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sábado, 17 de octubre de 2015

El viaje exige riesgo


Ser profesor tiene algo que ver con la aventura. Me gusta la imagen del profesor como un aventurero, como un marino, un capitán, y el aula como nave imaginaria. Los alumnos son los tripulantes ansiosos de aventura y novedad. El curso, el océano abierto, el mar lleno de tritones, animales fantásticos marinos, torbellinos, Escila y Caribdis a un lado y a otro, islas de flores narcóticas, ninfas, gigantes de un solo ojo, triquiñuelas, artimañas, estrategias ... Todo vale. Pero un viaje puede ser todo menos aburrido. El capitán debe convertir el conocimiento en apasionante para entusiasmar a sus tripulantes que son, pese a todo, el alma de la aventura. Y, como sabemos, lo que importa es el viaje. No Itaca. El viaje debe ser fecundo y lleno de emoción. El capitán que no renueve sus cartas marinas, que siga pensando que el conocimiento con sangre entra, que un aula es un espacio donde debe reinar el silencio absoluto de la devoción ante sus palabras, ese capitán sin duda deberá o debería buscar otro barco con tripulantes de la tercera edad. Que tampoco lo seguirían porque preferirían tal vez otros juegos.

Un aula está llena de adolescentes y estos son una tribu peculiar. Son agotadores por su intensidad y su pasión, sus conflictos, sus procesos complejos tan diferentes de los hipócritas de los adultos. La adolescencia tiene todavía algo de puro. Como creía Salinger. Y el profesor ha de dirigirse a esos muchachos con algo de también pureza. Ha de entender el juego planteado en el aula. Un juego invisible y delicado, sutil. Vale casi cualquier cosa, pero queriéndolos. Un profesor debe estar enamorado de la adolescencia, ver en esos rostros el ansia de saber. Si piensa que sus alumnos no tienen curiosidad, está equivocado. La adolescencia es la etapa con más curiosidad de la vida tras la niñez. Pero este juego tiene unas reglas. El profesor puede y debe experimentar. No puede entrar en el aula acongojado, triste, escéptico. Conozco esa sensación ominosa y en tal caso, el profesor debe abstenerse de entrar en el aula. El aula es para disfrutarla, para sentirse feliz dentro de ella. Solo así se podrá concitar el milagro del aprendizaje. Los alumnos se dan cuenta cuando el profesor está disfrutando y cuando no. Cuando este siente miedo, cuando está aburrido. Cuando está pensando en jubilarse para alejarse de ese maremágnum caótico que es un aula poblada con treinta adolescentes. El aula es dinamita, vena de oro salvaje, en que todo es posible. Y el profesor ha de convertir ese explosivo emocional en juego apasionado. Es un baile de máscaras y el profesor es un prestidigitador de sombras que ha de emocionar.  Y para emocionar debe sentir primero la emoción dentro de sí. El conocimiento tal como yo lo entiendo no es aburrido. Solo he aprendido en mi vida divirtiéndome. Lo árido y pesado tal vez sea apropiado para los juristas que aprenden leyes y leyes en cadena para sus oposiciones a juez. El conocimiento ha de tener picante dentro, picante que estimule, que despierte el apetito para que sus alumnos pidan más y más. Y que aprendan sin darse cuenta. El conocimiento en espiral. Metódico y mágico. El profesor inicia un juego y lo mantiene hasta el final. Es una apuesta. Arriesgada, firme, sólida. Absorbente. Hasta que consigue implicar a todos sus alumnos. Y estos necesitan avanzar, piden avanzar, exigen más. Y en esto no hay límites. Los adolescentes pueden asimilar conceptos complejos. No deben ser tratados como incapaces. No debe dárseles alimentos bajos en calorías. No. El aula exige también rigor, altura intelectual, debate incesante. Alegría intelectiva. Mi experiencia me dice que los adolescentes pueden asimilar cuestiones difíciles y complejas. Y de hecho les divierten más que las simplonas. Hay que creer en ellos, en su capacidad de autosuperación. Tal vez no sea el cien por cien, pero hay un amplio porcentaje que sigue el juego y goza pidiendo más. Hay que respetarlos y no tratarlos como imbéciles. Este es un peligro serio. La degradación de una enseñanza que toma a los adolescentes como pueriles. Al menos mi impresión con ellos en un centro de máxima complejidad social, con buena parte de alumnos inmigrantes, me dice que “el nivel” es posible. Nuestros alumnos se hacen indigentes a fuerza de despreciarlos y no creer en ellos. Pero para apreciar su potencial, el aula debe ser otra cosa que lo que es. Un profesor patético que explica y treinta alumnos que aguantan la explicación que no les dice nada ni les aporta nada. En supuesto silencio. El aula es ese territorio todavía encantado en que debe subsistir el hechizo. Y el profesor que lo consiga verá maravillas que parecen insospechadas.

