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lunes, 25 de mayo de 2015

Nos estamos convirtiendo en gilipollas?


En el espacio de una generación se ha modificado por completo nuestra forma de leer desde la irrupción de internet y los nuevos dispotivos de lectura. Leemos más que nunca pero de modo fragmentario y discontinuo, en zig zag, lo que se traduce en una lectura mucho más superficial, menos capaz de enfrentarse a la complejidad de las ideas.

Nicholas Carr en su libro de referencia ¿Qué está haciendo internet con nuestras mentes? planteaba el proceso de adaptación del cerebro a las nuevas circunstancias advenidas por el uso masivo de la tecnología y yo añado nuestro estado de permanente conexión a internet por medio de los móviles de última generación. No hay que ser un observador muy sagaz para darse cuenta de la modificación del modo de estar en el mundo por parte de la gente que vive ahora en su mayor parte conectada y atenta a su móvil donde recibe mensajes continuamente, wassaps y demás, en forma de fragmentos a los que ha de estar pendiente por si se pierde algo que requiera una respuesta inmediata.

En mis años de docencia he constatado la transformación profunda de mis alumnos y de la sociedad que los rodea. Su capacidad de atención es infinitamente menor si no es hacia tareas rutinarias que no exijan una concentración consciente y profunda. El nivel de abstracción se ha perdido en buena medida. Todo ha de ser simplificado y esquematizado para que se pueda asimilar. La capacidad de atención a pensamientos largos y algo más complejos es algo que ya no es de este tiempo. Y esto de igual manera sucede con los textos de lectura que se abordan buscando ideas elementales, poco matizadas y superficiales porque se parte de una atención muy fragmentaria sobre la que se está dando saltos de un lado a otro. Así se es incapaz de analizar información compleja debido a la distracción y a la dispersión que nos caracteriza. Lo noto yo que he nacido en una era analógica y que he leído mucho antes del advenimiento de la era digital. ¿Qué va a ser para ellos que han vivido ya desde siempre con internet, google, los teléfonos inteligentes, las tabletas...? 

Otra de las consecuencias de este estado de cosas es la necesidad de que todo lo que se lea o se escuche sea necesariamente divertido y que sea hábil para captar una atención totalmente discontinua. Algo que sea denso o complicado a la primera lectura aleja por completo a los potenciales lectores.

Nuestro cerebro se caracteriza por la plasticidad y se adapta a las nuevas realidades y usos intelectuales que frecuentamos. Es muy posible que las consecuencias de todo esto es que nos estamos entonteciendo a velocidad creciente. Superficiales, inmaduros y pueriles, incapaces de concentrarnos para procesar cuestiones complejas, anhelantes de diversión y placeres inmediatos que recompensen, simples y fragmentarios. En resumidas cuentas, el futuro ha llegado y estamos en él. Gilipollas perdidos cuando el mundo requiere de planteamientos y soluciones extraordinariamente complejos.


¡¡¡¡Perdón que he recibido un wassap!!!!

jueves, 21 de mayo de 2015

Estimado Joselu



(He recibido un comentario de unos muchachos que me han hecho algunas preguntas. Este post consiste en dichas preguntas y mis respuestas). 

Estimado Joselu:

Somos un grupo de alumnos de Sociología de 2º de Bachiller, en ocasiones hemos leído con agrado tu blog. Esta publicación en particular nos ha llamado la atención. La soledad del auténtico pensador.

¿Haces tuyo ese retrato: las ensoñaciones del paseante solitario?

Sí, en bastante buena medida. Me gusta la idea de ensoñaciones de paseante solitario. No soy una persona de pensamiento ni ideales colectivistas. Tiendo al escepticismo. Me amedrentan las multitudes deportivas o las manifestaciones de cualquier tipo en que se reúne la gente para gritar o defender algo. Las entiendo y está bien que existan, pero yo no estaré en ellas. No las desdeño tampoco, pero mi lugar no está allí. Me atrae la figura del farero, solo frente al mar y el cielo, la del paseante por la playa en soledad, la del caminante solitario.

