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martes, 9 de mayo de 2006

Fiat lux


Me he propuesto escribir un post cada dos o tres días. Para ello voy con una pequeña libreta tomando notas de ideas que se me ocurren y que luego intento completar y enriquecer. A veces son los propios alumnos los que me hacen que se me encienda un destello y me sugieren un tema. Así fue cuando escribí “Hip hop en las aulas”. Una alumna había acabado el examen y empezó a escribir artísticamente su nombre de diferentes formas en la pizarra. Reflexioné sobre ellos y me salió un post. En muchas ocasiones un suceso trivial o una idea me viene a la cabeza y luego la voy perfilando.

Sin embargo, hoy estoy seco de ideas. Deambulaba por mi instituto y advertía que no tenía ningún tema candente sobre el que escribir. He dado mis clases a la hora prefijada y he salido de cada una de ellas con un estado de ánimo particular. Más o menos contento y animado en la de bachillerato aunque hoy me ha faltado a clase -porque se ha dormido- un alumno que parece tener “ideas” e interviene con cierta agudeza en las clases. Me ha sorprendido y decepcionado su ausencia. Pensaba que la clase de literatura le gustaba, pero hoy se ha dormido. Lo he visto a la hora siguiente.

En la hora de guardia he estado corrigiendo dossieres de los alumnos y he podido avanzar faena. Para completar la mañana dos clases más con tercero de ESO que me han dejado un sabor agridulce. Nunca puedes esperar demasiado pero a veces te confías y dejas que te deprima un mal resultado del trabajo previsto. El profesor se ve sometido a subidas y bajadas de estados de ánimo. Nuestro trabajo es una tarea de resistencia psicológica.

Pero ha avanzado la mañana y seguía sin tener un tema para desarrollar y exponer a mis amables lectores. Entonces me he dado cuenta de que un curso es un proceso y un centro escolar es una mezcla de mecanismo rutinario y de espacio teatral. Se trata de ocupar un lugar en la hora correspondiente y resistir con más o menos entusiasmo, con más o menos éxito. Los minutos van pasando y la clase con mayor o menor acierto se va representando. Las horan van sucediéndose, los días del calendario van cayendo, los meses avanzan y ya estamos, tras la Semana Santa, en la recta final del curso y ya se presiente un nuevo final del ciclo docente. Acaba la temporada teatral.

Muchas clases son un tour de fuerza entre la voluntad del profesor de avanzar y la resistencia de los alumnos a hacerlo. Lo que se oye más frecuentemente es que “estamos cansados”. El caso es que actúan en consecuencia y trabajan en general con desgana y falta de aplicación. Hay maravillosas excepciones, claro está, excepciones que muchas veces son objeto de burla o sarcasmo por parte de la parte de la clase más haragana. Si un buen alumno comete un error es abucheado o se oye irónicos comentarios sobre lo listillo que es.

El curso avanza, el mecanismo (la función) progresa adecuadamente. El profesor en la Secundaria ha mostrado durante estos meses su intimidad, su estado interior, sus esperanzas y desesperanzas, su euforia, su sensación de fracaso en ocasiones, sus recuerdos de una vida docente en otras. No tiene mayor riqueza que su práctica diaria y su memoria. Un día entró en una clase hace veinte años, tras tomarse una copa de anís, y las generaciones han ido sucediéndose sin prisa pero sin pausa. Cada curso es un ciclo completo, un renglón de la vida docente. El material con el que trabaja el profesor es humano y, por tanto, contradictorio, complejo, y a esta edad extraordinariamente vital. La vitalidad no falta a nuestros alumnos. Quizás sea sea esa sobreabundancia de vida la que les hace ser tan inquietos, tan díscolos, tan poco escolares. Sin embargo, el sistema refuerza esa inmadurez, esa falta de asumir el futuro –pienso- o quizás sea esa necesidad de vivir momentos aislados como instantes llenos de emoción lo que lleva a esta deriva de irresponsabilidad y, paradójicamente, de apatía. No sé, hoy miro el panorama desde mi atalaya, ya a media vida y a final de un curso y no sé si mis certezas exceden a mis incertezas o es al revés.

