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lunes, 30 de enero de 2006

La relación maestro-discípulo


Este post tiene por objeto comentar una crónica aparecida en EL PAÍS (Madrid) el domingo 29 de enero sobre los alumnos actuales de los institutos públicos. Para ello, un periodista se ha presentado en un centro público de enseñanza para seguir el desarrollo de las clases y llegar a alguna conclusión sobre el carácter de los alumnos de esta generación.

El título de la crónica no deja lugar a dudas “Más rebeldes, más activos”. El periodista, Antonio Jiménez Barca, califica a nuestros alumnos con dos adjetivos que tienen connotaciones positivas: rebeldes y activos. Reconoce su mayor grado de conflictividad y de indisciplina, pero afirma que son una generación más desinhibida, más activa, con menos miedo a cometer errores y menos sumisos que los alumnos de hace veinte años.

Toma como apoyo de sus conclusiones, que parecen ser redactadas bajo el síndrome de Estocolmo, a una profesora universitaria, una tal Rosario Ortega, catedrática de Psicología de la Ecuación (¡?) en la Universidad de Córdoba. Esta profesora es experta en temas de conflictividad en las aulas. Según ella, “no hay ningún informe que demuestre que ahora haya más indisciplina, pero sí hay estudios y encuestas que indican que ahora en las clases hay ciertos niveles de conflictividad que antes no se daban (¿?). El profesor ahora no sólo tiene que entender de literatura o de matemáticas, sino también ser capaz de entusiasmar; para ser profesor se debe ser un adulto mínimamente interesante. (…); para estas generaciones, que han nacido con la democracia, ya no valen las normas anteriores, no quieren que su maestro sea del siglo XIX, sino del XXI, y para ello hace falta una gran formación psicopedagógica, y muchos profesores carecen de ella”.

Estas son las opiniones científicas de Rosario Ortega, catedrática de Psicología de la Ecuación y que nunca ha pisado en serio un aula de secundaria. Los profesores –según ella- estamos faltos de formación y somos especímenes más del siglo XIX que del siglo XXI. Me gustaría que me explicara cuáles son esas virtudes que debe tener un profesor de este siglo, pero también hacerle una reflexión sobre lo que es la auténtica tarea docente que no sea convertir un aula en un parque temático, con abundante diversión y actividades entretenidas muy variadas para mantener la atención de nuestros díscolos alumnos que no quieren aburrirse.

Es cierto que nuestros alumnos quieren participar ante todo. Les encanta decir tonterías, no ideas con un mínimo de espesor. Si tú preguntas a un alumno, enseguida cuatro o cinco voces te responderán por él. Es muy difícil, casi imposible, que respeten su turno de intervención. Cualquier banalidad, fuera de tiesto, vale para hablar. Esto les encanta, pero no les propongas un tema con alguna seriedad. Has de imitar los programas de televisión en que, como en una democracia moderna, todo el mundo tiene el derecho de hablar lo primero que se le pase por la mente sin el más remoto fundamento. Este es un mal muy extendido como vemos en las tertulias radiofónicas en que cualquiera opina sobre los temas más complejos con una rotundidad apabullante.

La relación auténtica entre profesor y discípulo (¡qué palabra tan maravillosamente decimonónica!) es la de respeto mutuo. El discípulo acepta los conocimientos del profesor y lo admite como guía provisional para encaminarlo por la senda del conocimiento. Es una relación de admiración por los caminos que abre el profesor y que serán seguidos por el alumno, que en absoluta libertad, podrá discrepar por completo de lo que le enseñe su profesor. Pero esta relación ha de ser iniciada por el silencio en que se escucha y se intenta comprender lo que el profesor quiere explicar. Luego se valora, se piensa y se disiente, si llega el caso. Esta es la construcción de una personalidad. Primero necesitada de maestros en ideas que conocen la ciencia mejor que tú, y luego, una vez aprendida, el discípulo crea su mundo original de pensamiento que puede diferir totalmente del enseñado por el profesor. Pero primero hay que escuchar y valorar.

En la práctica deportiva de cierta calidad y no de tanta, hay un principio intocable y éste es el de la autoridad del entrenador. Esto no se puede discutir. El entrenador ha de ganarse este prestigio, pero no debe ser puesto en cuestión por el primero que llega. Tengo alumnos desaplicados y problemáticos que se ríen de las clases y no trabajan nada, pero eso no afecta a su práctica deportiva en que el entrenador de fútbol es sagrado. Y si cometiera la más mínima indisciplina sería apartado del equipo que es lo último que quiere. Por tanto, respeta a su entrenador como principio filosófico y práctico.

