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domingo, 28 de abril de 2013

Así es la vida del profesor



Me muevo en un instituto marcado por la precariedad social y académica y mis alumnos no suelen ser un modelo de éxito en ninguno de estos aspectos. Pretendo, no obstante, impartir las clases con extraordinaria seriedad y rigor no haciendo innecesarias divisiones en las letras que clasifican a estos cursos. Así no creo que deba hacer una diferencia esencial entre los cursos de  4º B y C, siendo estos últimos de adaptación curricular, lo que hace que su realidad académica deba ser considerada y reorientada por los criterios del profesor.

Nada de esto me orienta cuando les imparto una vez o dos a la semana clase de literatura, mi verdadera y profunda vocación. Ellos se dan cuenta de que en mis palabras hay un plus emocional que se transmite por las explicaciones que dan lugar a un debate en vivo entre los miembros de la clase. Estamos hablando estos días de la Generación del 27, y sea generación o grupo poético, estamos ante un hecho de formidable potencia creadora. Para la inmensa mayoría, por no decir todos, es totalmente nuevo oír hablar de estos poetas (Aleixandre, Salinas, Guillén, Cernuda, Dámaso Alonso, Altolaguirre, Alberti...) De Lorca sí que han oído hablar en su calidad de dramaturgo y en el curso anterior leyeron conmigo Bodas de sangre y La casa de Bernarda Alba, además de haber leído en primer ciclo de la ESO, La zapatera prodigiosa.

Doy la clase intentando ser sumamente explicativo, pero sin ocultar la complejidad del tema que estamos viendo. Han oído hablar de Rubén Darío, de Juan Ramón Jiménez, de su concepto de poesía pura, del Diario de un poeta reciencasado, medular en la poesía española del siglo XX, han estudiado el surrealismo y los movimientos de vanguardia. Les elaboro power point de creación propia en que sintetizo las líneas fundamentales de cada generación... y por el procedimiento de la lluvia fina, subrayo y reitero ciertas constantes o influencias, repitiendo todas las veces que haga falta... utilizando un lenguaje literario y filológico.

Les apasiona que les hable de Lorca –al que conozco bien por haber leído todo lo que Ian Gibson ha escrito sobre él- que sigue despertando con su personalidad magnética verdaderos debates en el aula, acerca de su dramatismo, de su alegría exterior y su mundo trágico interior, así como la realidad de su homosexualidad que da lugar a chanzas de algunos miembros de la clase que no se reprimen de mofarse de esta circunstancia. El profesor no piensa que esto sea un debate estéril y se da cuenta de que tiene ocasión de hablar de la libertad sexual, de la tolerancia, del respeto, de la realidad de la homosexualidad en cualquier contexto, incluido el mismo instituto en que estamos en el que –les explico- debe haber un buen porcentaje de muchachos y muchachas que tendrán el mismo conflicto que tuvo Lorca al empezar su vida amorosa... ignorando su realidad sexual lo que dio lugar a que tuviera alguna novia antes de descubrir su verdadera orientación.

Sé que esto no es lo único ni fundamental en Lorca, pero el debate se plantea en buena medida sobre este tema y no me parece mal porque da lugar a intercambios interesantes y sinceros. Cuando lleguemos a la antología poética que pretendo ofrecerles sobre algunos poetas del 27 (Salinas, Lorca y Cernuda) tendremos lugar para entrar en el valor de su poesía especialmente la de carácter amoroso que es el tema que más les atrae.

