por Filippo Tommaso Marinetti. Es uno de los primeros movimientos de vanguardia que van a jalonar el primer tercio del siglo XX. Sus postulados rendían culto a principios como la irracionalidad, la técnica, la velocidad, el belicismo, la violencia… Su praxis e ideología se acercó al fascismo italiano por su canto del patriotismo y la agresividad. Era una estética rupturista que luchaba contra el aburrimiento de museos, profesores y saber empaquetado. Como valor supremo establecía la velocidad y en consecuencia también la visión fragmentada de la realidad que también había presentado el cubismo.

El futurismo tuvo el acierto de describir los valores que iban a dominar en el mundo moderno. En el momento que nace es la época del inicio del cine, del automovilismo, de la confrontación bélica a escala planetaria, de las nuevas máquinas, de los movimientos de emancipación de la mujer. Sin duda, la historia se orientaba hacia un dinamismo y velocidad sin precedentes en el pasado.

Dicha velocidad y el fragmentarismo han sido los valores crecientes de nuestro pasado inmediato. Cada generación ha vivido a una velocidad mayor que las anteriores. Probablemente durante el siglo XX han tenido lugar hechos más trascendentales que en muchos siglos de historia anteriores. Todo cambia a una velocidad de vértigo. La tecnología es la nueva religión del tiempo actual. Cualquier máquina que tengamos queda inmediatamente anticuada, cualquier artefacto informático queda caduco en un par de años y siempre el signo es el mismo: los nuevos son exponencialmente más veloces que los anteriores.

Esto lo podemos aplicar al terreno del conocimiento y al de la enseñanza lo que es el objetivo de este post. Nuestros alumnos son hijos de un mundo donde domina absolutamente la televisión con múltiples canales que tienen como base evitar el aburrimiento y la estética del cambio permanente; son hijos de un mundo informatizado servido por internet en el que el acceso a los datos es inmediato; son poseedores de artefactos móviles que les comunican instantáneamente con miles de terminales de igual signo; dichos mecanismos hacen fotografías, reproducen música, reciben y emiten mensajes en el tiempo cero de la inmediatez; nuestros alumnos se comunican mediante chats en lenguajes que tienden a la síntesis más absoluta en cuanto a las formas y los contenidos. No hay nada que decir y se transmite en un soporte igual de banal. Sólo hay que recorrer cualquier chat para ver la sustancia comunicativa que circula.

Nuestros alumnos son hijos de un mundo vertiginoso y fragmentado. No existe idea de unidad o de totalidad en sus mentes. Sus cerebros se han adaptado y ya no perciben las estructuras continuas, la ilación de ideas, la densidad del lenguaje, una visión interior de las cosas y del mundo. La misma idea de “sentido” ha quedado obsoleta. Las cosas existen en movimiento, es absurda la pretensión de aspirar a que tengan sentido, según la escala de valores del mundo que estamos viviendo. Me muevo, chateo, envío mensajes, tengo chispas de imágenes en el cortex cerebral, luego existo podría ser la versión contemporánea del razonamiento cartesiano.

Por eso nuestros alumnos en clase están inquietos como si tuvieran lagartijas en el culo. Vamos demasiado lentos. Nuestras explicaciones son prolijas. Su ciclo de atención es muy corto. Viven en un mundo de infinitos fragmentos que se suceden y se superponen sin significar nada. ¿Para qué significar? La Edad Media, El Renacimiento, la novela del XIX ¿Y eso qué es? ¿Qué me dice a mí esa antigualla? Se trata de vivir en el más absoluto y rápido presente. Es el carpe diem aplicado a los tiempos modernos, es el aquí y el ahora de los principios budistas. El pasado está muerto como clamaban los futuristas. Nunca podremos satisfacer su extraordinaria necesidad de novedades cada vez más impresionantes y espectaculares.

