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sábado, 7 de enero de 2023

Angélica Liddell


He viajado dos veces a Madrid para ver obras de Angélica Liddell (Figueras, 1966), una dramaturga, actriz y escritora española que se sale de los cauces convencionales del teatro que uno pueda imaginar. Sin duda es el dramaturgo -dramaturga española en este caso- más universalmente conocida. Ha recibido importantes premios españoles e internacionales y su teatro en que ella actúa como protagonista es difícil de olvidar porque es un teatro de sangre, sexo, suciedad, locura, éxtasis, enfermedad y, sobre todo, de una profunda espiritualidad en medio de un mundo estúpido, gregario y materialista incapaz de salir de su vulgaridad asfixiante, desde su punto de vista. Odia el teatro convencional y a todo el mundo que lo rodea. Su vida, caracterizada por un dolor extremo de vivir, está marcada por su Trastorno Límite de la Personalidad, que hace que cada día tenga que elegir si se suicida o sigue viva un poco más. Leerla es una experiencia extrema, y ver sus espectáculos es terapéutico porque uno asiste a verdaderos autos sacramentales llenos de sexo, violencia y locura. No hay límites a su dramaturgia que vive en primera persona. Muchos la odian y la desprecian, otros la amamos y vemos en su teatro una llama de verdad insoportable para una sociedad adocenada y complaciente a la que ella escupe. Pero para conocerla, mejor que mis torpes palabras, reproduzco una entrevista con motivo de su último libro. Leed la entrevista -publicada en El Mundo- y decidme qué os parece... 

 

Cierra con 'Kuxmmannsanta' la Trilogía del luto, vinculada a la muerte de sus padres. ¿El exorcismo de la orfandad se acaba alguna vez?

La orfandad te pone en un estado de vulnerabilidad extremo e invencible. No hay vuelta atrás. A medida que se acerca el final de nuestros días regresamos con más frecuencia a la infancia. Recuerdo a Bergman, aquellas 'Fresas Salvajes'. En el instante de nuestra muerte todos somos hijos, y elevamos a lo desconocido la pregunta de Job, ¿por qué?

 

'Kuxmmannsanta', este artefacto/libro es un mapa de extravíos y una minuta de daños. ¿A quién incrimina? ¿A quién exculpa?

Exculpo a mi madre, y a mi padre. Incrimino a todos los demás, a todo ese aluvión de indecencia con el que me atraganté, a todos los que me hirieron, a todos los que se aprovecharon de mi ingenuidad, a todos los que me despreciaron, a todos los que mintieron y me traicionaron. A todos los que me juzgaron. A todos esos cerdos. Y a toda esa suma de seres asquerosos que simplemente me disgustan. Ya soy muy mayor, no queda mucho tiempo para ajustar cuentas y orinar sobre sus cadáveres. Es un acto de caridad absoluta eliminar la fealdad de mi vida, que es eliminarla de la faz de la tierra. Soy una persona que no sabe defenderse en este mundo de fieras, no sé cómo se hace, frente a las personas me quedo indefensa, por eso he de aniquilarlos en verso.

 

Sólo su nombre en la portada y 521 páginas de palabras o de aullidos. Sin más datos sobre usted. Es como ir borrando huellas.

Este libro ha sido una lobotomía. Estrellé en el papel mis lóbulos frontales. Ahora puedo preparar mi desaparición y mi muerte. El que nos hiere nos regala la soledad, y esa soledad tiene un valor incalculable para seguir cayendo.

 

¿De qué manera es su vida el único argumento de su obra?

Las letras me las da la vida, como decía El Agujetas. Soy tan pobre que sólo dispongo del "yo", del "ser". Pero eso por sí solo no vale. Debe convertirse en supremacía estética. Hay que trabajar mucho, tanto como Tolstoi, hasta que te duele el espinazo de escribir. Es una cuestión de fuerza física, como dice Joyce Carol Oates. Al final no es el yo o la ficción, es literatura. El debate entre la literatura del yo y la ficción no me interesa porque no existe.


