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jueves, 27 de abril de 2006

Dignidad


Déjenme que haga un post radicalmente subjetivo. Quiero exponer mis sensaciones, las de un profesor que se siente orgulloso de serlo y de tener contacto profundo con seres humanos en proceso de formación. Déjenme, asimismo, ser políticamente incorrecto e intentar el difícil ejercicio de llamar a las cosas por su nombre.

Ya saben el conflicto que arrastra mi tutoría desde principio de curso. Tiene un nombre muy sencillo: racismo. Mis alumnas bereberes son miradas con extrañeza, hostilidad, animadversión o indiferencia por una buena parte del curso, el tercero X de la Eso de un instituto cualquiera. Ni siquiera su compañero marroquí varón les presta la más mínima ayuda o apoyo. Esta es una cualidad que no se estila al oeste del río Pecos. No veo ternura en las relaciones entre mis alumnos ni veo solidaridad. Sin embargo, entre ellas cuatro hay una profunda relación de complicidad, de sentimientos que se confortan mutuamente. Lo tienen todo en contra: son musulmanas, son bereberes, son mujeres, llevan pañuelo y son buenas, sensibles e inteligentes, especialmente dos de ellas. Tienen todos los ingredientes para ser detestadas por la mayoría envidiosa y mezquina.

Ayer, una de ellas perdió los nervios ante el acoso a que se vio sometida. Los acosadores son astutos y saben como hacer daño pero que no se note, saben cómo hacer que se disparen los nervios de alguien sin dejar rastro, saben cómo hacer que alguien parezca una salvaje cuando es un prodigio de sensibilidad. Sara saltó y se abalanzó sobre una muchacha que no tenía mucho que ver con el asunto. La pegó. Sara no podía más. Se sentía humillada, rodeada, sin salida, sólo quería defenderse.

Rápidamente hubo protestas por su “salvajismo”. Conocíamos el acoso a que se veían sometidas pero no podíamos hacer nada porque los acosadores son sutiles y hábiles. Es difícil cazarlos in fraganti. Es todo como una nebulosa y Sara perdió los papeles y cayó en la trampa. Hubimos de sancionarla con cuatro días de expulsión del centro sabiendo que si su padre se enteraba probablemente la sacaría del Instituto y le impediría volver a estudiar. Sus padres no hablan castellano. Fue un drama cuando le comunicamos que estaba sancionada. Veía que habría de dejar los estudios y ella los ama. ¿Qué podría hacer esta mujer musulmana si su cultura y las circunstancias no estuvieran todas en su contra? Pero la ley habría de ser igual para todos. El día anterior se había sancionado a una alumna por su mala intención y agresividad con cuatro días. Sara había de ser igual para mantener el equilibrio delante del curso. No podíamos volvernos atrás.

Hoy he hablado con su madre. Sólo habla tamazit -la lengua de los bereberes- del sur. Ha venido con su chilaba y su cabeza totalmente cubierta por un pañuelo. Una de las compañeras de Sara, Hafida, nos ha servido de intérprete. Es otra muchacha de sensibilidad e inteligencia exquisitas. Le hemos dicho que estábamos muy orgullosos de su hija, que era una buena alumna y que sus notas eran buenas. Sin embargo, ha cometido un error. El jefe de Estudios le ha explicado la situación. Nos vemos obligados a sancionarla pero esperamos que en cuanto cumpla los cuatro días, vuelva y se saque el curso. La madre ha explicado que su hija está siendo acosada fuera del instituto, que se siente avergonzada por lo que ha pasado y que ha hablado con su hija para que no vuelvan a suceder los hechos por los que es sancionada, que si su padre se entera la quitará de estudiar…

La impresión que me ha dado hablar con esta madre bereber es la de dignidad y compromiso formal de que aquello no se repetiría. Se le han escapado las lágrimas discretamente. Para ella era una vergüenza estar allí. Su hija había sido sancionada. ¡Qué diferencia con la conversación que mantuve con la madre de la muchacha acosadora! Acusó al instituto de proteger a los extranjeros y acusó sin tregua a la muchacha que había discutido con su hija. El tono fue todo menos relajado. El profesor tuvo que echarle mucha paciencia para sobrellevar las impertinencias que tuvo que oír, impertinencias y amenazas. Su hija era menos culpable de lo que decíamos. Hoy la madre bereber con muchos más motivos ha aceptado nuestra decisión y lo único que ha pedido es que no vuelvan a perseguir a su hija.

No sé: veo elegancia, sensibilidad, ternura por un lado; y por otro, el de las acosadoras o los indiferentes, hallo insensibilidad, falta de solidaridad, cobardía, envidia, rencor.

¿Adónde podríais llegar si os dejaran crecer en armonía? Si os atrevierais... Encuentro en las mujeres musulmanas una extraordinaria fuerza moral.

Estos días de tensión, son también de esperanza. Sabemos que si estas chicas logran aguantar la situación en que están, saldrán más fuertes. La fortuna les ha ofrecido la posibilidad de estudiar, una posibilidad que en Marruecos hubiera sido, por ser bereberes, próxima a cero. Algunas de ellas se dan cuenta del valor que tiene la educación y los conocimientos y disfrutan esforzándose y sacando buenas notas. Lástima que la envidia humana sea tan ponzoñosa. ¡Suerte!

martes, 25 de abril de 2006

Desastre


Durante este curso he comentado en diversas ocasiones el ambiente conflictivo que reina en el curso del que soy tutor: variados conflictos interpersonales y sobre todo, el principal, el que enfrenta a alumnas de origen marroquí con el resto de la clase, en especial con un grupo de muchachas abiertamente racistas. Se intentó un proceso de mediación para acercar las dos orillas. Expliqué en un post los acuerdos a que se llegaron: las alumnas marroquíes se abstendrían de hablar en árabe en clase, y los demás procurarían integrarlas en los grupos de Educación Física para que no se encontraran siempre aisladas y marginadas.

