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domingo, 20 de noviembre de 2022

La Laponia española

Vivir en la conurbación de una gran ciudad como Barcelona hace que tengas cerca a la gente que no falta por ningún lado, así como centros comerciales, cines, escuelas, servicios sanitarios, tiendas de barrio, centros administrativos... Hay niños en los parques jugando, ancianos sentados en los bancos... Y en una zona densamente poblada hay de todo, e incluso posibilidades de trabajo... pero si nos trasladamos imaginariamente al polo opuesto, a la llamada Laponia española, territorio de más de 65000 km2, el doble de la extensión de Bélgica, y que comprende a 1311 municipios repartidos entre las provincias de Teruel y Zaragoza, Cuenca y Guadalajara, Burgos, Segovia y Soria, Castellón y Valencia con una densidad de población de 7,98 habitantes por km2, vemos que allí no hay nada apenas. De hecho, hay zonas como los Montes Universales en que la densidad es aún menor y se llega a los 0,98 habitantes por km2. 

 

Sergio del Molino publicó un libro titulado La España vacía en que nos hacía tomar conciencia de la progresiva e irremediable despoblación de buena parte del interior de España. Y este es un fenómeno que hace que la escasa población que todavía reside allí, si tienen medios, emigra dejando los pueblos vacíos, sin gente, sin escuelas, sin tiendas, sin servicios médicos en más de hora y media de distancia... No hay ninguna posibilidad de trabajo, solo agricultura y ganadería. Las empresas ven aquello demasiado lejos logísticamente para que sea rentable. Son pueblitos sin horizontes que comenzaron a despoblarse en los años sesenta cuando sus habitantes decidieron emigrar. 

 

Paco Cerdà ha publicado un libro titulado Los últimos en que recorre la serranía Celtibérica, un agujero negro humanamente, atravesado por los Montes Universales. El texto de Cerdà “una crónica de la desolación y el abandono de lo que fue y ya no es, de pueblos abandonados, de tejados que se hunden y de vigas que se pudren...” O de pueblos en que viven escasas personas mayores, sin niños, donde anida permanentemente el silencio.  

 

La distancia de todo es tal que -relata Paco Cerdà- cuando el 11S del ataque contra las Torres Gemelas en Nueva York, los escasos parroquianos en un bar de Cuevas del Cañart en la provincia de Zaragoza, siguieron indiferentes con su partida sin prestar la mínima atención a aquello que había conmocionado al mundo entero. 

 

El epicentro de la Laponia española son los Montes Universales, una zona montañosa en la frontera de Cuenca y Teruel. Son 3500 km2 -como la provincia de Guipuzcoa- en que viven solo 5700 personas con una densidad de 1,63 habitantes por km2, menos que en Lappi, la región septentrional de Escandinavia, donde hay 1,87 habitantes por km2.

 

Una excelente novela de Julio Llamazares, La lluvia amarilla, recreaba la vida fantasmal del último habitante de un pueblo abandonado en una zona remota aragonesa. 

 

Reconozco que es un tema que me estremece desde que recorrí la serranía de Albarracín hace años y vi un territorio sin nadie en kilómetros y kilómetros alrededor, fuera del hermoso y turístico pueblo que es Albarracín. Ver la tierra vacía en pleno invierno y primavera es desolador. Y esto conforma el carácter resignado de las gentes, de los pocos que quedan, lejos de cualquier instancia administrativa o política, sin escuelas, sin farmacias, sin bancos, sin servicios médicos, sin niños... Solo quedan personas mayores que ya no pueden huir de allí y los escasos jóvenes sin posibilidad alguna de ocio o de encontrarse con otros jóvenes como ellos, sin duda seguirán el camino de la emigración para encontrarse con gente y con posibilidades de trabajo...

 

La despoblación hace que sean zonas que administrativamente no tengan ninguna relevancia y su capacidad de influencia es próxima a cero. No cuentan para las administraciones que ven que no es rentable allí ninguna inversión. Nadie va allí a pedir ni siquiera los votos porque no hay apenas electores. Recientemente, unas candidaturas como Teruel Existe y Soria ¡Ya! han logrado un cierto éxito electoral para llamar la atención de las circunstancias de la España vacía, aunque no han dejado de levantar suspicacias entre los grandes partidos que ven estos movimientos como favorecedores de la derecha. El objetivo de estos partidos o agrupaciones es poder crear un grupo parlamentario que aborde los problemas de la España vacía, que dé voces a los olvidados. 