Pienso que este año muchos dejarán de estudiar literatura, la inmensa mayoría se orientarán por ciclos formativos, PQPIs o tal vez repitan, o tal vez se queden en casa. Temo por las muchachas marroquíes o paquistaníes que no acrediten la etapa de la ESO y que vean cerrada su promoción. El nivel de motivación frente a los estudios es muy escasa y sus dificultades académicas son tremendas empezando por la comprensión lectora y la capacidad expresiva (la mayoría son de origen inmigrante), pero podemos decir que han recibido este año la exposición académica de las corrientes de la literatura en los siglos XIX y XX con una cierta solvencia y compromiso. Ciertos nombres como Rubén Darío, Bécquer, Rosalía de Castro, Baroja, Azorín, Antonio Machado, André Bretón, Buñuel, Lorca, Dalí, la Residencia de estudiantes, Alberti, Cernuda... ya les son de su propiedad. No sé si puedo aspirar a mucho más que crearles un cierto marco literario y familiarizarles con la historia de las generaciones... pero me siento satisfecho con el ambiente creado en clase. Hay otros cursos con más alto nivel en el instituto pero ello no quiere decir que haya más espíritu para el debate o la controversia literaria.

A veces uno siente profunda desazón en el hecho de ser profesor y darse cuenta de las terribles dificultades y contradicciones que ello comporta, pero hay también días en que sale el profesor de la clase con la cabeza bien alta tras un debate literario que nos ha encantado, tanto a los alumnos como al profesor. La clase ha pasado en un suspiro, se nos ha hecho corta, hablando de literatura, de Lorca, de su homosexualidad, de su poesía, de Juan Ramón Jiménez, de Neruda... Al final les pregunto si les ha gustado la clase y responden con un rotundo sí, y una alumna de rendimiento bastante precario, responde segura que sí, que como siempre que hablamos de literatura.

No hace falta decir que el profesor, habitualmente, acostumbrado a la zozobra, recibe el comentario como un cálido aliento que llegara a su corazón.

Así es la vida del profesor. 

miércoles, 24 de abril de 2013

De la evaluación como acto político



Sé que se han escrito decenas de libros sobre el hecho de evaluar, sobre la evaluación como parte de un proceso pedagógico. Y me doy cuenta de que todo lo que nos enseñan los libros no remedia nuestra confusión real ante el hecho de tener que evaluar a alumnos reales en un tiempo concreto.

Nunca he sido un profesor que suspendiera mucho, a lo sumo un 25 por ciento a final de ciclo o curso. Tal vez menos. En esta actitud hay mucho de resignación ante la realidad. No es lo mismo dar clase en un colegio de la zona alta de Barcelona, con alumnos con alto nivel adquisitivo que se van de viaje de estudios a Boston  y Nueva York y en cuyas vidas naturalmente existen las bibliotecas, los viajes internacionales, el teatro, el cine, la música, los idiomas... y una familia que está delineando cuidadosamente el futuro del hijo para el que ya se está haciendo un hueco en la élite... que dar clases en un instituto de un barrio periférico en que domina la inmigración y los más graves problemas sociales...

Esto es algo de cajón, porque no pretendemos lo mismo con la evaluación, y no hay libro teórico que considere el factor de clase social como formante importante de este proceso.

Los profesores más dignos que conozco, entienden que nuestra función social más relevante en entornos deteriorados es sacar a muchachos del hoyo en que están hundidos, sin viajes a Boston, sin cultura de élite, sin viajes internacionales que no sean lo que provienen de su movilidad geográfica en busca de mejores horizontes.

¿Qué papel juega la evaluación en un contexto difícil? Es complejo crear una teoría al respecto, pero entiendo que la evaluación debe tener en cuenta el trabajo, la voluntad, el tesón, el esmero, la actitud... tanto o más que los resultados objetivos en pruebas de nivel y con los que puede haber una contradicción importante. A veces no, ciertamente. A veces se aúnan el trabajo y los resultados, pero esto en el contexto en que me muevo es muy raro. Tenemos que tener en cuenta muchas variables que terminan favoreciendo al alumno. No podemos ser taxativos en cuanto a la exigencia y terminamos por relativizar los resultados de las pruebas de nivel. Es como si la evaluación jugara un papel de reequilibrio social, y que nuestra misión efectivamente fuera la de reequilibradores de la desigualdad.