La docta catedrática, que no ha pisado un aula, imagino que debe tener mucha autoridad moral para poder dictar principios que condenan a la mayoría de los profesores. Según ella, nuestros alumnos son menos sumisos que sus hermanos mayores que callaban y escuchaban, como pasaba hace veinte años. Y sin ir tan lejos, antes de la aplicación de esta reforma llamada LOGSE.

Lo que sucede es que nuestra autoridad es puesta en entredicho continuamente; que nuestros alumnos no valoran los conocimientos que nosotros podemos transmitirles porque tienen otras fuentes de información que consideran más válidas; que son incapaces de estar quietos y escuchar; que están desinhibidos para la pura trivialidad y bobada; que carecen de directrices en casa que les marquen los límites; que están dominados por los mensajes de la televisión, publicidad y revistas varias en que se sobrevalora la importancia de la juventud; que son en su mayoría niños mimados o dejados de la mano de dios; que no les apetece,a la gran mayoría, esforzarse un ardite. Y sólo hay que ver cómo lo pasan los buenos alumnos disciplinados en medio de este ambiente. Es una verdadera tortura. Pero esto la crónica lo ve como una muestra de que son más rebeldes y activos. Pues ¡qué bien!

jueves, 26 de enero de 2006

La repetición de curso


Trabajo en un IES de una importante población del cinturón industrial de Barcelona. Mi instituto está en una zona de inmigración interior en los años cincuenta y sesenta y actualmente de inmigración magrebí y latinoamericana en número creciente. De hecho el 32% de los alumnos de mi instituto son de origen inmigrante. Es un instituto que comparte problemas con muchos otros de las mismas características.

El nivel de asimilación y de trabajo de los alumnos es muy bajo. Si nos valoraran en cuanto a comprensión lectora o expresión oral y escrita sacaríamos un nivel de clara deficiencia. Igual en las demás materias como Matemáticas, Ciencias Experimentales…

Luchamos contra la desigualdad social. Nuestros alumnos no tienen arraigada la cultura del esfuerzo o el aprecio por los conocimientos. Les atrae la vida de calle o los modelos que se difunden a través de la sociedad de la tecnología y los mass media. Su impulsividad es muy elevada y son poco reflexivos. Nos damos cuenta de que es muy difícil hacerlos progresar. Sólo unos pocos se esfuerzan realmente, en la medida de sus posibilidades.

La LOCE, que impulsó el PP, consagró el principio de repetición de curso para los alumnos que tuvieran tres asignaturas suspendidas. A los profesores, en general, nos pareció lógica esta repetición porque nos dábamos cuenta de que no era pedagógico que alumnos que suspendieran todo - porque no hacían nada- pasaran de curso como los que se habían esforzado y lo habían intentado.

La nueva ley de Educación, aprobada en diciembre del pasado año, establece que se pasará curso con dos asignaturas suspendidas y excepcionalmente con tres, si la Junta de Evaluación lo considera oportuno por la actitud y predisposición del alumno.

El número de repetidores en los dos últimos cursos se ha multiplicado. Las clases cuentan con un buen número de ellos que no aprovechan la segunda oportunidad y se convierten, en gran parte de los casos, en líderes negativos. Siguen suspendiendo y sin hacer casi nada. Pocos hay que saquen partido de la repetición.

Algunos expertos en educación universitarios y algunas juntas directivas se preguntan, en tal caso, si la repetición de curso es buena como estrategia y promueven la promoción automática –o por edad- aunque a un alumno le queden la mayor parte de las asignaturas. Es una forma de no crear bolsas de alumnos desmotivados que siguen sin trabajar. Si se les promociona, dejan lugar a otros alumnos que podrían llegar al instituto. Apoyando este punto de vista se aducen estudios internacionales que cuestionan la eficacia de la repetición por los efectos negativos que genera, tales como el desistimiento y el abandono, por la pérdida de nivel de autoestima que supone. Alegan que ese mismo alumno rendiría más si hubiera promocionado por edad como criterio fundamental y no por las asignaturas suspendidas.

Es un debate peliagudo porque la promoción automática es un pésimo ejemplo para los alumnos que se esfuerzan, pero, a la vez, lo estamos viendo, no es algo que resuelva el problema sino que enquista bolsas de alumnos fracasados y desmotivados. No se repite dos veces el mismo curso de modo que un alumno promociona automáticamente en su repetición. Ellos lo saben y actúan en consecuencia.

