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viernes, 12 de junio de 2009

Receso

Estimados amigos:

He llegado a un punto en que necesito una vacaciones blogueras coincidiendo con el verano. Han sido noventa y tres posts (con éste, noventa y cuatro) los que he escrito durante este curso escolar. Quiero comprobar durante un tiempo que se puede vivir sin publicar, sin leer los comentarios, sin leer otros blogs. A veces esta actividad es de una tiranía autoimpuesta sorprendente. No me cabe duda de que soy un adicto a los blogs. Me produce una gran satisfacción la posibilidad de fijar mis impresiones ¿pensamientos? y que alguien -casi siempre con generosidad- lo lea y me dé su punto de vista. Gracias, amigos, por vuestra participación, por vuestras opiniones, por vuestros desacuerdos... Estos los aprecio doblemente porque muestran que ni este blog -ni los que frecuento- son blogs en que todo el mundo dice que es maravilloso por sistema lo que se ha escrito. La discrepancia es la base más fructífera de la blogosfera, la discrepancia y en otras ocasiones el acuerdo razonado.

A partir de ahora, apago, desconecto, emigro, me evaporo, me esfumo, me dedicaré más a la lectura, a mi familia, a caminar, a ir a la piscina, y, si puedo, a viajar. Tengo la intención de caminar doce días en agosto recorriendo el camino “primitivo” de Santiago, entre Oviedo y la capital compostelana. También soy un adicto al camino.

Hasta la vista, que seáis felices.

martes, 9 de junio de 2009

La lengua sospechosa

"Idioma y ciudadanía” es el título de un artículo de Fernando Lázaro Carreter publicado en El País el 12 de enero de 1977. He llegado a él por azar buscando otros temas lingüísticos, pero su encuentro y lectura me han evocado algunas reflexiones y nostalgias de la presencia del autor en la vida cultural española. Fue catedrático de Lengua española en la universidad Complutense y en la Autónoma de Madrid. Participó en la elaboración del Manual de Español Urgente (1976), fue miembro de la Real Academia de la Lengua desde 1972 y director de la misma entre 1992 a 1998. Lo recuerdo con especial cariño porque siendo además paisano mío -zaragozano- siempre veló por la riqueza expresiva del español. Sus artículos en la prensa, luego publicados, El dardo en la palabra, sobre los errores de los medios informativos en el uso de la lengua, eran de una calidad incuestionable y siempre resultan certeros y sugerentes. Asimismo, era un lujo contar con libros de texto en el antiguo BUP y COU de la editorial Anaya de lengua y también de literatura dirigidos por él con la colaboración del también especialista Vicente Tusón. Atesoro dichos textos como auténticos manuales de lo que es un estudio eficaz y rico de la lengua y de la historia de la literatura.

El artículo en cuestión Idioma y ciudadanía partía de la tesis de que el hablar y escribir bien era percibido -¡hacia 1977!- como un atributo de clase social. Hablar y escribir bien era considerado como sospechoso de ser instrumento de la clase superior y dominante frente a la que se reivindicaba otra lengua más libre y menos constreñida por la corrección considerada burguesa. Así las jergas juveniles, los idiolectos, los “tics”, los cliches y los vulgarismos pertenecientes a un registro coloquial y vulgar del lenguaje eran asumidos como signos de clase. Fernando Lázaro proponía un acercamiento respetuoso en la escuela a estas hablas, sin aires de superioridad, para hacer conscientes a los hablantes de la necesidad de ampliar dichos registros para alcanzar un nivel estándar de la lengua. El profesor no debía dejarse llevar por el desaliento o la resignación ante las incorrecciones lingüísticas u ortográficas de sus alumnos y debía transmitir también que la lengua no es sólo un vehículo de expresión sino además un medio de elaboración y transmisión del pensamiento. A un dominio lingüístico pobre del lenguaje corresponde un pensamiento también pobre. Si el profesor no estuviera decidido a intervenir consagraría una injusticia porque muchachos provenientes de otros medios sociales con un dominio superior del lenguaje poseerán mejores instrumentos de pensamiento y de expresión.