Hemos debido adaptarnos a la estructura de su cerebro mutado. Los libros de texto son sucesiones de fragmentos que no constituyen una unidad. Cada tema contiene cinco o seis subtemas variados que tienen algunas ideas directrices pero que no permiten la ilación de contenidos. Los libros se han hecho semejantes a internet. Podría irse saltando de subtema a subtema de otra unidad pero eso en un libro que parece continuo les despista. Sólo son felices con tareas mecánicas en las que puedan abstraerse o frente a la pantalla de un ordenador dando saltos hipertextuales en los que se contemple algo y pueda cambiarse en décimas de segundo a otros contenidos y a otras imágenes.

¿Qué lugar queda para las grandes metáforas del pasado, para las largas historias e ideas que vertebraron el mundo durante siglos? ¿Adónde nos conduce esta inmediatez, esta transitoriedad absoluta, esta banalidad de signos vacíos? La única solución que me llega a esta pregunta compleja es que al mercado, al consumo lleno de ansiedad de etiquetas y productos nuevos, a la insatisfacción permanente: nunca estaremos llenos, siempre nos faltará algo, el mundo va demasiado lento para nuestra ansia de novedades. La escuela es un vestigio del pasado como el crucifijo y la Biblia, y la Literatura, y la Historia, y la Filosofía. ¿A quién le interesan las ideas? Vivimos en un universo de imágenes cambiantes y a creciente aceleración. Es un mundo plano, sin relieve. Pero ¿a quién le interesa el relieve o el sentido?. Sólo a los salvajes, a los bárbaros, que nuevamente vendrán a salvarnos de nuestra crisis si la historia es cíclica y algo nos enseña.

viernes, 17 de marzo de 2006

Hip hop en las aulas


Uno está acostumbrado a lidiar con adolescentes y a observar sus tendencias, aficiones y gustos. Cuando hacen un examen es una ocasión perfecta para atisbar discretamente su modo de comportarse y estar. Ves su modo de sentarse, totalmente desganado, apoyando sólo una parte del trasero y dejándose caer en cascada hasta el suelo; ves su tendencia a entrar algunos con gorras, bragas, gorritos de lana; su afición a mascar chicle; la moda de los pantalones bajos de cintura a veces con resultados espectaculares; su afición a la tecnología del movil, mp3, chat; su gusto extremado por escribir su nombre de las formas más variadas y rocambolescas.

Esto último es el llamado tagging, escribir tu nombre con un solo color o con varios en diseños osados y llamativos. Están llenos de tags sus cuadernos, carpetas, hojas que pintan cuando han acabado un examen si no tienen mucho que decir… Es una epidemia que ya dura varios años y que parece ser calificada de cultura hip-hop, una especie de tendencia urbana que lucha contra lo establecido, las normas, el orden; parece ser una especie de reivindicación de la libertad pura.

El tag es una variante del graffiti que viene, como casi todo, de los Estados Unidos. Hacia los años setenta comenzó en Nueva York. Un americano de origen griego empezó a escribir su tag que era TAKI 183 en distintos lugares con un rotulador. El New York Times se hizo eco del graffitero y la moda se extendió como la pólvora. Posteriormente se utilizaron botes de aerosol para hacerlos más grandes y vistosos. En el tag no cuenta excesivamente la dimensión estética. Se valora más la audacia y la abundancia de firmas. Así se multiplicaron las pintadas en lugares prohibidos, especialmente en el metro y lugares de difícil acceso. La tendencia no se quedó ahí y salió a la superficie, y desde entonces los entornos urbanos son el escaparate de los graffiteros y taggeros de toda índole que han conformado nuestro paisaje sin dejar edificio, valla, estación, tren de cercanías sin ser decorado con muestras de este llamado arte popular.

¿Es arte el tag y el graffiti? Mi instituto imparte el bachillerato en su modalidad de Artes y para los profesores y alumnos que allí trabajan no hay ninguna duda y ésta sería una tendencia del popular art de los años pasados, presentes y venideros para desgracia del mobiliario urbano, líneas de tranporte, edificios rehabilitados, mesas de institutos, váteres, etc.

