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miércoles, 30 de octubre de 2013

Entre las brumas del pensamiento



Ayer Fernando Savater en un artículo en El País reflexionaba sobre la afición española a meter caña, a juzgar moralmente a los demás con las más abruptas descalificaciones que lleva a utilizar un lenguaje tremendista y totalizador en la búsqueda de la demolición de los argumentos o actitudes contrarias a lo que uno piensa. Añadía que en realidad, tener conciencia moral es tener mala conciencia de uno mismo, y, ante ello, una liberación es despotricar contra los demás que encarnan más fácilmente los aspectos criticables o desdeñables.

Me quedo con la afirmación de Savater de que tener conciencia moral es tener mala conciencia de uno mismo. Esto incide en el nivel de autocrítica. Pero ¿quién es autocrítico de sí mismo, de sus actitudes, de sus formas de vida, de sus convicciones?

Llevo más de un año publicando irregularmente, y, a veces he pasado seis meses sin hacerlo. La razón que me resulta más verosímil es que ya no tengo nada que escribir, que no tengo nada que mostrar, que mis verdades se han hecho minúsculas, que no me siento seguro debatiendo, que estimo que mi mundo se ha hecho sospechoso, que no me gusta lo que queda de mí mismo cuando lo observo. Y, en tal caso, ¿qué puedo yo proyectar sobre los demás? ¿Qué puedo decir sobre las conductas ajenas, sobre la política, sobre el compromiso personal, cuando yo soy el más claro caso de entreguismo y debilidad intelectual?

Llevo leyendo más de cuarenta años, leo todos los días la prensa (centrista y conservadora, además de algo de izquierda si así se puede llamar a El País), escucho emisoras de radio, reflexiono todo lo que puedo pero me faltan convicciones fuertes, esas que leo en los participantes en la prensa digital en que todo son denuestos y barbaridades descalificatorias acerca de lo divino y lo humano. Me siento frágil en mi modo de ver el mundo, extraordinariamente escéptico, y no me considero capaz de juzgar nada, ni siquiera la política del gobierno, que no me gusta, eso es cierto, pero no sé qué hay como alternativa que sea honesto y sincero.

Uno de los principios de las leyes de Murphy que más me atraen es el que dice: “todo el mundo miente” Y le responden:. “Da igual, nadie escucha”. Pues eso. ¿Qué tengo que decir yo que esté basado en mi valor personal, en mi compromiso personal? ¿qué críticas sociales puedo hacer yo que estén basadas en mi quehacer propio, en mis convicciones personales? Francamente siento, como decía Savater, mala conciencia de mí mismo. Me gustaría tener más claros mis enemigos, mis fobias, mis aficiones ... lo que veo que en general es bastante común. La mayoría de los que escriben tienen definido su mundo de elecciones políticas y sociales, y condenan con la mayor contundencia y con facilidad todo lo que no es como ellos estiman que debería ser. Incluso en el plano pedagógico hay un conjunto de aseveraciones que parecen claras desde el punto de vista de la izquierda militante. Pero yo detecto una gran irresolución en el plano práctico. ¿Por qué la escuela pública es mejor que la escuela privada o concertada? ¿Por qué en tal caso las clases medias han optado por la escuela concertada abandonando a su suerte a la escuela pública que se debate entre el ser y el no ser? ¿Por qué es mejor o peor seleccionar a los alumnos por su nivel académico y situarlos en guetos de los que difícilmente podrán salir, y si lo hacen es en contra totalmente de nuestros deseos? ¿Por qué algunos entendemos que la aplicación de la escuela 2.0 ha sido uno de los mayores desastres de los últimos años? ¿Por qué desde el plano psicopedagógico se nos pide modos autoritarios con nuestros alumnos llegados desde la primaria a los que están acostumbrados en lugar de los modos más democráticos?

Uno tiende a  pensar que los principios progresistas son eso, utopías irrealizables, y en el mundo real tiende a pesar más la realidad conservadora. Hace un tiempo yo era revolucionario el cien por cien del tiempo.Y mi discurso era claro y contundente. La realidad que estoy viviendo me lleva a considerar que ahora no tengo nada claro, que entre los principios que se dirimen en la escuela fundamentalmente por encima de cualquier otro es el de autoridad, un principio esencialmente conservador.

No es extraño que no me atreva a escribir. Tal vez temo mi mala conciencia, la mala conciencia de haber traicionado principios no escritos de una moral progresista, que ahora se me revela como una moral del buenismo sin compromiso real, sin confrontación con la realidad que nos lleva a derroteros más controvertidos y ajenos a lo que creímos ser.

Tuve una medio novia italiana, extraordinariamente inteligente, que me vino a decir un día que la mayor decepción que tuvo con la izquierda fue el considerar que un grupo debía tener un jefe, un líder, un dirigente y que las teorías del poder compartido, del poder deliberador de un grupo eran meramente absurdas y que solo llevaban al caos.  