Así la aventura continúa. La aventura prosigue en otros vértices y otros parámetros. Aprender es divertido. Y aprender lo complejo es más divertido que aprender lo simple. A nuestros alumnos les agrada pensar, pero hay que enseñarles a hacerlo de una forma eficaz. Es un mito el pasotismo de los adolescentes. Pero hay que saberlos ver. Reconocer. Disfrutar.

Y es cierto que el que no entienda estas palabras, es posible que no esté en el lugar adecuado. La enseñanza es pura especulación y experimentación. Hay quien dice que todo está inventado. Tal vez, pero no está adaptado a este tiempo. Un tiempo distinto, radicalmente nuevo. Que no tiene que ver con el que era hace veinte o treinta años. Son otras luces las que refulgen. Otras sombras las que acechan, y las menores de ellas no son las de los que creen que ya lo saben todo, que no hay nadie que les pueda enseñar. Un profesor que esté triste o que crea que ya lo sabe todo, o que juzgue sin saber, es un profesor poco afortunado.


El viaje exige riesgo.

18 comentarios :

  1. Me ha encantado tu reflexión, Joselu. Estoy totalmente de acuerdo con todo lo que dices. Yo, cuando entran los alumnos en mi clase, "El planeta blau", así se llama mi clase, siempre les recibo con una franca sonrisa y un "¿buenos días, como estáis?", unos me contestan, otros, no. Unos se acercan a contarme algo, otros corren a sentarse en un pupitre estratégico con su compañero del alma... El jolgorio es manifiesto. Y el clima es fantástico. La adolescencia aterriza sobre el aula y un mundo nuevo se abre ante mí. Mi sensatez adulta ni se inmuta, y mi alma infantil salta de alegría.
    Hay días que me pilla la entrada del alumnado pensando en mis cosas... Inmediatamente me preguntan ¿Qué te pasa? O sea, que los alumnos detectan de lleno ese sentir adolescente y cómplice del profesor. Y al revés. Mis clases, como tú acertadamente metaforizas, son viajes, singladuras, y yo, como intrépido capitán, más de una vez he encallado en algún escollo.
    Pero esto es la enseñanza. Convivir con los alumnos. Si no se convive, para mí el acto docente se convierte en algo terrible para el profesor y los alumnos.

    Un fuerte abrazo.

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    1. En el comienzo de la clase, se producen encuentros con esos alumnos que llegan antes y te saludan, u otros que vienen a decirte algo. Debe haber cordial empatía. Hay un principio fundamental que es que los alumnos no aprenden de aquella persona que no les gusta. A partir de aquí que cada uno saque consecuencias.

      Un fuerte abrazo.

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  2. a ver si acabas con los juanjos...

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  3. Y cada día no saber cómo será la singladura. No comprendo al profesor que tiene todo previsto de antemano...

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    1. ¡Ay, si no te sorprende la singladura de ese día! Y no quiere decir que todos los días sean buenos. Esto sería absurdo. Pero hay un lugar para la imprevisión, para la sorpresa. Sorprenderse uno a sí mismo. Es importante.