A Álvaro le parece exagerado igualar marxismo y dictadura, aparte algunas cosas le parece que están poco matizadas, poco reflexionadas.

El marxismo en su libro capital “El manifiesto comunista” (1848)  expone la teoría de la dictadura del proletariado. Y al menos en el partido en que yo estaba  (MCE), de corte estalinista, era un principio necesario dicha dictadura. La democracia siempre se consideraba burguesa y como un paso para la auténtica revolución. El marxismo en su estado inicial era la teoría para la toma del poder por una clase revolucionaria que lo ejercería por un único partido, el de los trabajadores, el Partido Comunista. Otra cosa es que luego el marxismo haya  orientado a partidos democráticos socialdemócratas como el PSOE y demás. Pero hace más de treinta años que el PSOE renunció al marxismo.

Y puesto que has dado tu opinión sobre Podemos, le gustaría que hicieses lo mismo respecto a Ciudadanos.

Creo que es diferente contemplar a Ciudadanos desde Cataluña a contemplarlo desde el resto de España. Aquí en Cataluña surgió como forma de dar salida a un potencial totalmente ignorado que es la población que no se siente nacionalista o independentista en medio de un tinglado controlado totalmente por los nacionalistas. Una televisión pública abiertamente sectaria, todas las organizaciones sociales y políticas subvencionadas por el poder apoyando una voluntad secesionista y alentando siempre que España es el enemigo y que todo lo malo es culpa de Madrid, sin ser capaz de considerar las propias carencias. Ciudadanos surgió de la gente que no se sentía representada por ningún partido y que no se sentía de derechas. En efecto todos los partidos catalanes comparten ese ADN nacionalista o son dubitativos como el PSC que se ha quedado en terreno de nadie por no atreverse a manifestarse como un partido de izquierda contrario al nacionalismo que desprecia a las regiones menos desarrolladas. Ciudadanos surgió en un momento de enorme ilusión y yo estuve en los inicios de esta plataforma, luego me alejé pero en Cataluña no tenemos muchas opciones si queremos plantar cara al nacionalismo identitario. En el resto de España yo no sé si votaría a Ciudadanos. Las contradicciones son otras.

Belén se pregunta qué te ha llevado a plantearte este artículo, añade además que te limitas a plantear problemas sin proponer ningún tipo de alternativa.

Este post supone un intento de explicarme, cómo funciona mi modo de pensar, de acercarme a la realidad. Lo hago desde vértices distintos. No tengo un pensamiento cerrado, monolítico. Creo que puedo comprender casi cualquier posición, incluso las más lejanas a las mías. Yo diría que es un pensamiento cuántico en que los contrarios pueden ser simultáneamente ciertos. Es un azar que yo esté en un lado y no en otro. Depende de tantas circunstancias inexplicables... En cuanto a no proponer alternativas, es un modo de plantear el blog. Pretendo dejar las entradas lo más abiertas posibles para que puedan ser enfocadas desde ángulos distintos. No pretendo hacer un mitin sino promover un diálogo inteligente a todos los que quieran participar. Responder a los comentarios me lleva tiempo y ese tiempo supone que he de pensar nuevamente. Eso me gusta. Me mantiene ágil mentalmente. No quiero crear doctrina o defender algo inamovible. No. De ninguna manera. Quiero pensar conjuntamente. Reflexivamente.


Elena piensa que todos tus posts rezuman melancolía, un monólogo interior al modo de terapia. Esto lo atribuye Ximo -el profesor- a que quizás te estás haciendo mayor, no como él que nació viejo.

Soy de naturaleza melancólica, abundan en mí los momentos de tristeza. Supongo que eso se proyecta sobre el blog. Y sí, son un monólogo interior que es terapéutico. Quería ser periodista y no pude serlo por diversas circunstancias. El blog me permite hacer lo que quise hacer desde que tenía once o doce años. Escribir sobre lo que pasa por mi mente. Me gusta pensar las cosas, mi vida, la realidad. El hecho de ser melancólico no quiere decir que tenga una percepción negativa de mi vida ni que sea infeliz. En cierta manera soy muy feliz, pero tengo un carácter así, tendente a estados azules. No es mejor ni peor. Supongo que es una combinación genética, química y de la propia historia personal.