Dichos acuerdos no se han cumplido por ninguna de las dos partes, aunque cada grupo aduce sus razones para demostrar que sí que lo ha intentado y que ha sido la otra parte la que ha iniciado el incumplimiento. Este fracaso de la diplomacia y el desarrollo de las tensiones del grupo ha hecho que hoy la situación haya estallado durante una clase de inglés. Nadie es capaz de reconstruir con certeza la secuencia de los hechos, o quién ha empezado, o cuál ha sido exactamente el detonante y quiénes son las víctimas y quiénes los agresores. El caso es que ha habido una explosión de sentimientos de ira con gritos, llantos, insultos y miradas asesinas.

Para las alumnas marroquíes hoy ha sido la gota que ha colmado el vaso del acoso a que se ven sometidas por parte de un grupo de la clase liderado por una alumna con graves problemas de autoestima y que se ve arropada por un grupo de cinco o seis chicas, que se escudan en el temperamento arrabalero de la misma. Cuando habla, chilla y parece no darse cuenta. Ella ha hecho comentarios despectivos e insultantes contra los “moros”, añadido a que en otras ocasiones ha expresado opiniones de muy mal gusto acerca de sus costumbres e idiosincrasia. Una de las alumnas marroquíes ha sufrido un ataque de histeria y ha habido que tranquilizarla, de modo que dos profesores que había en el aula no podían reconducir la situación.

Posteriormente hemos intervenido el Jefe de Estudios y yo -como tutor del grupo-. Después de hablar con todas las partes, incluida la madre de la alumna agresora, puedo decir que no hemos llegado a una solución satisfactoria porque hay demasiado veneno enquistado en esta situación y ya nadie juzga objetivamente el problema. Las dos partes achacan a la otra el origen de las desavenencias. Nosotros vemos de fondo un problema de claro racismo contra cuatro muchachas que forman piña y a las que se ve como potencialmente peligrosas porque no agachan la cabeza. Hay que decir que son de las que mejores notas sacan de la clase y que su actitud -en lo que alcanzo a considerar- es muy correcta y educada, pero hay algo que los demás no les perdonan y es ese "formar grupo" y hablar en otra lengua.

Jefatura de Estudios ha impuesto una "sanción cautelar" de cuatro días a la alumna que ha sido fijada como agresora aunque ella en todo momento lo ha rechazado. Se ve como víctima y aduce –gritando- que lo que las moras tienen es mucho cuento y que saben mentir muy bien, que no han cumplido el pacto porque siguen hablando en árabe y que han sido ellas las que han hecho esfuerzos para integrarlas, y que nosotros los profesores las protegemos antes a ellas -extranjeras- que a los de aquí. La madre tampoco ha aceptado la sanción porque se pregunta que si han sido dos los que se han peleado por qué se castiga sólo a su hija. Es que su hija es “instigadora” de una situación de acoso –le replicamos-, pero es muy difícil probar lo que sucede en realidad porque la mayor parte de las cosas suceden en el interior de la psique humana individual y colectiva. Cada parte se ve como víctima y probablemente todas tienen su parte de razón. Es muy difícil ser juez en una situación envenenada como esta. Alguien se preguntaba si no sería la difícil situación económica de las familias “de aquí” la que alimentaría el racismo contra los llegados recientemente. Al fin y al cabo resulta fácil no ser racista si uno vive en una zona acomodada de la ciudad donde no hay inmigrantes, pero el barrio donde yo doy clases es una zona límite donde se sufren graves carencias y muchas familias tienen serios problemas económicos y sociales.

Todo se ha mezclado en un cóctel explosivo que ha estallado delante de nosotros. La convivencia se ha ido al traste y la muralla de resentimiento contra las alumnas marroquíes ha aumentado por la sanción que hemos impuesto –que se ve como injusta- y por la dramática situación que ha tenido lugar hoy. Yo mismo como tutor he perdido muchos puntos delante de mis alumnos por ponerme del lado de los “de fuera”.

Es difícil juzgar a los seres humanos, sus motivaciones, sus intenciones y sus causas últimas porque urden –urdimos- una cadena de racionalizaciones que justifican cualquier desmán que hacemos. Luego están sentimientos de pertenencia, auspiciados por el miedo, los que hacen, que las personas tomen partido. Nadie ha sido capaz de distanciarse entre los alumnos para contemplar la situación. Algunos se han quedado al margen y no han entrado en el conflicto. Para nosotros ha sido difícil enjuiciar y tomar una decisión. Hemos cerrado el tema, pero mucho me temo que ha sido en falso y que no contribuirá a mejorar la situación de las muchachas marroquíes que perciben ellas solas todos los menosprecios de que son objeto mientras los demás los ven como “normales” y en todo caso son cuestión de grupo y ellas –las moras- deberían aguantar y aprender a integrarse. Es un buen problema porque nosotros vemos en la educación de estas muchachas magrebíes la oportunidad de emanciparse de las limitaciones que les impone su cultura. Una de ellas quiere ser enfermera y tiene capacidad para serlo pero tiene miedo a apostar tan alto. Es terrible tener que enfrentarse cada día a la agresividad de tus compañeros.

