Páginas vistas desde Diciembre de 2005




miércoles, 27 de febrero de 2013

El éxito artístico y la rendición a las circunstancias.



Soy profesor de segundo de bachillerato además de varios cursos de la ESO. Las horas que paso en bachillerato me infunden un extraño bienestar y me resultan infinitamente más fáciles que las que paso en la ESO. La literatura es un lenguaje, un código de señales que exige un alineamiento de modelos, de movimientos, de corrientes literarias que es interesante hilvanar mostrando su continuidad y sus procesos de renovación.

Hoy hablábamos del teatro anterior a 1936 en el que brillan dos dramaturgos excepcionales: Valle y Lorca. Sin embargo, Valle no triunfó en su momento y su teatro fue condenado a la lectura de unas minorías hasta que triunfó en los escenarios en los años sesenta cuando fue redescubierto (él había muerto en 1936).  Y es que el teatro innovador necesita de un público acorde a él. Y el público de los primeros años del siglo era conformista y convencional y no iban desde luego al teatro para que los inquietaran, los confundieran o los maltrataran. No, se iba al teatro como ceremonia social, como momento de distracción amable... y desde luego no se esperaba que allí se cuestionara al espectador abriéndole abismos y pasadizos ocultos. Así triunfaron dramaturgos de segundo orden como Echegaray, Benavente (ambos obtuvieron además sendos premios Nobel), los hermanos Álvarez Quintero, Carlos Arniches, Pedro Muñoz Seca, Eduardo Marquina, Francisco Villaespesa... El público no estaba para experimentos estéticos o ideológicos y apostaba por obras que reprodujeran un mundo estable en que tuviera en el mejor de los casos ocasión la ironía suave, la crítica moderada... que hiciera creer al espectador que era inteligente lo que fue la especialidad de Jacinto Benavente que aprendió a moderar su teatro tras su primera obra que fue criticada por el público.

Lorca fue un caso aparte, porque su teatro rural andaluz triunfó en Madrid, en Barcelona y en Buenos Aires con obras como Yerma y Bodas de sangre. Sin embargo, sus obras más difíciles y comprometidas se mantuvieron ocultas y solo mucho tiempo después vieron la luz. Nos referimos a El público y Así que pasen cinco años. De igual modo, La casa de Bernarda Alba no vio la luz en vida de Lorca pues fue terminada y leída en público a finales de junio de 1936 poco antes del asesinato del poeta.

El debate estaba servido. Les he planteado a mis alumnos qué les parecía esa rendición de los dramaturgos para satisfacer al público de modo que el teatro fuera amable y adecuado a las circunstancias. Pongamos el ejemplo de un buen dramaturgo como Benavente que alcanzó el éxito teatral y comercial obteniendo buenos beneficios por derechos de autor. Les he preguntado si merecía la pena ser fiel a unos principios estéticos e ideológicos si ello conllevaba el fracaso en su tiempo, aunque la posteridad reconociera la genialidad de una obra. Les he preguntado si es lógico o deseable prostituirse artísticamente para obtener el éxito, teniendo en cuenta que el éxito de la posteridad no está asegurado y tampoco ofrece ninguna ventaja al que escribe porque ya está muerto. En definitiva, ¿tiene algún sentido ser coherente hasta el final o es lógico rendirse a las circunstancias?

Todos los que han hablado no han sentido ninguna afinidad por la coherencia si ello supone el fracaso. El principal objetivo del arte no es iluminar la oscuridad, desvelar mundos ocultos, golpear al espectador, no. Todos entendían la traición, el conformismo, la rendición al convencionalismo para obtener el éxito. La imagen del genio solitario no parecía seducirles en absoluto a pesar de su índole romántica. Todos los que han hablado defendían la necesidad de la adecuación de la obra al público de modo que permita ganar dinero, y se veía como algo insólito y anómalo la posición de artistas comprometidos que quedaron en soledad escénica por el carácter revulsivo y revolucionario de sus obras.