¿Qué placer hay en dejar tu propia firma en algún sitio? ¿Es una especie de reivindicación del ego que deja constancia de su existencia por doquier? ¿Es una forma de lucha contra el sistema y que impone otra estética? Los grafiteros no quieren que se les aplauda, no son amigos de que les dejen paredes para pintar. Luchan contra la censura, reivindican una libertad absoluta de creación, de estar ahí presentes, de dejar la propia firma de modo ilegal. Algunos han conseguido ser considerado artistas que han entrado en los principales museos. Por ejemplo Keith Haring, (1958-1991), hijo del pop art de Warhol, los dibujos de Disney, de la era de la televisión, del vídeo, de los robots, de la música disco, del rap, del sexo, las drogas…en el ambiente vivo artísticamente del Nueva York de los 70 y 80. Haring enlazó con la generación beat por su ideas y por su amistad con William Burroughs. En su ideología buscaba una alternativa al sistema capitalista americano. Sus acciones eran una forma de luchar contra el poder del dinero. Pintó en el metro de Nueva York, participó en un mural en 1986 con motivo del aniversario de la estatua de la Libertad en la que dibujaron 900 niños, pintó asimismo un mural en el muro de Berlín en su lado oriental, tres años antes de su caída. En pleno apogeo de su prestigio le fue diagnosticado el SIDA y muchas de sus pintadas tienen este tema por su implicación personal en la lucha solidaria contra la enfermedad. Bastantes de sus creaciones se conservan en museos pero otras se han perdido por el carácter temporal que tiene el graffiti en las paredes públicas. Murió a los 31 años considerado como un importante artista que había abierto nuevos caminos en el arte de finales del siglo XX.

Nuestros alumnos son indolentes, parecen cansados a todas horas, no tienen ganas de trabajar… pero hay algo que les motiva, que les sale de dentro y esto es fantasear con su nombre en cualquier espacio libre, en cualquier momento que tenga a su disposición.¿De dónde sale esta pasión por algo que es considerado como una tendencia contemporánea de las más importantes en los últimos treinta años? ¿Es la cultura hip hop y el rap aplicado en nuestras coordenadas? ¿Hay algo más detrás? ¿Es una forma inconsciente de protestar contra un estilo de sociedad, contra un sistema de enseñanza que les aburre solemnemente? ¿Es la suprema manifestación de la pereza y la melancolía unidas?

miércoles, 15 de marzo de 2006

Incertidumbre


Ayer tuve conocimiento de que el año que viene es posible que se incorporen al centro en el nivel de bachillerato alumnos de origen chino sin ningún conocimiento de las lenguas castellana o catalana. Se trata de introducirles en el manejo de las lenguas instrumentales de la comunidad donde resido. Nunca he tratado con alumnos chinos. Sé que son extraordinariamente disciplinados y tenaces, además de trabajadores. Por otro lado, es proverbial su discreción y su comportamiento tan educado como enigmático. Seguro que será un encuentro complejo y rico en matices, no exento de dificultades idiomáticas y de adaptación cultural. Quizás haya que empezar a informarse de las circunstancias de la llegada del nuevo año chino y otras peculiaridades del modo de sentir la vida de estos nuevos alumnos.

Me encuentro en múltiples ocasiones con alumnos magrebíes que acaban de llegar hace unos meses y desconocen por completo el castellano. Me es casi imposible comunicarme con ellos ni tengo material adecuado para su nivel de aprendizaje porque, por muy sencillo que sea, requiere la atención del profesor que, por otra parte, está atendiendo al grueso de los alumnos de la clase que bastantes y diversos problemas de aprendizaje tienen. No puedes dedicarte a controlar la evolución de los muchachos que desconocen la lengua. Los ves perdidos con la sensación de estar perdiendo el tiempo y sin que nadie se ocupe de ellos. Los que llevan un tiempo, lo que puede ser hasta siete u ocho años, no han asimilado determinadas características de la lengua de acogida y su sintaxis u ortografía suelen ser bastante enrevesadas. Es un problema que reside en el uso de las vocales, el de las mayúsculas, de organización del discurso, de modo de pensar. Hay que tener en cuenta que estos muchachos siguen hablando árabe en casa y probablemente los programas de televisión que ven son también en árabe.