Me gustaría saber cómo diablos transformar este desastre en una oportunidad. Al menos eso decía un libro de autoayuda que hojeé en una ocasión.

jueves, 20 de abril de 2006

Esperando a Godot


Tenía diecinueve años. Estudiaba el segundo curso de mi carrera de Filología Hispánica. Una de mis aficiones era instalarme en la Biblioteca de una Caja de Ahorros y ponerme a estudiar, investigando y ampliando los temas de la universidad. Pero aquella mañana de la incipiente primavera no tenía ganas de estudiar y me dediqué a buscar algún libro de lectura que me atrajera. Después de dar varias vueltas hubo uno cuyo autor me sonaba ligeramente: Samuel Beckett. Allí tenía un texto teatral que me atrajo. Se titulaba Esperando a Godot. Desconocía que me encontraba ante uno de los textos dramáticos capitales del siglo XX. Recuerdo eso sí las tres horas siguientes que pasé embebido, hechizado, por aquel libro teatral que enfrentaba a dos personajes Vladimiro (Didi) y Estragón (Gogo) en un juego dramático sin precedentes para mí. El libro rezumaba un sentido del humor que no puedo calificar sino como “terrible” que me suscitó sonrisas y alguna carcajada. ¿Qué estaba leyendo? Yo no conocía la tendencia del llamado “Teatro del absurdo” que se dio en Europa en los años cincuenta.

El texto era de una desesperanza absoluta pero desprendía una gran ternura especialmente en la relación forzada de los dos protagonistas que he citado. Los dos estaban unidos por una espera que no se resolvía. Esperaban a Godot. Es el único que podría darles una explicación y algún sentido a sus vidas. Entretanto se aburrían mortalmente e intentaban ocupar el tiempo en diálogos absurdos y llenos de largos silencios. Al final del primer acto llegaba un mensajero que les comunicaba que Godot no llegaría hoy, que tal vez lo haría mañana. Me abalancé sobre el segundo acto creyendo que resolvería esta situación de espera anodina en que nos hallábamos, lector y personajes. El segundo acto acentúa lo sombrío de la situación. Continúa la espera inútil. Lo único que ha cambiado es un árbol que ahora tiene hojas a diferencia del primer acto. Otros dos personajes Lucky y Pozzo (esclavo y señor) también han cambiado desde el día anterior. El primero es mudo y el segundo ciego. La espera interminable continúa y al final del segundo acto nuevamente llega un mensajero que les anuncia, claro está, que Godot no vendrá hoy, que tal vez mañana lo hará.

Samuel Beckett (1906-1989) retrató este mundo sin salida, sin sentido, en una Europa que salía de una guerra que la había destrozado. Sesenta millones de muertos. Ya sabíamos la realidad de los campos de exterminio, y se habían arrojado dos bombas nucleares sobre ciudades japonesas. El mundo que él refleja está en ruinas y en él, el lenguaje ha perdido toda significación.

La lectura me resultó fascinante y desde entonces no he podido olvidar aquellas tres horas que me pasé absorto en la lectura de esta tragedia contemporánea en que el mundo carece de cualquier sentido y aquel que debería venir a dárnoslo tampoco llega.

Años después hice trabajar a mis alumnos de tercero de BUP sobre diferentes textos dramáticos. Les ofrecí a Shakespeare, Molière, Lope de Vega y Calderón, Lorca, Valle Inclán, Sastre, Beckett, Alfred Jarry, Tenessee Williams, Arthur Miller... El grupo que escogió a Beckett tuvo la fortuna de poder ver en Barcelona tres obras del autor irlandés y leyeron sus textos teatrales y narrativos. Aquel grupo, al cabo de los meses, se había transformado. La visión desesperanzada pero estimulante de la obra de Beckett había variado su modo de percibir el mundo y la realidad. Recuerdo con afecto su trabajo, su exposición oral y su representación teatral. Aquellos muchachos habían madurado. Entrar en el universo beckettiano les había supuesto un deslumbramiento y una sorpresa como la que tuve yo cuando tenía una edad parecida. Es como si a partir de entonces ya no pudieran mentirse a sí mismos ni tolerar la impostura del lenguaje lleno de trampas y falsedades.

Recuerdo que aquellos muchachos vivieron el estallido de la Primera Guerra del Golfo en 1991. La tensión en el mundo era enorme. El 16 de enero se desencadenó la operación Tormenta del desierto contra el Irak de Sadam Hussein. La mañana de ese día de enero había electricidad en las aulas. Tenía yo clase a primera hora de la mañana con un tercero de BUP. Les planteé que me resumieran en una palabra la sensación que tuvieran en aquellos momentos. Las escribí en la pizarra. Empezaron a repetirse términos como “desolación”, “tristeza”, “miedo”, “consternación”, “estupor”, “dolor”, etc. Hasta que llego el turno a Toni Ribes, el coordinador del trabajo sobre Beckett. Toni no siguió a sus compañeros y señaló que él sentía “curiosidad” y “fascinación”. La clase se echó con furia encima de él, pero creo que Toni estaba viendo más allá de sus compañeros. Le entendí perfectamente y sabía por qué él había escogido cuidadosamente dichos términos. El horror también puede ser fuente de fascinación. Pero además, ellos eran hijos de familias bastante bien acomodadas que llegaban cada día en moto al instituto y aquella guerra se hacía por el control del petróleo. Supongo que él era consciente de nuestra necesidad del crudo y de nuestra contradicción. Al cabo de pocos días, la guerra dejó de ser noticia central y el miedo se pasó en cuanto vimos que aquello quedaba muy lejos de nosotros. Toni estaba observando la guerra pero también nuestras reacciones, nuestra conciencia acomodaticia, nuestro mundo carente de excesivo sentido, y las palabras, vacías en buena parte de contenido. Lo que había denunciado y expuesto Beckett con sus obras.

