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lunes, 29 de septiembre de 2008

Ànima càndida

Este es el título de un artículo de opinión firmado por Jordi Llovet en el Quadern de El País el 25 de setiembre del presente. No puedo enlazarlo porque El País no publica en su edición digital los artículos o noticias publicadas en otras lenguas diferentes al castellano.

El artículo de Jordi Llovet versa sobre el último libro de Daniel Pennac Mal de Escuela en el cual estoy sumergido habiendo leído tres cuartas partes del volumen. Jordi Llovet acusa a este libro de optimista, de aprovechar la figura del estudiante zoquete para reivindicar una pedagogía ilusa o inocente. Recordemos que Pennac escribe este libro dividido en dos secciones, una biográfica en la que se evoca como alumno fracasado en la escuela francesa de los años cincuenta. Se recuerda como el alumno que se sentaba en el último banco y acostumbraba a desconectar de las explicaciones del profesor que por otra parte no entendía en absoluto. De esta situación fue salvado por un viejo profesor que le pidió escribir una novela –sin faltas de ortografía a las que tan proclive era el Pennac de aquellos años- a cambio de de no hacer exámenes de lengua francesa.

 La segunda parte del libro, más interesante todavía que la primera, es cuando Pennac utiliza sus veinticinco años de docencia para extraer algunas reflexiones que me han parecido sumamente lúcidas e interesantes teniendo en cuenta el tipo de alumnos que tenemos en este momento. Discrepo totalmente de Llovet cuando achaca este libro a la grafomanía de un escritor de éxito que necesita publicar un libro cada año para estar en el candelero. Mal de escuela, igual que Como una novela está compuesto de reflexiones personales originales y muy sugerentes. La mayor acusación a este texto es de calificarlo de roussoniano, aquella tendencia de pensamiento que estima que los seres humanos somos buenos por naturaleza pero es la sociedad quien nos pervierte. En el fondo está el pensamiento de Hobbes que nos recuerda que el hombre es un lobo para el hombre. Llovet apunta críticamente también con agudeza, que nadie le niega, a películas como El club de los poetas muertos o Los niños del coro. Reconozco que son dos películas que he visto en múltiples veces y que me han emocionado. Era profesor en los años noventa cuando estrenaron El club de los poetas muertos y yo que no soy nada dado a los escalofríos o las emociones fáciles, aquella película consiguió conmoverme, igual que Los chicos del coro. Ambas acaban de forma semejante. El profesor, un alma cándida, que ha conseguido transformar a sus alumnos con sus enseñanzas, es despedido de la escuela. Sus alumnos parecen ignorarlo pero hay una sorpresa final en ambas películas cuando los muchachos del profesor Keating se suben a las mesas saludando emocionados a aquel profesor que tanto les ha enseñado acerca de la vida. En Los chicos del coro, son unos aviones de papel que son lanzados desde las ventanas del internado porque les han prohibido salir a despedirse del profesor.

 Hay muchas películas que recrean la figura del profesor. Hubo una cuyo nombre no recuerdo que contaba la historia de un profesor de matemáticas enfermo del corazón que cogía un curso en Nueva York que era un desastre y lograba elevar su autoestima y llevarlos a la olimpiada matemática de los Estados Unidos y quedar en un buen lugar. No recuerdo el nombre, si alguien lo hace, le ruego que me lo diga para poder volverla a ver. 

¿Qué seríamos los profesores sin ese componente roussoniano que ve en nuestros alumnos oportunidades abiertas, todavía no cerradas? El sistema educativo puede rozar la catástrofe, pero a mí este sistema educativo me deja frío. Lo que me preocupa es el encuentro personal con algunos alumnos a los que mis palabras puede que no sean indiferentes. Necesito ser optimista (aunque de naturaleza soy pesimista) para esperar. Esa dichosa esperanza que es la virtud más necesaria entre los docentes. Alguien podría añadir también la necesidad de realismo, de tener los pies en la tierra. Pero las grandes utopías educativas desde Platón a Summerhill o Walden o la vida en los bosques, se han nutrido de un componente teñido de una cierta inocencia. El profesor ha de saber quién es cuando entra en clase, pero en su fuero interno ha de estar contagiado de esperanza. Antes Rousseau que Hobbes. Y además considero que la memorización de textos literarios como recomienda Pennac es un excelente método de comprensión reflexiva si a los alumnos se les hace pensar sobre lo que están memorizando. El libro de Pennac es interesante, aunque lo dice alguien que en este momento está en la barrera contemplando el mundo educativo. 