Cuando llega el Ramadam o la fiesta del Cordero, el instituto ha de habituarse a estas celebraciones como cuando llegan festividades cristianas. Durante el tiempo que duran estos días has de saber que tus alumnos no pueden comer durante las horas de luz o que han de faltar para determinada fiesta. No puedes poner obstáculos.

Los alumnos hispanoamericanos tienen otro tipo de problemas como he señalado en algunos de mis posts. Véase Jóvenes latinos. Conocen la lengua castellana en su variedad ecuatoriana, boliviana, chilena, dominicana… Pero si acaban de llegar sienten un choque cultural muy fuerte en cuanto a las costumbres y modo de vivir. No acaban de hacerse aquí. Encuentran nuestras relaciones muy frías y nuestro modo de ser profesores muy poco revestido de autoridad. Es fácil que se descentren. Su modo de trabajar y de estar en sociedad es muy diferente.

Mi instituto cuenta minoritariamente con alumnos rumanos, rusos o ucranianos, pero no tiene pakistaníes o indios, ni africanos, lo que dotaría al centro de una mayor amplitud cultural. En otros centros se acentúa la riqueza de culturas con la presencia de numerosos alumnos gitanos con sus características y peculiaridades.

La labor de profesor en la educación pública se ha convertido en pocos años en una labor casi antropológica, de integración cultural y de desarrollo de la inteligencia a pesar de las enormes distancias culturales. Ello supone cambios en la tarea docente. La misma autoridad del profesor depende de la adaptación a nuevos modelos que están en permanente cambio. Nuestros mismos muchachos, los que han nacido aquí, son cada vez más complicados y difíciles de encauzar. Sus coordenadas son muy distantes a las nuestras, sus valores se hayan en las antípodas de los que nos formamos nosotros.

Todo se resume en una idea que podemos denominar como desorientación. Un centro educativo pretende dar consistencia, sentido, algún símil de estructura ideológica a lo que es radicalmente diverso y contradictorio. Es necesaria una gran apertura a modelos distintos. Hay que saber adaptarnos a la complejidad cultural y en constante transformación. Los modelos educativos que nos llegan, por otra parte, están cambiando cada año desde que se aplicó la LOGSE. No hay dos años seguidos que el esquema sea el mismo. La lucha política entre los partidos mayoritarios impide una mínima paz en cuanto a los modelos de enseñanza a aplicar. ¿Es posible la asimilación de tanto cambio en un tiempo tan breve? ¿No es razonable que de esta incertidumbre emerjan como corolarios lógicos la ansiedad y la angustia en los docentes?

Nos enfrentamos a situaciones en permanente mutación que cuando llegamos a empezar a comprender ya han mutado y se han convertido en diferentes. Hay que tener muy afianzados los pies en la tierra para saber dónde se ubica uno, pero aún así no se acaba de entender. Para ello es imprescindible una extraordinaria dosis de optimismo, de fe en la naturaleza humana, de adaptación y de esperanza en que de lo diverso surja una nueva síntesis más creadora.

Se han acabado las fórmulas sencillas o las soluciones definitivas. Alvin Toffler, hace años habló del shock de futuro en el sentido de una aceleración estremecedora de la historia y de la evolución de los modelos culturales. Estamos en él. Y acaba de empezar. La educación es un buen laboratorio de pruebas de lo que será la sociedad del futuro. Según actuemos en ella, podrá tener una dirección adecuada o no.

Quizás me pase de optimista y la propia escuela sea un eslabón menos decisivo de lo que pudiera parecer en la conformación de los ciudadanos de la sociedad del futuro. Francamente no lo sé. Sólo sé que hay que intentar poner todas las piezas para que podamos construir juntos una sociedad variada y múltiple pero armoniosa; contradictoria pero no violenta ni destructora.