Sé que a Beckett no le gustaban demasiado los admiradores ni las palabra de elogio. Vamos a dejarlo así, pero sugiero la lectura de sus textos, o mejor aún, su relectura. Este centenario de su nacimiento puede ser una excusa perfecta.

martes, 18 de abril de 2006

Volver


Volver con ganas, al menos convencerte de ello. No has dormido muy bien, piensas en lo que vendrá mañana, ya hoy. Suena la radio, te levantas ojeroso pero algo te impulsa a saltar hacia adelante: la convicción de que las cosas hay que hacerlas con el mayor entusiasmo, si no queda más remedio que hacerlas. Preparas el desayuno de tus hijas. Ayer te dieron cada una cuarenta o cincuenta besos al despedirse por la noche. Los guardaste en el bolsillo y les dijiste que cuando estuvieras triste sacarías unos cuantos y te pondrías contento. Los guardas como un tesoro.

Llegas al instituto. Encuentros agradables, otros tediosos… Tus compañeros de seminario te dan la bienvenida. Procuras ser positivo y saludar con ganas. Preparas todo el material y te diriges a tu primera clase de la ESO. Te sientes tranquilo. Hablas del libro de lectura del trimestre. A ver si esta vez tenemos suerte: La perla de John Steinbeck, el genial autor de Las uvas de la ira. Es la historia de un indio mejicano, Kino, que encuentra la más hermosa perla del mundo. Su tesoro le lleva a descubrir la sociedad de los blancos, materialista y devoradora. Ello provoca un agudo conflicto interior en el protagonista y la perla hará emerger la maldad que se encontraba escondida en la comunidad a la que había pretendido salvar Kino. La sabiduría implica la pérdida de la inocencia y el sufrimiento interior. Es un relato maestro que nos puede servir como reflexión simbólica acerca de la vida y la relación del hombre con la naturaleza. Espero que sea un hermoso libro para ellos.

Repasamos los ejercicios que llevaban para las vacaciones. No va mal la clase aunque ha habido varias ausencias significativas. Sales satisfecho. Te ves con energía, esa que estaba tan magullada antes de las vacaciones. Los paisajes gallegos y asturianos todavía están en la retina. También en la memoria, los cocidos y el lacón con grelos que te comiste por indicación de fmop (http://elsexodelasmoscas.bitacoras.com)

Tienes guardia de patio. Intervienes en una pelea entre marroquíes. No sabes qué se dicen pero sus rostros están crispados. Te quedas vigilando para que no vuelva a reiniciarse. Unas alumnas te preguntan por la nota que han sacado. Sabes que están suspendidas y con más motivo procuras ser amable con ellas. No han pegado ni sello, pero no son malas niñas. A eso tienes que acostumbrarte. La mayoría de tus alumnos no ponen su vida en el estudio. El instituto es un lugar de relación. Aquellos que trabajan, inmediatamente lo ven reflejado en sus resultados. La mayor parte de las veces los padres no son responsables. No saben educar ni orientar a sus hijos. Y menos transmitirles amor por la cultura. Estás en el barrio que estás y aquí la vida es así. Dentro de ese desastre intentas poner al mal tiempo, buena cara.

Dos marroquíes se insultan esta vez en castellano. “Puto moro” le dice el uno al otro. Otra profesora y yo nos quedamos boquiabiertos. El director pasa controlando la situación. Él ve las cosas desde arriba. Elabora planes estratégicos de centro y hace su pequeña carrera política. Los docentes, los que entramos en las aulas, no somos demasiado conscientes de las estrategias ni los planes tan bien urdidos como inútiles. Se estudia muy poco. Se trabaja menos. Todos son tácticas para maquillar el fracaso, el gran tabú de las autoridades educativas. Nos toca bailar con la más fea… Pero hoy no te pongas estupendo, querido profesor en la Secundaria.

Tu última clase de la mañana es laboriosa pero logras controlar el riesgo de que degenere en caos como acaban algunas clases que imparten sustitutos que llegan alucinados al centro en los primeros días. Sales contento. Tienes ahora dos horas para comer y preparar las clases de la tarde.