 

¿Y qué le importa o le interesa de este tiempo?

En estos tiempos hay que aprender a recordar lo que era el arte, debemos preservar el mundo de las imágenes que los poetas nos legaron en el siglo XX. En 'Caridad' reconstruyo una imagen de Las Mil y Una Noches de Pasolini (los amantes y la flecha dorada con forma de falo), lo hago para recordar esa imagen fundacional, para recordar lo que era el arte a medida que todo se vuelve más y más mediocre. Cuando fui a ver este verano 'La trilogía de la vida' de Pasolini éramos 10 personas en el cine y 500 imbéciles en la terraza de enfrente con un gintonic en la mano y la vacuidad en el rostro... El XXI es el siglo en el que las redes sociales prohíben publicar desnudos artísticos mientras un poco más abajo miles de jovencitas ofrecen sus servicios sexuales en sujetador y bragas. He visto pixelar hasta el pene de los perros. Eso sí provoca... Las fotos de García Alix, en cambio, no provocan sino que trascienden, en el siglo XX, en el XXI y en el XXII. Qué decir de Andrés Serrano o de Joel Peter Witkin... Pero en el siglo XXI se ha perdido el placer de contar, todo se ha vuelto reivindicación, baba y mensaje conciliador.

 

Dice en el texto titulado 'El estrangulador de Boston': "Al crecer perdemos las alas, se nos caen, como un diente de leche". ¿Y en qué nos vamos convirtiendo?

En almas cansadas, espíritus roídos y en payasos patéticos. Los peores son los expertos. Los que arguyen experiencia y sabiduría.

 

¿Escribir es no aceptar lo irremediable?

Escribir es hacerme estallar la cabeza para que otros beban vino en los trozos de mi cráneo.

 

¿De dónde viene su escritura?

Sin duda alguna viene de la rabia. Hay una rabia que debe canalizarse. La rabia procede de una herida, una herida de nacimiento que crece alimentada por el resto de las heridas, crece como un monstruo. Y ese monstruo me empuja a la venganza. Nací con esa bala en la cabeza. Si no encuentras el vehículo para liberar la ira acabas contigo mismo o empiezas a matar. Para mí sólo existen dos opciones, la escritura o la horca, y la escritura o el crimen. Mi infancia es muy similar a la de un psicópata. Intento transcenderla a base de belleza. Pero igual que se dice del mundo, en vez de todo podía haber nada. Yo me puse a trabajar.

 

¿A dónde va?

Me hago vieja. Los hay que están preocupados por el pelo y se largan a Turquía. Figúrate. A mí se me cayó de golpe de la sien derecha. Un hombre me abandonó de la manera más cruel posible, desapareciendo, y sucedió, de golpe, que mi sien quedó desnuda. Pensé: "Mira, es la sien donde se apoya la pistola". Los camareros que me conocen pensaban que estaba enferma. Al cabo de los meses el cabello volvió a crecer, pero completamente blanco, de una blancura incomprensible, demoniaca, como el pelo del Rey Lear bajo la tormenta. Temo que voy hacia la demencia, como mis padres. Es mi máximo miedo.

 

¿Qué le importa más en el mundo?

Las películas.

 

¿Y quién?

La persona que ha cuidado de mí durante 30 años. La única persona en la que puedo confiar. Eso es un privilegio del que a veces no soy consciente. A veces la basura de los demás me llega hasta los ojos y no sé verlo.


Escribir es hacerme estallar la cabeza para que otros beban vino en los trozos de mi cráneo


En este libro asoma un sujeto dañado, alucinado, también el suicidado por la sociedad. ¿Podría ser?