Por otro lado, puede haber melancolía porque en la parte ascendente de mi vida yo era de naturaleza soñadora, creía con Cortázar en el poder de la imaginación. Esperaba que la realidad no iba a ser tan pedestre, tan antiimaginativa como lo ha sido. El mundo no ha sido como lo imaginé. Han ganado los famas y los cronopios se han hecho funcionarios o nacionalistas. Hubo un grupo que compuso una canción cuyo título era Malos tiempos para la lírica. Pues eso. Como dicen “es lo que hay”. Nada que añadir.


Ángela coincide con tu opinión. Ángela se pregunta cómo se tomaban tus alumnos esas actividades entonces y qué actitud tienen los actuales: ¿observas diferencias?

Claro que hay diferencias. Enormes. Antes yo hablaba un lenguaje que llegaba a los jóvenes de aquel tiempo (hace veinte o veinticinco años, tal vez quince) y luego advertí con gran impotencia y pesar que ya no lograba conectar con las nuevas generaciones. Supongo que el papel de uno va pasando. En un momento estás en la cresta de la ola y en otro te has quedado desfasado. Ahora no pretendo ya ser ningún referente. No lo necesitan y yo no podría serlo. Todo ha cambiado. Mi cosmovisión solo se expresa en el blog. Me temo que soy demasiado intelectivo para estos muchachos que necesitan cosas más cercanas. En todo caso, el papel de un profesor es como trazar círculos en la arena de la playa.  Llega la ola y se lo lleva. Así es la vida. No aspiro a perdurar de ninguna manera. Supongo que me he hecho conservador. También he sido padre y eso cambia mucho la perspectiva. Hoy hablaba con mi hija de quince años y le decía que la política es importante, que yo siempre la he tenido en mente. Pero la política en Cataluña para las inquietudes de los jóvenes es de signo independentista y este ha asumido el monopolio de la rebelión generacional.

Un saludo.

De Segundo Bachiller B. Sociología.


martes, 19 de mayo de 2015

Una lectura incómoda, solo para haters.


Mi plan lector este año académico para segundo de ESO ha planteado algunas lecturas sencillas y asequibles para ellos, digamos de literatura juvenil que han tenido algún éxito y su valoración ha sido positiva. Por otro lado veo que los chicos y especialmente las chicas van leyendo libros que consideran interesantes: románticos, góticos, cómics..., libros que yo no les he recomendado pero cuya lectura les produce tanto gozo a ellos como a mí, aunque no sean paradigmas de calidad literaria. A veces leen tetralogías de setecientas páginas como las de la serie de AFTER de Ana Todd (Amor infinito, Almas perdidas, En mil pedazos... que recrean la romántica aventura de Hardin y Tesa. Algunas veces veo que alumnas que son carne de fracaso por su alejamiento de los estudios están embebidas en clase leyendo estas aventuras mientras yo me desgañito explicando el uso de las oraciones recíprocas o reflexivas. Y no se lo reprocho. De hecho se lo permito con mi despiste selectivo. Prefiero esto a que se dediquen a no hacer nada o a dinamitar la clase.