Han pasado treinta y dos años desde que fue publicado este artículo, y el autor ya hace cinco que falleció, pero sigue vivo el debate que genera que no es otro que el de intentar suscitar el amor y el cuidado de la lengua que no es sólo vehículo de expresión, aunque esto es lo que creen la inmensa mayoría de los alumnos. Muy pocos entienden que la lengua es algo que hay que cuidar y enriquecer. El amor por la lengua es algo que debería venir ya desde la propia familia. Es la carta de presentación de las personas sea en su vertiente oral o escrita. Sin embargo, las tres décadas que han pasado desde este artículo han intensificado el descuido y la degradación de la lengua hasta niveles que hubieran estremecido al autor de la reflexión. A los adolescentes no les gusta hablar o escribir pensando lo que hablan o escriben y consideran su nivel de lengua adecuado porque les sirve como instrumento de comunicación suficiente. El habla cuidada se considera una barrera y se percibe como algo innecesario y pedante. No es algo que sirva como modelo a imitar.

El nivel lingüístico de los adolescentes no sólo no se ha ensanchado sino que se ha empobrecido por las fórmulas sintéticas y esquemáticas de escritura en los chats y en los móviles que lastran la expresión más rica y matizada a la que no se le presta ninguna atención. El profesor se da cuenta del atroz empobrecimiento expresivo y ortográfico pero sabe también que no sólo es un problema escolar. Sus límites son sociales y la escuela puede hacer bien poco para equilibrar la balanza introduciendo una cierta mesura y riqueza en ese espontaneísmo y naturalismo que impregna cualquier escrito escolar. No existe conciencia del valor de la lengua. Se ve a esta como algo transparente y funcional y se pierde la noción de estilo personal. No es casualidad que triunfen escritores sin estilo que emplean un nivel pragmático y llano, con escasos matices. Del mismo modo el debate político no cuenta con buenos oradores y los medios de comunicación transmiten una dimensión laxa y pobrísima del lenguaje poblado de expresiones espontáneas que sirven eficazmente para comunicarse. ¿Qué modelos ven nuestros alumnos en su propia casa o en los medios de comunicación? Ya me contentaría con que la conciencia lingüística sólo fuera un diez por ciento de la pasión que suscita el fútbol.

El tema que propongo hoy es el del empobrecimiento de la lengua a todos los niveles (léxico, sintáctico, ortográfico y por fin estilístico). En 1984 de Georges Orwell, los dominadores de la sociedad difunden un neolenguaje que prescinde de la variedad y la riqueza de la lengua, laminando matices y eliminando términos. Saben que controlar el lenguaje es controlar el pensamiento. ¿Qué pasará cuando el castellano se hable sólo con quinientas palabras? ¿Tiene solución? ¿Puede hacer algo la escuela ante esta deriva general? ¿Es el hablar y escribir bien algo académico, y por ende una antigualla?

viernes, 5 de junio de 2009

Adiós, pequeño saltamontes

Ha muerto David Carradine en Bangkok a los setenta y dos años. Las circunstancias de su muerte no están claras pero todo apunta a un suicidio. David Carradine, hijo y hermano de actores destacados, puede que sea un desconocido para algunos de los lectores de este blog, pero para ciertas generaciones interpretó a un personaje que a algunos nos marcó poderosamente: Kwai Chang Caine, el monje pacifista que deambulaba por el oeste americano. La serie era Kung Fu, y para mí singularizó un momento de mi vida. Caine era un monje budista del templo de Shaolin. Su maestro le llamaba “pequeño saltamontes”, calificativo que se hizo popular en todo el mundo. En un momento de su trayectoria mata al hombre que ha asesinado a su maestro ciego y ha de ponerse a viajar y llega a Estados Unidos donde tienen lugar sus andanzas. Kung Fu es una larga serie de aventuras en que se superponen las enseñanzas de su maestro (en flash-back) que lo instruía en el taoísmo y el budismo y las circunstancias que se va encontrado. Es un experto en artes marciales pero sólo ha de hacer uso de ellas en caso de defensa propia. Era un aventurero con formación filosófica.