Hoy en una reunión se nos pedía coherencia entre nuestras notas y los resultados de las pruebas de Competencias Básicas de las que hablaba el otro día. Si yo fuera a tener en cuenta dichas competencias, estarían suspendidos el noventa por ciento o más; si yo fuera a tener en cuenta la realidad de mis alumnos, el nivel de suspensos sería equivalente a lo que he mencionado, un noventa por ciento que no debería promocionar el curso.

Pero esto no debe ser así. Hemos de introducir criterios correctores y relativizadores, así como moderar expectativas siendo conscientes de dónde estamos y sobre todo por qué estamos allí, para qué estamos allí, cuya respuesta es la que he enunciado arriba: para sacar, para intentar sacar, a muchachos del hoyo social en que están, y nuestra evaluación es en gran manera política y no solo intelectual dado que nosotros damos clase a muchachos seleccionados socialmente, destinados al fracaso, que tienen cartas marcadas, que son como sostenía Toni Solano, “juguetes rotos”.

No sé si nos equivocamos. Estas consideraciones vamos a llamarles benévolas han solido acompañarles desde bien pequeños, y han pasado con escaso esfuerzo, con mínima preparación intelectual, y arrastran un desfase entre la edad y los conocimientos que se les deberían suponer. Tal vez esa consideración favorable ante la desigualdad les haga más frágiles y dependientes, menos preparados para el futuro. No sé. Evaluar es un proceso muy complejo, el más complejo del profesor y debe introducir en él, criterios que ayuden a la promoción y no subrayen el fracaso social de que se parte.

Tal vez se genera una pedagogía de la precariedad... cuyo alcance es incierto, tal vez se refuerza la dependencia con estos criterios correctores favorables, tal vez les estamos haciendo creer que el mundo funciona así y viven estos años engañados y esperando tal vez un mundo en consonancia con nuestra pedagogía y nuestra evaluación.

Pero que no se engañe nadie, no. Evaluar es un acto político además de pedagógico. Más de lo primero que de lo segundo. 

domingo, 21 de abril de 2013

Desolación del profesor



En el mes de febrero se realizaron en Cataluña las pruebas de Competencias Básicas en las áreas de catalán, castellano, inglés y matemáticas. En las áreas de lenguas fundamentalmente versaban sobre comprensión escrita referida a dos textos sencillos y un ejercicio de expresión escrita para la que se daba a los alumnos un tema a desarrollar.

En mi centro los alumnos están agrupados por niveles de resultados. Hay un A, hay un B, hay un C y hay un D, en orden de mayor a menor nivel. Yo soy profesor del B, del C y del D en los que más del setenta por ciento son muchachos de origen inmigrante sean magrebíes, sean latinos o pakistaníes... Su motivación es escasa, no están acostumbrados a la lectura y tienen serias dificultades con la lengua sea porque no sea la suya, sea porque su disposición hacia el lenguaje escrito es muy deficiente.

Los resultados de las pruebas de Competencias Básicas de mis alumnos ha sido desolador. Los tres cursos que imparto han sacado un nivel muy bajo, muy inferior a la media de Cataluña. Me he sentido seriamente aludido y me pregunto qué es lo que falla ante los interrogantes de la dirección del centro sobre estos resultados demoledoramente bajos en todas las áreas consideradas (catalán, castellano, inglés y matemáticas).

¿Qué pasa con mis alumnos? ¿Cómo puedo actuar para mejorar estos resultados? ¿Qué parte es responsabilidad mía...

No sé qué respuesta darle a estos interrogantes. El profesor se siente interpelado por los mismos y a la vez es incapaz de saber por dónde orientar la acción. Me he sentido tentado a centrar el curso en el desarrollo de dichas competencias básicas, es decir, la comprensión de textos y la expresión escrita, y de hecho hago un gran hincapié en ello. Sin embargo, el año pasado una alumna me reclamó conocimientos de sintaxis para prepararle para el bachillerato. Entendí que tenía razón y que  yo no debía esquivar dicha dificultad en los alumnos de mediano o bajo nivel. Asimismo asumo que debo darles unos rudimentos de historia literaria...

