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martes, 11 de noviembre de 2008

El niño que leía a Dostoievski


Hace ya unos cuantos años y unas cuantas nevadas, yo era profesor en Berga, una pequeña ciudad al norte de la provincia de Barcelona, al pie de las montañas del Prepirineo. Allí pasé tres años de los más felices en cuanto a mi experiencia docente. Los muchachos eran receptivos y con ganas de hacer algo diferente con la literatura, la asignatura que entonces existía y de la que era profesor a tiempo completo.

 Di clase en segundo de BUP, en tercero y en COU. Esta referencia viene a colación a una imagen, entre otras, que se me quedó impresa en mis gozosas clases en un curso de segundo. Había un muchacho, Daniel, menudo físicamente, con el cabello muy negro y algo largo, y con unos ojos oscuros extraordinariamente vivos. Daniel tenía unas circunstancias personales que lo hacían especial. Sus padres estaban separados, pero él no vivía con ninguno de ellos. Él a sus quince años lo hacía en una residencia, donde estaba como interno, y sólo salía para ir a clase. ¿Qué tenía de especial aquel muchacho serio y concentrado, ensimismado y poco charlatán, con un aire solitario y una velada tristeza que lo aureolaba? Pues que leía apasionadamente a Dostoievski. Le vi varios libros del autor ruso a lo largo del año. Los tenía en aquella antigua colección Bruguera que me trae tan gratos recuerdos. Leyó libros sorprendentes para su edad. Yo intentaba interesarme por lo que leían mis alumnos en aquellas horas de lectura libre que les dejaba para que leyeran sus libros preferidos. A lo largo del curso observé que leía Crimen y castigo, Los hermanos Karamazov, El idiota, Los demonios y quizá Memorias de la casa muerta. Leía  con una concentración intensa. Se pasaba la hora de lectura totalmente inmerso en la novela, como si el tiempo estuviera detenido y salía lentamente cuando sonaba el timbre o el profesor interrumpía la actividad para decir algo sobre algún trabajo pendiente.

 Años después leí Mi hermano el idiota del español Michel del Castillo. Me lo recomendó mi amigo Juan Poz. El protagonista, abandonado por su madre y huérfano de padre, vivió los terribles años de la posguerra exiliado en Francia, deportado en la Alemania nazi y recaló en su adolescencia en aquellos oscuros y tristes internados de la España del franquismo, además con el agravante que era hijo de republicano. Allí un profesor frustrado y alcohólico, que se encariñó con él, empezó  a facilitarle libros de Dostoievski, con los que el muchacho se sintió profundamente identificado en esos años dolorosos y de extrema soledad.

 A veces me pregunto por qué leemos, y me viene la imagen de aquel muchacho solitario, Daniel, que leía, igual que Michel del Castillo, para escaparse de la soledad, para huir de unas condiciones opresivas y amargas.

 Al año siguiente, Daniel ya no estaba en el instituto. Me quedé con las ganas de hablar con él, pero no quise forzar aquel cerco de silencio que había en torno de él.

 Por aquel tiempo, Michel del Castillo respondía a una extrevista de Feliciano Hidalgo (1981) sobre el papel de la cultura. Decía así el autor nacionalizado francés:

 “Ante la fragilidad del mundo en el que vivimos y ante la fragilidad igualmente de la cultura, cuando se es un hombre angustiado, como lo soy yo, una de dos: o decide uno suicidarse, o hay que creer en la perennidad de la inteligencia, del humanismo, del amor, de la cultura en suma”.

 No sé por qué  cuando pensaba en el tema del siguiente post, me vino a la memoria la historia incompleta de aquel muchacho que leía a Dostoievski a sus quince años. Algún día me gustaría recuperar a modo de libro de memorias docentes la semblanza de aquellos muchachos o muchachas que se me han quedado impresos profundamente y de los que aún muchos años después sigo viéndolos sentados en la clase como en una foto detenida.

 Querría que en ellos jugara un papel fundamental el humanismo, la inteligencia y el amor a la cultura. Y a ser posible que sigan leyendo a Dostoievski. O que sean apasionados del surrealismo, o se hayan orientado, como alguno de ellos hacia el veganismo. El caso es trascender este círculo de banalidad que impregna nuestra época.  

20 comentarios :

  1. Qué bonito recuerdo y qué buena idea la de hacer una especie de memoria docente en la que recopilar esas historias que van pasando por nuestras aulas. Seguro que sí, que ese alumno y otros han quedado marcados por el amor a la cultura. Y sólo con que uno de ellos lo consiga merece la pena esta profesión.