Les he dicho que probablemente las series que ellos veían en televisión eran series convencionales, no problemáticas, que no les cuestionaban... y que seguramente el cine más experimental no les llegara. Les he hablado de Amor de Michael Haneke que acaba de ganar un oscar, contradiciendo mi planteamiento de que la honestidad y la calidad están reñidas con el triunfo. A veces es cierto que lo experimental, lo radical, lo abismático... tiene éxito, aunque no esté trufado con eso llamado sentimentalismo que es el mecanismo más poderoso para manipularnos, porque es cierto, y ellos me lo han confirmado, que les atrae el sentimentalismo más que la mirada fría y despojada de manipulación. Los seres humanos se rinden en general a lo fácil, pero hoy día existe un público potencialmente abierto a experimentos y a la renovación del lenguaje teatral o cinematográfico.

Me he quedado sorprendido, sin embargo,  porque entre mis alumnos ninguno se identificara con el genio solitario que prefiriera la coherencia artística antes que el triunfo de lo convencional. Sencillamente no lo entendían y lo veían absurdo. Para ellos era mucho más estimable Benavente que Valle porque supo aprovecharse de las circunstancias y ganar dinero. Y además el genio ¿qué es? ¿para qué sirve? 

lunes, 25 de febrero de 2013

Monarquía o república



Recuerdo que el 6 de diciembre de 1978 yo estaba fuera de Zaragoza, mi ciudad natal, donde estaba sirviendo a mi patria en el servicio militar cuando fue convocado un referéndum para aprobar la constitución que ahora nos rige y nos encorseta. No pude pues votar en un sentido u otro y por ello no me siento atado a sus condicionamientos políticos, condicionamientos muy serios para los que vivimos aquello ya que en efecto solamente dos años atrás había fallecido de muerte natural el dictador Franco y un sistema político heredado de aquel tuvo que organizar un referéndum para dar forma a la nueva configuración del estado.

Aquello fue una maniobra de supervivencia. Se votó mayoritariamente a favor de la Constitución porque no había más opciones y el no a la misma no significaba nada concreto salvo la añoranza del antiguo sistema o la negativa radical a aceptar dicho artefacto político que nos encadenaba. En aquel momento teníamos miedo. Las cosas no estaban claras y la nueva constitución era un producto de las circunstancias a las que estábamos atados. El ejército era una razón poderosa, y así pudimos verlo dos años y medio después en el 23 de febrero de 1981. La constitución de 1978 fue una elección condicionada de la que salió refrendada la monarquía sin que nadie, absolutamente nadie, nos preguntara específicamente si deseamos una figura monárquica elegida por Franco o deseábamos otra alternativa de cariz republicano. Se nos hurtó totalmente este momento y ocasión de decidir. Y se nos coaccionó por el miedo a votar positivamente algo que en otras circunstancias nos habríamos pensado una, dos y tres veces. Sentíamos el aliento del franquismo y el ejército en el cogote.

Entiendo que estas circunstancias propiciaron un entendimiento de las fuerzas políticas desde la derecha al Partido Comunista para aprobar un proyecto que nos ha servido durante más de treinta años con algún éxito, pero que ahora revela su fragilidad cuando se plantea la sucesión del rey Juan Carlos lo que tarde o temprano sucederá. ¿Somos monárquicos? ¿Quién lo ha decidido? Yo no, desde luego. La monarquía evidencia su origen impuesto y el sucesor Felipe VI no lo tendrá tan fácil como su padre que tuvo un golpe de estado para afianzar su figura que se convirtió en incuestionable.

Siento cuando abuchean al rey en algunos estadios. Lo siento ciertamente, pero es verdad que ha sido una figura que no cuadra en nuestras circunstancias y se confirma más cada día. Es aguda su decadencia personal en sintonía con un sistema político que muestra los mismos errores que tuvo la Restauración de 1876 en que dos partidos, el conservador y el liberal se alternaban en el poder produciendo una aguda corrupción sistémica. Comprendo que es difícil dar una alternativa a este modo de organización del estado basada en la alternancia de dos fuerzas políticas que tienen todo el poder para ellas, una supuestamente progresista y otra abiertamente conservadora.

