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jueves, 5 de marzo de 2020

La buena literatura

                                                 Philip K. Dick

La idea ampliamente difundida –y no carente de fundamento- de que se debe leer por placer, para pasárselo bien y disfrutar, en algún sentido me resulta sospechosa e inexacta a la hora de enfrentarse a muchas obras literarias de cierto nivel. No se lee solo por disfrutar, el libro no es una máquina de producir placer primario –directo y simple-; en muchas ocasiones el placer es secundario y fruto del esfuerzo y la constancia que te lleva a entrar en una historia, o en un mundo, o en un modo de concebir las cosas que no es necesariamente sencillo. Hay libros con los que se trenza una lucha denodada para penetrar en su sentido, y solo, tras perseverar en ellos se logra desentrañar claves que no son accesibles en un nivel elemental. La idea de luchar con un texto es imprescindible y lógica si queremos acercarnos a la buena literatura.

Por eso, todos esos relatos que se venden como apasionantes y fascinantes, que se leen de un tirón por lo absorbentes que son por sus historias llenas de sentimiento y emoción, pienso que son objeto de fórmulas narrativas que pretenden captar al lector de un modo muchas veces tramposo. No digo que no sean hábiles historias, bien dosificadas, y plenas de avatares sorprendentes en los que hay sensacionales giros de guion que terminan por llevar al lector al asombro. Son libros que se leen como el agua y a los que uno se adhiere emocionalmente de principio a final. Están bien diseñados comercialmente para satisfacer el gusto de buenas masas de lectores. Son las novelas que triunfan en el mundo editorial, dentro de un país en que se lee no lo suficiente –soy prudente porque más bien se lee poco, muy poco-. Está bien que existan estos libros, son los que atraen a la mayor parte de los lectores.

En el mundo educativo las editoriales publican libros trepidantes para adolescentes, y así captarlos para la lectura. Son libros que pretenden arrastrar por su dinamismo, su nivel de juego, los temas cercanos a los alumnos y su actualidad. Parece que no hay opción al respecto. Venerados profesores de secundaria recomiendan lecturas sencillas para así atraer a los lectores a otros niveles más complejos, pero esto, a mi juicio, no es así. Vivimos un tiempo de fórmulas esquemáticas, de fast food en todos los sentidos. Las ideas complejas asustan y amedrentan, y de este modo no creo que funcione el sistema de alimentar a los adolescentes de mala literatura, de antiliteratura, para luego, más adelante, que lleguen a Shakespeare. Esto no funciona así. Los libros primarios y sencillos no crean lectores complejos, además en una sociedad que rechaza esa complejidad como la peor de las condenas. No sé cuál es la vía para crear buenos lectores. En cierta manera, pienso que es una guerra perdida. El contexto no ayuda por muchas razones. El buen lector es una rara avis. En el mundo de los blogs hay excelentes que hablan de buena literatura por parte de lectores con gusto y sentido de la profundidad. En mi blogroll hay bastantes de estos, pero es una falsa impresión. La sociedad no es así. Se esgrime como argumento principal para no leer la falta de tiempo. He vivido en el mundo de los profesores varias décadas y advertí que la mayoría, incluso por parte de profesores de lengua y literatura, no eran lectores. No había tiempo. Quizás en verano –decían-. Ser buen lector es una actividad que requiere de disciplina y no dejarse atrapar siempre por el nivel primario de los libros. No significa que el disfrutar surja de modo sencillo porque nos enfrentamos a la plurisignificación y a ideas elaboradas, muy elaboradas. La buena literatura no es sencilla, requiere de tesón y una abierta aceptación del desafío.

Yo viví un tiempo en que a los adolescentes les gustaba leer buena literatura, de gran complejidad. Yo utilizaba la literatura como un arma para fomentar su rebeldía juvenil y ellos entraban en el juego. Pero eso pasó y cuando lo cuento es difícil de creer en un momento como el de nuestra época, líquida y banal, esencialmente epidérmica. Solo los salvajes siguen enamorados de la buena literatura.

viernes, 28 de febrero de 2020

El coronavirus y otras reflexiones.



