Recuerdo vívidamente el momento en que de niño -tal vez dos años- descubrí que el espejo reflejaba mi imagen, que aquel ser que se movía torpemente era yo. Tarde o temprano todos lo hacemos. Es un momento metafísico que también alcanzan algunos primates a los que se coloca frente a un espejo y son capaces de ir a por el lazo que les han puesto en la cabeza y que ven reflejado en el espejo. Borges pensaba que los espejos y el coito eran perversos porque multiplicaban a los seres humanos. A mí la idea del espejo me sigue resultando inquietante. Me enfrento, cuando me miro, a un yo que no soy yo, sólo es mi reflejo inverso, y me va dando cuenta de mis transformaciones vitales según sea la luz que me ilumina. El espejo en la oscuridad no refleja nada, necesita de la luz para construir esa imagen que pienso que soy yo pero que a veces me asusta y me llena de aprensión. Ha habido épocas de mi vida en que no he sido capaz de mirarme al espejo. Me producía un íntimo horror. Desviaba mi mirada de mi reflejo en el que era incapaz de mantener la mirada fija.
Me pregunto si los demás, todos esos personajes con los que me encuentro cada día en el autobús, en el trabajo, en mi casa, en la terapia psicoanalítica, los que se comunican conmigo, sin conocer mi imagen, a través del blog y que persisten en seguirme en un deambular caótico y sin demasiado sentido, son también imágenes de un espejo en que me reflejo. Sé que todo esto me lleva a algo que tengo muy enraizado: el solipsismo, una palabra que me encanta y que aprendí de mis lecturas comprometidas de Lenin. El solipsismo consiste en pensar que todo lo que existe es en función de mi ego, que no tiene entidad propia sino como reflejo de mí mismo. Esta era una imagen que me perseguía cuando niño, cuando mis primeros delirios existenciales en que me hechizaban el reflejo del espejo y el mundo onírico en que me desdoblaba por las noches. Imaginaba, soñaba, en un mundo que sólo existía en la medida que yo lo veía, en que yo lo experimentaba. Cuando yo no estaba, dejaba de existir, quedaba en suspenso. No era. Esta sensación me invadió en Venecia esta primavera. ¿Existía Venecia antes de que yo llegara a ella? El entramado de callejones, la vetustez de sus canales, la antigüedad de sus palacios, el testimonio de viajeros, la historia que se respiraba parecían demostrar que sí existía. Pero ¿si todo hubiera sido porque un día llegaría yo y la vería en aquel momento y todo su pasado hubiera existido para que yo lo conociera en aquel instante? Me pregunto qué quedará del mundo, de la realidad, cuando yo me muera. ¿Seguirá existiendo? ¿O en la medida de que yo ya no exista deja de tener sentido si sigue existiendo o no? Esto me lo pregunto algunas mañanas cuando me como unos huevos fritos con chorizo, y pienso en algunas mujeres que veo cuando camino por la calle. Escribir en un blog en un asunto delicado. Todo lo que uno escribe deja constancia, pero el que esto suscribe piensa que cuando se escribe, no debe pensarse en quién lo puede terminar leyendo. Sería un error. No se puede escribir para nadie en concreto, no se puede escribir temiendo decepcionar a alguien. La escritura como los espejos son extraños. Nos revelan y nos ocultan, nos llevan a lugares no sospechados, igual que sé que este post anómalo de un profesor en la secundaria que piensa a veces en una concepción cósmica de la existencia, tal vez cuántica, llegará tal vez a alguien que lo necesite porque habrá tenido ensoñaciones parecidas. El espejo funcionará. Sólo lo escribo para que llegue a ese destinatario que se ha sentido desnudo en la noche pensando que el mundo sólo existe en función de su conciencia. No es asunto baladí. En mi práctica pedagógica lo tengo muy en cuenta. Siempre hay alguien que recibe el mensaje del espejo y multiplica su imagen en virtud del reflejo que yo le he enviado. Es extraño. Vivir es extraño, pero no lo cambio por no vivir. Es más, cuando deje de existir sentiré antes de despedirme, un aleteo de eternidad pensando que mi imagen seguirá proyectándose en un fenómeno de refracción como en un túnel, tal como sucede en dos espejos que se reflejan uno a otro. No sé en que dimensión me iré transformando y si mi eco dejará de existir.
Esto pienso algunas mañanas cuando acabo de tener un sueño sensual, tremendamente sensual, y me levanto ufano para hablar de los niveles de realidad a mis alumnos que no acaban de comprender nada, pero siempre hay alguno que tal vez sí comprende. Y algún día me lo hace saber.
Entiendo que esto es lo suficientemente raro y anómalo como para mandarme a escaparrar nabos. Hacedlo. Si alguno de los que leen esto tiene la voluntad de contestarme, hacedlo de forma anónima y sentíos con libertad de decir todo lo que deseéis. Lo he escrito exactamente para eso, para disfrutar de esa libertad y experimentar el efecto espejo, si es que existe.
Dadme caña, no os cortéis. Poneos una máscara anónima, a ver si os descubro.