Temo que todo estalle por los aires si se airean ciertas ideas. La configuración del estado (centralista, federal, autonómica, asimetría autonómica, independencias incluidas...) es controvertida y polémica. Nuestro país está asentado sobre una enorme fragilidad que se muestra en la inseguridad que tiene nuestro sistema político partiendo de la base de la incertidumbre monárquica. No es que seamos republicanos, pero lo cierto es que nunca hemos tenido ocasión de decidir si queríamos una monarquía como modo de organización política. La decadencia de una figura que se convirtió en carismática tras el 23 de febrero de 1981 está produciendo efectos complicados por su complicidad con escándalos que afectan a su estabilidad (Urdangarin) y no solo eso sino que los españoles somos menos generosos a la hora de permitir la existencia de una institución incontrolable y fuera de todo orden reglado. Está bien que durante treinta años, el rey haya podido ejercer de mujeriego honorable sin que hubiera ningún límite  a su morbilidad sexual... pero los tiempos reclaman otra configuración del estado. Ya sé que es posible otro Berlusconi y que un presidente de la república no garantiza la moralidad del estado... pero yo es que estoy cansado ya de una figura que no representa nada para mí, salvo el miedo al futuro, y cuyo hijo es una entelequia hacia la que no siento ninguna afición... y reclamo el derecho a manifestar mi opinión al respecto, algo que no ha sucedido nunca y el 6 de diciembre de 1978 no es suficiente para mí, dadas sus limitaciones, sus miedos y sus coacciones evidentes.

Pere Navarro, secretario del PSC ha manifestado su deseo de que se produzca la sucesión dinástica de modo que sea Felipe VI el nuevo rey. El PSOE le ha censurado por hablar de lo que no se debe hablar. No se debería hablar de lo que nos afecta. Pero es que yo voy más lejos y reclamo el derecho a elegir la configuración del estado monárquica o republicana. Puede ser que ganen los monárquicos, pero que lo hagan en las urnas tras un debate real y no condicionado por el miedo. Entiendo que la opción republicana, por la que yo votaría, tiene un pasado complicado y que en las ocasiones que ha tenido lugar, ha fracasado por la fuerza del ejército en armas... el ejército y su desorganización política...

Pero es que no me quedo tranquilo si no digo lo que siento.

Es imprescindible poder votar si monarquía o república. Alguna vez tendrá que ser. ¿O no? 

domingo, 17 de febrero de 2013

El papa Ratzinger y Miguel de Unamuno



Sigo con cierto interés las noticias sobre la renuncia de Benedicto XVI al pontificado el próximo 28 de febrero. Me sorprendió como a todos por ser una situación inesperada. Inmediatamente sentí simpatía hacia un hombre por el que no tenía ninguna ya desde el principio cuando accedió al papado. Era un hombre marcado por su talante represor al frente de instituciones de la iglesia que pulverizaban cualquier disidencia. La experiencia de seis o siete años de pontificado han tenido que ser fundamentales para él, viéndose solo en medio de una cuadrilla de buitres y chacales que representan todas las alas fundamentalistas de la iglesia (el OPUS DEI, los kikos, Legionarios de Cristo, la pederastia de Marcial Maciel en Mexico...) Y a la vez desgarrada la iglesia entre un desfase entre su realidad anclada en el pasado y las demandas de modernidad (sacerdocio femenino, uso del preservativo, investigación genética, la homosexualidad...) Aunque uno se pregunta si es posible una iglesia en sintonía con los tiempos basada fundamentalmente en la irracionalidad de una creencia en un ser que no aparece por ningún  lado, que no se muestra, que nos contesta con su silencio administrativo... En este sentido no soy de los que creen que una modernización de la iglesia sea posible.  Cualquier intento de ello llevaría inevitablemente a su desmoronamiento absoluto. La religión no puede ser moderna, ni estar unida a la contemporaneidad. El Concilio Vaticano II supuso el error más tremendo que pudo cometer la iglesia intentándose poner a tono con los días, con los prodigiosos años sesenta. Era imposible. Era abrir vías que llevaron a su crisis más profunda: los seminarios se vaciaron, la gente dejó de ir a la iglesia, y los creyentes vieron a su iglesia metamorfoseada en algo moderno que traicionaba el pasado. Yo tenía ocho años cuando llegaron los influjos de dicho concilio y sé que cuando me explicaron que la misa no sería en latín y que los curas vestirían de calle ... supuso una considerable decepción. El rito católico tenía como esencia ser anacrónico, fuera del tiempo... como es la praxis del islam.