Ayer publicaba un post de una cita de Cioran probablemente controvertida para mis cuarenta lectores. Sostenía que era necesario el miedo entre las especies animales y entre los seres humanos para mantenerlos vivos, de modo que si algún día se consiguiera vivir totalmente en paz y armonía, nos convertiríamos en estúpidos como los animales en los zoológicos.

¿Os dais cuenta de la carga de profundidad de este pensamiento? Ese ideal racional, ilustrado y políticamente correcto de querer vivir en paz y armonía, sin conflictos, pactando pacíficamente todo, daría lugar, en opinión de Cioran, a un mundo esencialmente de memos y seres insulsos.

La Gran Guerra de 1914-1918 produjo decenas de millones de víctimas en toda Europa en un combate absurdo y delirante que no tenía razón de ser pero que cambió el mundo derruyendo los imperios de la época y haciendo surgir un gigante inimaginado que fue la URSS. Una guerra cruel e inútil pero que transformó el mundo. Fue seguida, en plenos rescoldos de los enfrentamientos, por la llamada Gripe española, que causó entre 1918 y 1920 entre cuarenta y cien millones de muertos. Tras esta terrible mortalidad empezaron los fabulosos años veinte en que se vivió un mundo transformado totalmente y en plena euforia. Fueron años alegres y vitalistas, como la Europa que surgió como consecuencia de la peste negra en el siglo XV en que murió una tercera parte o más de la población europea.

Añoramos una vida carente de guerras y conflictos, una vida sin miedo, pero la paz y la armonía abocan al aburrimiento, la planitud existencial, la estupidez generalizada. Nada hay que estimule más que el miedo. Ni siquiera en la URSS estalinista en que la vida no valía nada, pudo evitarse la obra de escritores y artistas radicalmente disidentes y rebeldes, esencialmente libres, a pesar de que muchos de ellos, acabaron fusilados.

El dolor y el miedo nos estimulan. Una vida plana es indeseable, necesitamos conflictos, necesitamos situaciones que nos aterroricen. Ahora nos asustamos por nimiedades como el Coronavirus que es poco más que una gripe. Si nos enfrentáramos a una situación en que pudiera morir la tercera parte de la población mundial, estaríamos ante el estímulo existencial más potente que pudiéramos imaginar. Saldrían renovados y eufóricos los que sobrevivieran. Aumentaría la tasa de natalidad, terriblemente baja en los países occidentales porque estamos corroídos por el aburrimiento y la desesperanza. Saldríamos fortalecidos intelectualmente, nuestras sociedades serían mucho más abiertas y fuertes. Volvería el placer de vivir y el éxtasis existencial.

Una sociedad pacífica y sin miedo es la cosa más lasa que puede existir. Nos aburrimos, necesitamos el riesgo y el dolor para salir de la sima del pesimismo y el tedio.

sábado, 13 de julio de 2019

La inducción a la lectura


He sido profesor de literatura muchos años; posteriormente me reciclaron en un híbrido en el que no me sentí a gusto: profesor de lengua y literatura. Son dos materias muy distintas aunque una se alimente de la otra, pero en todo caso, está claro que sobre mí y otros compañeros recaía la maldición de tener que hacer a nuestros alumnos competentes en la lectura, y no solo eso sino aficionarlos a leer, hacerlos lectores porque, según se piensa, los lectores son personas críticas y se dejan engañar menos por el poder, además de disfrutar con los libros viviendo otras vidas de modo imaginativo.

No hay español que no tenga una teoría sobre la bondad de las lecturas en el aula. Se reprocha que se haga leer a infantes casi recién destetados obras inasumibles para ellos. Se juzga que los profesores y el sistema inducen un detestable aburrimiento con la selección de obras que se imponen como canon.

He sido también padre y he leído durante los años de la niñez cuentos y poemas cada noche a mis hijas, esperando hacerlas lectoras en una casa donde los libros se apilan por millares, en todas las habitaciones.

He sido profesor y padre que ama la literatura y he intentado transmitirlo como mi sentido común y la lógica me han sugerido.

