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domingo, 12 de marzo de 2006

Ficciones


No guardo un mal recuerdo de mi servicio militar. Acababa de terminar la carrera de Filología Hispánica y me incorporé inmediatamente. Todavía no había iniciado mi carrera profesional. Tenía por delante trece meses de incertidumbre y de vida militar. Lo primero que me viene a la cabeza de aquel año es la idea de paréntesis y de multitud de conversaciones con personas de los más variados rincones de España. Era una época de excepción para todos. Todos estábamos obligados, fuera de nuestras circunstancias habituales. Tuve mucho tiempo para pensar durante las guardias, durante los turnos inacabables de cocina, los refuerzos…

Me gustaban los turnos de guardia al amanecer entre las cinco y las siete. Me subyugaba el momento del alborada y ser consciente del despertar del día, pasar del silencio casi completo de la noche al inicio del movimiento cotidiano. Llevaba mi fusil de asalto CETME, mi fiel compañero. Es la única vez que he tenido un arma en mis manos. A veces me la apoyaba en el mentón y pensaba en lo que sería dispararla. Le daba vueltas y acariciaba el gatillo. Me di cuenta entonces de que quería vivir, la vida era un desafío que merecía ser probado. En la radio que llevaba llegaban noticias de la revolución islámica de Jomeini, o la visita del papa a Méjico o los inmisericordes y cruentos atentados de ETA tan terribles en aquellos años.

Cuando acabé el campamento me destinaron a una Caja de Reclutamiento, la 511, sita en Zaragoza. No sé por qué avatares terminé en una oficina y de ayudante del comandante médico que hacía la revisión de aquellos reclutas que querían librarse de la mili por alguna causa médica. El comandante recibía con paciencia a los muchachos que alegaban alguna enfermedad o cuestiones relativas a la falta de visión o pies planos. Los motivos eran muchas veces inventados pero en otras ocasiones eran fundados.

Recuerdo que en una ocasión tuvimos una visita muy particular. El policía nacional había llamado por su nombre a un tal Antonio López Carmona. El recluta parece que quería alegar algo. Cuando lo vimos entrar por la puerta para nuestra sorpresa era una hermosa muchacha fina y delicada. ¿Antonio López? Soy yo –nos contestó con voz meliflua-. Nos miramos desconcertados el comandante y yo, que debía tomar nota de todas las incidencias. Antonio López debió desnudarse por orden del militar. Tenía sus genitales entre las piernas y daba la impresión de ser una mujer auténtica. Pocas veces he visto un cuerpo tan bien formado, tan íntimamente femenino. El muchacho claramente no podía hacer la mili pero no había en el reglamento militar ningún apartado que recogiera su caso. Antonio López era el hijo del faraón de los gitanos, según me dijeron. Su llegada al Hospital Militar fue apoteósica pues allí todos los que estaban internados eran varones. Antonio, llamado Eva en su vida femenina, se dedicaba a provocar a los soldados con el más absoluto desparpajo y lubricidad. Terminó siendo excluida por alguna causa cuya calificación no recuerdo, creo que tenía que ver con el aparato urinario. Su estancia en el Hospital Militar fue divertidísima. No la podían haber puesto en un lugar más apetitoso para la vista y el disfrute de los sentidos.

Otra vez fuimos con una furgoneta y un soldado armado, que me acompañaba, a casa de un recluta al que debíamos llevar al Hospital. Sergio Mercader se llamaba y tenía una historia que me emocionó. El muchacho padecía leucemia en una fase ya terminal. Hacía años que había sido diagnosticada. A pesar de ello Sergio había cursado la carrera de Farmacia con excelentes notas. Sergio nos recibió con una mirada dulce y profunda. Tenía una pequeña bolsa preparada para su ingreso en el Hospital. Tendría que pasar un par de semanas allí. Recuerdo su personalidad firme y segura, su serenidad extraordinaria. Durante el trayecto estuvimos hablando de Literatura. Había visto que se llevaba un libro de Borges, Ficciones. Yo era un entusiasta del escritor argentino. Hablamos con admiración de relatos como Pierre Menard, autor del Quijote, El jardín de los senderos que se bifurcan, Funes el Memorioso, y por último de El Sur, acaso el mejor cuento de Borges según él mismo. Aquel muchacho, marcado por un signo aciago, era un devorador de literatura según él me confesó. Le quedaban, según me enteré después, unos meses de vida. Lo llevamos hasta la oficina de admisión del hospital Militar y me despedí de él dándole un fuerte apretón de manos aunque me quedé con las ganas de abrazarlo. Pasé con él escasamente una hora y media, pero su imagen se me ha quedado grabada como la del símbolo de la vida que lucha y crece contra toda desesperanza. Ojalá que donde estés, Sergio, puedas seguir disfrutando de la buena literatura y que puedas tener largas y fecundas conversaciones sobre poesía.