miércoles, 24 de septiembre de 2008

Buda explotó por vergüenza

Hace unos cuantos posts Juan Poz nos hablaba de la película dirigida por la iraní Hana Makhmalbaf Buda explotó por vergüenza. Recuerdo que fui a ver esta cinta en febrero de este año y salí profundamente conmocionado. La directora tenía dieciocho años cuando dirigió esta película ambientada en el Afganistán de los talibanes, en el espacio donde fueron dinamitadas las figuras de Buda. El guión es de su madre Marziyeh Meshkini, y la joven directora es hija de Moshen Makhmalbaf, director a su vez de películas notables como Gabbeh, El silencio y Kandahar.

 La protagonista, una niña de seis o siete años, Baktay, cuida de su hermano, pero oye a un niño vecino suyo una hermosa historia que le cautiva. Quiere ir a la escuela a aprender a escribir. Pero estamos en el Afganistán de los talibanes. No será fácil. Baktay habrá de conseguir un cuaderno para ir a la escuela. La búsqueda del cuaderno es épica, y cualquiera de los espectadores nos meteríamos en la película para ayudar a la protagonista de la película filmada con actores no profesionales. ¡Qué emociones tan intensas y puras sentimos los que contemplamos la película! Cuando lo consigue no tiene lápiz y ha de utilizar el carmín de labios de su madre. Quiere ir a la escuela, pero un grupo de muchachos talibanes la retienen y la amenazan. Es una auténtica película de horror cuando le ponen una capucha de papel en la cabeza igual que otras niñas castigadas por diferentes motivos. Esta imagen es magnética y roza la genialidad. Los muchachos de diez y once años imitan a los mayores en sus juegos bélicos y la amenazan con ramas a modo de fusiles y ametralladoras. Baktay logra huir y sigue buscando la escuela y es lo que confiere a esta cinta un tono homérico. No voy a contar el final. Si podéis, vedla. Quizás la hayáis visto ya y podáis compartir algún comentario acerca de ella. Pero pocas veces he visto algo tan intenso realizado con tan pocos medios.

 He querido traerla a colación a este blog por esa pasión de Baktay y su amigo por aprender en una sociedad que detesta el conocimiento. En aquel ambiente hostil crece el amor a las letras y a las historias divertidas. Es una película muy dura, pero que debería ser de visión altamente recomendada en los cursos de la ESO. Lo que vale el aprender en un mundo roto en que nada es sencillo. 

 Me gustaría saber si es posible hace cine en nuestras coordenadas con tan pocos medios y tan extraordinarios resultados. Estamos ante la esencia del cine. En cuanto pueda, veré con mis hijas está parábola altamente simbólica. Cada imagen está cargada de fuerza y significado. No es cine vacío y efectista, ni falsamente melodramático. Está construido con auténticas cargas de profundidad. 

jueves, 18 de septiembre de 2008

El grupo 15

                                             http://farm4.static.flickr.com/3227/2865440722_dcc432c1ff.jpg?v=0

El grupo 15 es una agrupación flexible con alumnos de primero de ESO, que he conocido hoy y que son de muchas partes del mundo. Era la primera clase. El grupo era muy vivo con dos alumnos, uno ecuatoriano y otro bereber, que llevaban la voz cantante. Eran alumnos que se conocían de los colegios de primaria del barrio. Hemos dedicado la clase a dar pautas de trabajo y a conocernos mejor. Quería saber su nombre, cuánto tiempo llevaban en España, si sentían añoranza de su país, el colegio en que estudiaron la primaria… Lo suficiente para saber un poco de ellos.

 La mayoría eran ecuatorianos y marroquíes. De estos algunos eran árabes de la región de Tánger y otros bereberes. Las relaciones entre ellos no suelen ser buenas. Ello unido a que en estos días se está celebrando el ramadán hace de ellos un colectivo especial porque no pueden comer ni beber durante las horas de luz.