Sin embargo, los resultados son tozudos y muestran un bajo rendimiento en todas las áreas. No logro enderezar dichos resultados, no puedo conseguir mejorar la motivación de mis alumnos ni su predisposición al estudio ni a su trabajo habitual.

Fuera de clase me interrogo por sus resultados y me siento abrumado cuando veo en el panel de anuncios sus calificaciones. Luego en clase los observo uno por uno, considerando sus circunstancias (inteligencia media, trabajo, hábitos, capacidad comprensiva y expresiva... ) y no me sorprende el juicio emanado de estas pruebas objetivas. Son así mis alumnos. Los aprecio profundamente, pero sus posibilidades son limitadas y existe una contradicción flagrante entre aquello que se nos exige (unos aprobados generosos para remediar las estadísticas educativas y la realidad que proviene de pruebas de evaluación externa que exhiben la realidad interna de su nivel lingüístico).

La dirección del centro nos pide explicaciones, también lo hará la inspección educativa sobre este desfase, pero sabemos que como profesores estamos instados a aprobar lo inaprobable porque entran en consideración criterios fundamentalmente sociales, prácticos y pedagógicos.

Los profesores estamos ante un dilema irresoluble cuando nos movemos en cierto niveles del subsuelo. Sabemos que hemos de procurar el título de la ESO a nuestros alumnos porque es una demanda social y política, y para ello hemos de facilitar y considerar sus circunstancias humanas y sociales, sabiendo de antemano que no alcanzan ni de lejos el mínimo exigido, lo que retratan y reflejan estas pruebas externas que desnudan el entramado del sistema.

Ello no quita ni un ápice a mi desolación como profesor que ignora cuál es el camino correcto ni qué debe hacer, sabiendo que intenta todo, que procura todo, que busca ser entendido por sus alumnos, que busca mejorar esta realidad que parece marcada, como una baraja en que las cartas estuvieran señaladas y supiéramos que es lo que nos corresponde a cada uno y cuál es el nivel que realmente nos corresponde.


martes, 16 de abril de 2013

La revolución 2.0 a examen



Estoy en un centro que se acogió al plan de 1x1 de la Generalitat de Catalunya para surtir de ordenadores a los alumnos subvencionándoles el 50 por ciento del coste, lo que dejaba los 300€ en 150€. Posteriormente este programa se anuló de modo que son ahora los alumnos los que han de pagar la totalidad del artefacto informático. Una de las razones que se esgrimieron para acogerse a este programa era de índole económica. Efectivamente, si un alumno en 1º de ESO compra un ordenador, le vale (si no lo rompe o lo inutiliza) para todos los cursos. Han de pagar las licencias digitales de una editorial que surte de contenidos todas las materias, lo que supone 30€ al año.

Sin embargo, la realidad es que un diez o quince por ciento de los ordenadores están fastidiados, o en reparación, o ciertamente hay problemas de conexión por razones equís. La posibilidad de trabajo es muchas veces incierta, y sabemos lo que cuesta que los alumnos paguen esos 30€ que cuestan las licencias digitales. Hay que ir detrás de ellos e insistir todo el curso.

En la revolución 2.0 hemos intentado todo... pero parece haber llegado a su límite. El ordenador no es ninguna novedad para nuestros alumnos y la calidad de su trabajo en líneas generales, contemplado desde mi atalaya, no ha mejorado en absoluto. Los resultados son paupérrimos. Quizás otros tengan otras perspectivas y puedan aducir que la revolución 2.0 ha traído mejoras sustanciales en algún sentido.

Yo tiendo a crear mis propios materiales y los comparto con ellos a través de EDMODO, esa plataforma educativa que ofrece posibilidades muy interesantes. El resto de profesores se apoyan fundamentalmente en los materiales de la editorial que nos surte educativamente. Necesitan en general un esquema organizado de la asignatura y esto se lo proporciona la editorial correspondiente.

No sé qué pensar. No sé si la revolución 2.0 se ha agotado o ha mostrado claramente sus límites que se manifiestan cuando nuestros alumnos son incapaces de interpretar un texto expositivo o informativo, o bien son más bien poco diestros en elaborar un texto con un mínimo de coherencia y las correspondientes propiedades textuales.