Sí, la escuela debe ser el territorio de la esperanza. Sin ella estamos abocados al fracaso. A pesar de nuestra incertidumbre.

domingo, 12 de marzo de 2006

Ficciones


No guardo un mal recuerdo de mi servicio militar. Acababa de terminar la carrera de Filología Hispánica y me incorporé inmediatamente. Todavía no había iniciado mi carrera profesional. Tenía por delante trece meses de incertidumbre y de vida militar. Lo primero que me viene a la cabeza de aquel año es la idea de paréntesis y de multitud de conversaciones con personas de los más variados rincones de España. Era una época de excepción para todos. Todos estábamos obligados, fuera de nuestras circunstancias habituales. Tuve mucho tiempo para pensar durante las guardias, durante los turnos inacabables de cocina, los refuerzos…

Me gustaban los turnos de guardia al amanecer entre las cinco y las siete. Me subyugaba el momento del alborada y ser consciente del despertar del día, pasar del silencio casi completo de la noche al inicio del movimiento cotidiano. Llevaba mi fusil de asalto CETME, mi fiel compañero. Es la única vez que he tenido un arma en mis manos. A veces me la apoyaba en el mentón y pensaba en lo que sería dispararla. Le daba vueltas y acariciaba el gatillo. Me di cuenta entonces de que quería vivir, la vida era un desafío que merecía ser probado. En la radio que llevaba llegaban noticias de la revolución islámica de Jomeini, o la visita del papa a Méjico o los inmisericordes y cruentos atentados de ETA tan terribles en aquellos años.

Cuando acabé el campamento me destinaron a una Caja de Reclutamiento, la 511, sita en Zaragoza. No sé por qué avatares terminé en una oficina y de ayudante del comandante médico que hacía la revisión de aquellos reclutas que querían librarse de la mili por alguna causa médica. El comandante recibía con paciencia a los muchachos que alegaban alguna enfermedad o cuestiones relativas a la falta de visión o pies planos. Los motivos eran muchas veces inventados pero en otras ocasiones eran fundados.

Recuerdo que en una ocasión tuvimos una visita muy particular. El policía nacional había llamado por su nombre a un tal Antonio López Carmona. El recluta parece que quería alegar algo. Cuando lo vimos entrar por la puerta para nuestra sorpresa era una hermosa muchacha fina y delicada. ¿Antonio López? Soy yo –nos contestó con voz meliflua-. Nos miramos desconcertados el comandante y yo, que debía tomar nota de todas las incidencias. Antonio López debió desnudarse por orden del militar. Tenía sus genitales entre las piernas y daba la impresión de ser una mujer auténtica. Pocas veces he visto un cuerpo tan bien formado, tan íntimamente femenino. El muchacho claramente no podía hacer la mili pero no había en el reglamento militar ningún apartado que recogiera su caso. Antonio López era el hijo del faraón de los gitanos, según me dijeron. Su llegada al Hospital Militar fue apoteósica pues allí todos los que estaban internados eran varones. Antonio, llamado Eva en su vida femenina, se dedicaba a provocar a los soldados con el más absoluto desparpajo y lubricidad. Terminó siendo excluida por alguna causa cuya calificación no recuerdo, creo que tenía que ver con el aparato urinario. Su estancia en el Hospital Militar fue divertidísima. No la podían haber puesto en un lugar más apetitoso para la vista y el disfrute de los sentidos.