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  4. Hay quienes piensan que un aula tampoco ha de ser muy diferente de como es la realidad a la que van a ir a parar en unos cuantos años, porque corren el riesgo de, al final, sentirse estafados, de no haber sido preparados para lidiar de forma efectiva, es decir, con recursos propios y ajenos eficaces, contra una sociedad cuyas señas de identidad rozan, a menudo, la descripción de la caína: competencia, jerarquía, desprecio, insolidaridad, insalubridad, egoísmo, injusticia, salvajismo, etc. Hacer del aula una mónada exenta tiene sus riesgos, a mi juicio. No hay duda de que, desde otro punto de vista, un aula puede ser un espacio "compensatorio" de todo eso que la realidad les da ya "de fábrica", pero se trata de realidades que les llegan solo tangencialmente, porque están "inmersos" en el sistema escolar desde los 3 años. La escasa resistencia al fracaso, por ejemplo, que se está extendiendo de hijos a padres, y que va creando la idea de que la enseñanza no puede comportar esfuerzo, exigencia y disciplina, empieza por prescindir de los deberes en casa y acaba exigiendo el excelente por la mera asistencia: casos así he vivido como tutor alguna vez. Es exagerado lo sé, pero lo ofrezco como síntoma. Es indudable que la capacidad de motivación del profesor es un eje fundamental alrededor del cual ha de girar el acto educativo, pero nos lleva a considerar que no tienen lugar en el sistema psicologías y conductas alejadas de ese modelo superstar de profesorado archimotivado que hace de la enseñanza su vida, al modo misionero u oenejero. El alumnado se merece lo mejor, sin duda, pero su motivación no puede proceder únicamente de una fuente, sino que ha de ser una labor social la que la promueva, la que la estimula y la que la considere y aun la premie. Con todo, con el sentido en que en el post se habla de "riesgo" estoy muy de acuerdo: una hora con 25 o 30 alumnos no es un trámite burocrático, sino una experiencia vital. También depende de a qué hora sea la clase, sin duda, porque de 8 a 9 es una experiencia algo adormecida y de 13'30 a 14'30 desfalleciente, pero, en cualquier caso, concebir "la sesión" al estilo de las novelas naturalistas, como una "tranche de vie" es bueno para profesores y alumnos.

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    1. Ser profesor no es fácil. Lo sabes de sobra. Entrar al aula requiere de una presencia de ánimo formidable. Aunque puede hacerse por rutina y en tal caso es menos arriesgado. Los profesores que escogemos el riesgo y no la rutina y los papeles amarillentos de hacer siempre lo mismo desde hace treinta años, nos enfrentamos a lo imprevisible. Y ahí se abren posibilidades de desarrollo potencialmente diferentes. Y sí, el profesor que se automotiva al modo de los superhéroes para entrar en clase es un personaje necesario. Hay tantos motivos para ser pesimista. Pero Superprofesor entra en el aula creyendo en lo que hace, pese a todo, espera buenas cosas de sus alumnos y los mira con espíritu esperanzado. He entrado en el aula hundido y he sabido que no era el modo de entrar allí. Requiere de energía y fe. De fuerza anímica y esperanza. Aunque se sea un poco rousseauniano. Yo uno esta idea de motivación a una alta exigencia intelectual. Tal vez no sea difícil aprobar, pero el que quiera ir más allá tendrá medios de hacerlo. Eso es el tratamiento a la diversidad. Dejar que lleguen todo lo lejos que quieran y puedan hacerlo. Tengo alumnos de tercero de ESO que van más allá que alumnos de segundo de bachillerato con diferencia en el terreno de la literatura. Puedo y debo ayudar a quien tenga dificultades, pero también facilitar la intrepidez intelectual de quien pueda y quien quiera.

      Me gusta eso de tranche de vie. Es plenamente revelador. Y es eso precisamente.

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  5. Supongo que conoces el poema "Educar", de Gabriel Celaya. En él también compara la docencia con una singladura, con un viaje por mar, escenario peligroso donde los haya. Estoy totalmente de acuerdo contigo. Los profesores debemos disfrutar en las clases o no conseguiremos nada. Seremos infelices y crearemos infelicidad en nuestros alumnos. Un profesor aburrido, desmotivado, cabreado y triste no debe entrar en un aula, aunque sea un pozo de sabiduría y domine la física cuántica o la historia universal. He conocido, como alumna y como docente, modelos muy diferentes de profesores. Una asignatura en teoría aburrida podía ser fantástica en manos de alguien entusiasmado y la educación física, por ejemplo, puede ser una tortura si quien la imparte es un amargado que sólo espera que toque el timbre. Lo malo es que cada vez nos ponen más palos en las ruedas para ser buenos profesores: clases masificadas, trabas burocráticas, falta de medios, nulo respaldo de padres y autoridades... Con todo eso encima, ¿de dónde sacar fuerzas para empezar cada día con una sonrisa? Es una tarea titánica pero imprescindible. La premisa para desempeñar razonablemente bien un trabajo debe ser el interés que cada uno ponga en realizarlo, sea el que sea. Yo he disfrutado mucho dando clase, lo sabes. Me agotaba pero estaba feliz cuando había conseguido enganchar a los alumnos con una actividad atrayente. Nunca fue fácil, pero ahí está el reto, en saber cómo despertar el interés de los alumnos. No hay grupos homogéneos porque cada persona es diferente y diferentes son también sus intereses y sus expectativas. Satisfacer a veintitantos o treinta alumnos es casi imposible, pero sí se puede conseguir cierto grado de empatía necesario para el aprendizaje.
    Te veo animado y me alegro. Un fuerte abrazo, colega.

