Vean con tranquilidad esta imagen por unos segundos. Ha
aparecido en los medios de comunicación recientemente. Se ve a la canciller
alemana Angela Merkel y a Mariano Rajoy en torno a la imagen del Apóstol Santiago. Esta imagen ha sido
reproducida ampliamente en FB por españoles que la ven como absolutamente
ridícula. Dos personajes ridículos (la
Merkel y Rajoy) en torno a una estatua casi de cómic. ¡Quiénes nos
gobiernan! decía alguna entrada que he leído, viendo en ella una plasmación
total del esperpento europeo. La Merkel
(con abierto desprecio, en parte por su físico) y el patizambo presidente
español. Mi humor a veces no es muy fino y me he puesto a pensar en la imagen.
Me he preguntado si a los alemanes también les parecería ridícula esa puesta en
escena de los dos mandatarios. Dudaba primero si Angela Merkel se hubiera prestado a una escenificación chusca como
hemos interpretado aquí. Mi conclusión es que no, que vemos esa imagen de modo
diferente en Alemania y en España.
He hecho este verano unas etapas del camino de Santiago por el interior de Euskadi con una ingeniero alemana de la Mercedes. Nos hemos reído
mucho y hemos contrastado nuestros respectivos sentidos del humor. Para ella el
Camino de Santiago es algo muy serio,
de hecho cada verano aprovecha sus días de vacaciones para venirse a España, país en que trabajó tres años,
para hacer recorridos de la ruta jacobea. De hecho, deja el trabajo y rapidísimamente
se viene a este país para experimentar la vida a lo largo del camino. Ella
admira a los españoles, le gusta su sentido de la vida, su disponibilidad, su
amabilidad, su capacidad de comunicación, tan diferente a la cerrazón alemana
con los desconocidos. Ella aprecia que la gente a lo largo del camino le abra
su corazón sin exigir nada a cambio. Ella se siente en parte española, dándose
cuenta de que España y Alemania no son tan diferentes
culturalmente. Eso sí, hay una diferencia, reflexiono yo: los alemanes creen en
sí mismos. Cuando hay un problema buscan maneras de solucionarlo de forma práctica.
Son la primera economía de Europa: levantaron a la República Democrática de Alemania, un país atrasado, y siguen
siendo la locomotora de Europa.
Ellos tienen claro que, a pesar de su pasado, creen en ellos mismos, creen en
su sistema político y aprecian a Angela
Merkel a la que han votado mayoritariamente. Por nuestra parte, somos un
país fatalista, un país que no cree en sí mismo, un país al que le encantan las
chirigotas de Cádiz y deplorar todo
lo español fustigándonos diciendo que todo es una bazofia. Nuestros políticos,
nuestro sistema, todo. Hay una interpretación nihilista de la política. No
confiamos en nosotros mismos. En los barómetros europeos de confianza, los
españoles y los griegos se deploran a sí mismos, mientras que los alemanes
tienen un alto grado de fe en ellos mismos. Curiosamente, nuestra imagen
exterior, lo que opinan otros países sobre nosotros, no es ni de lejos tan
negativa como lo que pensamos nosotros. En general se tiene una opinión
positiva sobre los españoles, mucho mejor que sobre otros países por ejemplo.
Es un lugar común burlarse de la Merkel. Es gorda, bajita y lleva flequillo. Pero nuestros hijos
se están yendo a trabajar duramente a Alemania, o eso pretenden. Si en lugar de ver un personaje ridículo viéramos
en esa mujer a la locomotora alemana, a la República
Federal Alemana, tal vez cabría matizar la imagen de chanza. No es una
imagen patética como se ha querido ver aquí la que forman los dos mandatarios.
No. Esa imagen refleja el aprecio alemán por lo español. Y el respeto que
suscita el Camino de Santiago entre
los alemanes. Sé que debe ser duro para nosotros los españoles pensar que
alguien confía en nosotros, que no somos el último mono de Europa. Sé que a un
pueblo acostumbrado a menospreciarse a sí mismo, le es difícil pensar que
alguien le concede valor. Es un problema básico de la autoestima baja. Quien
tiene la autoestima baja se burla mucho de todo y juega a denostarse a sí mismo
como muestra de su capacidad autocrítica. El
cine español es una mierda, los políticos españoles son una mierda. Aquí todo
es corrupción. Nuestro sistema sanitario es una porquería. La escuela española
no vale nada. Estamos a la cola de todo. Eso nos encanta. Además de ir de
bares, la institución española más valorada por la mayoría. Todo se caerá abajo
pero los bares seguirán en el barómetro en el punto más alto. Si nos
respetáramos más a nosotros mismos, no permitiríamos que otros nos tomaran a
chacota como esos jóvenes europeos que vienen a España de charanga y botellón
porque aquí todo está permitido. Y así existe Magaluf, y las jornadas del desmadre en Salou, y los horarios sin fin, y la fiesta sin normas que reina
para los turistas que no se permitirían en su país nada parecido, pero en España, que tiene la autoestima tan
baja, todo se permite, y si no, que lo digan los vecinos de la Barceloneta. Somos un claro ejemplo de
sociedad que no se respeta a sí misma, que no se concede valor a lo que hace y
así permite que otros le falten al respeto, básicamente porque no se lo tiene a
sí misma.
Que no me digan que esta imagen de Rajoy y la Merkel es
ridícula. No lo es. Y si la vemos es porque nos sentimos ridículos nosotros.
Los alemanes habrán visto algo muy diferente y no entenderán nuestro sentido
del humor que tiende a lo negro. Ellos están habituados a tomarse en serio y la
mayoría aprecia el valor que tenemos. Seríamos nosotros los que deberíamos ser
primeros en confiar un poquito más en nuestras posibilidades, en nuestros
proyectos de futuro, en la capacidad de regenerar el sistema, en no darlo todo
por perdido, en no naufragar en el nihilismo, en creer incluso que son posibles
referéndums sobre la pertenencia o no a España.
Si creyéramos en nosotros mismos no nos reiríamos de esa foto que refleja algo
muy distinto a lo que leemos nosotros en ella.