 Entre los ecuatorianos los había que eran de la región de Guayaquil y de otras regiones que no sé localizar en el mapa. Hemos hablado con las chicas de esa fiesta en que a los quince años se visten de rosa y celebran su puesta de largo. Es una fiesta más importante que la primera comunión, según he podido saber. Hemos estado hablando sobre ella. Les produce a las chicas una enorme ilusión y sobre todo celebrarla en Ecuador.

 Había otras procedencias. Tengo algún alumno de Perú, dos gemelas de Argentina aunque pasaron toda la infancia en Bolivia, una alumna paquistaní que habla urdu, una alumna de Guinea Ecuatorial de la región de Malabo, la capital, que recuerda que los españoles trataban muy mal a los ecuatorianos, hasta que el presidente actual los echó y ahora se tienen que andar con mucho ojo cuando van allá. Guinea, según ella, es el séptimo productor mundial de petróleo.  

 La mayoría llevaban dos años en España, alguno hasta seis y se le veía totalmente adaptado a las costumbres del país. Alguna alumna marroquí llevaba velo, pero otras no. La alumna paquistaní no lo llevaba.

 Me pregunto si estas agrupaciones flexibles son un buen sistema para su integración. En algunas clases, en especial las de lengua, se les saca del grupo clase y se les introduce en un grupo lingüístico que pueda estar a su nivel. Tiene esto posibilidades interesantes. La convivencia entre culturas es intensa, pero no hay ningún alumno español. Sin duda se han dado cuenta de ello. Su nivel está por determinar. Muchos son latinos y su lengua predominante es el castellano, incluida la alumna de Guinea Ecuatorial. Todos son espabilados y el que más y el que menos domina varias lenguas.

 Sin duda es un grupo que me ha llamado  la atención respecto a los cinco a los que he dado hoy clase. Cada uno era un mundo diferente. Pero este grupo me ha atraído poderosamente por sus posibilidades humanas  si conseguimos encauzarlo bien. El clima humano es agradable y los alumnos son correctos y parecen educados. Me encanta ser su profesor. 

domingo, 14 de septiembre de 2008

Disney Channel


A veces me quedo embobado viendo escenas de la televisión, en especial las series dirigidas a adolescentes. Las hay muy numerosas en las franjas más accesibles. En los últimos días Disney Channel ha empezado a emitir en abierto para la TDT. Un aluvión de series que tienen como protagonistas a adolescentes arrasan entre sus destinatarios. Sin embargo, cuanto más las veo, más bobas me parecen. Me resultan de una simpleza total esas películas que han tenido un éxito enorme tales como High School Musical, 1 y 2; me parecen inanes la mayoría de los productos que se dirigen a los adolescentes, incluidos algunos libros de lectura que se ofrecen como muy adecuados para ellos. Su sentido del humor con risas enlatadas me subleva, sus conflictos graciosos no me producen ninguna gracia y su música me enerva. Se diría que se quisiera ver convertidos a los adolescentes en unos tontos de capirote y  permanentemente inmaduros. En este sentido no son muy diferentes de muchas series “bobas” dirigidas a los adultos en los que los seres humanos aparecen como unidimensionales, planos, carentes de ninguna dimensión misteriosa. Son series banales con un cierto ingenio plano que no estimulan lo más valioso que tienen las personas: su llamémosle espiritualidad. No soy creyente, aclaro, y no dedico en mi declaración de renta la asignación a la iglesia. Estoy en contra asimismo de que se imparta religión católica en los centros públicos. Pero también entiendo que hay dimensiones desconocidas en el ser humano que hacen de éste un ser misterioso en sus motivaciones y en su realidad. Esta realidad tiene otro lado. Hay otros mundos que quizás están en éste como sospechaban los surrealistas.  Cuando contemplamos la realidad podemos tener la sospecha de que existe un más allá, otro lado del espejo. Toda la gran literatura conecta este lado visible de las cosas con la intuición de que existe una dimensión desconocida.