La búsqueda de información es precaria cuando esto era una de las metas más claras de la revolución digital. Raramente saben buscar la información y menos evaluarla para discernir qué es lo importante o qué no. Se han hecho máquinas de copiar contenidos y maestros del corta y pega. Y el nivel es tan mínimo que ciertamente cuando ellos redactan, que es raro, se percibe una precariedad angustiosa.

Nadie compra los libros de lectura. Esto es algo que pertenece al pasado. En el mejor de los casos el profesor les envía pirateado el archivo pdf del libro que hay que leer y ellos intentan leerlo en el ordenador, lo que es altamente problemático por la incomodidad que ello supone.

Todo evidentemente está condicionado por el bajo nivel económico y cultural de nuestros alumnos que se sitúan en un entorno social muy débil.

Sin embargo, cuando uno sabe de centros en que los alumnos llevan libros de texto impresos y que compran los libros de lectura, tiende a sentir una añoranza de un tiempo en que esto era posible. El libro de texto ha mostrado su eficacia, pese a todo su posible cuestionamiento, en cuanto a organización de los materiales, disposición coherente y exposición de todos los niveles de la lengua... Claro que hay editoriales y editoriales, y solo con el trabajo continuado con una de ellas se da cuenta uno de sus límites y de sus fallos, puesto que es en la praxis donde es posible la evaluación pertinente de los materiales y de los ejercicios prácticos necesarios para la consolidación de la materia.

En ocho años de blog he ido evolucionando de posturas favorables a la escuela 2.0 con reservas a sentir actualmente sus límites que se cifran fundamentalmente en su fragmentarismo, en la tendencia a la falta de concentración, en la dispersión de esfuerzos, en la infinitas maneras de enfocar una materia fuera de la orientación tradicional.

Ya nada supone novedad para nuestros alumnos en el mundo digital. Y en el fondo lo que queda del proceso educativo es la coherencia, la estabilidad, la organización y en contrapartida la capacidad de esfuerzo y el hincar los codos de nuestros alumnos. No hay ideas geniales sin estos elementos detrás que suponen la motivación.

Los libros de texto llegaron a un punto en que cansaban, yo lo viví. Ahora son los ordenadores los que han mostrado su insuficiencia y sus vicios, y también han llegado a cansar. Si yo pudiera, que no puedo, me gustaría que mis alumnos tuvieran libros de texto de una buena editorial, pero esto ahora solo está al alcance de clases sociales no agobiadas por la crisis por el alto coste de los mismos.

En todo caso la revolución digital no ha supuesto ninguna mejora real en el nivel de nuestros alumnos, más bien al contrario. Se supone que debía insertarlos en el mundo del futuro y los ha dispersardo totalmente. Es curioso que en Sillicon Valley haya escuelas a las que llevan a sus hijos los empleados de Apple y Google en que han decidido que no haya ordenadores porque les restan experiencias físicas y emocionales.

En fin, el debate está abierto. 

viernes, 12 de abril de 2013

Otra "maldita" novela sobre la guerra civil



Tenemos que estudiar una novela de Ana María Matute titulada Luciérnagas para las pruebas de acceso a la universidad catalana. Ello supone pasar por el trauma de la guerra civil donde se ambienta la novela y la posguerra, así como por las corrientes narrativas de los años cuarenta y cincuenta, la narrativa existencial y la narrativa del realismo social de la generación del Medio Siglo en la que se encuadra anómalamente Ana María Matute.

Mis alumnos tienen dieciocho años. Nacieron en 1995 aproximadamente, veinte años después de la muerte de Franco. He querido ilustrar la introducción del tema con algunos reportajes sobre el NODO de los años citados. Para los lectores jóvenes o allende el océano, el NODO era un noticiario documental que se incluía obligatoriamente delante de cualquier proyección de película y que servía de propaganda del régimen franquista pues todo lo que mostraba eran noticias positivas en las que España se afianzaba económicamente por obra y gracia del caudillo Francisco Franco. Era un poderoso instrumento de propaganda en un tiempo en que el cine era un espectáculo mayoritario y popular. A la vez es un fondo documental de primer orden.