Absolutamente. Hace falta un grado de dolor alucinatorio para alcanzar algún tipo de conocimiento. Hace falta que la copa rebose. La cuestión es si la sociedad está preparada para asumir a los que se desvían, a los que no pueden más. Los manicomios, las cárceles y el arte recogen a los suicidados de la sociedad. Hoy Artaud estaría en el manicomio, ingresado por culpa de todos aquellos que lo nombran, la misma familia teatral de siempre.

 

¿Qué sitio tiene en estas páginas y en su vida la literatura?

La escritura es la pobreza absoluta, como decía Christian Bobin, es dar lo que no se tiene. Es la más grande de las pobrezas del Amor. Es la fragilidad indestructible, ese reino. No se puede leer ni escribir sin luz. La luz nos salva del miedo atávico a la oscuridad. En el fondo ignoramos todo acerca de lo que escribimos y leemos.

¿El teatro lo es ya todo?

Es tanto el fastidio, la hartura y el rechazo que me produce el mundo del teatro y su autocomplacencia, es tanto el repudio que me inspiran, rayano con la repugnancia, que a veces me avergüenza dedicarme a lo mismo que todos estos tontos habilidosos de la cultura sin arte, el clan. Me avergüenza. No soy de ahí, no soy. Me dices "teatro" y me amargo.

 

¿La poesía es algo?

La poesía es el canto. Cuando el mundo se destruya solo quedará el canto, como decía Schopenhauer.

 

¿Lo de afuera, lo que ocurre y cuentan los periódicos y dicen las radios, le empujan a escribir? ¿Le importa?

Todos los días introduzco la palabra "muere" en el buscador. Ahí aparece la madre que mata a sus dos hijas de un disparo de madrugada en una casa cuartel y luego se suicida. Aparece el jugador infantil que se desploma durante un partido sin posibilidad de reanimación. Aparece el obrero anónimo que ha muerto al caer desde la altura de una obra. Aparecen los atropellados, los asesinados, el cliente que mata a la puta, la pareja que decide quitarse la vida en un suicidio doble con somníferos bajo la nieve. Aparece la muerte de Godard. No necesito más. Un retrato conciso de la naturaleza humana, apenas un titular. El resto es campaña política, distorsión y manipulación, nada es verdad. Efectivamente todo es teatro del malo. Todo es John Doe [ficción]. Los medios crean al artista del Estado y al artista del Partido, y deciden a quien ignorar, sobre todo en un país de pequeñeces socialdemócratas como el nuestro. Prefiero el mundo oral, lo que me cuentan y quién me lo cuenta. Pero en los momentos en los que el sufrimiento es letal nada de eso importa. Más bien identificas tu violencia interior con la violencia del mundo, y quisieras que todos muriésemos abrasados por un fuego interplanetario.

 

¿Cómo imagina la felicidad?

Abrí la boca para respirar y me escupieron dentro. Puse mi alma en unas manos, y mi alma fue destruida. ¿Qué voy a pensar de la felicidad? La felicidad solo puede ser un estado de terror intolerable. La felicidad no es más que el miedo a perderla. No existe. Existe el terror. Hay un perro encima de mi casa que ladra ebrio de alegría cuando su dueña regresa. En cuanto ella se va, el perro aúlla, gime con desesperación atroz y escarba la puerta como quien es enterrado vivo y araña la tabla del ataúd. Hay noches enteras que escucho esos sonidos horrendos. La dueña no sabe de este sufrimiento espantoso cuando el perro la agasaja al volver. Eso es la felicidad. Un perro enterrado vivo rascando la tapa de un ataúd. Las personas que han sido enterradas vivas tienen las manos en forma de garra intentando quitar la tierra y su cadáver aparece con los ojos abiertos. Bajo la superficie de la alegría hay un horror incalculable. En fin, la felicidad es un fallo.

 

lunes, 25 de mayo de 2015

Nos estamos convirtiendo en gilipollas?