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  2. A algunos nos vendría bien un poco más de banalidad para que las cosas no nos doliesen tanto ni nos lo tomásemos todo tan a pecho.

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  3. Desde la aparente intrascendencia del devenir humano se pueden atar hilos y construir vigorosas historias. Me ha conmovido la historia de Daniel. ¿Qué habrá sido de él? ¿Seguirá con su amor por la literatura?
    El mundo está lleno de niños como Daniel, sólo hace falta descubrirlos.

    Un saludo.

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  4. historias del pasado cargadas de melancolía. A veces es bueno volver la vista atrás

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  5. Te acuerdas de él porque era lo excepcional, lo especial. Se habla y se escribe de lo excepcional, y en mi recuerdo hay algunos de estos jovenes, muchachos y muchachas que eran diferentes, que tenían un halo personal, con una vida fácil o difícil, muchas veces eso no es lo dicisivo, hasta el punto de que he llegado a pensar en la gracia, como la entienden las personas religiosas, algo inexplicable que algunos seres tienen, y no sólo seres humanos. Participo en cierto modo de la filosofía vegana; no lo soy en la dieta, simplemente soy vegetariana o lo que se llama ovo-lacto-vegetariana, pero quizás ese sea mi siguiente paso. Es una cuestión de conciencia, en lo profundo, lo ves o no lo ves, y yo ya he visto algo.
    Te animo a que hagas ese ejercicio de memoria, porque lo creo importante como transmisión de experiencias y de un modo de ver la docencia a nuevas generaciones de enseñantes y educadores.

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  6. Buen relato y mejor reflexión; la lectura, es cierto, ayuda muchas veces a huir de una realidad que no nos gusta demasiado y por eso nos sirve para evadirnos de ella y entrar en otros mundos. Concretamente Dostoievski yo creo que es un autor dotado para conectar con momentos de cierta tristeza.

    Me ha encantado tu historia. Gracias

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  7. Si no en las librerías, sí en nuestros afectos esas 'Memorias docentes' de Joselu serán las número uno de lectura. Ánimo profesor.

    En cuanto a saber por qué leemos puede haber tantos motivos que he renunciado a quedarme con uno sólo de ellos.

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  8. Joselu, por favor, escribe ese libro :-) yo, al menos, lo aguardo desde ya.
    saludos
    rib

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  9. me ha dejado un tanto despistado esta referencia al veganismo. Viviendo de la forma que vivo, mis relaciones son un tanto diferentes a lo que podría llamarse normal, o dentro de la sociedad, por eso conozco muchísima gente vegetariana o vegana.

    Los veganos siguen un modo de vida impresionante, pues no se quedan solo en el respeto a los animales, sino que van más allá, intentando avastecerse ellos mismo de todo lo necesarion, sin participar en ningún mercado de explotación.

    Conozco veganos que consumen carne o pescado, simplemente los cazan, roban los huevos a gallinas salvajes o cogen moluscos de las rocas. También hay una parte del veganismo que cree en la ganaderia, pero sin explotación dejando al animal casi libre sin engordarlo con métodos insanos, etc.

    También quiere agradecer las palabras de Michael del Castillo, pues en un momento de la vida, también opté por las dos cosas. La cultura, el arte callejero, la escritura, son el mejor bálsamo para salir de momentos difíciles, sobretodo si los prctica uno mismo, buscando lo mejor y no lo más caro.

    saludos

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  10. Hola Joselu, estupendo escrito que a todos maestros, supongo, consigue encender una bombilla que manda luz hasta iluminar varios rostros de chicos que han pasado por nuestras clases.

    Yo comparto con vosotros la historia de Elena, una niña de diez años que leía a cada momento y en cualquier posición, que deseaba ser escritora, y que se preguntaba qué significaba estar vivo, o estar muerto, qué significaba ser. Ya había llegado probablemene al final del camino, a las preguntas sin respuesta.

    Saludos.
    José Luis.