Hoy ha sido un día positivo. Has logrado mantener el autocontrol y el dominio de ti mismo ante la derivación creciente a la juerga, la desgana, el desastre. Probablemente no han aprendido mucho, pero todo está dentro de unas coordenadas aceptables. ¿Qué más se puede pedir? ¿Tendrán algo que ver los besitos guardados de tus hijas? ¿Tendrá que ver el consejo que las dos te dan desde el balcón cuando sales de casa por la mañana? Sé paciente, papá, sé paciente. ¡Qué canastos! Me voy a tomar una cervecita. No ha sido malo el regreso.

lunes, 10 de abril de 2006

El bloguer en Galicia


Domingo de Ramos en una aldeíta gallega: Santo Tomé, una población diseminada de unos centenares de personas. El verde de Galicia, los hórreos que aquí llaman cabozos, casas aisladas, los bosques de eucaliptus que espesan los montes y están cortados como retales por la tala intensiva. Mis hijas y sus amigas emocionadas con sus ramos de laurel recién cortados para ser bendecidos por el párroco. Caminamos por la carretera hasta la iglesia-cementerio del rincón gallego en que nos alojamos. Un centenar de parroquianos agitan sus ramos en el aire. El cura con hábito blanco y estola roja se dirige a los asistentes con gestos funcionariales. Pocos le escuchan. Hasta hace dos años venía un burrito en el que iba montado un monaguillo. Eso le daba color a la ceremonia. Es la preparación de la Semana Santa. Jesús entra en Jerusalem montado en un borriquillo y las gentes le aclaman: Hosanna al hijo de David. Son viejas historias que ya muy pocos creen. Predominan las personas mayores que se han vestido con sus mejores trajes. Hay también niños. Este año llovizna sobre el paisaje verde. No hay procesión, el párroco es escueto y no personaliza el rito mínimo anual. Los feligreses van a la iglesia. Muchos nos quedamos fuera esperando que acabe. El interior está iluminado con las arañas del techo. Hay santos engalanados, pero todo tiene un sabor a antiguo, a otra época. Tiene el encanto de un ritual decadente, poco acorde con el tiempo frenético en que nos movemos.

Mi cuñada, una mujer que se sumergió hace años en una aldea gallega, alejada del mundanal ruido, espera con sus hijos pequeños afuera con nosotros. La misa dura poco, lo suficiente para no cansar. María José es una lectora empedernida de los clásicos rusos. Ayer me devolvió un libro de Gorki, La madre, y otro de Dostoievski, El eterno marido... Se ha leído todos los de Tolstoi, Dostoievski, Chejov, Gogol, Goncharov, Turgueniev, Sholojov, Solshenitzin... Le fascina el ritmo de la narrativa rusa. La lee en sus noches de insomnio. Agotó todos los libros de la biblioteca del pueblo, Vilanova de Lourenzá, con su iglesia de torre tuerta descrita por Álvaro Cunqueiro. María José enganchó kilos y kilos en su vida en la aldea. Es un prodigio de humanidad, siempre alegre y vital. Añora la gran ciudad, sus humos, su contaminación, su mezcla bastarda de gentes de colores y lugares diferentes. Sus hijos, guapos y esbeltos, ya se sienten atraídos por los perros y por la caza, una de las pasiones del mundo rural. Ella intenta mantenerlos alejados de las armas, pero a ellos les atraen los revólveres, las escopetas, las ametralladoras, todo lo que dispare, como a su padre. Es el mundo del monte, de los bosques, de las fragas escondidas. Cuando tengan catorce años acompañarán al padre a cazar. Lo llevan dentro. Ella se enfada pero no demasiado en serio. Ella "reza" por los pobres corzos y jabalíes cuando su marido sale a cazar.

Yo me voy a hacer con otro cuñado, Iván, una etapa del Camino de Santiago. Son treinta kilómetros desde Ribadeo hasta Vilanova. Partimos a las ocho de la mañana y llegamos a las dos de la tarde. Hilvanamos conversaciones de los temas más diversos mientras caminamos. Nos cruzamos con peregrinos en bicicleta. Suben repechones mientras nosotros nos quedamos atrás. Hablamos de libros, películas, de las bodas gay en Galicia, de Berlusconi en Italia. ¡Vaya desastre si vuelve a ganar! Cuando acabamos la etapa no sabemos cómo han ido las elecciones. Hemos llegado un poco cansados pero no demasiado. Hasta treinta kilómetros se hacen bien. Hemos sendereado por entre eucaliptos y atravesado valles verdes. Mañana iremos con nuestras hijas a hacer una minietapa de ocho o nueve kilómetros entre los bosques húmedos. Son pequeñas pero es bueno que se vayan acostumbrando. Es una gran experiencia la del peregrino. Algún día podrán hacer el camino de Santiago entero si les atrae. Nadie sabe qué queda en la mente de un niño para su vida de adulto. Hay ciertas imágenes que te conforman, que están en el origen de lo que tú eres y muchas tuvieron lugar de pequeño.

No cuento nada especial. Son días alejados de la vida cotidiana del Profesor en la Secundaria. Hace años viajaba al Extremo Oriente y ahora me encanto en la aldea gallega, comiendo sus cocidos, sus carnes asadas y sus patacas fritas que no falten. Todo tiene carga existencial. La vida pasa también en este mundo tan inmóvil, como el cielo que parece quieto pero no para de moverse.