Este personaje le hizo popular en los años setenta y ochenta, y a pesar del tiempo pasado y su participación en más de un centenar de películas, los que lo conocimos, lo seguimos recordando por el papel del pequeño saltamontes. Su carrera fue extraña y excéntrica. Vivió en comunas hippies, probó las drogas como el peyote y no acabó de ser un actor convencional marcado por su aura de extraño. Trabajó para Martin Scorsese en Boxcar Bertha y para Ingmar Bergman en El huevo de la serpiente, así como para Quentin Tarantino en las dos entregas de Kill Bill pero nunca logró desprenderse del papel representado como monje de Shao Lin y lo vemos en todas las noticias que han aparecido en la prensa ayer y hoy en que se destaca este trabajo.

A mí personalmente me abrió el camino del taoísmo y del zen que años después practiqué. En seguida me di cuenta que en las conversaciones de Chang y su maestro había algo esencial que me interesaba y de hecho era lo que más me gustaba de la serie. El maestro era ciego y aparecía entre numerosas velas enseñando al pequeño saltamontes. Estos momentos me fascinaban mucho más que cuando Chang se veía obligado a ponerse a luchar en contra de sus inclinaciones pacifistas.

Años después compré el libro de Eugen Herrigel, El zen y el arte del tiro con arco y me lo recordó. En realidad para tensar el arco no es necesaria una gran fuerza, y el maestro ciego acierta en la diana sin ningún esfuerzo porque el arquero es simultáneamente el arco, el arquero, la flecha y la diana. Todo es uno. Cuando se entiende esto, ya no es ningún misterio el arte del tiro con arco. 

Ignoro cuál ha sido la causa de la muerte de David Carradine. La policía habla de suicidio o de accidente sexual como primeras hipótesis. Pienso que el actor encarna las contradicciones de un modo de ver el mundo entre el zen, el taoísmo, la psicodelia, el cine de culto y las series B, los hippies... No sé, me gustaría que en su vida haya habido intensos momentos de serenidad como los que me procuraba aquella serie y las conversaciones con el maestro aunque el actor quisiera desprenderse de una vez de aquel personaje que lo encasilló para siempre.

"Conocer y no saberlo, ésta es la perfección.

No conocer y estimarse sabio, éste es el mal.

Conocer el propio mal es liberarse del mal.

El sabio no tiene mal, porque lo reconoce, no lo padece"

(LaoTsé)

martes, 2 de junio de 2009

La nueva escuela.

El pasado 27 de mayo la prensa nacional (al menos El País) publicó un manifiesto como publicidad con el título OTRA ESCUELA ES NECESARIA Y ES POSIBLE, con el subtítulo MANIFIESTO PEDAGÓGICO “NO ES VERDAD”.

Dicho manifiesto mostraba su preocupación por ciertas ideas que se han difundido y que “distorsionan la realidad”. Resumo aquí las líneas maestras de este manifiesto: la escuela existente sigue en esencia el modelo de la escuela tradicional que se basa en la transmisión de saberes desfasados, en el aprendizaje repetitivo, en la evaluación sancionadora y en la prolongación de la jornada con bastantes deberes y se sigue creyendo que saber es retener información para el examen.

Deduzco, pues, que lo que se pone en cuestión es la capacidad de los profesores en la transmisión de saberes que se consideran desfasados y se defiende una escuela en que el profesor sea un mero administrador o coordinador de una búsqueda individual o en grupo de fuentes de información basadas en las nuevas tecnologías tomando a Google como el profesor idóneo. Deberá ser el profesor el que en un nuevo marco, sin exámenes y sin demasiados deberes, coordine dichas búsquedas que serán juzgadas como formando parte de un proceso de aprendizaje que habrá de resultar esencialmente satisfactorio para el alumno puesto que él, mejor que nadie, es el que sabe lo que le interesa. La escuela pasa a ser así un espacio agradable y se dejan de lado las engorrosas calificaciones y esa pesadez del llamado esfuerzo individual. El futuro es de los jóvenes y estos saben lo que quieren mejor que nadie. Sobran los exámenes.