 

Animo a los blogueros que vivimos cómodamente en una zona poblada urbana a tomar conciencia de ese vaciamiento geográfico y mental que hace que una gran y creciente parte de España sea ya un desierto sin horizontes. Si hubiera una candidatura que pudiera votar, sin duda lo haría a pesar de mi asumida vocación de votar en blanco. 

domingo, 30 de mayo de 2021

Vino barato y conversación abundante

Leo lentamente El infinito viajar de Claudio Magris y me sorprenden los primeros capítulos centrados en España, concretamente en La Mancha, con sus reflexiones sobre El Quijote, fruto de una España concreta y también filosófica, y en Madrid en los albores del siglo XXI. Me siento como español tan olvidado por las corrientes modernas de pensamiento que me asombra que alguien hable bien de nuestro país y estime su riqueza literaria, vital y artística. Me gustaría ser ducho en la ironía cervantina para expresar mi profunda desazón sin excesiva amargura ni recurrir al sarcasmo hiriente. Claudio Magris realiza hacia principios de siglo un recorrido por la España cervantina en un tiempo equivalente al que lo realicé yo, en la primavera de 1999. Tal vez coincidimos en nuestras estancias en las localidades manchegas y en las reflexiones cuando yo iba releyendo El Quijote en una edición de Francisco Rico y  a Unamuno y Azorín en sus reflexiones sobre el camino del héroe.  

Dostoievski pensaba que este libro podía bastar por sí solo para justificar ante los ojos de Dios la odisea de la humanidad. Y tenía razón, porque el requesón maloliente que se desliza por la cara de don Quijote, heroico, ridículo y escarnecido, se parece al sudor de sangre de Cristo (Magris).

Soy aficionado a los diarios, en los viajes siempre escribo unas cuantas páginas que expresan mis impresiones del viaje en las que pongo pasión y sentimiento de cercanía al país o región visitada. En mi visita a La Mancha de 1999, tuve ocasión de encontrarme con un trocito de España que es esencialmente literario. Visité todas las localidades cervantinas además de Almagro, Valdepeñas, Villanueva de los Infantes y Tembleque, pueblo que tiene una de las plazas porticadas más hermosas de España.

El viaje me infundió una inmensa melancolía, coincidiendo con la guerra de los Balcanes y la intervención de la OTAN contra el ejército serbio.

Ser español es una de las peores condenas que existen en el mundo mundial. Especialmente si uno ama, a pesar suyo, la distopía de este país que nunca está reconciliado consigo mismo. Suerte que tenemos los bares, la principal institución cultural de nuestra forma de ser. No es casual que Don Quijote se pasara buena parte de su periplo en ventas del camino, con vino barato y conversación abundante.

jueves, 18 de febrero de 2021

Lo trágico, alma de lo español

Fiorella mencionaba el otro día una característica de los españoles que era su sentimiento de lo trágico a diferencia de los italianos que carecen de él. Me pareció una observación muy interesante. Busco entre mis libros El sentimiento trágico de la vida de Unamuno. Veo que tengo un ejemplar subrayado que compré en septiembre de 1996 pero no recuerdo nada esta lectura a pesar de tener el texto bastante trabajado. Pienso que es cierto que los españoles tenemos muy intenso el sentimiento de lo trágico, forma parte de nuestra idiosincrasia el movernos siempre en el filo del abismo, entre polos agónicamente antitéticos e irreconciliables que nos llevan a enfrentamientos igualmente trágicos. Desde luego no poseemos el pragmatismo inglés que no se recrea en dilemas dramáticos, ni la sensualidad francesa. Posiblemente un pueblo que se nos asemeje es el ruso. Ya lo percibió Rainer María Rilke que estaba fascinado por lo español y por lo ruso. Vivimos en medio de contradicciones extremas, desde el odio a nosotros mismos al enamoramiento más apasionado. Tendemos al desgarro existencial, social e histórico, estremecidos por tremendos seísmos en que nos debatimos por el todo o la nada. Políticamente somos extremos. Fuimos el país con más anarquistas del mundo en tiempos de la república, y también el pueblo con más reaccionarios. Tensiones brutales entre un polo y otro, irreconciliables. Por un lado, la revolución utópica, por otro una España eterna y católica. Lo que menos había en la Segunda República eran republicanos liberales sensatos, partidarios del justo medio, de una república normalita y mediocre. No, proliferaron los santos anarquistas y los carlistas, figuras netamente españolas y penetraron en nosotros ideologías revolucionarias como el comunismo y el fascismo y a ellas nos adherimos con entusiasmo. Y nos asesinamos con saña. Pueblo sediento de sangre nos calificó algún liberal británico sin entender cómo la violencia sectaria se apoderaba de toda una nación que asesinó a mansalva a un lado y a otro del arco político. 