Es imposible modernizar la iglesia. El día que la iglesia se convierta en una prolongación del pensamiento político correcto y admita a los homosexuales en su seno así como su matrimonio y las mujeres puedan ser candidatas al sacerdocio y al papado, el día que la iglesia admita el matrimonio de los sacerdotes, el día que se admita el resultado de las investigaciones genéticas... me temo que desaparecerá porque habrá perdido al núcleo fundamental de sus creyentes que representan la visión contraria. Y además no conseguirá nueva adhesiones que le deberían llegar por su adaptación a la modernidad.

Me imagino a Benedicto XVI, a Joseph Ratzinger, retirándose a un convento de clausura donde le quedarán unos años para ejercer su vocación fundamental que es la teología y la especulación intelectual desde un punto de vista conservador... y entiendo su renuncia al papado que le impide ese tiempo esencial para la reflexión y su plasmación por escrito. Me lo imagino inmerso en una profunda crisis de fe tras pasar unos años en soledad entre las hienas del Vaticano que le habrán llevado a la consideración de que los frutos del cristianismo no son precisamente admirables y que la iglesia de Cristo es todo menos ejemplo de lo que preconizó su fundador hace dos mil años. Él es una persona inteligente, vamos a dejar a un lado su pasado represor, y ha tenido la osadía de hacer algo que nadie había hecho en los últimos quinientos años, abandonar el papado como si fuera simplemente un trabajo y no una misión. Ha tenido la osadía de bajarse de la cruz y reivindicar tiempo para la reflexión y la escritura. Cada instante que le quede a partir del 28 de febrero es esencial. No le queda mucho tiempo. El problema es que su pensamiento profundo quedará velado por su precaución y no lo veremos escrito en sus consideraciones posteriores a su renuncia.

Sin embargo, entiendo que entre las conversaciones más interesantes que se podría tener sería una con él, una vez abandonado su papado y retirado al más estricto silencio como él ha dicho. Me gustaría que traicionara este propósito y nos dejara el testimonio abierto en canal de un papa que duda... Sería terrible pero profundamente literario. Ya lo escribió en 1931 Unamuno en aquella novelita que le supuso la excomunión, San Manuel Bueno Mártir.

¿Cómo empleará el tiempo que le queda Joseph Ratzinger? ¿Será fiel a su vocación intelectual o predominará la prudencia pontificia que le lleve a ser inane e insustancial? ¿Es un verdadero intelectual o simplemente un funcionario que no traiciona jamás a su jefe? Nada hace presagiar que él tenga el coraje de abrirse las venas y mostrarlo ante el mundo, pero lo ha tenido para hacer algo inadmisible que es renunciar.

Tiempo al tiempo. 

viernes, 8 de febrero de 2013

La adolescencia ese mundo extraño y ajeno



Durante buena parte de mi carrera como profesor estuve fascinado por la adolescencia. Me gustaba el contacto con adolescentes, me interesaban sus conflictos, sus debates internos ... y pugnaba por acercarme a ellos por el camino de la motivación que no estaba demasiado alejada de lo que a mí me interesaba. Más bien era concomitante. Recuerdo muchos años de mi carrera docente en que la cercanía a la adolescencia me causaba auténtica conmoción. Yo no era adolescente, pero formaba parte de aquel ejército sin patria que mostraba su modo de estar en el mundo con el que me identificaba y extraía mi fuerza como profesor de sus causas y del impulso que daba a mis acciones respecto a ellos. Yo era así porque me sentía próximo a esa edad, aunque no fuera la mía. Me atraía azuzar sus sentimientos y conversar infinitamente con ellos. Esto me fundamentó durante buena parte de mi carrera como profesor.