El manifiesto niega que hayan bajado los niveles. Esto sólo es cierto si consideramos los parámetros de la enseñanza tradicional autoritaria y jerarquizada (y aburrida) y el tendencioso informe PISA. En un mundo en que la información circula libremente por internet y todo es relativo y no hay certezas absolutas, la escuela sigue anclada en modelos del pasado queriendo explicar el mundo y acumulando conocimientos que hoy son útiles, tal vez, pero mañana habrán pasado a ser inútiles.

El manifiesto continúa afirmando después que los alumnos de ahora no son peores que los de antes. Son diferentes, y si son diferentes la culpa no es de ellos. Es la sociedad la culpable por el consumismo que se ha impuesto, la cultura del triunfo y de la superficialidad. Son inciertas asimismo las noticias que se han difundido por los medios y que crean una alarma injustificada diciendo que hay falta de respeto hacia los docentes o que existe el acoso escolar. Son temas secundarios que se han sobredimensionado.

Entiendo que lo que aquí se hace es absolver a los pobres alumnos de toda responsabilidad. La responsabilidad es esencialmente social y además de la prensa por difundir una serie de estereotipos negativos de la escuela que han dañado la imagen de la misma. No se habla en absoluto de la influencia negativa que ejercen alumnos con mal comportamiento y con los cuales, siguiendo la espiral de razonamientos del manifiesto, se habrá de ser tolerante porque la culpa no es de los jóvenes pues lo único que hacen es seguir pautas sociales generalizadas. La escuela renuncia, entiendo yo, a educar seriamente con otros valores diferentes de la sociedad. Este es el llamado “buenismo” que entiende que el joven es inocente y es la sociedad la que lo corrompe. La desmotivación es culpa de la escuela porque no sabe adaptarse a las particularidades de estos alumnos diferentes con piercings, tatuajes, mp4, chats, facebook, Disney Channel...

El manifiesto en su punto cuarto sostiene que lo que pasa y la causa fundamental del estado de la escuela y su fracaso estriba en la falta de formación pedagógica de los profesores que no saben nada de la psicología del alumnado, la importancia de lo afectivo, la selección de recursos sobre todo de aquellos más próximos a los jóvenes (nuevas tecnologías, claro está), las formas de evaluar, las tendencias innovadoras en educación, la dinámica de grupos...

Deduzco aquí que lo que hace aquí es apuntar como causa del malestar y fracaso de la escuela a la escasa formación pedagógica de los docentes que saben quizás mucho de su materia y poco de pedagogía. Ya tenemos aquí el siguiente eslabón en la cadena: la culpa es de los profesores que no saben reconocer al alumnado que tienen ni los tiempos que les ha tocado vivir y se obstinan en seguir aferrados a la escuela tradicional en la que ellos son claves en la transmisión de los conocimientos no queriendo perder sus prerrogativas sancionadoras en lugar de perseguir una escuela abierta, democrática, igualitaria, lúdica, sin exámenes o relativizando mucho estos. Es la escuela en este sentido la que debe adaptarse a los jóvenes, a sus expectativas (o sus caprichos) y no estos a las normas de la escuela. La indisciplina es culpa de los profesores y de la sociedad porque la escuela está anclada en el pasado, es poco lúdica y escasamente participativa. No entiende a estos jóvenes diferentes a los cuales se los estigmatiza con etiquetas del pasado como el rendimiento o su conducta cuando lo que hay que hacer es promover la autoestima para no crear traumas de por vida y no extremar demasiado la importancia de los conocimientos (tan relativos, por otra parte). Lo importante es que la escuela sea democrática y fomente la igualdad social. No hay mejores ni peores alumnos, sólo diferentes facetas de la personalidad humana. Eso y buen rollete, que no falte. Nadie es superior a nadie. La idea de que un instituto es un centro de enseñanza es una idea del pasado. Lo esencial es que no se discrimine a nadie y se entiendan las variantes de la conducta de los jóvenes como manifestaciones de la rica cultura de las nuevas generaciones.  


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