Nuestra forma de ver el mundo nos lleva a buscar lo puro e incontaminado, lo extremo. Un ejemplo puramente español es el caso del rapero Pablo Hasél. Nada más inequívocamente español. Puramente esperpéntico –que es la versión hispana de lo trágico-, héroe santificado por los anarquistas que anidan en nuestra psique como ideal, héroe destructor y salvaje, se enfrenta solo con sus letras a un estado fascista, totalitario, asesino… Y él se cree, en la cresta de su ola, como un iluminado capaz de liderar una revolución total contra el sistema, contra el fascismo encarnado en la figura pacata de un tímido Felipe VI y califica de miserable traidor al mismo Pablo Iglesias que quiso no hace mucho “asaltar los cielos” y acabó comprándose un chalé bastante burgués en lugar de vivir en Vallecas. Por otro lado, surgen figuras que se encarnan en el fascismo, cada vez menos tímidas y se vuelven a reivindicar las camisas azules y los símbolos franquistas. Sube meteóricamente VOX en Cataluña y desplaza a partidos de izquierda en muchos municipios del cinturón de Barcelona donde no hace mucho tiempo ganaban de calle los socialistas. Teníamos un país tibio, demasiado burgués, demasiado equilibrado, fruto de una transición pragmática y mediocre que no estaba a la altura de nuestros ideales de pureza. Aquel invento de los años setenta del siglo pasado ahora no satisface porque se considera una traición a los ideales y cada vez hay más que abogan por una república popular sin monarcas corruptos y en manos de la CUP, Podemos y Pablo Hasél como presidente, sin que ponga las manos en ella la miserable derecha, fascista ella. Lo nuestro es la alucinación, lo visionario, lo extremo alejado de la vulgaridad burguesa y adocenada. “Ni olvido ni perdón” claman las paredes en la Cataluña profunda en que se odia lo que se lleva más adentro, el desgarro hispánico, el odio a lo que se es, el odio al padre, y se busca un país puro, antes del tiempo, antes de la decadencia por obra del imperio español que dominó el mundo durante más de cien años. La historia es un desvarío, una prostitución del legado eterno de lo catalán que sigue latiendo en el alma de los pueblos de Girona y de la Cataluña verdadera no hecha jirones por la meretriz y vulgar España. El que lo vea desde fuera verá en estas pulsiones trágicas el alma característica de lo español que se enfrenta a sí mismo en innúmeras maneras. Nada de pactos, nada de diálogo, nada de puentes, nos encantan las guerras santas y en ellas los Joan Margarit son sospechosos de impureza, de traición a la causa justa de la patria y son sospechosamente más celebrados fuera que dentro de Cataluña dándoles premios inmundos para crear contradicciones dentro del pueblo que, tarde o temprano, asirá la hoz para cortar todos los cuellos que hagan falta porque la revolución de las sonrisas no funcionó, ahora toca la otra, cuando se pueda, y no falta mucho. 

¡Oh, España! 

lunes, 8 de febrero de 2021

¿Qué sabes tú de España si no has leído el Quijote?

El prestigioso hispanista Trevor Dadson, recientemente fallecido, fue un enamorado de España, su historia y su literatura de la que fue un eminente especialista. El Confidencial publica una entrevista que no tiene desperdicio. Les animo a leerla íntegra, no lo lamentarán... Extraigo aquí unas preguntas que me han parecido interesantes en este foro hispanista. 