Sin embargo, pienso que todas las campañas de inducción a la lectura son ingenuas, como profesores o como padres, a pesar de que derrochemos ingenio e intentemos descubrir la piedra filosofal que transforme a los tiernos niños en salvajes “leones”.

Mi punto de vista es que no hay nada que hacer. Un lector no puede ser construido por diseño pedagógico ni por la influencia paterna o materna. Leer es un acto libre y no permite de ninguna manera ni el imperativo ni la sugerencia: “deberías leer un libro en lugar de estar perdiendo el tiempo”. Algo así nos contó Daniel Pennac en su ensayo  “Como una novela”.

No hay nada que hacer. El lector surge de modo salvaje en pugna con el tiempo y la vida cotidiana. Es una pulsión libérrima que no necesita aliciente ni acicates. Da igual si hacemos leer a nuestros alumnos Manolito Gafotas, Harry Potter, o La Celestina. Yo lo he intentado todo. Y es inútil. Lee el que lee, al que le sale leer, como hay quien juega al fútbol o al básquet o es enamoradizo. No se puede obligar a jugar al fútbol ni a enamorarse ni a sentir profundamente la música. Eso lo lleva uno dentro o no lo lleva. Los libros tiran en soledad como una marea. Es contraproducente “venderlos”, o hacer chantajes bienintencionados para que nuestros hijos o alumnos lean. Es cierto que hay culturas en que se tiene en mucho la lectura. Viajando por Europa se observan diferencias notables en la estima social por la lectura, igual que hay países cuya devoción por la música o el canto coral es superior a otros.

España no es un país lector. Nos encanta el pescadito frito y la cerveza bien fría, salir con los amigos, el fútbol, las procesiones, los centros comerciales, las reuniones familiares –en las que jamás se habla de libros-… Pero la escuela y la familia tienen entre sus cometidos hacer algo que socialmente no se hace, crear lectores ávidos…

Además, estoy seguro que el ochenta por ciento de lo poco que se lee son bestsellers facilones o de circunstancias. Los autores que venden son los que nos exponen las listas de ventas en las diferentes plataformas. Lectores de verdad no hay muchos y estoy seguro que a ninguno de ellos los ha hecho lectores la familia o el colegio. Y de algo estoy también convencido: que la escuela tampoco ha alejado de los libros a nadie que sea un lector de verdad aunque le hicieran leer El Mío Cid o El Quijote o Relato de un náufrago.

Leer es una afición compleja de naturaleza radicalmente libre. Hay apasionados por la literatura de verdad que no han sido “construidos” ni “diseñados” por nadie. Uno descubre los libros un día y ve que tiran de él con una fuerza inaudita y si se siente esa llamada, nada ni nadie podrá romper ese pacto. Por el contrario, por mucho que se intente –échenle toda la imaginación que se quiera- no se logrará hacer lectores con estrategias habilidosas. No es cierto que los niños lean si ven leer. Es otro mito. Es un misterio como tantos. El lector surge como una explosión hacia dentro. Y nadie sabe cuándo ni cómo sucede. Es una sinergia íntima en que se combinan factores que nadie sabe muy bien cómo funcionan, el caso es que el que es lector de verdad tiene en los libros el mayor alivio contra la desazón de vivir o la fealdad que nos aflige. No es mejor persona ni sus metas son más profundas. Es otra cosa de naturaleza inefable…

jueves, 26 de mayo de 2016

Los relatos de la escuela


El bloguero Aitor Lázpita, autor del blog GramáticaParda, publica un interesante post en el blog colectivo Tres tizas que lleva por título Las historias de Aitor Lázpita. He comentado en el blog pero las reflexiones de Aitor me parecen tan sugerentes que las continúo desde mi ángulo personal.

Aitor viene a decir que todo individuo, toda institución, toda colectividad ... se basa en una historia o conjunto de historias que vienen a ser la expresión de unos mitos. No son los datos biográficos o históricos, no, es la construcción literaria que se hace de ellos. Así todos tenemos una historia personal que es el modo en que contamos a nuestro personaje en medio de las circunstancias. Da igual si en esta historia hay literaturización, construcción ficticia, reelaboración, porque de hecho la hay siempre. De ahí esa pasión que tenemos los seres humanos por que nos cuenten historias o reelaboraciones más o menos literarias.