En el espacio de una generación se ha modificado por completo nuestra forma de leer desde la irrupción de internet y los nuevos dispotivos de lectura. Leemos más que nunca pero de modo fragmentario y discontinuo, en zig zag, lo que se traduce en una lectura mucho más superficial, menos capaz de enfrentarse a la complejidad de las ideas.

Nicholas Carr en su libro de referencia ¿Qué está haciendo internet con nuestras mentes? planteaba el proceso de adaptación del cerebro a las nuevas circunstancias advenidas por el uso masivo de la tecnología y yo añado nuestro estado de permanente conexión a internet por medio de los móviles de última generación. No hay que ser un observador muy sagaz para darse cuenta de la modificación del modo de estar en el mundo por parte de la gente que vive ahora en su mayor parte conectada y atenta a su móvil donde recibe mensajes continuamente, wassaps y demás, en forma de fragmentos a los que ha de estar pendiente por si se pierde algo que requiera una respuesta inmediata.

En mis años de docencia he constatado la transformación profunda de mis alumnos y de la sociedad que los rodea. Su capacidad de atención es infinitamente menor si no es hacia tareas rutinarias que no exijan una concentración consciente y profunda. El nivel de abstracción se ha perdido en buena medida. Todo ha de ser simplificado y esquematizado para que se pueda asimilar. La capacidad de atención a pensamientos largos y algo más complejos es algo que ya no es de este tiempo. Y esto de igual manera sucede con los textos de lectura que se abordan buscando ideas elementales, poco matizadas y superficiales porque se parte de una atención muy fragmentaria sobre la que se está dando saltos de un lado a otro. Así se es incapaz de analizar información compleja debido a la distracción y a la dispersión que nos caracteriza. Lo noto yo que he nacido en una era analógica y que he leído mucho antes del advenimiento de la era digital. ¿Qué va a ser para ellos que han vivido ya desde siempre con internet, google, los teléfonos inteligentes, las tabletas...? 

Otra de las consecuencias de este estado de cosas es la necesidad de que todo lo que se lea o se escuche sea necesariamente divertido y que sea hábil para captar una atención totalmente discontinua. Algo que sea denso o complicado a la primera lectura aleja por completo a los potenciales lectores.

Nuestro cerebro se caracteriza por la plasticidad y se adapta a las nuevas realidades y usos intelectuales que frecuentamos. Es muy posible que las consecuencias de todo esto es que nos estamos entonteciendo a velocidad creciente. Superficiales, inmaduros y pueriles, incapaces de concentrarnos para procesar cuestiones complejas, anhelantes de diversión y placeres inmediatos que recompensen, simples y fragmentarios. En resumidas cuentas, el futuro ha llegado y estamos en él. Gilipollas perdidos cuando el mundo requiere de planteamientos y soluciones extraordinariamente complejos.


¡¡¡¡Perdón que he recibido un wassap!!!!

domingo, 17 de mayo de 2015

Terroristas teatrales


¿No habéis imaginado alguna vez montar un happening teatral en plena calle para provocar la sorpresa y las reacciones de la gente que se convierten, sin advertirlo, en público y actores de la obra que se está representando? Me viene esto a propósito del libro que acabo de comprar de Carlos Granés, La invención del paraíso. El Living Theatre y el arte de la osadía,  que investiga la potencia dramática y social del Living Theatre, ese grupo de teatro norteamericano cuyas funciones conseguían exasperar al escaso público que iba a verlos.

Tuve una etapa teatral en mi vida, posiblemente la más fértil de mi recorrido vital. En el teatro encontré una vocación que no se ha desarrollado en profundidad. Y lo lamento. Creo que no debe haber una vida más apasionante que la de actor ... pero me iba el teatro experimental y, dentro de ello, el teatro simbolista y el happening...