P. ¿Cuál es, tras tanto tiempo yendo a España; cuál diría usted que es el gran cambio que ha experimentado el país? ¿Echa de menos cosas? Usted ha visto pasar a España de los caminos de cabras al AVE…

R. Hombre, España ha cambiado y mejorado muchísimo. España, en los años sesenta, era un país pobre, un país muy pobre para mí, viniendo de Inglaterra, y se notaba, y Portugal no te digo, vamos, era mil veces peor. Eran países pobres. Había también como un gris. Si alguien me dice cómo lo describirías, qué color dirías… gris. Era un país gris y notabas que la gente no quería hablar; quería llevar su vida y punto, nadie quería comentar nada, obviamente, hasta que cogías cierto nivel de amistad y confianza... Luego, yo creo que los españoles eran -y ahora lo son también- de lo más humano, de lo más amable. Te acogen como muy pocos, y más a un extranjero que intenta hablar su lengua, y te dan todas las facilidades: los franceses, si no hablas el francés perfecto, te desprecian. Pero eso en España no ha cambiado. Creo que los valores se han mantenido, muchos valores que había de la familia, una cierta rectitud. Pero han cambiado muchas cosas a mejor. La libertad, la democracia… han mostrado una fuerza que nadie había creído posible en los años setenta, a principios de los setenta.

(...)

P. Usted ha tenido un gran contacto con jóvenes hispanistas y no solo jóvenes -ha presidido y es una figura respetada e influyente en la AHGBI, la Asociación de Hispanistas de Gran Bretaña e Irlanda. ¿Cómo ve a las nuevas generaciones? ¿Hay recambio para los grandes nombres?

R. Sí, hay gente muy buena. Hay gente muy buena, muy preparada. Para mí, el mayor peligro es la disgregación, si se puede decir, de la disciplina. El gran problema para un hispanista hoy en un departamento de estudios hispánicos es lo que enseñas, porque no se queda así, se expande continuamente. Obviamente, está todo lo que es Hispanoamérica… La cantidad de cosas que puedes enseñar por el interés de los alumnos no para de crecer, los cultural studies, por ejemplo., etc., etc. Y el problema para mí es que no sabemos ya qué es el Hispanismo, cómo defines los estudios hispánicos en la universidad. Ese es el gran problema, para mí. Yo era muy clásico, yo pensaba que nadie debería salir con un título de licenciado en español sin haber leído el Quijote. Me parece que, si no lo has hecho, no puedes defenderte en el mundo: ¿qué sabes tú de España si no has leído el Quijote? Y ya hay muchos departamentos que no enseñan nada antes de 1900. Para mí eso es nefasto porque todos sabemos, por ejemplo, que García Márquez y Vargas Llosa, por poner dos ejemplos, son muy modernos, pero derivan totalmente de Cervantes. Ellos conocen a su Cervantes mejor que nadie y sin Cervantes, sin la literatura medieval, sin Góngora, eso no existe. La falta, digamos, de perspectiva, de sentido de lo que es la historia literaria, es lo que me preocupa. Hay gente muy buena, lo veo por las tesis doctorales que se hacen -cada año damos un premio a las mejores y hay cosas muy interesantes. Pero el problema es… que se nos escapa la disciplina.

(...)

P. ¿Cómo ve lo que está haciendo España en su proyección internacional -lo referente a la lengua y la cultura, del Instituto Cervantes al trabajo de las Academias, consejerías de educación, etc…?

R. Yo siempre he pensado que a España le gusta la idea del español fuera, le gusta que haya expertos fuera que trabajen en esto. El esfuerzo que hacemos los hispanistas en todos los países, en Francia, en Polonia -que tiene un auge enorme-, aquí en el Reino Unido, donde todos sabemos que el estudio de las lenguas no es prioritario para nadie… es un esfuerzo muy grande. España debe implicarse como país en eso -convencerse de que el estudio de la lengua y la cultura española fuera es un plus enorme para el país. Creo que instituciones como el Cervantes hacen muchísimo con muy poco, pero si se quieren hacer más cosas hay que gastar, lo siento, pero hay que gastar. No sé si desde el Gobierno, desde los que mandan, se es consciente de la importancia que tiene la proyección cultural de tu país. Y no se puede hacer por lo barato. Creo que se lo tienen que tomar más en serio, porque es algo tan positivo, es un plus tan importante, es el soft power…