El problema está en que hay historias que no se comparten, que hay diferentes relatos para explicar la política, la sociedad, la escuela y de allí surgen planteamientos más o menos conservadores o más o menos progresistas, basados esencialmente en los citados relatos que los nutren.

¿Por qué, incide Aitor, la escuela da lugar a relatos tan disímiles y es imposible articular una narración común para crear una ley educativa consensuada –añado yo-? ¿Qué relatos hay sobre la escuela? ¿Sobre los profesores? Uno entiende que se ha metido en un buen berenjenal. Y en seguida surgen ideas base o fuerza sobre el periodo de secundaria:

Por un lado: enemigos de la escuela garaje o aparcamiento, necesidad del esfuerzo (una palabra cargada de semántica muy compleja), contra la trivialización del aprendizaje, disciplina, rigor, densidad, competitividad, orden, conocimiento, profesor como organizador, jerarquía, solidez, contra la escuela como guardería, contra una escuela banalizadora, igualadora por lo bajo, vulgarizadora, creadora de individuos gregarios y mediocres, adaptados al capitalismo...

Por otro: contra la escuela desmotivadora anclada en el siglo XIX, preparación de un futuro inminente, motivación, emociones, juego, inteligencias múltiples, renovación metodológica y pedagógica, generación de nuevos modelos de aprendizaje, el rol del profesor como cooperador, conocimiento extendido en red, tecnología, trabajo interdisciplinar, aprendizaje significativo y cooperativo, estructura no jerárquica, inclusiva, no competitiva, relación con nuevas realidades, nuevos paradigmas, nuevos modelos organizativos, fomento de la creatividad...

Pero...

Un claustro es una institución de los institutos que reúne a todos los profesores de variadas edades y materias y en ellos se hallan instaladas historias o mitos sobre el papel de la escuela y sus roles como profesores. Cada profesor tiene interiorizado un esquema básico –a menos que sea simplemente un vividor- y lo intenta aplicar según sus posibilidades. Intenta que sus alumnos aprendan. ¿Pero lo consigue? ¿Aprenden sus alumnos? ¿Qué aprenden? ¿O solo memorizan y olvidan? ¿Es capaz de crear un modelado cognitivo que dé fundamento al proceso intelectivo? ¿Repiensa su modelo o cree que tiene ya un relato consistente para narrar la escuela?

Para pensar las historias que nutren nuestras ficciones habría que conversar, habría que compartir experiencias, reflexiones, reelaborar nuestros mitos, intercambiar, pero un claustro de profesores es un organismo casi anodino por lo que yo conozco. Predominan las instancias conservadoras que desconfían de las innovaciones, no son profesores que se renueven metodológicamente y desconocen conceptos fundamentales que están surgiendo, no son curiosos. Tienen su librillo como cada maestro. Unos buscan esto y otros buscan lo otro, pero raramente o nunca se comparten dudas y metodologías. Cada uno está encerrado en su burbuja y apenas sale, solo para respirar. Tiene sus mitos ancestrales, básicos, esenciales. El aula es el reino del profesor y ha de saber gestionarla en total soledad. 

Pero ¿cómo lo hace? ¿qué se busca? ¿qué se quiere obtener de ello? ¿qué se espera que quede para el futuro? ¿para qué realidad estamos preparando a nuestros alumnos? ¿Logramos que aprendan?

Tenemos narraciones personales y colectivas pero son impermeables y rocosas. Lo normal no es que se esté dispuesto a aprender de nuevo. Hay mucha resignación, se culpa a la sociedad, a los padres, al gobierno, a las leyes, al entorno de los alumnos ... a todo menos a poner exponer y explicar los mitos personales, las historias o relatos, esos que conforman inconscientemente el día a día en el aula.


Si los profesores ni siquiera intentan consensuar un relato de escuela, ¿cómo podemos esperar que los partidos cambiantes sean capaces de hacerlo?

Y además ¿qué piensan nuestros alumnos al respecto?

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