Longa noite de pedra
" O teito é de pedra. De pedra son os muros i as tebras. De pedra o chan i as reixas. As portas, as cadeas, o aire, as fenestras, as olladas, son de pedra. Os corazós dos homes que ao lonxe espreitan, feitos están tamén de pedra. I eu, morrendo nesta longa noite de pedra. "
CELSO EMILIO FERREIRO

viernes, 7 de abril de 2006

Las clavijas de Cotatuero


Parece -según un reciente estudio de científicos de la universidad de New Jersey- que nuestra percepción del miedo, sea innato o adquirido, depende de la existencia de un gen llamado stathmin que se haya alojado en la zona central del cerebro, en la amigdala (EL PAIS, 19 de noviembre de 2005). Han hecho experimentos con ratones a los que han bloqueado el citado gen y estos se han mostrado como valientes y temerarios ante situaciones en que los ratones normales estarían atemorizados y paralizados por el miedo. ¡Vaya! Así que el miedo también está alojado en el funcionamiento de un gen y aquellos en que dicho gen funciona deficientemente son los héroes que desafían el peligro, los valientes guerreros de las batallas homéricas.

Quiero evocar mi miedo cerval a las alturas. Este parece ser un miedo de los considerados innatos. He conocido escaladores que padecían de vértigo y, sin embargo, subiendo paulatinamente eran capaces de controlar su miedo lo que no pasaba cuando se veían enfrentados bruscamente a una gran altura que no podían digerir.Recuerdo mis tiempos de estudiante y mis excursiones a la montañas del Pirineo aragonés por el espectacular valle de Ordesa. Yo siempre procuraba ir con un compañero más atrevido que yo, alguien que tirara de mí. En una ocasión nos habíamos planteado subir a los tres mil metros, a un corte muy característico en la montaña llamado la Brecha de Rolando, en el macizo del Monte Perdido. Al otro lado de la brecha ya está Francia. Era el mes de junio y todo estaba nevado a partir de cierta altura. Ascendimos por un bosque de hayas espléndido lo que nos pareció un buen inicio. Para continuar el camino hubimos de trepar por unas empinadas chimeneas al borde de un enorme precipicio. Los agarraderos eran inseguros. Mi gen stahtmin estaba lanzando todas sus llamadas de alerta. Estaba en un estado próximo al pánico, pero lo peor estaba por llegar porque cuando nos nivelamos vimos las temidas clavijas de Cotatuero que son unos grandes clavos hincados en la roca para poner manos y pies. Hay que atravesar unos quince metros sobre el vacío con una caída libre de más de ciento cincuenta metros. El estado en que me encontraba era próximo al shock. Mi compañero de aventuras, tras unos momentos de indecisión, se lanzó a cruzarlas y vio que era bastante más fácil de lo que parecía. El problema era el miedo al abismo. Era sólo un momento de decisión y lanzarse al vacío. Mi gen del miedo me bloqueaba y me decía ¡No! ¡Vuelve atrás! ¡No puedes hacerlo! Sentía terror, pero mi amigo ya estaba al otro lado. No tenía ya la oportunidad de echarme atrás. Hube de lanzarme a apoyar mi primer pie sobre la primera clavija. Las piernas me bailaban, tal era el temblor que me invadía. No podía pararlas. Ya me encontraba en la segunda clavija y mi respiración era entrecortada. La situación era francamente comprometida. Sin embargo, surgió algo, fue un momento extraño en que me invadió un pensamiento que me llegó desde el subsconciente quizás o quizás del infinito. Me dije: ¡Bueno, aquí estoy! Y si me caigo y me mato ¿qué? Entonces me pareció insignificante mi miedo. Yo mismo me resulté insignificante. Era indiferente lo que me pasara. Carecía de importancia. Mis temblores cesaron por completo, mi respiración se serenó y fui poniendo mis pies firmemente en las sucesivas clavijas como si bailara, tal era mi estado de alegría próxima al éxtasis divino. Mi cuerpo era leve y todo carecía de verdadera sustancia. El caso es que estaba allí y estaba viviendo un momento mágico en mi existencia. Sin problemas llegué al otro lado, mi pie salió de la última clavija y se apoyó en la roca firme. Había un prado con un arroyo al otro lado. Algo nuevo me invadía. Aquello duró unos segundos, no fue más, pero han sido unos instantes que no he podido olvidar por la intensidad y maravilla que viví en ellos.

Años después volví a pasar por allí y se me reprodujo el estado de pánico pero no volví a vivir aquella sensación de levedad y totalidad. No sé cómo logré bloquear, anular o desactivar mi gen del miedo. Puedo entender que exista dicho gen y ello explicaría muchas de nuestra conductas, miedos y fobias a tantas cosas, pero también que hay algo extraño que a veces nos lleva al otro lado como a Alicia en el país de las maravillas y desde allí ves la existencia trasfigurada. Puede ser que cuando llegue el día del último viaje y esté al partir la nave que nunca más ha de tornar... me encontraréis cruzando, en un baile maravillado, las clavijas de Cotatuero. Sería un buen final.

Este post fue publicado el 25 de Noviembre de 2005 en Profesor en la Secundaria +. He querido recuperarlo ahora que estoy de vacaciones durante la Semana Santa. No sé si podré escribir estos días. Dependerá de los cibercafés que encuentre, pero aquí os dejo este post que para mí tiene una emoción especial.

miércoles, 5 de abril de 2006

La literatura maldita


Una buena clase de literatura es una llena de referencias literarias a libros o autores de culto. Una clase en bachillerato nos aconseja utilizar un lenguaje sugerente e intentar rellenar los inmensos vacíos de cultura que aqueja a nuestros alumnos. Cuanto más pronto sientan dentro de ellos mismos el pensamiento de ¡qué ignorantes somos! más pronto podremos trabajar seriamente. Deben verse tocados por el gusanillo de la curiosidad: de aprender, de saber, de conocer elementos de la cultura universal.

