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martes, 23 de mayo de 2006

Aliento


Cuando uno recibe alumnos a los quince años, que es la edad que corresponde a tercero de ESO, su carácter y sus tendencias ya están conformadas. Los hay de muchos tipos: los hay más o menos inteligentes, los hay más o menos indolentes y vagos, los hay más o menos responsables, los hay lábiles, los hay voluntariosos y tenaces, los hay despistados que se dejan llevar, los hay atentos y educados, los hay desconsiderados, los hay que chillan en lugar de hablar, los hay faltos de maduración, sumamente pueriles, los hay más maduros, los hay adaptados al medio o los hay que sufren las circunstancias del entorno, los hay solitarios o sociales… Es una variedad amplísima que abarca toda la caracteriología humana.

El gran reto, cuando ya llegan a esta edad, es la posibilidad de transformarlos, de ampliar su visión de las cosas y de la realidad, de hacerlos conscientes de sus intereses y promover el desarrollo de sus capacidades, muchas veces desaprovechadas por la crisis madurativa que padecen en plena adolescencia.

Reconozco que es difícil. Los alumnos a esta edad están demasiado hechos, se creen en posesión de verdades que han oído por ahí y algunos tienden a creer que lo saben todo. Otros son frágiles e inseguros y disimulan sus carencias con prepotencia. El profesor no lo tiene fácil si quiere iniciar un proceso de transformación en dirección de profundizar en su visión del mundo y de aumentar su sentido de la responsabilidad.

Soy aficionado a películas de profesores y alumnos –es todo un género- que presentan a cursos difíciles y hostiles frente a la figura, en principio frágil, del profesor. Éste, auténtico héroe de la película, consigue hacerles cambiar aumentando su conciencia y estimulando sus capacidades. Para ello pone en juego toda su empatía y conocimiento de la naturaleza humana para acercarse a ellos y llevarlos a iniciar dicho proceso, un proceso marcado por el aumento de la fe en ellos mismos y en su potencial humano e intelectual. Los alumnos, poco a poco, experimentan una transformación que les lleva a conocerse mejor y a obtener resultados sorprendentes en el conjunto del curso. Siempre he visto este tipo de filmes con admiración, pero me han parecido generalmente estereotipados. La realidad es mucho más compleja y los alumnos suelen ser menos permeables que lo que plantean estas películas. En hora y media se comprime una situación que no se puede dar en la realidad, al menos no con los alumnos díscolos y desganados que tenemos ahora.

Al menos en general. No es fácil cambiar a un curso. Sin embargo, me cabe la duda de si es posible a nivel individual. Recuerdo hace años el caso de un alumno que suspendía ocho o nueve asignaturas. Era el típico gracioso de la clase que servía para que los demás se rieran de él a partir de sus excentricidades y “genialidades”. Era un bufón de cómic. Solía intentar copiar en los exámentes y sus respuestas eran dignas de ser antologizadas. Una vez le cogí copiando y le puse en evidencia. Andrés se rió nerviosamente y no pareció darle demasiada importancia a lo que había pasado. Le afeé su conducta y allí acabó el asunto, con el examen suspendido. Terminó el curso desastrosamente para él. De modo imprevisto, vino a hablar conmigo. No era su tutor pero tuvo, por la razón que fuera, deseo de conversar conmigo, que le había llamado reiteradamente su atención y le había puesto en evidencia su falta de madurez y su carácter bufonesco. Me preguntó dramáticamente qué podía hacer. Le miré a los ojos y vi que hablaba en serio. Esperaba una respuesta a una situación de crisis en su vida. Le quedaban ocho asignaturas, pero entonces había exámenes de septiembre. Le dije que si quería salir adelante se tenía que poner a trabajar “en ese mismo día”. Hicimos una programación durísima del verano que tenía por delante, incluida mi asignatura de Literatura Española de tercero de BUP. Andrés tomó nota cuidadosamente y se despidió de mí con un apretón de manos. “Nos veremos en setiembre” –me dijo- .

Pasó el verano y cuando llegaron los exámenes, Andrés se presentó a todos. Aprobó siete de las ocho asignaturas suspendidas y pasó cómodamente a COU. Vino a verme. Era el último curso en que yo era profesor en aquel centro. El muchacho estaba emocionado. Acababan de darle las notas. Le felicité. En la sesión de evaluación había sido una completa sorpresa. Él, con lágrimas en los ojos, me abrazó. Yo no había creído en él en un principio, pero tras la conversación mantenida en junio, hubo algo que me llevó a hacerlo. Le transmití, no sé cómo, esa fuerza, esa fe en sí mismo que necesitaba.

Cuando pienso en mis alumnos, Andrés me viene a la cabeza. Sé que es posible cambiar, pero hacen falta muchas circunstancias misteriosas para que se produzca tal revolución. De hecho no ha vuelto a producirse un caso semejante y tan radical en mi experiencia, pero desde entonces sé que es posible que un muchacho cambie y se ilumine su camino.

No está dentro de mí esa capacidad de trasformación de alguien. Tiene que ser una conjunción de dos necesidades y dos potencias puestas en combinación. Su deseo de salir adelante y mi aliento, nuestro aliento como profesores. No deja de ser un enigma que no tiene explicación. Pero desde entonces, espero de nuevo que algún alumno tenga tanto esa determinación y esa convicción como su necesidad de mi apoyo y de mi confianza. Entretanto intento manifestar mi apoyo a sus deseos de mejora por leves que sean, los felicito cuando hay algún progreso, les dedico algún comentario de reconocimiento es sus redacciones o en sus notas a aquellos que se han puesto en el buen camino académico. Todos necesitamos esos pequeños estímulos en nuestro camino para seguir adelante.

4 comentarios :

  1. Tocas fibras muy sensibles, Joselu. Creo que el momento más desesperante de mi experiencia como profesor llegó hace tres años, con un grupo de 3º de ESO al que impartía Lengua y Literatura. Nunca había encontrado un grupo tan desalentador, sin una sola excepción que salvase el panorama. El libro era Ivanhoe y el examen de lectura un día cualquiera. Cuando, uno tras otro, me fueron confesando (unos en plan desafiante; otros, compungidos) que no habían leído el libro, me quedé blanco, sin saber qué hacer. 'Es que no nos gusta leer'. Después de tomar aire, les dije que no me creía su absoluta indiferencia: a sabiendas o no, me engañaban. Tenía que haber en su vida algún libro, alguna película, alguna historia (en definitiva) que significara algo importante para ellos. Después de otro engorroso silencio, la cabecilla de la clase dijo que a ella le gustaba Romeo y Julieta, "la peli de Di Caprio". Dedicamos los días que quedaban del curso a verla: les pedí que me explicaran qué les gustaba de la historia, y si cambiarían el final por otro más dulce. Dijeron que no y me expusieron, sin saberlo, uan teoría sui generis de la catarsis trágica. Alguna de esas alumnas lo es ahora (después de muchas mudanzas) de Literatura Universal —y da gusto poder reírnos juntos recordando aquel examen nefasto.

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  2. Adelante Joselu no desesperes. El aliento es necesario para todos.

    fmop

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  3. Querido amigo:
    Que importante labor, la tuya, empatizar, apoyar, educar, contener,motivar.La noble tarea docente...La mas noble profesión.
    Un abrazo,colega.

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  4. Ya ves, JL, solamente tienes que estar ahí. Es intrigante que ese "milagro" se diera sin que supieras qué hiciste. Es como si hubiera fuerzas que fluyen a través de uno, si uno -- en lo más de los casos de manera desapercibida -- se encuentra receptivo a esa posibilidad.

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