Pero hubo un momento con el cambio de modelo educativo en que de golpe me sentí arrojado de aquel mundo y comencé a sentirme extraño. Tal vez era anómalo que antes los sintiera tan míos. He reflexionado profundamente acerca de ello. Los adolescentes de repente se me hicieron lejanos, inexplicables, indiscernibles ... y empecé a sentir una profunda inquietud en mi relación con ellos que contrastaba con la identificación que percibía anteriormente. Antes yo era uno más entre una tribu a la que me sentía próximo, y de pronto me veía arrojado a una posición respetable en que yo me consideraba con unas obligaciones de responsabilidad social y estamental que no me gustaban. Ya no eran mis pares, no. Eran extraños. Y yo debía asumir una posición totalmente diferente en que se mostrara mi sentido de la responsabilidad y mi proximidad a la perspectiva de sus padres y del conjunto del profesorado que los consideraba como adolescentes necesitados de orientación.

Cambió mi modo de estar en el mundo. Yo había sido padre, llegó la era Acuario del año dos mil, cambió el sistema educativo que transformó a los alumnos en incapaces emocionales y educativos. Unos nos hicimos mayores y otros se hicieron pequeños, y el diálogo que antes había logrado que fuera de igual a igual se convirtió en un diálogo imposible si no era orientado por las normas básicas del centro, el reglamento, y la toma de conciencia profunda de que yo era algo esencialmente distinto a ellos, y que solo me debía acercar en determinadas circunstancias y actitudes.

Ahora cuando veo a un adolescente soy consciente de la distancia que nos separa, de los universos que nos distancian, de los diálogos imposibles de establecer, de nuestra radical alteridad... en la que yo debo ser más el profesor que dé confianza dentro de la distancia y la compostura con sus padres a los que he de hablar con seriedad y respetabilidad sobre dicho muchacho.

Muchas cosas han cambiado, sin duda. Yo no soy el que era antes, aunque un permanente poso adolescente me ha quedado. Y ellos no son los que eran antes. La adolescencia se ha convertido en un producto distinto, un estado radicalmente diferente al que yo no tengo fácil acceso, y si logro acercarme es de otra manera al que yo me habitué en otros momentos.

El caso es que no logro conciliar ambos extremos sin solución de continuidad: mi cercanía existencial a la adolescencia durante buena parte de mi carrera y mi lejanía completa en estos momentos en que presiento un mundo ajeno al que me concitaba en aquellas tardes en que quedaba con ellos fuera de horas de clase en mi casa y conversábamos de literatura y les invitaba a tortilla de patatas, y los consideraba más mis cómplices y mis compañeros que esos seres alejados que ahora son a los cuales me aproximo siempre con la conciencia de que soy un adulto que desconfía de ese estado adolescente que me parece tremendamente incompleto y carencial, por no decir, pueril.  

Hay algo triste que ha quedado en el camino y yo no me resigno a perder parte de mis señas de identidad que constituyen mi pasado en esa relación que ahora es asimétrica y profundamente alejada si no es matizada por el paternalismo y la distancia objetiva en la seguridad de que constituimos universos que tienen poco que ver.

Tal vez sea simplemente el hecho de hacerse mayor, pero intuyo a la vez que el propio sentido de la adolescencia se ha transformado totalmente en un par de décadas. No puedo olvidar que hablaba con mis alumnos de Sartre, Dostoievski y Cortázar y aquello no parecía en nuestras veladas compartidas algo anómalo ni imposible. Era un aliciente seductor que nos incitaba a ellos y a mí a participar en un diálogo preñado de sugerencias.

Entiendo cualquier perpectiva, pero lo que sé que es cierto es que duele, a mí me duele. 

martes, 5 de febrero de 2013

Narcisismo pungente en un tiempo de inmediatez absoluta



Suelo mantener una relación intensa y fluida con algunos antiguos alumnos con los que me escribo en un tono directo. Algunos de estos intercambios forman parte de un encuentro dialéctico continuo que no forma parte simplemente de la relación con un antiguo profesor al que se recuerda con más o menos afecto. No. El intercambio sigue y es importante porque todavía tenemos cosas que decirnos y proponernos, entrando a veces en debates que siguen punzantes, relevados de cualquier respeto reverencial.