El escenario está en penumbra. Suena el timbre. Llegas con puntualidad a clase. El caos está en su apogeo, la entropía domina el patio de butacas. Con gesto seguro te plantas en medio de la clase, frente a los alumnos, les miras fijamente. Confías en que tu gesto firme termine acallando los gritos, paliando el desorden y la desorganización de las mesas (todas llenas de grafittis y escritos alusivos a ellos mismos)… Miras las persianas rotas, las paredes desconchadas y pisoteadas, la puerta desencajada, los papeles tirados por el suelo… El griterío amaina, ahora son voces sueltas, alumnos que deambulan de un lado a otro. Es cuestión de minutos. Esperas. Sigues impasible. De pronto, las voces y alaridos van decreciendo, cada vez son más aislados hasta que llega un silencio total sólo interrumpido por las voces del patio o del pasillo por el que circulan alumnos descolocados. Vale, estamos en disposición. El profesor (el actor) se dice: ¡Fiat lux! y da un paso al frente…

6 comentarios :

  1. Joselu: sé que es embarazoso leer esto, pero... qué profesor más extraordinario debes de ser, y qué persona tan admirable. Hay veces (pero qué pocas) en que me gustaría colarme como alumno en las clases de mis colegas y disfrutar de su actuación. En este blog tengo esa sensación recurrente —más aún: de algún modo consigues que piense que he estado ahí. Esa distancia apasionada que desprenden tus palabras hará escuela. (Y no seas duro con el dormilón: Quandoque bonus dormitat Homerus.)

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  2. Alejandro, no sabes cómo me han llegado tus palabras. A veces, leyendo tus posts llenos de enjundia y solidez intelectual, de profundos conocimientos sobre los más variados temas filológicos, musicales o mitológicos he tenido la impresión de ser endeble intelectualmente hablando. Tu comentario me ha hecho reflexionar y me ha emocionado. Desde ahora no temeré tanto dejarte comentarios en tu blog. Gracias, colega.

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  3. joselu:
    Me has recreado una bella imágen.He vivido tu escrito, y he participado de ese momento en que empiezas a crear tu clase.
    Creeme que he vivido lo que cuentas , y ,hasta parece escucharse el bullicio y el silencio.
    Un abrazo

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  4. Rodolfo, me alegro de que haya podido transmitir con cierta fidelidad lo que puede ser el comienzo de una clase, el ambiente desordenado del aula, la tendencia al caos que domina. Es así lo que nos encontramos cada día, y en este sentido tiene también razón F. cuando dice que como no dé cuatro gritos allí nadie hace caso. Son dos sistemas distintos y depende de tu estado emocional. A veces los doy, pero otras veces en que entro más sereno he observado que el silencio les coloca en una situación de perplejidad. Mantenido unos minutos, las aguas terminan por amansarse. Lejos de mi intención el querer dar lecciones a nadie. Soy el primero que se siente desbordado por la deriva que toman nuestros alumnos. La descripción del comienzo de una clase tenía tambíén algo de pretexto literario para dar introducción a la frase latina Fiat lux. Te comprendo perfectamente, F. Estamos en el mismo barco.

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  5. Me temo que también voy en ese barco...da gusto encontrarse con más gente que disfruta haciendo teatro. Un saludo a todos.

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  6. Definitivamente, qué rico haberme encontrado tu blog en el camino Joselu. Qué riqueza se vive en tus post, y en los mismos comentarios que prodigan a los mismos.
    Prohìbete a ti mismo ver lo que escribes como endeble intelectualmente hablando. Muchas veces, con la sencillez, con las experiencias, con lo cotidiano, llegamos más al corazón y a la mente. Y lo que tú muestras es tu cotidianidad, tu quehacer y lo bien que lo dominas.

    Bueno... tengos mis formas de acallar el bullicio: Una: levantando la mano derecha y a medida que cada alumno deja de hablar, gritar o correr, el levanta, igualmente su mano derecha, y asi la mantiene, hasta que todos han hecho otro tanto. Esto me da resultados ye s ràpido. Claro está, previamente les he enseñado el mecanismo utilizado. Otro es empezar a escribir en el tablero, el tema, el logro del día, y las actividades que se desarrollarán en la clase. Cuando ya quiero terminar, el curso está sumido en un total silencio. Y la función apenas comienza...

    Te felicito profesor de secundaria... la imagen que has recreado, es genial.

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