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  11. Joselu, en cualquier parte Daniel debe haber releído a Dostoievski, mejor visto después de tener la pupila abierta por el profesor respetuoso de su tiempo y espacio. Cada vez me muero más de ganas de sentarme en un aula a escucharte, mejor si pudiera hacerlo como adolescente, pero estoy segura de que a cualquier edad quedaría bajo el hechizo de un profesor tan cercano a sus estudiantes, eres la viva expresión de la sentencia. "instruir puede cualquiera, educar solo aquel que sea un evangelio vivo".
    ¡no sabes cuánto deseo que mi hija tenga un maestro de veras!
    Uno que vea más allá y a través de ella, me conmueve tu amor por los estudiantes, el respeto por tu profesión y el interés humano en enseñarles aunque sea a contracorriente.
    Un abrazo

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  12. Me encantaría leer esas semblanzas de alumnos

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  13. ¿Alguien ha reparado en lo que los libros tienen de escudo protector? Los abrimos y, ¡zas!, cortamos por lo sano nuestra relación con el entorno. Nos aislamos. Y quizás eso son los lectores compulsivos: islas rodeadas de vulgaridad. Quien se parapeta tras un libro ha optado por la vida interior y desdeña, a veces hasta con orgullo, lo que el entorno pueda depararle, más allá de nuevos libros tras los que seguir inmerso en su mundo, hecho de otros, muchos de ellos maravillosos. Las portadas emiten señales, cierto, pero no estoy muy seguro de que prefiramos "hablar acerca de", incluso con nuestros semejantes, que "seguir leyendo", engolfados, arrebatados, transportados, bendecidos (de bien dicho)...
    Un lector es un tesoro. Y ver leer, aunque suene a absurdo, un espectáculo que reconforta y alienta en los momentos de crisis y de sequedad espiritual.

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  14. Yo tambien tengo una memoria de mis profesores de instituto, no de todos, solo de los inteligentes que eran pocos. La mayoria daba su clase y no explicaba bien el por que de las cosas o se creian por encima del bien y del mal, se creian rojos o de derechas o rectos o casados o implacables.
    Y estoy segura de que, nosotros, los alumnos, eramos mil veces mas sorprendentes de lo que creian ellos.
    Pero nos fuimos.
    Gracias por rescatar a Daniel, donde quiera que este.

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  15. Todos los Daniel que pasan por nuestras vidas se pierden en el laberinto de la memoria... Se merecen que les dediques este artículo y piénsate lo del libro. ¡Ánimo, Joselu!

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  16. Te animo a empezar -o terminar y publicar- ese libro.

    Aquí tiene a otro que lo aguarda.

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  17. ¿Qué hizo a ese niño protegerse en la literatura y no en la droga, o en la locura? Es algo que llevo pensando un tiempo: ¿qué hace que un niño se revele y supere un entorno desmejorado?

    Profesor, cuando publiques esas memorias, yo compraré un ejemplar.

    Un saludo

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  18. Qué felices aquellos años de docencia, cuando teníamos alumnos y asignatura para trabajar.!Cómo recuerdo a mis antiguos alumnos del viejo bachillerato con COU! Hoy, padres de familia, siguen acompañándome al campo a disfrutar de la naturaleza como aprendimos juntos.

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  19. Quién sabe qué misteriosos mecanismos hacen revivir en nosotros recuerdos que creíamos dormidos. Somos la suma de todo lo que hemos vivido y las personas que hemos conocido, pues cada uno nos aporta algo, en una u otra medida. Los alumnos ignoran la huella que dejan en nosotros, y sin embargo ahí quedan, en ese rincón del aula y del alma, cada uno con sus particularidades y sus circunstancias. Todos hemos tenido alumnos notables, o difíciles, o raros, y a veces nos pesa no haberles ddicado más atención. Y ciertamente se merecen un libro, un libro lleno de cariño y de emoción, porque libros negativos sobre la enseñanza ya hay en demasía. Si lo tienes más o menos claro, adelante. Yo también lo he pensado en más de una ocasión, pero me falta constancia y disciplina para una tarea que se antoja titánica. Ya veremos.
    Un abrazo, colega.

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  20. Algunas personas me han preguntado por qué me gusta leer... Y la verdad es que hay demasiados motivos, pero sin duda, uno de ellos es el de escapar. Hace años leyendo "La Historia Interminable" (libro de constantes relecturas) un amigo me preguntó ¿qué vas a hacer esta noche? y le dije: Me voy para allá - señalando a un espacio indeterminado en el cielo; si, hacia allá me voy cuando leo...

    Hermoso que recuerdes a Daniel.

    Me sumo al clamor popular que pide un libro de aquellas tus memorias! ¡Dale Joselu! ¡Dale!!!!

    Saludos,
    Lucero

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