El otro día una exalumna y amiga me decía en uno de sus correos acerca de mis consideraciones sobre los jóvenes actuales a los que doy clase y sobre los que mantengo algunas opiniones escépticas. Me decía Cora, que ahora tiene en torno a los veinticinco años:  

La inmensa mayoria de jóvenes vive entregada por completo al presente, la evasión, la socialización. No piensan en el porvenir. De hecho no les gusta pensar. Yo les comprendo, llevo una vida parecida. El ego al poder. Sólo el mundo más cercano e inmediato, el personal, no nos resulta ajeno. Todo lo demás carece de veracidad.

Esto me llegó por la noche y lo leí antes de dormir, pero se me quedó aleteando en la conciencia porque lo veía verosímil y expresado por un miembro de esa juventud que en su caso tiene intereses intelectuales muy profundos y complejos.

Que a los jóvenes no les atrae pensar es algo palmario, y he ido viendo una continua evolución en ese sentido desde que soy profesor. Hubo un tiempo en que el profesor que lograba hacer reflexionar y profundizar acerca de algún tema candente, incluso de naturaleza filosófica o literaria, lograba encandilar a los alumnos que se sentían atraídos por la reflexión abstracta y existencial.

Tal vez sea, lo que dice Cora, y que solo el mundo cercano e inmediato, el personal, no resulta ajeno, y que todo lo que vaya más allá carezca de veracidad, igual que carece de interés el futuro, el porvenir ... y que solo la evasión y la socialización tienen sentido en un disfrute continuo del presente al que solo se le buscan sus perfiles hedonistas.

Recuerdo la película mítica de El club de los poetas muertos en que el profesor Keating llevaba a sus alumnos a la consideración del Carpe diem como modo de estar en el mundo. Era esto en un lejano 1989, justo cuando caía el muro de Berlín, pero parece marcar una constatación de una evolución que se haría visible en las siguientes décadas y que yo no percibí hasta entrado el siglo XXI cuando me di cuenta de que los temas y las motivaciones que habían funcionado con otras generaciones habían dejado de surtir efecto por completo hasta llegar al presente en que parece reinar -a lo menos en el mundo en que yo me muevo- un dominio absoluto de las motivaciones concretas del vivir cotidiano e inmediato, más bien del instante preciso en que se vive y que se define esencialmente como aburrido o divertido. No interesante o motivador, no, las palabras que lo expresan son precisamente esas ¿es divertido? ¿es aburrido? sin entrar en otras consideraciones que lleven a planteamientos más dilatados o pospuestos en el tiempo. Todo tiene que ser aquí y ahora, inmediato, y producir una sensación de placer físico o anímico conectando con el estado versátil del ego más evanescente.

Es el reino del ego, unas generaciones egoicas que no toman en consideración una dilación en el placer que debe ser inmediato y conectado con la propia vida en el momento actual, no el que vendrá en uno, cinco o diez años. No, para eso se carece de perspectiva ...

Sin embargo, a medida que voy escribiendo advierto con pasmo que no difiere demasiado de mi modo de contemplar y experimentar el mundo y la realidad. Lo que me decía Cora expresa en alguna medida lo que ella siente, pero también lo que yo también necesito para vivir ... y ello me lleva a pensar que no son solo los jóvenes los que viven en ese mundo de la inmediatez absoluta egocéntrica. No. Hemos cambiado todos, incluido los adultos que nos hemos hecho a ese modo de vivir el presente, aunque matizado claro está por nuestras obligaciones que son más tiránicas y perentorias. Pocos quieren dilatar la obtención del placer encarnado en la inmediatez ... y el presente más absoluto.

¿Y pensar? ¿Para qué? Si sabemos que pensar no nos alivia del dolor de vivir, ni nos lleva a consideraciones menos pungentes acerca de nosotros mismos.

Tal vez lo que diferencia a los seres humanos no sea su necesidad de revelación precisa y exacta del placer en el instante presente sino la necesidad de autoconciencia que lleva a algunos a observarse cuidadosamente y sentir placer intelectual en la propia visión de la evolución de nuestros estados de ánimo y de nuestras ideas potenciales.

No, no somos tan diferentes. Solo que algunos somos más conscientemente narcisistas en un mundo que lo es en alto grado sin demasiada conciencia de ello. 


Selección de entradas en el blog