Tengo mala conciencia, mala conciencia de no poder encarnar los valores puros de la izquierda, mala conciencia de haberme hecho conservador, mala conciencia de no tener un discurso claro y elocuente que defina con toda rotundidad qué es lo malo y qué es lo correcto, tengo mala conciencia de no encarnar en mí mismo ejemplo alguno de valor moral y sí todo lo contrario.

Tengo mala conciencia de tener conciencia. Me gustaría saber con precisión que es lo correcto y qué es lo incorrecto, pero no lo tengo. No puedo condenar nada cuando el primero que caería sería yo mismo. Envidio a aquellos que con mayor facilidad humana y verbal son capaces de definir sus exactitudes sociales, educativas y políticas.


Yo no soy capaz. Me muevo entre brumas que son esencialmente confusas y contradictorias.

domingo, 27 de octubre de 2013

Las terribles dificultades del aula



Imane es una alumna magrebí de un curso de primero de ESO, un curso donde se agrupan los muchachos con más bajo nivel, con dificultades graves de aprendizaje, falta de motivación y complicado comportamiento. La mayoría se puede decir que no alcanza el nivel de primer ciclo de primaria. El instituto les aburre. Pasar seis horas cada día encerrados es una tortura para la mayoría que practican la resistencia pasiva o activa ante cada nuevo conocimiento que los profesores quieren proyectar sobre ellos. No son malos chavales, no, simplemente están hundidos en un nivel bajísimo y no soportan la escuela, que no logra ofrecerles nada de lo que ellos querrían. Se comportan en clase como un conjunto deshilvanado, problemático, juguetón, incapaces de mantener el silencio. Continuamente discuten unos con otros, mucho más que con el profesor.

Ningún sistema pedagógico parece funcionar allí. Su léxico y ortografía es delirantemente bajo, sus grafías son infantiles, su ordenación del espacio en la hoja de papel es caótico, sus ordenadores, los que lo tienen, no tienen batería o carecen de contraseña válida. Es un fracaso con ellos el sistema basado en el uso de ordenadores portátiles. Necesitan hoja de papel y escribir, leer en voz alta, hacer dictados y corregirlos, conocimientos mínimos para los que los libros digitales ofrecen niveles inabordables para ellos. La clase es un tira y afloja continuo entre el caos mayúsculo y la desidia. El profesor tiene la impresión de que nada de lo que sabe le sirve allí para nada. Todo conocimiento les aburre, no tienen material (hojas de papel, bolígrafo, lápiz), y lograr hacerles hacer algo es una tarea ímproba.

Pero Imane está allí seria y concentrada, intentando trabajar entre las discusiones de sus compañeros y las broncas de los profesores para que allí se logre hacer algo. Imane es una muchacha menuda, optimista, que viene al instituto a aprender y a trabajar. Se lee los libros, hace los ejercicios y las tareas, tiene el material disponible. Pareciera que el  ambiente adverso apenas le influyera. Siempre tiene una sonrisa en los labios y se enajena de los dislates y el griterío de sus compañeros que se niegan a trabajar o hacer nada.

Me pregunto qué hacer, cómo hacer en este curso de nivel tan precario y de comportamiento propiamente infantil. Es difícil hacerles ameno el aprendizaje. La ortografía no es amena, el conocimiento de nuevas palabras no es ameno o no les interesa para nada porque con las cien palabras (o cincuenta) que saben creen que ya tienen suficiente, leer les raya por divertido que sea el libro porque simplemente no entienden lo que leen. Solo saben decodificar sonidos más o menos pero no va pareja la adscripción a unos significados. Leen pero no entienden. Las palabras son un arcano para ellos fuera de las más comunes de su lenguaje mínimo. Muchos son de origen inmigrante, están faltos de hábitos de todo tipo, y la institución escolar les resulta insoportable si no fuera por esos buenos ratos que pasan mofándose (sin mala intención, eso sí) del sistema educativo y las intenciones de los profesores para que trabajen o hagan algo.

Tengo la impresión de que es un curso fallido, que administramos la derrota del sistema frente a una realidad terca e insoluble. Apenas podemos hacer nada o abiertamente nada, salvo tenerlos unas horas intentándolos domesticar y haciéndolos adquirir algún hábito de trabajo que no suele ser muy feliz.


Salvo Imane que pugna por aprender, que pugna por estar en la institución escolar para algo y que sabe que es un privilegio hacerlo. La adversidad parece estimularla. La voy a echar en falta porque el equipo docente del curso ha decidido promocionar a tres alumnos a otros cursos en que puedan aprender más. La política de clasificar a los alumnos por niveles para adaptarse a sus peculiaridades entraña riesgos complejos al dejar a cursos enteros sin referentes positivos para el aula al concentrar a los más desastrosos en una misma clase. No reniego de ello. Es la práctica en la mayoría de institutos. Crear cursos A, B, C y D para lograr dar un cierto nivel en los A y B, pero dejando una bolsa de fracaso difícil de cuantificar en los C y D. Máxime cuando vamos trasladando a los alumnos que sobresalen o que quieren promocionarse con su trabajo o su actitud. Las aulas se convierten así en un desierto intelectual, aunque me temo que esta palabra para referirse a lo que sucede allí es demasiado ampulosa.

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