Lo he contado en alguna ocasión: en octubre de 1984, mis alumnos de COU (17 años) y yo montamos un happening en pleno centro de Berga –población al norte de la provincia de Barcelona- a hora punta. Era nuestro homenaje a Cortázar que había muerto hacía unos días. Nos basamos en uno de sus relatos. Se trataba de cruzar el semáforo en verde con una margarita en la mano con cara de bobos todas las veces que pudiéramos en un sentido y otro. Cuando se ponía rojo, nos parábamos al llegar a la acera y esperábamos que se pusiera verde otra vez. Éramos una veintena larga de participantes. La gente, el público, nos increpó y nos insultó, pues deteníamos el tráfico. Los coches hacían sonar sus bocinas con rabia. Nosotros seguíamos cruzando en verde sin contravenir ninguna norma de tráfico. Se armó una buena en medio de Berga. Fueron solo diez minutos hasta que llegaron varios coches de policía municipal. Me vieron a mí, que, evidentemente, era mayor que mis alumnos y me detuvieron sin muchas más explicaciones a pesar de que afirmé que lo que hacíamos era legal -no contravenía las normas de tráfico-  y era un acto cultural.

En otra ocasión, también en Berga, habíamos formado un grupo teatral de diez o doce miembros. Salimos por la calle Mayor, por la que pasean las familias, a las siete de la tarde. Llevábamos un ataúd negro construido por nosotros. Figuraba que éramos una secta necrófila, devota de los ritos de la muerte que quería recuperar las ceremonias mortuorias que habían caído en desuso con la llegada de la modernidad. Los timbales con ritmo lúgubre, daban el ritmo necesario. Dos miembros de grupo, vestidos de negro y maquillados de blanco, abrieron el ataúd y sacaron sendos cuchillos con los que partieron dos tomates muy rojos y se los comieron lentamente entre el silencio cargado de sentido. A continuación hicieron el baile de las patas de pollo con cuatro garras de ave de auténtico corral acariciando su cuerpo al son de los tambores. Acabado el baile, dejaron abierto el ataúd y se dirigieron al público gritándoles sobre la bondad de la muerte y les invitábamos a probar su muerte metiéndose en el ataúd. Ese era el objetivo del happening. Cuando se dieron cuenta de que queríamos meter a alguien dentro del féretro, se produjo una desbandada de más de doscientas personas que huyeron. Eso fue muestra de la potencia de nuestra ilusión escénica. La secta Necrófila se había enseñoreado de la calle. Al final conseguimos que un señor, de los que habían quedado y no habían huido, se metiera en la caja de muertos.

Otra vez en un instituto de El Masnou, toda una clase se compichó conmigo para hacer un happening surrealista con motivo de la muerte de Salvador Dalí. Treinta chavales con ganas de hacer teatro en serio, tras dos semanas de formación en el surrealismo,  no es cualquier cosa. Trajeron infinidad de objetos de la calle y su casa y cuando el instituto se abrió a las ocho y media de la mañana, el centro educativo estaba totalmente decorado y transfigurado. No había rincón de las zonas comunes que no hubiera sido transformado. Más de cien velas encendidas en medio de las escaleras y recibidor, bancos, biombos, camas, esqueletos, cuerdas, tapices, contenedores de basura... Una prodigiosa metamorfosis de un instituto de bachillerato en escenario teatral donde a la hora del patio, disfrazados y maquillados,  representamos diferentes happenings ante los espectadores, el resto de alumnos y profesores, que los dejaron boquiabiertos. Las provocativas representaciones –que bordeaban lo obsceno y la crueldad- duraron media hora, la del patio, y luego, todos los participantes, dimos por acabada la performance y nos fuimos a clase. Una parte del grupo tenía libre y limpió todo el instituto de cualquier material ajeno a la vida ordenada de un centro educativo. Cuando me llamó, desesperado, el director, abrumado por lo que había supuesto aquello, el instituto estaba más recogido y limpio que cualquier otro día. Nos negamos a interpretar o explicar aquella representación que hizo que todo el mundo aquel día hablara de surrealismo y de las vanguardias.