Sin embargo, en esta evaluación les he planteado una lectura más exigente, una lectura ya literaria. Quiero ponerlos a prueba. Sé que el libro que les he impuesto como obligatorio no será del gusto de todos, pero tal vez habrá alguno que le sea especialmente revelador. Arriesgarse por una lectura literaria es complicado en una edad en que todavía son muy niños, pero quiero tensar la cuerda. La lectura de este trimestre es el famoso El guardián entre el centeno de J.D. Salinger, un libro difícil para ellos y ante el que está habiendo reacciones dispares. Supongo que mis abnegados lectores y lectoras conocen esta novela de culto en la literatura norteamericana. Son las memorias de Holden Caulfield sobre cinco días de su vida durante las navidades del año pasado tras haber sido expulsado del colegio de élite Pencey. Su principal dificultad es que pasan pocas cosas. Holden nos cuenta en primera persona su recuerdo de estos días antes de ser ingresado en un centro presumiblemente psiquiátrico, algo que no se explicita en la novela. Toda la novela pasa por la mente neurótica del personaje que nos cuenta esencialmente todo lo que odia (casi todo) y lo que ama (algunas cosas). Detesta y se siente repelido por la inmensa mayor parte del género humano al que califica continuamente con los adjetivos más negativos. Tiene dieciséis años y pasa unos días, con bastante pasta, esperando volver a su casa cuando ya sepan sus padres que ha sido nuevamente expulsado de una escuela por su bajo rendimiento. Holden fuma y bebe, va con prostitutas, habla de sexo, todo con un lenguaje sumamente descarnado y directo. Nos muestra sin ambages su visión de la sociedad en una etapa adolescente en la que siente verdadero asco por hacerse mayor. Es un radical de la pureza, es un fanático de su individualismo feroz. Adora a su hermana pequeña Phoebe, es lo que más quiere, y detesta a su hermano D.B. que ahora vive en Hollywood prostituyéndose escribiendo relatos para el mundo del cine, un mundo que Holden odia. Su visión de todo es corrosiva, nada tranquilizadora, nihilista, destructora. Es un personaje ante el que no hay muchas reacciones posibles. O te identificas con él o lo rechazas. Te sientes cercano a esa rabia adolescente que odia el mundo de falsedades de los adultos o te carga un tipo tan impertinente y tan amargado que solo sabe hablar mal de todo y de todos. 

El libro contiene una profunda carga de angustia existencial, un concepto difícil de digerir y de percibir conscientemente. David Jerome Salinger era un adolescente que asistió a diversos colegios de disciplina militar, algo que él amaba. Tal vez es lo que le falta a Holden Caulfield para que alguien le marque qué debe hacer, él solo se pierde. Salinger tuvo una enorme decepción amorosa en su romance con Oona O’neill (La hija de Eugene O’neil, premio Nobel de literatura). Era una adolescente preciosa a la que él cortejaba, pero esta prefirió a otro hombre casi cuarenta años mayor que ella, me refiero al conocido Charles Chaplin, con el que tuvo ocho hijos. Salinger marchó, herido en el alma,  como voluntario a Europa para participar en la Guerra Mundial. Estuvo en la más terribles contiendas bélicas de la misma: en el desembarco en Normandía, en la horrorosa batalla del bosque de Hurtgën, en que perecieron más de veinte mil norteamericanos, la batalla de las Ardenas en pleno invierno que fue una de las más devastadoras, y llegó al campo de exterminio de Dachau donde tuvo ocasión de ver el horror en estos campos de muerte abandonados por los nazis. En su mochila de combatiente llevaba una libreta en que iba escribiendo en medio de la angustia de la guerra: era el borrador de El guardián entre el centeno, repleto de esa tensión psíquica interior de un hombre abrumado por la realidad que proyectó en ese adolescente que es Holden Caulfield. Esa tensión interior se siente viva por cualquier lector de la novela. Hay algo extraño en ella. Hay verdadera materia explosiva en esos sentimientos torrenciales de las querencias y los odios elementales de Holden Caulfield hacia el mundo. En ellos se proyectaba la personalidad compleja y contradictoria de Salinger que expresó su mundo en esa novela diabólica para algunos. De hecho las escuelas americanas se dividen entre las que proscriben decididamente esta novela a los adolescentes y las que la consideran una obra maestra innegable.

Hoy una alumna a la que aprecio especialmente a pesar de su nulo rendimiento académico, me comentaba, a propósito del personaje, que ella también odiaba al mundo. Le he hablado de los hater, esa dimensión de la que hemos hablado mi amigo José Antonio Rodríguez y yo. Los hater son una especie de almas que odian la sociedad, a la que es muy difícil acercarse. Salinger era un hater, avant la lettre, solo le atraía la pureza de la adolescencia con la que mantuvo relaciones que podríamos entender como enfermizas o patológicas.