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    1. Comparto tus reflexiones sobre la predisposición del profesor ante el aula. Se dice que un alto nivel de expectativas sobre los alumnos es provechoso frente al docente que tiene un bajo nivel de expectativas. Es como si proyectáramos nuestro pesimismo o estado de ánimo sobre las posibilidades de los alumnos.

      Tengo días mejores y días peores, pero el conjunto es estimulante.

      Un fuerte abrazo, Yolanda.

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  6. No puedo estar de acuerdo con yolanda, creo que los profesores tristes pueden ser grandes maestros y los aburridos... hasta los cabreados. Yo creo que lo que sobra es cursilería.

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    1. Amigo Ximo, lo que no se puede es disparar y huir sin argumentar. Yolanda ha argumentado con base, pero tú, que sé que eres un gran argumentador, te has limitado a lanzar un exabrupto. Eso no vale. Te escuchamos.

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    2. No me pareció un exabrupto, solo manifesté una opinión, una vivencia, de forma lacónica, creo que es un estilo aceptable; a veces es mejor no dar demasiadas explicaciones y simplemente dejar al otro que estire del hilo, si es que le apetece.

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    3. Te dejo un poema de Fernando Pessoa en que habla de las cartas de amor. Donde dice ridículas sustitúyase por cursis

      "Todas las cartas de amor son
      ridículas.
      No serían cartas de amor si no fueran
      ridículas.
      En mis tiempos también escribí cartas de amor,
      como las demás,
      ridículas.
      Cuando hay amor, las cartas de amor
      tienen que ser
      ridículas.
      Y es que, en fin,
      sólo las criaturas que no han escrito jamás
      cartas de amor
      son las que son
      ridículas.
      La verdad es que hoy
      mis recuerdos de aquellas cartas de amor
      son los que son
      ridículos
      (todas las palabras esdrújulas,
      como los sentimientos esdrújulos,
      son naturalmente
      ridículas.)"

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    4. Cursi no es una palabra esdrújula, como tampoco lo es triste. Pero bueno, no tengo ningún problema para reconocerme y aceptarme en lo ridículo y hasta en lo cursi, aunque si tengo que escoger prefiero lo primero. Lo que no pretendo es prohibir la entrada en las aulas a la tristeza ni al cabreo. Pensaba en un caso concreto, real, el de un profesor triste, cabreado, amargado... sin embargo los alumnos lo consideraban un buen profesor. Nadie lo ponía en duda. Él no era feliz, claro. Ni sus alumnos se lo pasaban pipa con él, pero nadie, ninguno de sus alumnos dudaba de que era un uno de sus mejores profesores; qué tendrá que ver el color y la estatura...

      Hace tiempo que te leo, te tengo afecto. Me parece que bien que innoves, que quieras salir por la puerta grande, cortando dos orejas y el rabo, bien, bien, cada uno debe hacer sus propias experiencias - tienes además la ventaja de que no te van a afectar los resultados.. .

      ¿Te acuerdas de aquel juanjo , tuviste una polémica con él, pontificaba sobre la cercanía con el alumnado, sobre la empatía, sus críticas a los profesores de la tarima, a los profesores tristes, el de las tic's, el de la motivación, te acuerdas que el curso siguiente ya estaba en la enseñanza a distancia? Hoy debe ser consejero.

      Hay que tener cuidado con el entusiasmo... dice Cioran que tiene un fondo bestial. Pero Cioran es un triste, un cínico. Dice Cioran que le basta oír a alguien decir "nosotros " y apuntar a "ellos " para saber que tiene delante a un enemigo. No hace falta ser Cioran para saber que no basta el entusiasmo para ser un buen profesorl, no podemos cometer esos errores tan burdos, un poquito de agua fría. De las TIC's hablamos otro día.

