Páginas vistas desde Diciembre de 2005




martes, 26 de diciembre de 2006

Las canneries


Trabajar en una cannery suponía un ritmo constante y frenético. Era una nave con cuatro líneas o cadenas de procesamiento del salmón recién pescado que iba llegando en barcos de pesca o hidroaviones que aterrizaban en la misma ría donde se situaban todas las canneries. Cada línea ocupaba a una veintena de trabajadores que trabajaban a un ritmo endiablado. La mayoría eran filipinos que gritaban continuamente "amigo, amigo", aunque había también mejicanos, algún irlandés, jóvenes israelíes que iban viajando por el mundo y algún norteamericano, aunque estos eran minoría. El núcleo fundamental era filipino, famosos por su manejo diestro del cuchillo. Y allí el cuchillo afilado es el instrumento fundamental. Tienes que estar afilándolo todo el día. El primero de la cadena corta la cabeza del salmón con una aguda y potente guillotina que activa con los músculos abdominales. Es un trabajo sumamente peligroso porque ha de ir a gran velocidad colocando los salmones en posición. Es fácil no quitar las manos a tiempo y apretar el resorte de la guillotina que baja mortífera. Pues bien en aquel sitio me colocaron el primer día de trabajo. Me explicaron someramente el mecanismo y tuve que ponerme a accionarlo. A continuación un filipino abría de arriba abajo el salmón con un cuchillo afiladísimo, otro le quitaba las tripas, mientras otro le abría una incisión longitudinal para quitarle los últimos restos de sangre. Cuando estaban limpios y separadas las huevas, eran clasificados en diversas categorías: red salmon -el mejor-, pink salmon o dog salmon, y dentro de estos por tamaños. Inmediatamente eran llevados en cestas a las salas de refrigeración acelerada. Poco tiempo después volaban en aviones rumbo a Japón de cuya nacionalidad eran la mayoría de las canneries que había en Kodiak.

Cada dos horas hacíamos un brake-time de quince minutos para prepararnos un té y retomar fuerzas y a las doce del mediodía y a las seis de la tarde se paraba una hora para comer o cenar. Se trabajaba mientras hubiera salmón, y eso significaba que podías acabar a cualquier hora del día o de la noche. A veces el trabajo concluía a las cinco de la madrugada y habías empezado a las siete del día anterior. Nadie se quejaba porque todos querían hacer el mayor número de horas extraordinarias (overtime) en las que se cobraba un cincuenta por ciento más a partir de la octava hora. No era raro que si había que enlazar un día con el otro porque el trabajo continuaba, nos dieran anfetaminas para resistir días y días seguidos.

No había especial camaradería entre los compañeros. Nosotros éramos jóvenes y hablábamos con otros jóvenes americanos, irlandeses o israelíes. Era raro conversar con los filipinos con los que había una relación muy tensa. Estos procuraban fastidiarnos todo lo que podían. Se sabían mucho más hábiles y rápidos con el cuchillo y procuraban ir todavía más rápido para desbordarnos de trabajo a los que acabábamos de llegar. Nos encuadraban en el grupo de los mejicanos, puesto que nos veían hablar con ellos en la misma lengua. Uno de los fore-men (o encargados) era mejicano. Se llamaba Andy, y era especialmente atento con nosotros y nos trataba con corrección y educación. Otra cosa era el fore-man americano, que parecía tenernos manía. Cuando los filipinos trabajaban a toda velocidad para desbordarnos la mesa, Peter, el encargado, era reclamado con toda mala intención para que viera lo mal que trabajábamos. Probé todos los lugares de la cadena. Mientras estabas allí, no podías distraerte un minuto. Para pasar el tiempo, procuraba pensar en cualquier otra cosa que me alejara del pescado que terminabas detestando. Olías a pescado, y por mucho que te lavaras o asearas se notaba el aroma a pescado por cualquier sitio que fueras.

Si algún día acabábamos temprano, como a las siete de la tarde, después de haber enlazado dos o tres días de trabajo, nos íbamos corriendo a casa a ducharnos, cambiarnos de ropa, e irresistiblemente te ibas, junto con tus amigos y Maica a la discoteca mas popular de Kodiak, The son of de beach (un juego de palabras con Son of the bitch: hijo de perra). Oliendo a pescado nos juntábamos allí centenares de trabajadores de las canneries en un ambiente netamente americano. Creo que nunca he tenido tantas ganas de bailar como aquellos días en que tras dos o tres días seguidos de trabajo, nos íbamos a beber cerveza Budweisser y a mirar a las muchachas guapas de la discoteca. Hay que decir que estas eran raras. En Alaska las mujeres en su mayoría son obesas, muy obesas, ignoro la razón, probablemente sea una alimentación deficiente y excesivamente rica en grasas animales. Lo de las hamburguesas no es un tópico, es una realidad. Se comen a todas horas, de dos en dos, de tres en tres…

Creo que nunca he disfrutado tanto bailando, ni he disfrutado tanto de la vida como tras varios días de trabajo monótono y agotador. Esas horas de asueto eran un don del cielo. Tenía ganas de charlar, de reírme, de hacer el tonto, de bromear, de cortejar a las chicas guapas (había pocas pero lo intentaba). Recuerdo que cumplí veinticinco años en una de aquellas tardes en que fui a la discoteca. Alguno de mis amigos, Ron o Bob, o quizás Douglass, se habían ido de la lengua, y por los altavoces oí mi nombre y la inequívoca canción de Happy Birthday to you, coreada por todos los asistentes. Allí es costumbre invitar al que cumple años, y aquel día once de julio me invitó media discoteca y yo por no hacer desaires a nadie trasegué cerveza como un irlandés. Estaba en la cúspide de mi vida. Crucé pletórico el ecuador de mi vida, embriadado de cerveza y de juventud. Tenía trabajo (ilegal pero lo tenía), tenía amigos y unas enormes ganas de bailar. Estaba eufórico ¿Qué se puede pedir más a la vida?

3 comentarios :

  1. Que necesario es viajar, pero que imprescindible es haber sufrido en pauperrimos trabajos; para luego poder trasmitir a los muchachos y muchachas que la vida no es tan bonita como creen.
    Como dicen ellos ¡Hay que ponerse las pilas!
    Visité la página que me recomendaste sobre etiología, muy buena, casi tanto como tus aventuras en Alaska.
    Salud amigo.

    ResponderEliminar
  2. Excelente... Yo he terminado eufórico de tan solo leerte.

    Una vez me dio con comer salmón, que seguramente venía de Alaska. Lo hacía por eso de que es bueno para el cerebro... Bueno... Entiendo lo que dices del olor. Ahora casi los detesto.

    ResponderEliminar
  3. Qué alegría me trasmitiste, Joselu. Quién estuviese ahi bailando en medio del frio...

    ResponderEliminar

Comentar en un blog es un arte en que se recrea un punto de vista razonado, emocionalmente potente.

Selección de entradas en el blog