Otra vez fuimos con una furgoneta y un soldado armado, que me acompañaba, a casa de un recluta al que debíamos llevar al Hospital. Sergio Mercader se llamaba y tenía una historia que me emocionó. El muchacho padecía leucemia en una fase ya terminal. Hacía años que había sido diagnosticada. A pesar de ello Sergio había cursado la carrera de Farmacia con excelentes notas. Sergio nos recibió con una mirada dulce y profunda. Tenía una pequeña bolsa preparada para su ingreso en el Hospital. Tendría que pasar un par de semanas allí. Recuerdo su personalidad firme y segura, su serenidad extraordinaria. Durante el trayecto estuvimos hablando de Literatura. Había visto que se llevaba un libro de Borges, Ficciones. Yo era un entusiasta del escritor argentino. Hablamos con admiración de relatos como Pierre Menard, autor del Quijote, El jardín de los senderos que se bifurcan, Funes el Memorioso, y por último de El Sur, acaso el mejor cuento de Borges según él mismo. Aquel muchacho, marcado por un signo aciago, era un devorador de literatura según él me confesó. Le quedaban, según me enteré después, unos meses de vida. Lo llevamos hasta la oficina de admisión del hospital Militar y me despedí de él dándole un fuerte apretón de manos aunque me quedé con las ganas de abrazarlo. Pasé con él escasamente una hora y media, pero su imagen se me ha quedado grabada como la del símbolo de la vida que lucha y crece contra toda desesperanza. Ojalá que donde estés, Sergio, puedas seguir disfrutando de la buena literatura y que puedas tener largas y fecundas conversaciones sobre poesía.

Recuerdo inolvidables encuentros con compañeros de armas en la cantina con infinidad de cervezas y bocadillos de atún y sardinas. La vida era sentida como un prodigio y nos encantaba charlar de lo que haríamos cuando acabáramos aquella interminable mili en la que ya nos estábamos curtiendo. Algunos tenían novias que los estaban esperando, trabajos en suspenso, carreras por terminar…

En las noches de guardia miraba el firmamento y pensaba en el sentido de la vida. El cetme era como una mujer que te acompañaba. Al menos eso era lo que nos decía el sargento. A ratos componía para mí versos que nadie escucharía, imaginaba viajes a países lejanos, lamentaba errores o me alcanzaban estados de zozobra por motivos que luego se revelarían como inconsistentes. Fue un tiempo de espera y de aprendizaje, pero también de profunda camaradería con compañeros que luego ya nunca volví a ver ni a saber de ellos. Las amistades de la mili terminaban con ella.

A veces cuando veo a mis alumnos pienso si en realidad ha sido tan buena idea la desaparición del servicio militar. Nunca en la vida se posee un periodo de excepción tan fecundo para pensar, un poco alejado de todo y en contacto con personas que no hubieras conocido de otra manera. Lo políticamente correcto nos ha llevado a su extinción, pero en mi fuero íntimo creo que, bien planteado, podría haber sido una experiencia sumamente interesante y con componentes de solidaridad. Ese es al menos mi punto de vista ya desde la distancia.

jueves, 9 de marzo de 2006

Mundos corporales


Mis alumnos de primero de bachillerato de literatura se han reducido en un cincuenta por ciento desde que comenzó el curso. En efecto, empezaron 18 y, por distintos motivos, ahora me asisten a clase unos nueve. La mayoría han sido bajas por desistimiento ante la exigencia del nivel de bachillerato. Son alumnos acostumbrados a la ESO y el nuevo ciclo les supone un cambio de cultura en cuanto al trabajo diario y al nivel de madurez necesario para afrontar los estudios. Muchos optan por rendirse y pensar en otras posibilidades. Esto hay que decirlo en demérito de la ESO que más bien deforma a los alumnos, que se acostumbran –en general- a ir pasando sin ningún esfuerzo ni especial dedicación o centramiento.

Sin embargo, he observado que en el grupo que me queda – que aún puede reducirse más- se ha experimentado un cambio de actitud: el ambiente de ligereza y frivolidad que dominaba a principio de curso ha ido evolucionando hacia una mayor implicación de los alumnos en las actividades académicas y en las discusiones de clase. En un principio la clase continuaba siendo un juego, una suerte de prolongación de la ESO. Varios meses después y tras tantas deserciones parecen haber cobrado algún interés por lo que estamos haciendo, incluso yo diría que le están tomando un cierto gusto a la tarea intelectual.