Claro que mi función como profesor de literatura es difundir modelos empáticos, modelos cálidos, comprensivos, cordiales, amistosos, amorosos, que señalen la belleza de las relaciones humanas y de la realidad del mundo. Lo acepto, pero estimo que también hay otro tipo de chavales que pueden encontrar en lecturas complejas un mensaje que conecta con su mundo interior dándole forma y dirigirles la rabia hacia la literatura. No en vano, el fracasado Holden Caulfield era un genio en el campo de la escritura. Y además bailaba muy bien y le encantaban las chicas guapas. En el fondo es un romántico en un mundo que no tolera el romanticismo auténtico.


La turbiedad de la lectura es impresionante. No les estoy proponiendo cualquier cosa. No. Es una apuesta que mi amigo Marcos Román seguro que no encontrará demasiado afortunada pues piensa que la pedagogía debe ser amable, cercana y no plantear problemas que el profesor no ha explicado en clase. Pues bien, no lo he explicado. Espero su reacción en directo. Seguro que me llueven tomates.

domingo, 17 de mayo de 2015

Terroristas teatrales


¿No habéis imaginado alguna vez montar un happening teatral en plena calle para provocar la sorpresa y las reacciones de la gente que se convierten, sin advertirlo, en público y actores de la obra que se está representando? Me viene esto a propósito del libro que acabo de comprar de Carlos Granés, La invención del paraíso. El Living Theatre y el arte de la osadía,  que investiga la potencia dramática y social del Living Theatre, ese grupo de teatro norteamericano cuyas funciones conseguían exasperar al escaso público que iba a verlos.

Tuve una etapa teatral en mi vida, posiblemente la más fértil de mi recorrido vital. En el teatro encontré una vocación que no se ha desarrollado en profundidad. Y lo lamento. Creo que no debe haber una vida más apasionante que la de actor ... pero me iba el teatro experimental y, dentro de ello, el teatro simbolista y el happening...

Lo he contado en alguna ocasión: en octubre de 1984, mis alumnos de COU (17 años) y yo montamos un happening en pleno centro de Berga –población al norte de la provincia de Barcelona- a hora punta. Era nuestro homenaje a Cortázar que había muerto hacía unos días. Nos basamos en uno de sus relatos. Se trataba de cruzar el semáforo en verde con una margarita en la mano con cara de bobos todas las veces que pudiéramos en un sentido y otro. Cuando se ponía rojo, nos parábamos al llegar a la acera y esperábamos que se pusiera verde otra vez. Éramos una veintena larga de participantes. La gente, el público, nos increpó y nos insultó, pues deteníamos el tráfico. Los coches hacían sonar sus bocinas con rabia. Nosotros seguíamos cruzando en verde sin contravenir ninguna norma de tráfico. Se armó una buena en medio de Berga. Fueron solo diez minutos hasta que llegaron varios coches de policía municipal. Me vieron a mí, que, evidentemente, era mayor que mis alumnos y me detuvieron sin muchas más explicaciones a pesar de que afirmé que lo que hacíamos era legal -no contravenía las normas de tráfico-  y era un acto cultural.