Estos días en literatura de primero de bachillerato estamos hablando del Modernismo, ese movimiento que surgió como rebelión frente el mundo ortodoxo, antiguo y tradicional. En principio fue un insulto a los partidarios de las ideas modernas, a aquellos que defendían el socialismo o el anarquismo, la emancipación de la mujer, el darwinismo que planteaba la evolución que llevaba del mono hacia el hombre. También las tendencias teosóficas de Mme Blavatsky y el ocultismo, así como las nuevas estéticas que defendían la idea del “arte por el arte” o el gusto por lo maligno y demoníaco. Pensemos en la obra de Lautremont titulado Los cantos de Maldoror, en Las flores del mal de Baudelaire, en Una estación en el infierno de Rimbaud, en Edgar Alan Poe y sus Narraciones extraordinarias...

Hacia la década del 1890 el mundo se estaba transformando y el mundo burgués, ya conservador, sentía pánico o desprecio hacia los nuevos movimientos obreros, hacia las incipientes organizaciones feministas que revolucionarían nuestro mundo, hacia todas las nuevas ideas estéticas que llevaron a los artistas a aislarse en un mundo aparte buscando una belleza no burguesa, lejos del utilitarismo y vulgaridad de la clase ascendente. Es la época en que París era la ciudad luz de la bohemia. Los artistas experimentaban estados de ánimo decadentes y se empapaban de éter, bebían absenta y ajenjo o fumaban haschisch. Los artistas buscaron alucinantes estados de conciencia que les abrieran nuevos campos en el arte.

La técnica vino a contribuir a los nuevos tiempos: la velocidad de los coches, el maquinismo, la luz eléctrica, el cine… Todo llevó a que el mundo se transformara y las ideas también. La Guerra Mundial, un desastre diseñado por un genio malévolo, acabó de cambiar el mundo. Derrumbó imperios, extendió el consumo a las capas medias de la sociedad, inició la liberación de la mujer, hizo visibles a los homosexuales que en los llamados felices años veinte se convirtieron en moda en las fiestas de Berlin y París.

En esta atmósfera de ebullición social, política y artística se gestaron las llamadas vanguardias. El mundo estaba cambiando a velocidad de vértigo. Cubismo, Futurismo, Expresionismo, Dadaísmo, Surrealismo… subrayarán, como el Modernismo, la búsqueda del lado oculto de la realidad. Freud hablará del inconsciente, los esotéricos, de lo oculto, los surrealistas también hablarán del otro lado de la realidad como los simbolistas habían sostenido que este mundo sólo era la faceta más visible de la realidad. Había otro mundo apto sólo para los iniciados. Siempre he sostenido que hay una línea de continuidad en esa búsqueda de "otros mundos" que están detrás de éste.

Ésta es la búsqueda que propone la enseñanza de la literatura, hablando de cultura, de cambio de época, de nuevas estéticas… Comentamos La montaña mágica de Thomas Mann, el Ulysses de James Joyce, citamos a Rubén Darío, a Antonio Machado, a Unamuno, a Ramón María del Valle Inclán y su libro más esotérico, el que ocuparía el primer lugar de su Opera Omnia, La lámpara maravillosa. Aquel que dice en su capítulo IX:

Llevo sobre mi rostro cien máscaras de ficción que se suceden bajo el imperio mezquino de una fatalidad sin trascendencia. Acaso mi verdadero gesto no se ha revelado todavía, acaso no pueda revelarse nunca bajo tantos velos acumulados día a día y tejidos por todas mis horas. Yo mismo me desconozco y quizá estoy condenado a desconocerme siempre.

Una buena clase de literatura tiene algo de anárquico, de reivindicación de la poesía maldita, de aguzar el oído para oír los ritmos y acentos de los versos malditos. No sé por qué toda la buena literatura que se me ocurre está “al otro lado”. Tengo que ponerme a pensar por qué todo este mundo que vivimos ahora está tan a “este lado”. Siento una aguda contradicción entre mis gustos sobre la literatura del pasado y nuestra realidad presente. De esa tensión se nutre una clase de literatura. Es una búsqueda, es un no saber si hay respuesta, es todavía indagar si hay un "otro lado" de la realidad que nos domina. Para eso vale la enseñanza de la literatura, pienso yo. Sólo es una modesta propuesta llena de veneno, claro está.

lunes, 3 de abril de 2006

El modelo multicultural


Hay tres imágenes o grupos de ideas que se me superponen. Por un lado estoy leyendo el libro de Ayaan Irsi Ali, titulado Yo acuso que tiene por subtítulo Defensa de la emancipación de las mujeres musulmanas. Ayaan es una activista y diputada por el Partido Liberal Holandés que se manifiesta abiertamente crítica con las tesis del multiculturalismo, esto es, que en una sociedad convivan pacíficamente diferentes grupos étnicos, religiosos y, por ende, culturales. Las culturas no serían mejores ni peores sino sencillamente distintas sin posible comparación. Según ella, de origen somalí y musulmana, que sufrió en su propia persona, la ablación del clítoris por parte de una abuela y fue obligada a casarse a los veinte años con un primo al que no conocía, el establecimiento del multiculturalismo lleva a la absoluta desprotección, en materia de derechos humanos, a las mujeres musulmanas. El islam es un sistema premoderno que choca abiertamente con las normas y leyes de la sociedad occidental por su carácter teocrático, al poner la ley divina –el Corán y las costumbres patriarcales- por encima de las leyes humanas; esas costumbres perpetúan el sometimiento de la mujer al varón que es considerado superior: mito de la virginidad con la que han de llegar todas las mujeres al matrimonio; casamientos arreglados a temprana edad; educación de las niñas a las que se les niega totalmente su autonomía y responsabilidad y, por tanto, en muchos casos se les obliga a dejar sus estudios; consentimiento y estímulo de castigos físicos a las mujeres; código de honor y por consiguiente la cultura de la vergüenza porque si una mujer desobedece a su padre o a sus hermanos los deshonra y surge la vergüenza que los dejará muertos socialmente… Una mujer en definitiva no es nada comparada con el varón que es el que disfruta de todos los derechos.

