Yo no tenía vocación de profesor, lo he
contado en alguna ocasión. Yo quería ser, desde que recuerdo a mis doce años,
periodista. A esa edad editaba una revista, en el colegio de curas donde estaba, de la que había solo un ejemplar que iba pasando por toda la clase. En ella
copiaba a bolígrafo, con caligrafía no muy esmerada, noticias que recogía de la
prensa, algún relato inventado por mí, pegaba fotos que recortaba ... Esta
revista me supuso una incautación de sus veinte números, que llegó a alcanzar, por parte del cura sobón que era el tutor de la clase. En uno de los números,
había un relato algo erótico producto de la confusión de la adolescencia. Llamó
a mis padres. Fue el primer acto que contravenía la ordenanza del sistema en
una educación autoritaria y gris. Años después fue la verdadera experiencia
como director de una revista parroquial de un club juvenil, porque en los
estertores del franquismo los jóvenes nos reuníamos en clubes juveniles para
juntarnos chicos y chicas en un tiempo que los colegios nos tenían separados
por sexos. ¡Qué pasión me produjo dirigir una revista y que de ella se hicieran
cuarenta ejemplares! Los vendíamos a cinco pesetas cada uno y eran para los
miembros del club.
"Allí tuve que defender la libertad de expresión cuando murió Picasso del que publiqué una necrológica alabando su aportación al arte. Una muchacha, próxima al falangismo, quiso evitar que apareciera aquel artículo pero yo me cuadré e hice que se publicara lo que provocó la dimisión de Mari Ángeles, la subdirectora joseantoniana".
Fue una verdadera escuela de buen periodismo aquella revista, titulada
Nosotros en la que entrevistamos a algunos prohombres famosos como Forges,
Papillón, Xavier Cugat... Yo escribía artículos más bien o cómicos o reflexivos.
Me encargaba de la edición de la revista a ciclostil en un convento de monjas
de clausura que eran las que tenían la multicopista. Ello me llevó a mantener
interesantes conversaciones con la hermana que se encargaba de tirar la
revista. Tal vez por ello y por las monjas de mi infancia, guardo buen recuerdo
de las religiosas que he encontrado en mi vida. Aquella revista alcanzó unos 18
números hasta que entramos en la universidad y nos distanciamos del club Virgen
del Carmen. Recuerdo aquel tiempo con un cariño especial.
Pero yo no tenía vocación de profesor en
ningún caso. No había facultad de periodismo en Zaragoza y hube de empezar en
una genérica de Letras –aunque había estudiado bachillerato de ciencias-. Así
comencé Filosofía y Letras en su rama de Filología. Nunca supuse en aquel
momento que terminaría dando clases. Me atraía la Historia y la Filosofía. La
Literatura fue posterior, a partir de cuarto –antes las carreras tenían cinco
años-. Me especialicé en Filología Hispánica. Y de ahí salió un profesor, pues
¿qué hacer con semejante título si yo no tenía madera de investigador para
quedarme en la universidad? Ser profesor fue una salida lógica pero no
vocacional y sigo sin tener vocación de profesor. A veces me gusta serlo, pero
lo veo desde una posición externa y periférica que no está dentro de la profesión.
Me gusta el contacto con jóvenes. Hay algunos en que intuyo que tienen
inquietudes intelectuales y me gusta estimularlos. Pero soy un outsider en la
profesión. Estoy dentro pero la miro desde fuera. Soy otras muchas cosas antes
que profesor. Este es mi modus vivendi
e intento hacerlo lo mejor que sé y me dejan hacerlo. No es fácil. Es una
profesión complicada y sometida a un intenso desgaste emocional. Recuerdo el
último viernes el agotamiento mental con que salí de clase tras una semana
intensa. La tristeza y el desánimo me dominaban. Tuvo que pasar todo el viernes
y buena parte del sábado para que mi ánimo se recuperara. Puedo entender en
buena parte a mis alumnos pero estoy en el otro lado. He de hacer que aprendan
y no es fácil en un tiempo con tantas distracciones. Y no soy capaz de urdir
discursos convincentes para hacerles recapacitar. Solo sé hacer. Promover
acciones que lleven a aprender. Sé lo liviana que es la memoria, sé lo poco
interesantes que son los temas de sintaxis pero he de procurar que aprendan
aunque a mí me gustaría aprovechar el tiempo en otras cosas más atractivas.
Deploro que en esta profesión haya tanto individualismo y que haya tanto
derrotismo. Pero lo veo desde fuera sin identificarme con ello. Soy como un
visitante a tiempo completo pero externo. Es como si viera la enseñanza a
muchos años vista y me diera cuenta de que mucho de lo que hacemos es
totalmente inútil y me gustara trabajar más para el muchacho que algún día se
dará cuenta de otras cosas.
"Tal vez al periodista que fui le gustaría poder contar la historia de un hombre que ha sido muy feliz siendo profesor y también muy infeliz. He vivido cosas que nunca podré contar ni siquiera a mis más íntimos amigos y menos escribir para nadie".
He vivido esta profesión desde muchos
ángulos. No sé si soy un héroe o un bribón. No sé si soy Arlequino o un chamán
como reflexionaba Toni Solano, un
hombre con verdadera vocación de profesor. Tengo una visión existencial del
aula. No puedo pensar en términos de sistema educativo. No me interesa. No quiero formar
cachorros para la sociedad productiva. No. Quiero promover salvajes, capaces de
pensar por sí mismos, pero no sé si esto es real o no. No sé si nada hay de
esto en mi pedagogía presuntamente libertaria. Ya he dicho que soy un invitado
a estos centros de enseñanza en que ha pasado buena parte de mi vida y en los
que he disimulado lo que era: un extraño que algún día contará qué hace un reportero dentro de las aulas, pero eso será cuando recupere la libertad de acción. En
todo caso, me lo paso bien y a veces mis alumnos me ven sonriéndome sin saber
muy bien de qué me río. Son cosas mías en contacto con estas fierecillas que
tanto me gustan.