En otra ocasión mis alumnos de COU y yo salimos con una gran bandera republicana y un radiocassette durante la hora del patio a recorrer el barrio de Sant Ildefons de Cornellà. Era un tiempo (1997) en que no era fácil ver banderas republicanas como ahora sí lo es. Con el himno de Riego de fondo y ondeando la bandera tricolor paseamos por las zonas donde había gente mayor que podía haber conocido la república,  entramos a supermercados, paseamos por bares y sus terrazas, tarareando aquello de “Si los curas y monjas supieran...”

A estos happenings en que participé no les adjudicaba un carácter político. Era otra cosa. Se trataba, al modo cortazariano, de convertir una realidad gris en poética. Hubo un tiempo en que esto era posible. Ahora la realidad en que vivimos es, igualmente, tremendamente gris, pero ya nada nos hace creer que pueda ser posible una transfiguración de lo opaco en multicolor. El siglo XXI ha entrado en nuestros modos de sentir las cosas y mucho me temo que somos mucho más burócratas, más planos, menos imaginativos. Parece que toda nuestra furia creadora se ha polimorfoseado en tecnología y la lógica intríseca del sistema, que ahora nos absorben pero nos hace seres más mediocres, sin luz propia.


Al recordar estos happenings teatrales y otros que he dejado en el tintero, me asombro de que esto fuera posible, de que yo fuera un personaje tan subversivo y que consiguiera siempre locos dispuestos a secundar a un orate que siempre anheló haber formado parte del elenco del Living Theatre, en aquel tiempo en que se creía que todavía el mundo estaba por hacer y nos divertía desmontarlo, a modo de terroristas y provocadores en que pervivía el espíritu de las Vanguardias. 

jueves, 12 de junio de 2014

Pensamiento crítico



 Ayer salí con mis alumnos a un centro tecnológico de Cornellà en una visita sumamente interesante. Ellos se cansaron pero el profesor fue una esponja y asimiló información que nos iba llegando desde los diferentes monitores. Una de las frases que retuvo mi atención fue la idea de que el Citilab fomenta el pensamiento crítico entre los ciudadanos que van a aportar sus ideas o a recibir cursos e información. Aquello me hizo pensar sobre la naturaleza del pensamiento crítico y su utilidad para la población en general.

Mientras iba visitando el centro me interrogaba sobre eso que se llama pensamiento crítico con el que supongo que la totalidad de los visitantes del blog estarán de entrada de acuerdo en grado máximo. ¿Qué es pues pensamiento crítico? Lo primero que me viene a la mente es un pensamiento que observa la realidad a todos los niveles, desde el más cercano al más abstracto, y la somete a evaluación no quedándose con el primer nivel que es la apariencia inmediata. En efecto, la realidad que recibimos por nuestros ojos y por nuestros oídos está sometida a elaboración ideológica por poderes que desean conformar nuestra mente en torno a valores que ellos han elegido. Así es toda la información que recibimos a través de los medios de comunicación así como los mil y un mensajes que nos llegan a través de tantas y tantas personas que tienen relación con nosotros. La principal actitud ante la información que nos llega desbordándonos es la duda metódica. Nada suele ser lo que parece. Siempre hay algo oculto o muchas cosas ocultas. Intereses políticos o ideológicos. Creemos que somos escasamente importantes como individuos, pero hay poderes muy fuertes a nivel mundial, a nivel nacional y nivel regional que quieren hacernos perfectamente transparentes para ellos de modo que nos puedan moldear en torno a algo que interesa a alguien. Así son los intereses políticos, deportivos, ideológicos, recreativos. Nada es inocente. Todo está vertebrado por un intento de manipulación en mayor o menor medida. A veces nos damos cuenta si la manipulación choca con lo que creemos nuestra forma de ver las cosas, esa que creemos haber elegido. Que creemos haber elegido. Desde pequeños se nos ha conformado desde la familia, la escuela, la televisión, la publicidad, la prensa, el cine. Y la pregunta esencial para mí es ¿por qué pienso lo que pienso? ¿qué factores me han llevado a una visión del mundo? ¿Ha sido mi propio análisis propio y personal de la realidad o simplemente me he ido mimetizando con mis semejantes que me han impregnado de sus creencias? Esto vale para un club de fútbol, para una emoción nacionalista, para una creencia religiosa, para una percepción humanista o una pulsión violenta.

