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sábado, 25 de marzo de 2006

Libertad creadora

Leonora Carrington

Una de las situaciones más agradables para un profesor es encontrarte con algún antiguo alumno que te recuerde con especial afecto. Esto ha pasado en múltiples ocasiones a lo largo de mi vida profesional. No es mérito de éste profesor que escribe sino que a fuerza de dar clase a tantos y tantos alumnos, sin duda, hay algunos para los que en un momento u otro fuiste importante en su vida y en su formación.

Posiblemente para muchos fuiste un profesor indiferente, que te hayan olvidado o que su recuerdo se haya desvanecido porque no representaste nada trascendental. Un detalle del camino. Sin embargo, para otros, por las razones que sean, ocupas un lugar en su educación sentimental e intelectual.

Hace un par de años me encontré con uno. Nos saludamos cordialmente. Hacía diez años que había sido alumno mío. Pero me dijo algo que me emocionó. Él participaba en un grupo de teatro, una especie de cabaret musical, en que desarrollaban acciones de tipo surrealista. Todo había empezado cuando yo en clase del antiguo COU les había propuesto, como solía hacer, realizar un ejercicio de estética vanguardista. Unos tenían que expresar una acción cubista o expresionista, futurista, dadaísta o surrealista. Cada grupo formado por cinco o seis alumnos debía investigar el movimiento que había escogido y preparar una suerte de happening al que asistirían sus compañeros y el profesor en calidad de espectadores. Les dejaba un mes para prepararlo. Las clases se orientaban a la investigación del movimiento. Hay que tener en cuenta que no existía internet y la búsqueda de materiales debía ser "artesanal". Yo les facilitaba alguna documentación y les pasaba algunas películas de estética vanguardista. El resto correspondía a su imaginación...

A lo largo de los diez años que lleve a cabo este tipo de propuestas siempre me encontré una respuesta entusiasta por parte de mis alumnos. Sobrepasaban con creces con enorme audacia e imaginación lo que se pudiera esperar de ellos. Cada vez que asistía a un espectáculo vanguardista era para mí un motivo de especial gozo porque los veía implicados en su estética. Los más radicales eran los dadaístas y los surrealistas. Entre ellos rivalizaban a ver quien llevaba más lejos sus propuestas creativas. Todo valía: música, teatro, lectura de textos, imágenes proyectadas, cuerpos desnudos reales o sugeridos, baile, cabaret. Eran lo que se han llamado performances.

Aquellos alumnos se convertían durante la representación en artistas de la cabeza a los pies y disfrutaban con pasión de su ejercicio creador. El alumno a que me refería me vino a decir que tuvieron que parar en sus propuestas surrealistas porque les llevaban demasiado lejos. La libertad a que llevaba la naturaleza del surrealismo les abría a otros mundos arriesgados y oníricos en los que la violencia y el sexo eran fundamentales. Igual que los que participaban en los actos dadaístas que supuso la negación de todo arte preexistente. De las costillas de Dadá salió el surrealismo.

Este era un método eficaz para comprender el arte vanguardista. No se trataba de teorizarlo, sino de vivirlo desde dentro, meterse en su interior y expresarlo sin límites estéticos, morales o pedagógicos. Lo único que estaba prohibido era romper o ensuciar. Si se ensuciaba había el compromiso de limpiarlo posteriormente.

Recuerdo entre docenas de actuaciones la de diez muchachos con el torso desnudo y con antorchas en la sala de actos del centro con música de Stravinski sonando a tope en una danza frenética. Recuerdo otra actuación en que me llenaron la clase de objetos raros incluida una cabeza de cerdo iluminada con una vela y la lectura de textos surrealistas de Salvador Dalí y Lorca. Otros en su actuación imitaban el estilo de un grupo rompedor catalán llamado La fura dels Bauss que planteaban un mundo destruido en la sociedad postindustrial. De las ruinas de la civilización salían nuevos seres mutantes.

Era la imaginación al poder. Probablemente ninguno de los que participó en aquellas performances podrá olvidar su acción dramática. Como este alumno que iniciaba el post que diez años después seguía volviendo a los juegos del inconsciente que plantea el surrealismo. Lo vivido en la representación era vida pura, era participar en la esencia de la creación artística. Era romper los moldes, destruir los límites, ir más allá de la reglas racionales.

¿Qué adolescente no dejaría de ser seducido por la libertad absoluta de creación sin límites?

No es necesario que diga que hoy día esto mismo es imposible. Ya no hay ese gusto por la libertad estética y por el sentido creativo. Yo al menos no lo percibo. Por otro lado, la enseñanza ha perdido el carácter de indagación que pudo tener hace unos años y es demasiado burocrática. Faltan asimismo los espacios de tiempo necesarios para que estas propuestas sean llevadas a cabo. Pero lo que más me inquieta es que ahora no suscitarían el entusiasmo que yo viví desbordante en otras generaciones de alumnos.

8 comentarios :

  1. ¿No será que te estás haces mayor?

    No se si recuerdas este post (te lo brindé a ti):

    http://elsexodelasmoscas.bitacoras.com/archivos/2006/02/06/premio-nobel

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  2. No es sólo eso, fmop. Hay algo muy preocupante en el cambio generacional que estamos viviendo. Yo en primera línea, no lo olvides.

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  3. Muy bien.. me imaginoa que debe ser una experiencia gratificante yo a penas me inicio en el mundo de la docencia y me han pasado cosas muy lindas.. espero algun dia poder comentarte que me paso lo mismo..saludos..

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  4. Dan ganas de haber pasado por tu clase -- yo no soy profesor, maestro ni mucho menos, pero veo ese cambio generacional. Tal vez sea cosa de perspectivas, pero sí me parece que muchos jóvenes han perdido la fe en la humanidad. Por otro lado, JL, solamente sabrás cuando dentro de diez años te vuelvas a encontrar con uno de los estudiantes de hoy...

    Admiro lo que hacen ustedes, los que enseñan.

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  5. Joselu:
    Dentro de unos años, vendran tus alumnos actuales a agradecerte, o recordar tu estilo.
    Vos marcas caminos, senderos en la vida de tus jóvenes alumnos. Ellos te responderán en su momento...
    Verás que no es vano, y aunque sean escenarios diferentes, tarde o temprano, verás los frutos.
    Un abrazo.

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  6. Creo, Joselu, que a ti te pasa un poco como a mí, al decir del psiquiatra con el que me analicé, que no necesitamos alumnos, sino discípulos... Y es, ésa, una rara avis donde las haya, a fe...
    De esa desazón infinita que produce ver la nesciencia triunfante y autocelebrándose nos rescata, a veces, la conciencia íntima de haber dado, de vez en cuando, alguna de esas clases magistrales que aparecen casi sin quererlo y en condiciones que no hacían prever que tal cosa ocurriera.
    Digamos, pues, que el reconocimiento suele acabar siendo autoreconocimiento, auténticamente intransitivo: una excelente interpretación para una platea vacía. ¿Suficiente para vivir? No sé, pero sí para ir tirando...

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  7. Espero y desseo que no sea así. Por necesidad. Quizá se refleje de otra manera...(Eso espero).

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  8. Hola tocayo: me ha fascinado la idea que has tenido de enseñar el arte para sentirlo y para vivirlo. Ojalá se continué el ejemplo. Gracias!

    Por otro lado, te animo a que visites y participes en mis Pasatiempos Vanguardistas que no llega a las cotas de lo que provocaban tus clases, pero que es un forma distinta de acercarse al arte vanguardista de forma divertida.

    Saludos desde Madrid

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