P. Son muy importantes los hispanistas para nosotros -para nuestra cultura. Por lo que dicen, por dónde lo dicen, por el prestigio… En el mundo de lo popular, el español siempre se ha defendido con gran brillantez; lo que nos conviene es academia, edición, traducciones, cátedra…

R. Pero todo va avanzando que se mata. Decía uno en la embajada el otro lunes que, en cincuenta años, el español va a ser más importante. Lo corregí; le dije: ¿en cincuenta años? ¡en menos de diez! El español va a ser la primera lengua enseñada en Reino Unido dentro de poco tiempo, si es que no lo es ya.

viernes, 22 de enero de 2021

La España de charanga y pandereta

 


Ayer comentaba una noticia sobre las vacunas contra el Covid con mis hijas y una de ellas de poco más de veinte años exclamó “país de pandereta”. Me sorprendió y me dolió, yo nunca he hablado en casa en ese sentido sobre España. Pero está en el ambiente, está en la cultura popular, en las expresiones coloquiales, en la literatura, en nuestro inconsciente. Antonio Machado escribió una frase que nos ha calado “país de charanga y pandereta” y Cervantes ubicó su Rinconete y Cortadillo en el patio de Monipodio donde eran habituales las triquiñuelas, los engaños, las estafas, las falsas apariencias por parte de los miembros del hampa que allí se reunían. En todo caso, esa expresión también ha pasado a formar parte de los lugares comunes que expresan lo que es la política, la administración… un patio de Monipodio.


Hay países que creen en sí mismos y países que no creen. El otro día oyendo, emocionado, a Lady Gaga cantando el himno americano en la toma de posesión del nuevo presidente, tras una presidencia chusca de Trump, percibí que Estados Unidos es un país que cree en sí mismo y que se respeta, que se creen capaces de grandes cosas a pesar de su expresidente.  España es un país que no cree en sí mismo, eso nos permea y ya desde muy pequeños aprendemos que este no es un país serio, toda la cultura, todos los blogs, la cultura popular habla de lo mismo: no somos un país serio, somos una caricatura, una deformación de la civilización europea como escribió Valle Inclán en su agrio esperpento Luces de bohemia. Hay países que creen en sí mismos, pese a que su historia haya sido devastadora y destructora de otras culturas. Todos los países europeos importantes tienen una historia negra detrás, todos. Pero los españoles la hemos interiorizado de un modo profundo. Ni nos sentimos orgullosos de nuestra historia, ni de nuestra bandera, ni de nuestro himno, ni de lo que somos. Hay quienes, en cambio, se pasan de revoluciones y alardean de espíritu nacional, de bandera, de himno, de historia.


No me convencen ni unos ni otros. Pienso que en la pugna contra la dictadura de Franco emergió una España cívica que se tomó en seria a sí misma y sacó lo mejor. Pienso en los poetas y escritores de los años cincuenta y sesenta, pienso en una generación de políticos seria, pienso en prensa política seria, pienso en una juventud que luchó seriamente por un país mejor que reuniera todos nuestros valores del pasado, toda nuestra tradición literaria de la mejor estirpe. Poetas como Antonio Machado se convirtieron en un símbolo decisivo, la España del exilio se tomó en serio a sí misma, los jóvenes de los años setenta nos tomábamos en serio a nosotros mismos cuando pretendíamos construir algo mejor a medida de que éramos conscientes de nuestra realidad política y social. Éramos idealistas y nos hicimos militantes por un destino digno heredando lo mejor de nuestro pasado.


Todo eso se ha perdido. Pocos creen en este país y los políticos que encarnan el liderazgo de los partidos parecen adolescentes crecidos, sin ninguna dimensión ni cultura. Me conturba esta falta de fe en nosotros mismos, un país que no cree en sí mismo no es capaz de nada sino de ser protagonista de un tablado de marionetas, de una patulea de fantoches que, de entrada, se consideran a sí mismo ridículos e incapaces de ser protagonistas. La única visión de nosotros mismos es autodestructiva, macabra, negra, de personajes de opereta, de peleles. Y eso no me gusta, no me gusta haber escuchado a mi hija la expresión de país de pandereta porque eso quiere decir que ese concepto está ya interiorizado y asumido. Me duele.