El pensamiento crítico es el que se interroga sobre lo que piensa y sus orígenes, que pone en duda sus convicciones más arraigadas fundamentadas esencialmente en emociones. Sí, las emociones suelen ser la mayor parte de nuestro hábitat mental. Si yo me junto con personas que tienen emociones, si desde pequeño me educan en torno a unas emociones que se exaltan y que se comparten estimulando nuestra faceta más comunista (de comunidad), si yo siento placer en responder a unos símbolos con adhesión sentimental... yo formaré parte de un völk y lo elevaré al plano ideológico, metafísico y político. Además tendré la percepción de que ha sido elegido libremente por mí. Esta convicción de la libertad con que he elegido es el mayor peligro porque nadie elige con libertad completa. Nuestras ideas son sumas de sumas de retazos que andan estructurados para influenciar nuestros cerebros que suelen ser acomodaticios y perezosos. Nos gustan las convicciones. Nos gusta pensar que tenemos convicciones profundas. Que han salido de nosotros por un proceso de análisis racional pero esta racionalidad es posterior a la emoción que está en la base de todo. De hecho racionalizamos las emociones para ser solidarios con nosotros mismos. Cuando creemos ver el mundo diáfano y meridianamente claro es el momento de dudar de esa certeza, sea la que sea. El pensamiento crítico no es ser radical contra el poder, contra la Corona, contra el Estado, contra el capitalismo, contra los bancos. Puede que sí o puede que no. Depende. Hay muchos lugares comunes en el radicalismo así como en el conformismo. Un punky que quema contenedores y revienta las cristaleras de los bancos no es más libre que yo, aunque él juzgue a la masa como borregos institucionalizados. Él por un acto de fe se sitúa fuera de algo que no tiene fuera. Todos estamos dentro, somos un entramado de células vivientes y aparentemente racionales que se creen libres, pero en buena manera estamos condicionados por la biología, por la genética, por la propaganda, por la familia, por nuestra psique que tiende a la búsqueda del placer en determinadas emociones.

No hay nada que me perturbe tanto como cuando descubro a alguien que se siente perfectamente coherente consigo mismo, que tiene sus ideales plenamente enraizados en la comunidad, que se cree sujeto de certezas inconmovibles sean las que sean, que se cree libre y digno. Si a esto se une el que una su libertad a una bandera, a un himno, a un libro, a una historia, a su propia percepción de sí mismo como sujeto crítico... me dan ganas de reír. Nadie es totalmente libre, todos somos hijos de algo, nacemos de algo, nos hemos criado en algo.

El principal valor del pensamiento crítico es dudar de nosotros mismos como capaces de un conocimiento racional y objetivo. Pero esto no es la norma. Suelo encontrar más personas convencidas que dubitativas y que además lo expresen. Supone en muchos casos quedarse solo sin el calor del fuego compartido o del fuego que nos da el sentimiento de convicción profunda.

¿A que no saben a quién estoy leyendo?

A Kafka junto a una biografía absorbente sobre sus años más creativos.

Lo que nos seduce de Kafka es su realidad impotente, su confusión, el sentimiento de extrañeza, el miedo, la duda, la burocracia aplastante que lo rodea, un sentimiento de onirismo que vertebra la visión de las cosas, todo eso junto a un sentido del humor extraño. 


Y ahora, una sonrisa por si nos despertamos algún día convertidos en cucaracha tras haber estado convencidos de algo muy serio. 

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