Pero mis alumnos apenas saben nada del franquismo. Les he pasado documentales extensos sacados de Youtube sobre los actos de masas enfervorizadas brazo en alto en la posguerra española, imágenes con la figura del Caudillo exultante y jaleado por las multitudes, desfiles militares, escenas de toreros, folklóricas, inauguraciones de pantanos... que muestran que España está saliendo del hambre y se encamina al desarrollo. Para estos jóvenes es la primera vez que ven imágenes -impresionantes- del calor de las masas en torno a la figura de Franco, incluido en Cataluña donde aparece una misa de campaña con el general Yagüe en la plaza de Catalunya, y el Camp Nou celebrando un partido previa interpretación del himno nacional y el brazo en alto. Me ha sorprendido lo vírgenes que estaban de la España del franquismo que para ellos es una referencia lejanísima, y no sospechan siquiera lo que supuso aquello, más teniendo en cuenta que en segundo de bachillerato hay muchos alumnos de origen inmigrante para los que la historia española es todavía más arcana.

Quería que vieran el poder del franquismo, nada desdeñable, y que ahora tendemos a pensar que fue una tontería inexplicable. He intentado reconstruir la historia para entender a estas generaciones de escritores de los años cincuenta que se proponen cambiar el mundo desde la literatura enfrentándose más o menos abiertamente a la censura y al sistema político imperante. Como ellos no reaccionaban y se han quedado francamente fríos ante todo esto, he hecho de abogado del diablo criticando a esos escritores del realismo social que se erigían en representantes de la clase obrera y campesina para enjuiciar sibilinamente al régimen social de Franco. Por un momento han pensado que defendía al franquismo y me han preguntado si era franquista, más como curiosidad que como verdadera indagación intelectual, porque lo cierto es que les daba exactamente igual si lo era o no. El asunto allí planteado les traía al pairo o les quedaba a muchos pueblos de distancia para suscitar verdadero interés sobre qué era exactamente yo. Esto me ha sorprendido nuevamente, aunque ya hace dos años ante mi insistencia en ponerles canciones combativas de la resistencia frente al franquismo, algunos de mis alumnos me pidieron explícitamente que les pusiera el Cara al sol falangista. Esta vez no hemos llegado allí, pero ciertamente no he podido situar bien la narrativa social de los años cincuenta porque sencillamente no son conscientes de lo que supuso una terrible contienda civil en que hubo medio millón de muertos y más de doscientos mil exiliados.

Ana María Matute es una niña de la guerra que vivió en Barcelona los bombardeos de la ciudad y en su novela casi iniciática Luciérnagas, escrita en 1947 a los 21 años y publicada ocho años después con el título de En esta tierra, totalmente expurgada de todo lo que quitó la censura a pesar de ser una obra no partidista en la que no se condena explícitamente a unos ni a otros, se refleja más bien la distorsión emocional de un grupo de adolescentes que viven en aquellos momentos dramáticos de la historia de España.

Sin embargo, no logro contextualizar lo que supuso la novela, y me doy cuenta de lo que significa el paso del tiempo y la lejanía humana y sentimental de aquel conflicto y del sistema que durante cuarenta años aherrojó a los españoles con una crueldad y saña impensables para estos jóvenes.

Sí, sin duda lo que les cuento son batallas del pasado, de la banderas de nuestros abuelos, y ya no les afecta ni les dice nada aquel tiempo ni aquellos conflictos que a mí me parecen abiertos y sangrantes... pero sin duda no es así. La conciencia histórica es muy frágil y en buena medida se ha perdido totalmente. Así es muy difícil hacer entender lo que supuso de rebeldía la literatura social de los años cincuenta.

Es algo evidente, pero que no deja de sorprenderme. En fin... 

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