 Así los hombres en la literatura artúrica buscaron el Grial, o salieron en persecución del honor o iniciaron viajes hacia países lejanos buscando algo que les faltaba, persiguieron sus sueños o estos se apoderaron de ellos penetrando la vida cotidiana. Pienso en Kafka, en sus alucinaciones o pesadillas entrando en la dimensión terrena de la realidad. Un día Gregorio Samsa se despertó convertido en una especie de escarabajo. ¿Qué oculta esta metamorfosis? ¿Qué oculta siempre esa dualidad de mundos entre los que nos movemos, los visibles y los invisibles? Probablemente nuestros deseos ocultos, nuestros terrores, nuestras ansias más misteriosas. Ulises hizo un largo viaje camino de Ïtaca, y todo aquel viaje era un símbolo de la existencia que aquellos hombres de hace dos mil quinientos años estaban preparados para recibir. En África, ese continente desconocido, la transmisión oral de los cuentos y leyendas prepara a los niños, a los jóvenes y los adultos para la relación con la otra dimensión, la de los dioses, la de los espíritus. El otro lado. Ese otro lado sin el que nuestra existencia no está completa.

 La vida es un viaje misterioso. Pero mucho me temo que la cultura de época tiende o ensombrecer esta idea. A veces también hay esoterismo de segunda fila, pero tampoco se trata de esto, aunque detrás de determinadas ceremonias vudú celebradas en Haiti, Cuba o el Caribe, también se encubra una cierta relación con el lado misterioso de las cosas.

 Leer Muerte en Venecia o La montaña mágica de Thomas Mann, o releer estos días las novelas grises de Robert Walser, o adentrarme en el universo poético de Rosalía de Castro, me reafirma en que los seres humanos necesitan símbolos más poderosos para desentrañar su vida, su pequeña vida, la única que se tiene, pero abierta a proyectos más enigmáticos. El universo es infinito, quizás; la naturaleza de la materia está por desentrañar; el cerebro está descubriendo quizás sus enigmas. La cultura de época, el mundo televisivo y literario que se ofrece a los adolescentes, objeto de nuestra enseñanza es tremendamente pobre y chato, aunque, ojo, esa unidimensionalidad frívola y lamentable es sumamente adictiva, como el kepchup, las hamburguesas del McDonalds, o los episodios de los Simpsons… Necesitamos adolescentes abiertos a otros mundos, a la idea de justicia, a la de solidaridad, a la literatura, a los sueños, a algo que está al alcance de nuestra imaginación, pero hay que hacer un esfuerzo o un salto que nos acerque al mundo de las islas lejanas o al espejo, a su otro lado. 

jueves, 11 de septiembre de 2008

Once de septiembre

                                         Símbolo de la semana de cultura africana

Una fecha con resonancias planetarias que nos lleva a evocar el ataque terrorista contra las torres Gemelas, el Pentágono y otro atentado abortado de setiembre de 2001. Hubo quien dijo que el mundo no sería igual después de aquello. Escribí en mi diario que había comenzado el siglo XXI. Bush sostuvo que aquel era el comienzo de una monumental lucha entre el bien y el mal. Al día siguiente las bolsas de todo el mundo se hundieron y se habló de peligro de una recesión mundial (que no se produjo). Alain Touraine se preguntaba ¿hemos entrado ya en un siglo XXI que va a reproducir la historia del siglo XX pero con un dramatismo aún mayor? Mi diario recoge titulares y reflexiones de aquellos días cargados de temores y miedo a la venganza. Todo se conmovió. Bin Laden había golpeado certeramente el corazón del mundo occidental.