Recuerdo inolvidables encuentros con compañeros de armas en la cantina con infinidad de cervezas y bocadillos de atún y sardinas. La vida era sentida como un prodigio y nos encantaba charlar de lo que haríamos cuando acabáramos aquella interminable mili en la que ya nos estábamos curtiendo. Algunos tenían novias que los estaban esperando, trabajos en suspenso, carreras por terminar…

En las noches de guardia miraba el firmamento y pensaba en el sentido de la vida. El cetme era como una mujer que te acompañaba. Al menos eso era lo que nos decía el sargento. A ratos componía para mí versos que nadie escucharía, imaginaba viajes a países lejanos, lamentaba errores o me alcanzaban estados de zozobra por motivos que luego se revelarían como inconsistentes. Fue un tiempo de espera y de aprendizaje, pero también de profunda camaradería con compañeros que luego ya nunca volví a ver ni a saber de ellos. Las amistades de la mili terminaban con ella.

A veces cuando veo a mis alumnos pienso si en realidad ha sido tan buena idea la desaparición del servicio militar. Nunca en la vida se posee un periodo de excepción tan fecundo para pensar, un poco alejado de todo y en contacto con personas que no hubieras conocido de otra manera. Lo políticamente correcto nos ha llevado a su extinción, pero en mi fuero íntimo creo que, bien planteado, podría haber sido una experiencia sumamente interesante y con componentes de solidaridad. Ese es al menos mi punto de vista ya desde la distancia.

9 comentarios :

  1. Joselu:
    Es todo un tema el que planteas.
    El servicio militar y la mención de Borges.
    Sabrás que en Argentina, la notable obra de Borges, trastabillaba con sus comentarios políticos, de allí algunas resistencias aqui, su muerte en tiera lejana...
    Y del servicio militar mas todavía.
    En nuestras tierras sólo el tiempo disipara rencores y se podrá observar todo con mas objetividad.
    Un abrazo

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  2. Sí, entiendo lo que me dices. El pasado inmediato de Chile es traumático y con una siniestra intervención de los militares en la vida política que todos conocemos. Me refiero a un ejército en una sociedad democrática y a un periodo en que los jóvenes pudieran servir a la sociedad y aprender a convivir con personas diferentes a la vida civil. En cuanto a Borges, reconozco que no sé cómo es valorada su figura en Argentina. A nosotros nos ha llegado despojado de sus aspectos más polémicos en política y sólo en su condición de gran narrador. Un abrazo.

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  3. Hola, una compañera acaba de mandarme la dirección de tu blog. La he enlazado en un post sobre edublogs de lengua.

    http://apiedeaula.bitacoras.com/archivos/2006/02/17/edublogs-de-lengua

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  4. Ya echaba de menos tus historias del Joselu más joven. Y qué voy a decir de Borges que ya no se haya dicho. Esplñendido. "No es ni uno, ni cien, ergo Dios existe".

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  5. Joselu, no te olvides de mis otros blogs.
    Un abrazo

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  6. Joselu eres un optimista o te tocó en suerte una buena mili.En los cuarteles había mucha misería humana y mucha mala leche encerrada. Has pintado un cuadro -quizás el que te tocó vivir- casi idílico.

    Hombre que te obliguen a hacer algo que va contra tu voluntad y te priven de tu libetad, ya me parece una aberración, algo que atenta contra los fundamentos de la persona (no olvides de donde viene el servicio militar obligatorio), por muy buenas experiencias que te puedan reportar.

    Y sí en la mili se leía mucho y se escribía mucho y conocía a gente de muchos lugares de este país, pero también había mucha misería humana concentada. E infinidad de anécdotas.

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  7. El anterior comentario no es anónimo. Por culpa del maldito bloguer ha salido sin firmar.

    http://elsexodelasmoscas.bitacoras.com

    un saludo

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  8. Es la parte que no había reflejado en el post. Evidentemente no todo era bello y de interés humano. Pero considero que, a pesar de todo, valía la pena esa interrupción un año de tu vida normal para ingresar en una prueba que tenía mucho de iniciático. Sin duda, me responderás que muchas veces el servicio militar suponía humillaciones, sevicias, obligaciones no pedidas, obediencia a mandos ineptos, novatadas, alejamiento de tu lugar de origen, etc... Sí, pero bien planteado, pienso en países como Suiza en que es una obligación anual hasta no sé que años. Y ello es una diversión por la camaradería que supone, la vida al aire libre, salir de tu rutina habitual que ya conocemos. Sin duda, hablo de un servicio militar en un país democrático con todas las garantías. Añoro ese intercambio del que quedaba muchas veces más lo positivo. Probablemente yo estoy influido porque yo tenía pase pernocta y me permitía compatibilizar mi vida normal con el servicio militar, pero sé de gente que lo hizo en Melilla y utilizó, además de los porros, para pensar su vida posterior. Fue un periodo creativo. Ahora no queda más que la rutina de la que es imposible salirse en la mayoría de los casos. Un saludo.

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  9. Disculpa que insista en la misma dirección pero he visto a gente que la mili le ha desencadenado una esquizofrenia y nunca más se ha recuperado. Claro que de cualquier situación se puede sacar algo positivo.

    Sobre escapar de la rutina material es difícil. Pero siempre están los paraísos mentales o esto de los 'blog'.

    un saludo

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