Estaba pensando es estas cuestiones cuando hace un par de días iba en el metro. Una mujer musulmana de unos cuarenta y tantos años iba con su hijo de unos veinte. Cuando llegaron a final de trayecto nos bajamos los que quedábamos en el tren. El hijo salió primero y su madre se puso a caminar unos pasos por detrás de él y así se mantuvo por todos los corredores del metro. Él de vez en cuando miraba hacia atrás por el rabillo del ojo para ver si venía ella, que cuidadosamente no osaba ponerse al mismo nivel que su hijo. Esta imagen me inquietó poderosamente porque refrendaba lo que estaba leyendo en las palabras de Ayaan Irsi Ali.

Por último y para relacionarlo con el mundo de la enseñanza, puedo comentar que en la última semana se ha incorporado a mi tutoría una nueva alumna musulmana. Lleva un pañuelo que le cubre la cabeza y le tapa totalmente el cuello. Hay otras alumnas musulmanas que llevan pañuelo pero no de una forma tan estricta, incluso hay una que no lo lleva y su cabello largo –eso siempre porque una mujer musulmana no puede cortarse el pelo- lo lleva recogido en un moño.

En nuestras sociedades hemos optado por el modelo multicultural con el argumento de que los grupos culturales debe poder defender sus puntos de vista y costumbres propias en pie de igualdad. Es el argumento “progresista” y éste evita entrar en conflicto con las tradiciones de la inmigración, especialmente con el tema de la situación de la mujer en el Islam. Es decir que la mujer siga oprimida y careciendo totalmente de derechos como que no pueda trabajar fuera de casa, que no tenga derecho a la educación más allá de la obligatoria, que sea casada muy joven en matrimonios en que no conocerá apenas al que será su marido y con el que hablará muy pocas ocasiones en su vida. ¿Para qué escuchar el punto de vista de una mujer? Las mujeres siempre ocupan un lugar secundario respecto a los varones, sus propios hermanos que acostumbran a ignorarlas como sucede en mi instituto entre los musulmanes y las musulmanas entre los que no existe ninguna relación, ni de la más mínima conversación. Son mundos diferentes con una clara subordinación del mundo de la mujer al del hombre que es superior por definición.

El pañuelo o chador es una clara muestra de su sumisión social. No es un elemento cultural como se nos quiere vender. En el islam no existe diferencia entre cultura y religión. Todo está jerarquizado en esta caso a la supremacía absoluta de Alá y su profeta Mahoma al que no se puede ni siquiera “representar” en las sociedades occidentales, y hemos consentido en ello con el beneplácito de figuras intelectuales como Günter Grass o José Saramago. Sólo Ayaan Hirsi Ali salió en defensa de la publicación de las caricaturas del profeta. Una sociedad occidental no podía plegarse por la razón de la fuerza o el miedo a argumentos premodernos como los que se nos han expuesto.

Ayaan Hirsi Ali es un elemento molesto y crítico, pues dice lo que no queremos oír. Estamos paralizados por el miedo. Todo lo que sea despertar a la fiera nos parece peligroso, pero ella ya está amenazada de muerte hace tiempo. Trabajó con Theo Van Gohg en la película Sumisión - cuyo tema es fácilmente previsible- y ya sabemos que el artista fue asesinado por un fundamentalista islámico, un crimen que conmocionó a la sociedad holandesa.

Bajo nuestra responsabilidad como profesores tenemos a numerosas alumnas musulmanas que perpetuarán ese modelo de ser dominadas y "ofrecidas en matrimonio" en su momento. Sólo la educación y la emancipación de las mujeres musulmanas podrá impulsar la modernización del islam como ha impulsado la modernización de las sociedades occidentales.

Cada vez que veo a mis alumnas musulmanas siendo aplicadas y estudiosas, cada vez que constato su interés por las tareas académicas, cada vez que veo que ponen sus perspectivas en tener una profesión o consideran quitarse el pañuelo, pienso que están trabajando por su emancipación. Siempre que un temprano matrimonio no venga a impedir dichos estudios. Atención, abanderados multiculturales, Ayaan Hirsi Ali desafía, siendo mujer, lo más nuclear del pensamiento teocrático islámico. Por eso su vida está amenazada y por eso es tan molesta a los partidos socialdemócratas que la acusan de “atizar” el conflicto. Pero ella es mujer y ha conocido los derechos humanos occidentales y no se va a callar. A ninguna mujer occidental le diríamos que se callara por ser mujer, pero a ella se le ha aconsejado. Hemos de ponernos a pensar sobre ello.

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