 En aquellos días de setiembre de 2001 yo era todavía un profesor idealista y lleno de energía. Había llegado a mi nuevo instituto cargado de ilusiones y utopías. Tenía en mente desarrollar una semana dedicada a África como punto de reflexión teórica y vivencial. Durante meses había acumulado información sobre el mundo africano, su cosmovisión, su literatura y su arte. La cultura africana era una total desconocida que se menospreciaba e ignoraba. Mi inmersión en su cultura me llevó a pensar que había allí un caudal enorme de inspiraciones humanas y artísticas que podían servirnos a nosotros, orgullosos occidentales. Desarrollé durante el verano un programa revolucionario didácticamente pero que requería la complicidad de mis compañeros profesores a los que me dirigí en los claustros. África existía y tenía un potencial extraordinario. Eso pensaba y me dediqué tanteando a los distintos profesores a difundir la oportunidad de realizar unas jornadas dedicadas a la cultura africana, lo que requeriría la colaboración de buena parte del claustro y la implicación del área de visual y plástica, dado que nuestro instituto cuenta con el bachillerato artístico. Imaginaba en mi inocencia de 2001 a los alumnos del bachillerato artístico investigando el potencial de las máscaras africanas, sus combinaciones de color, sus danzas, su sentido social del arte, su ingenuidad y lo más hermoso, la risa africana. Imaginaba mi instituto transfigurado con los colores y el arte africano…

 Pero era setiembre de 2001, y nada de aquello caló en el conjunto del profesorado. Se temía a África, nadie estaba por utopías ni experimentos, cada uno estaba metido en su parcela y nadie ni dirección ni compañeros atendieron las razones que mostraban la oportunidad de aquello. O yo no supe llevarlo adelante. Recuerdo que a todas horas intentaba a la desesperada convencer a mis compañeros de que la idea contribuiría a formar una conciencia de instituto. Era un proyecto transversal que necesitaba la implicación de todas las áreas: historia, filosofía, arte, lengua, literatura, diseño, vídeo…

 Recuerdo el día en que un compañero muy querido procuró esquivarme para no hablar del tema. En aquel momento me sentí envejecer como Zazie dans le metro de Raymond Queneau. Me sentí envejecer y algo hizo crac dentro de mí. Me di cuenta de que los profesores son personas complejas y profundas pero terriblemente apegadas a la tierra. No valen los proyectos que apuntan a la luna. Ser profesor –aprendí- implica mucha burocracia y sueños terrenos. Todo aquello fracasó. Nadie se interesó demasiado por aquel sueño de una noche de verano. Sin duda, yo meaba fuera de tiesto en un momento poco propicio a la experimentación y a la duda.

 Sin embargo, cómo añoro a aquel Joselu, apasionado y torrencial, que ideó aquello. La idea era magnífica, pero no sería capaz de repetirla. Sin quererlo me hice también gris. 

sábado, 6 de septiembre de 2008

Mal de escuela

Mal de escuela es un ensayo del escritor francés Daniel Pennac, autor de aquel otro ensayo memorable titulado Como una novela en la que reivindicaba la libertad gozosa del lector. Mal de escuela todavía no está en las estanterías de las librerías españolas, pero hoy El País (sábado) publica una amplia reseña que me ha puesto los dientes largos.

No me gusta cualquier discurso pedagógico. Los tratados tecnocráticos y la jerga educativa de los especialistas en educación producen en mí un sopor que se traduce en bostezos irreprimibles. Prefiero los libros que se meten en la sangre y en el hígado del hecho de enseñar o aprender. Y tengo la impresión de que Mal de escuela está escrito con el corazón y la inteligencia a partir del alumno torpe que no da ni una y que está aquejado de una profunda incomprensión de todo lo que oye en la escuela. En francés la figura del alumno torpe es el cancre, como lo fue Pennac hasta los quince años en que fue rescatado de su situación por la escritura y el amor.

La lectura de la reseña de El País me ha hecho evocar también mis años de alumno torpe en la escuela. Fueron años terribles entre los diez y los dieciséis años. En todas las clases había un alumno risible y fuera de lugar, que en este caso era yo. Suscitaba todos los sarcasmos de los profesores y las burlas de mis compañeros. Estaba incapacitado para las matemáticas (tuve que cursar bachillerato superior de ciencias), y la sintaxis tampoco me iba demasiado bien. En realidad no me gustaba nada. Sólo a los dieciséis años me sentí atraído por la filosofía, pero hasta entonces no había leído ningún libro serio. Sólo aventuras juveniles y noveluchas del oeste o de espías.