En otra ocasión, también en Berga, habíamos formado un grupo teatral de diez o doce miembros. Salimos por la calle Mayor, por la que pasean las familias, a las siete de la tarde. Llevábamos un ataúd negro construido por nosotros. Figuraba que éramos una secta necrófila, devota de los ritos de la muerte que quería recuperar las ceremonias mortuorias que habían caído en desuso con la llegada de la modernidad. Los timbales con ritmo lúgubre, daban el ritmo necesario. Dos miembros de grupo, vestidos de negro y maquillados de blanco, abrieron el ataúd y sacaron sendos cuchillos con los que partieron dos tomates muy rojos y se los comieron lentamente entre el silencio cargado de sentido. A continuación hicieron el baile de las patas de pollo con cuatro garras de ave de auténtico corral acariciando su cuerpo al son de los tambores. Acabado el baile, dejaron abierto el ataúd y se dirigieron al público gritándoles sobre la bondad de la muerte y les invitábamos a probar su muerte metiéndose en el ataúd. Ese era el objetivo del happening. Cuando se dieron cuenta de que queríamos meter a alguien dentro del féretro, se produjo una desbandada de más de doscientas personas que huyeron. Eso fue muestra de la potencia de nuestra ilusión escénica. La secta Necrófila se había enseñoreado de la calle. Al final conseguimos que un señor, de los que habían quedado y no habían huido, se metiera en la caja de muertos.

Otra vez en un instituto de El Masnou, toda una clase se compichó conmigo para hacer un happening surrealista con motivo de la muerte de Salvador Dalí. Treinta chavales con ganas de hacer teatro en serio, tras dos semanas de formación en el surrealismo,  no es cualquier cosa. Trajeron infinidad de objetos de la calle y su casa y cuando el instituto se abrió a las ocho y media de la mañana, el centro educativo estaba totalmente decorado y transfigurado. No había rincón de las zonas comunes que no hubiera sido transformado. Más de cien velas encendidas en medio de las escaleras y recibidor, bancos, biombos, camas, esqueletos, cuerdas, tapices, contenedores de basura... Una prodigiosa metamorfosis de un instituto de bachillerato en escenario teatral donde a la hora del patio, disfrazados y maquillados,  representamos diferentes happenings ante los espectadores, el resto de alumnos y profesores, que los dejaron boquiabiertos. Las provocativas representaciones –que bordeaban lo obsceno y la crueldad- duraron media hora, la del patio, y luego, todos los participantes, dimos por acabada la performance y nos fuimos a clase. Una parte del grupo tenía libre y limpió todo el instituto de cualquier material ajeno a la vida ordenada de un centro educativo. Cuando me llamó, desesperado, el director, abrumado por lo que había supuesto aquello, el instituto estaba más recogido y limpio que cualquier otro día. Nos negamos a interpretar o explicar aquella representación que hizo que todo el mundo aquel día hablara de surrealismo y de las vanguardias.

En otra ocasión mis alumnos de COU y yo salimos con una gran bandera republicana y un radiocassette durante la hora del patio a recorrer el barrio de Sant Ildefons de Cornellà. Era un tiempo (1997) en que no era fácil ver banderas republicanas como ahora sí lo es. Con el himno de Riego de fondo y ondeando la bandera tricolor paseamos por las zonas donde había gente mayor que podía haber conocido la república,  entramos a supermercados, paseamos por bares y sus terrazas, tarareando aquello de “Si los curas y monjas supieran...”

A estos happenings en que participé no les adjudicaba un carácter político. Era otra cosa. Se trataba, al modo cortazariano, de convertir una realidad gris en poética. Hubo un tiempo en que esto era posible. Ahora la realidad en que vivimos es, igualmente, tremendamente gris, pero ya nada nos hace creer que pueda ser posible una transfiguración de lo opaco en multicolor. El siglo XXI ha entrado en nuestros modos de sentir las cosas y mucho me temo que somos mucho más burócratas, más planos, menos imaginativos. Parece que toda nuestra furia creadora se ha polimorfoseado en tecnología y la lógica intríseca del sistema, que ahora nos absorben pero nos hace seres más mediocres, sin luz propia.


Al recordar estos happenings teatrales y otros que he dejado en el tintero, me asombro de que esto fuera posible, de que yo fuera un personaje tan subversivo y que consiguiera siempre locos dispuestos a secundar a un orate que siempre anheló haber formado parte del elenco del Living Theatre, en aquel tiempo en que se creía que todavía el mundo estaba por hacer y nos divertía desmontarlo, a modo de terroristas y provocadores en que pervivía el espíritu de las Vanguardias. 

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