Por un lado están las clases cotidianas y el programa obligatorio. Por otro lado, intento que tengan alguna conexión con la cultura contemporánea. Este curso les he hecho investigar sobre el Premio Nobel de Literatura Harold Pinter y sobre la artista norteamericana -la fotógrafa de mundos excéntricos- Diane Arbus. La asignatura de Literatura no debe cerrarse al lenguaje más reciente. Calderón de la Barca está bien, siempre que logremos conectar su debate de ideas con el mundo que nos ha correspondido vivir. El último tema abordado ha sido el del Realismo, el intento ambicioso de captar la realidad total, de describir la sociedad y el comportamiento humano. Hemos hablado de las polémicas que suscitó el Realismo en su tiempo, de las objeciones, desde el punto de vista conservador, que merecieron los intentos de representar la realidad, especialmente en lo que tenía de oscura y tenebrosa –ambientes y tipos degradados, taras psicológicas y hereditarias-. El Naturalismo determinista de Emile Zola se llevó en España una buena parte de estas críticas feroces en el último tercio del XIX.

Sin embargo, el arte ha ido ampliando su campo de representación de la realidad y poniendo en cuestión la misma noción de realidad que alentaba y describía el Realismo. La realidad es mucho más extensa y conflictiva. Se han puesto asimismo en solfa los mismos métodos de representación de la realidad y hemos ironizado sobre el arte mismo en su incapacidad de captar el latido íntimo de una realidad compleja. Ello nos ha llevado a hablar de Marcel Duchamp y su obra Fontana, un urinario marca Mutt que muchos críticos han considerado la obra de arte más representativa del siglo XX. ¿Qué es artístico? ¿Qué es el arte? ¿Qué es la literatura? Tenemos múltiples respuestas en cuanto a los métodos a representar o evocar la realidad con minúscula porque con mayúscula ya no nos atrevemos.

Les he hablado de Gunther Von Haggens, el artista alemán que lleva por el mundo una muestra de cadáveres plastificados (actualmente está en los Estados Unidos) llamada Mundos corporales. En ella, mediante la plastination –una técnica inventada por él- ha conseguido preservar cadáveres enteros y fragmentos de ellos para ser exhibidos colorísticamente en una exposición que recorre el mundo entero. Para Von Haggens, se trata de mostrar la belleza interna del cuerpo humano. Ha recibido críticas afiladas desde distintos puntos de vista, incluido Günter Grass que lo ha comparado con los experimentos nazis del doctor Joseph Mengele. No obstante estas críticas, la muestra ha conseguido millones de visitantes en Europa y América, no sabemos si por morbo o por real interés por el experimento. Supongo que ambos aspectos se superponen.

Continúa el debate eterno sobre lo que puede ser mostrado y lo que no. Cada época ha respondido de modo diferente y los artistas han tenido que luchar contra los prejuicios y valores conservadores. ¿Dónde están los límites éticos y estéticos? Es un debate complejo y lleva a múltiples valoraciones en las que en estos días gozosamente han intervenido mis alumnos.

Han opinado casi todos. Escuchaba con placer. Me paraba a comprender sus argumentos, tantos los que valoraban la obra de Marcel Duchamp, o la obra de Diane Arbus, o la de Von Haggens. En realidad no quería imponer una respuesta definitiva, -que no la hay- sino promover el debate intelectual sobre nuestros sistemas de representar la realidad y la ampliación de la misma en las distintas épocas. Mis alumnos, al margen de sus resultados académicos, parecen haber entrado en el juego y los veo interesados en sus intervenciones. Esto es esencial para promover el debate, el juego de ideas y la reflexión sobre el tiempo actual, que sólo podemos realizar si lo comparamos con el pasado del que provenimos. No son épocas históricas tan distanciadas. Seguimos teniendo debates parecidos a lo largo de toda la historia. Recordemos que no estaba permitido diseccionar cadáveres humanos en las escuelas de Medicina incluso en tiempos como el Renacimiento. Siempre hemos ido avanzado derribando muros y ampliando nuestro círculo de conocimiento. Ahí quiero ver a mis alumnos, pero esto ha llegado tras una dura adaptación al bachillerato y una fuerte criba que todavía no ha terminado.

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