      Venga un poema, de Gil de Biedma uno de mis tristes favoritos. como Pessoa.

      Quiero deciros cómo todos trajimos
      nuestras vidas aquí, para contarlas.
      Largamente, los unos con los otros
      en el rincón hablamos, tantos meses!
      que no sabemos bien, y en el recuerdo
      el júbilo es igual a la tristeza.
      Para nosotros el dolor es tierno.

      Ay el tiempo! Ya todo se comprende.

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    5. La verdad es que no recuerdo la polémica con el tal Juanjo. No me viene. Tal vez no fuera muy importante, así que no voy a darle más vueltas. Sin embargo, cabe recapitular. Supongo que sabes que he pasado por varios años de profundas depresiones mayores y yo era uno de esos profesores tristes y hundidos que no podían entrar al aula. Me producía un íntimo horror, y, si lo hacía, era con miedo esperando que la hora pasara lo más pronto posible inmerso en una aguda angustia. No me debes explicar demasiado para que yo sepa qué es un profesor triste. Y sé lo que daba de mí. Poca cosa. Odiaba lo que hacía y solo deseaba huir de allí. No era amargura, aunque tal vez sí. No sé. Me costó mucho salir de allí. En Profesor en la Secundaria hablo de forma velada de este proceso infernal. El blog me servía para intentar comprender. Para soportar ese horror que era para mí dar clases. Y además, un detalle no sin importancia, de modo totalmente convencional y como un profesor incapaz de innovar. Lo detestaba porque en mi alma de profesor de BUP yo era un profesor vanguardista que llevaba a mis alumnos adonde nadie era capaz de llevarlos. Lo digo sin falsa modestia. En el blog relato algunos de estos proceso, en su parte más sobresaliente. Yo esencialmente soy un profesor radicalmente innovador al que la LOGSE lo sumió en un hundimiento del que no podía salir porque me faltaban elementos para superar el desastre que supuso aquello. No me gusta explicar todos los años lo mismo y del mismo modo, algo que sí que hacen muchos de mis colegas. No tienen empacho en repetir todos los años lo mismo hasta la edad de jubilación.

      Así que no es que quiera irme por la puerta grande. No. Lo que pasa en que he salido de aquella sima anímica en que estaba (y que ha durado bien bien diez años) y vuelvo a necesitar planteamientos radicalmente nuevos porque las respuestas convencionales no me sirven. Sé adónde llevan: a ninguna parte.

      ¿Y cuáles son mis herramientas en la actualidad? Primero una reflexión sobre la estrategia a seguir fruto de una ardua investigación en el mundo educativo. Segundo, la inmensa fortuna que mis alumnos tiene un portátil que buena parte del profesorado quiere eliminar para ¡volver al libro de texto! Genial.

      Tercero: mi apuesta por un aumento del nivel intelectual en las clases de la ESO.
      No hago esto para difundir banalidades y juegos sin sentido con un nivel que sonroje. No. Me gustan las apuestas potentes. Quiero subir exponencialmente el nivel de Lengua y Literatura.

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    6. Mis alumnos me escuchan como jamás me han escuchado. Con atención reflexiva. En la intimidad de sus casas a la hora que ellos eligen. He grabado vídeos sobre las clases de historia de la literatura a un nivel exigente y ellos los están viendo. Y sé que los ven porque la tecnología me lo permite saberlo con todo lujo de detalles. Y a ellos les gusta verlos. De hecho la mayoría están entusiasmado con el sistema. Las clases son para desarrollar estos vídeos y ampliar conocimientos mediante mapas mentales. Mis alumnos se van a hacer expertos en diseñar mapas mentales sobre todo tipo de temas literarios. Y no es fácil diseñar un mapa mental. Es una apuesta de la inteligencia. Las clases son para pensar. Y hay un ambiente distendido. No les hago copiar como les hacen copiar muchos profesores. La palabra copiar me produce bascas. El fruto de esta generación será variado porque el sistema permite que los alumnos más talentosos avancen a velocidad mayor que los otros. Y lo hacen a velocidad creciente. No los examino de apuntes amarillentos. Cada día tienen tres y cuatro notas diferentes que se acumulan formando parte de su expediente que pueden consultar y rehacer. No hay posibilidad de copia a esa a la que tan bien les inclinamos con exámenes de memorización y escasa comprensión.