viernes, 17 de abril de 2020

La actitud española frente a las crisis


Si algo distingue la historia española frente a sus crisis es una falta de inteligencia práctica y política inconmensurable. Se ha dicho que somos pasionales y en una tesitura que requiere sangre fría saltamos henchidos de sangre para arremeter con el garrote al otro, sin darnos cuenta que eso significa nuestra destrucción también. Hace tres días fue el aniversario de la república de 1931, pensé en escribir algo, pero no me decidí. Dicha república fue un fracaso colectivo de la clase política y del temperamento del pueblo español. No se supieron resolver los conflictos agudísimos con inteligencia y sensatez. Y el resultado fue el que fue. El franquismo fue una forma oprobiosa de resolución de dichos conflictos. Todos lamentamos que nuestra inteligencia colectiva, especialmente la de la izquierda, no pudiera ofrecer nada más. La república pone de manifiesto el fracaso de la izquierda por más que ahora se escandalice ante esta idea con mohínes de monja novicia y se proclame inocente. ¿Se imaginan habernos ahorrado el franquismo y tener una república sensata y moderada que hubiera sabido reconciliarse con su historia? Con espanto, veo que todo conduce otra vez al mismo planteamiento. Lucha a muerte con garrotes. El pueblo español o su sociedad o su clase política (y en ella incluyo a la catalana y a la vasca, profundamente irracionales y viscerales en sus modos de actuar) son tan destructivos que nos abocan siempre a lo mismo: a volver a empezar para repetir inexorablemente siempre los mismos argumentos. Debe ser una cuestión de carácter. Pienso que no tiene solución. Somos un pueblo absolutamente estúpido. 

miércoles, 15 de abril de 2020

España y los españoles


La actual crisis sanitaria y la que ya está a la puerta, la económica, que será mucho más dura que la de 2008 y nos dejará con más de cinco millones de parados como estimaciones bajas, no está sirviendo para que nos unamos ante la desdicha y reaccionar frente a ella. No. Está sirviendo para que nos odiemos unos a otros con más saña de la habitual. Hunos contra Hotros, como habría escrito Unamuno. La profesión de español lleva implícita en gran parte el odio al otro. En la tuitosfera, en las discusiones y arengas políticas abundan los razonamientos miserables. Hubiera sido difícil reaccionar mejor ante la pandemia sin levantar una marea incontenible de animadversión popular y política. Y los recortes en la sanidad, tal vez inevitables por la terrible crisis que nos golpeó –cualquier gobierno hubiera hecho lo mismo porque no quedaba otro remedio-, no han sido la causa de que no hubiera miles y miles de respiradores o más UCIS, o más tests útiles para determinar la enfermedad. Pienso que los que gobiernan hacen lo que pueden dentro de unos dificilísimos parámetros. No envidio a Pedro Sánchez, aunque no sienta simpatía por él. Luego está la bilis negra española que es autodestructiva como la historia de los dos envidiosos y Júpiter. Mejor quedarse tuerto para que el otro se quede ciego. País.

viernes, 6 de diciembre de 2019

Greta Thunberg -paradojas de un compromiso-.



Se va a celebrar en Madrid una cumbre climática a la que va a asistir Greta Thunberg. Todo lo que rodea a esta muchacha se ha convertido en desagradable, no por ella que está empeñada en su lucha quijotesca contra el cambio climático sino por la reacción de los medios y la sociedad ante su fama planetaria. Los ataques contra ella son muy frecuentes, se la ridiculiza, se la critica por su coherencia personal –una asociación ha llegado a ofrecerle un burro para ir de Lisboa a Madrid para burlarse de ella-. Me duele que se haya erigido como conciencia del planeta y que a la  vez sea objeto de la animadversión generalizada, como si tuviera la culpa del circo mediático en torno suyo, una muchacha más de quince años, y que padece un síndrome muy específico que la marca poderosamente. Nunca hubiera creído que alguien que empeña su existencia en una causa justa fuera tan objeto de mofas y veneno. Es una muchacha que excita la curiosidad y a la vez desagrada a algunos, no sé si por su físico o por la cohesión de su pensamiento y su praxis. Tal vez ella nos señala a todos y nos muestra que la lucha contra el cambio climático empieza por los gobiernos pero afecta a todos y cada uno de nosotros. Y no estamos dispuestos a cambiar.

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