 Hay muchas razones para explicar al alumno torpe, la figura que recrea Pennac. El caso es que el muchacho se siente profundamente idiota porque no entiende nada. Pero esto le libera de cualquier esfuerzo. “Si soy tonto, no estoy obligado a nada, ni puedo aspirar a nada”, se dice el alumno torpe. Pero esto no es así, ningún alumno es idiota, el problema es cómo rescatarle de su situación, de su falta de amor a sí mismo. En mi caso fue una tremenda caminata que los curas de mi colegio organizaron. Era una caminata de cincuenta y cinco kilómetros por la noche hasta el santuario de Javier en Navarra. No estábamos preparados para hacer semejante trayecto, pero yo me apunté, como una tabla de salvación. Mis padres se opusieron. Me escapé de casa un día y sólo volví al día siguiente. Quería ir a Javier no por devoción o santificación, sino como una prueba personal de superación. El alumno torpe saca alguna vez su orgullo. Aquello me reivindicaba frente a mí mismo y ante el profesor que lo proponía. Pocos alumnos estaban dispuestos a hacerla. Tenía quince años y la hice, llegué con ampollas en los pies pero contento. La semana siguiente el cura y profesor de química me sacó a la pizarra delante de mis compañeros que esperaban reírse de mí como habitualmente pasaba. Me dictó fórmulas químicas de óxidos, hidruros, hidrácidos o hidróxidos y también sales. Empecé resolviéndolos bien y cada vez el profesor me los ponía más complicados. Así hasta unos treinta que solucioné correctamente. Ni un fallo donde todos habían errado. El alumno torpe por primera vez enseñaba sus garras ante el silencio absoluto de la clase. “Muy bien, siéntate” –me dijo el profesor, supongo que con orgullo porque yo también había sido uno de los pocos que había llegado a Javier.

El alumno torpe, el cancre, necesita que alguien crea en él. En el caso de Pennac, un profesor de lengua francesa le cambió los ejercicios de sintaxis y los exámenes a cambio de que escribiera una novela porque escribir le apasionaba. Posteriormente una muchacha hermosa e inteligente, de la que estaba enamorado, le eligió a él para representar una obra teatral. Por primera vez alguien no le citaba para reírse de él sino que le escogía y le sacaba de la condición de cretino totalmente asumida.

Mal de escuela es una reflexión profunda sobre el hecho de aprender y enseñar, así como de la superación personal.  Estaremos a la espera de su publicación y seguiremos hablando. 

martes, 2 de septiembre de 2008

Un nuevo compañero

El uno de setiembre es nuestra fecha de vuelta al trabajo, pero ayer el día me guardaba una sorpresa tras los saludos protocolarios a nuestros colegas del instituto. A mi seminario había llegado un nuevo compañero que venía en lugar de Rafa, que se jubiló a final del curso pasado. Lo estaba esperando desde que en julio vi en internet las nuevas adjudicaciones de plazas. Antonio sería mi compañero en la docencia de los cursos primeros y segundos de la ESO, un territorio nuevo para mí. El encuentro fue cordial y amable. Sin embargo, cuando fuimos charlando a lo largo de casi hora y media, descubrimos insólitas circunstancias. Los dos éramos blogueros entusiastas, pero además Antonio a su vocación añadía ser escritor y apasionado de la literatura. Nos mostramos nuestros respectivos blogs, abriendo esas ventanitas mágicas que nos conectan con el mundo. Mi sensación de maravilla creció cuando en casa rastreé su página web y conocí su producción literaria y periodística. Incluso pude asistir a la lectura de algún fragmento de su obra El solitario que aquí os dejo en el vídeo enlazado. Antonio Gálvez admira a los grandes de la literatura, a aquellos que han dejado historias pero también un estilo personal que  se ha insertado en una tradición literaria. Cervantes, San Juan de la Cruz, Quevedo, Valle-Inclán, Cela, Francisco Umbral son sellos personales que hacen del lenguaje algo más que un discurso informativo y denotativo que es el que hoy invade todos los libros de éxito.

Mi conversación con él y nuestras afinidades blogueras y literarias me hacen presentir que podemos, quizás, formar un buen equipo de trabajo para enfrentarnos con humor y amor a esas fierecillas que no saben que quieren aprender.

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