      Los alumnos esperan la clase con ilusión porque se dan cuenta de que es diferente. No puedo garantizar que todos y cada uno de ellos estén al límite de sus posibilidades pero muchos lo están intentando.

      La tecnología me ayuda radicalmente a implementar este sistema. Pero he tenido que investigar mucho para da con aplicaciones formidables de raíz cognitiva que permiten que estos chavales no se limiten a hacer jueguecitos facilones y de entretenimiento. Y además, te confesaré, estas aplicaciones son de pago y no es el centro en que estoy las que las está pagando, ni son mis alumnos que bastantes problemas económicos tienen. Creo que se entiende. Yo prefiero no hablar de las TIC pero la tecnología bien utilizada es una herramienta fabulosa. El problema es que no se conocen muchas herramientas que suponen un avance en el conocimiento y su forma de expresarlo.

      Yo sí que veo cuál es el fruto de otras didácticas en mis alumnos de segundo de bachillerato. Alumnos no necesariamente limitados pero que se han acostumbrado a que la via en el instituto es tranquila y que sin pegar un palo al agua se puede pasar. Ya es irremediable.

      No sé si me dejo algo en el tintero. No espero salir por la puerta grande. Y estoy seguro que esta generación que asumí en primero de ESO y sometí ya en aquel curso a textos complejísimos (incluso para bachillerato) será diferente. Habrán sabido que se puede aprender sin copiar, que se puede aprender divirtiéndose, que se puede aprender pensando y que todo acceso al conocimiento es interesante. Hoy la clase ha sido sobre Petrarca y el Dolce Stil Nuovo, así como los poemas a Laura. Algo quedará y creo que no será poco.

      Yo también te aprecio. Pero tengo la impresión de que no me has conocido demasiado. Ahora estoy respirando y entrando al aula como a mí me gusta. No explico. Ya lo hago en casa. Lo hago para inquirir intelectualmente y ellos se divierten. Y yo también. No es una despedida, sino un volver al origen.

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  7. Joselu ni que lo digas! XD he leído tu texto y lo que puedo decir es que escribes de maravilla, y ahora te queria comentar algo que pasó en 3º y 4º de la ESO, es que teníamos un profesor que era muy antipático, y no caía bien a los demás, se reían de él a sus espaldas, aunque de frente le tuvieran respeto y en sus clases igual, siempre nos estaba regañando, almenos una vez a mi que me elevó la voz por no hacer unos ejercicios que él pidió, era siempre muy serio, rara vez sacaba una sonrisa y cuando alguna vez lo hacía los demás se miraban sorprendidos y a la vez riéndose de lo poco acostumbrados que estaban a verle reír (incluida yo, aunque lo ocultaba más)

    lo cierto es que nos enteramos por otro profesor que hacía unos 2 años o así se había muerto su mujer y un tercero dijo que estuvo 2 meses de baja con depresión a consecuencia de esto, varios compañeros mostraron antipatía diciendo: "el único profesor que me cae peor es el de religión (osea él)"

    no se cuantos años tenía pero calculo que tenía unos 46 o 47 aunque de todas maneras era el de religión y no nos caía bien a nadie, nos parecía muy antipático y serio, y no es que nos parezca es que lo era

    qué opinas Joselu?

    un saludo y mucha suerte!!!!!!!!

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    1. Yo he vivido situaciones muy duras a nivel anímico como profesor. Estar hundido vitalmente y entrar en la clase es durísimo. Puedo entender a aquel profesor y su desmoronamiento personal. Habría que ver cómo era antes de la muerte de su mujer. La vida es muy dura y más si concurren circunstancias luctuosas como las que dices. Si este profesor arrastraba una depresión no es difícil pensar que entrar en clase debería ser para él muy difícil. Se dice que los hombres se reponen con más dificultad de la pérdida de la compañera. Aunque se supone que si era profesor de religión debería estar acompañado por la esperanza y no por la desesperanza. Al menos eso dice su fe.

      No es fácil ser profesor, Izaskun. No es una ciencia exacta y está abierta a multitud de errores. Yo creo haberlos cometido todos.

      Un saludo y gracias por tu presencia y buenos deseos.

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