La administración nos presiona. Quiere números que revelen el éxito de sus políticas. Hemos de maquillar los datos para que aparezcan en la prensa síntomas de una disminución en el número de alumnos con fracaso escolar. Los que estamos dentro, sabemos lo que hemos de hacer para que la realidad aparezca del color que quieren las autoridades educativas: pruebas de recuperación de contenidos mínimos o básicos, relativización de cuestiones como la ortografía y la expresión incluso en las clases de lengua, exámenes tipo test de nivel muy bajo, aprobados in extremis a final de curso para que puedan pasar…. pero ni aún así cuadran las cifras. Los alumnos siguen estando desmotivados, les interesa bien poco el acceso al conocimiento que les ofrecemos. Es todo un modelo social el que está debajo de este fracaso generalizado del sistema. No hay forma de motivarlos, se resisten al esfuerzo, no les atrae lo que les proponemos, no les interesa la cultura que está en los libros ni en las aulas oficiales. Los pocos que no se ajustan a este modelo tienen que luchar con una presión muy fuerte y adversa.

Al menos es lo que veo desde estoy yo. Está claro que no es la misma perspectiva la que se tiene contemplado desde colegios de élite o escuelas privadas socialmente privilegiadas. Ello nos lleva a la cuestión central que es de índole social. Entornos cultural y socialmente bajos generan una mayoría de alumnos poco interesados e implicados en el proceso de aprendizaje. Se perpetúa el modelo social del que provienen. Entornos de extracción media alta o alta tienen muchas más posibilidades de mantenimiento y ascenso social.

Se nos solicita desde algunos sectores que con nuestros aprobados nivelemos esa diferencia en el engranaje social.

martes, 24 de enero de 2006

La tristeza


Hace algunos post planteé el proyecto de proponer a mis alumnos de tercero de ESO una serie de redacciones sobre los sentimientos. Cada una versaría sobre uno, que deberían comentar y analizar, amén de añadir sus experiencias personales sobre el mismo. El primero que fijé fue La tristeza.

El experimento ha salido relativamente bien. Es difícil que yo pueda hacerles reflexionar sobre conceptos abstractos o sobre el sentido de las cosas y la vida, que aparece en algunas obras literarias. Pero sí que puedo hacer que reflexionen sobre algo que es genuinamente suyo, que está dentro de ellos: sus sentimientos. Hermann Hesse escribió “No digas de ningún sentimiento que es pequeño o indigno. No vivimos de otra cosa que de nuestros pobres, hermosos y magníficos sentimientos, y cada uno de ellos contra el que cometemos una injusticia es una estrella que apagamos".

La tristeza es el más elocuente de los sentimientos, uno de los más universales. La tristeza, según mis alumnos en sus redacciones, tiene que ver con la pérdida o el miedo a perder algo, con el aislamiento a que lleva y su consiguiente necesidad de consuelo: esto lo han resaltado repetidamente; con la apatía y falta de ilusión por las cosas; con la agonía y el llanto; con la sensación de vacío interior; con el dolor que alguien generalmente querido te causa con algún comentario o acción que te hace daño; con la culpabilidad; con la baja autoestima; con el desengaño; con el autoanálisis que implica de nosotros mismos: nos sirve para reflexionar; con el aferrarnos a cosas que no podemos olvidar; con la necesidad de desahogo: alguna alumna ha llorado escribiendo la redacción porque le ha evocado algo muy doloroso: la pérdida de un abuelo, uno de las motivos más repetidos de sentimientos de tristeza. Alguno ha reconocido que tras la muerte de su abuelo se pasó dos meses llorando y sintiéndose culpable por lo que no había hecho en vida con él. Por lo que no le había dicho también.

La tristeza es una parte esencial de la vida –afirma otra alumna-. “La tristeza no es mala porque te das cuenta de que querías a alguien”. "No podemos ser humanos sin sentirnos alguna vez o muchas veces tristes".

Son manifestaciones o proyecciones de la tristeza la rabia y la envidia, la agresividad, el odio, el abatimiento, la tendencia a la retirada, la desesperanza, el arrepentimiento, la amargura, la impotencia.

“Me encierro en mi cuarto a llorar como una loca y con miedo a que me descubran que no puedo estar a la altura de aguantar cómo discuten. Y entonces me siento mal. Y no tengo ganas de estar con nadie; y lo peor es la hora de aparentar que somos una familia normal , que no abunda la tristeza y que cada día nos queremos más…”

“Mi abuelo materno murió el año pasado. Jamás olvidaré el cabreo que cogí porque no me dejaron ir al entierro. Tampoco aquella clase de Visual y Plástica con XX en la que el llanto interior se clavaba como un puñal en mi corazón”

“La tristeza ayuda a valorar la alegría, y además, si siento tristeza es porque amo a alguien, porque me entristece verles sufrir, tenerles lejos… Porque creo que todas las emociones nacen del amor, entre otras, especialmente la tristeza”.

“O también me sentí así cuando un tío mío se murió. Sentí una mezcla de tristeza y miedo, al saber que jamás lo volvería a ver. Yo sentía como si hormigas me estuvieran recorriendo todo el cuerpo”.

En definitiva, pienso que nuestros alumnos, nuestros adolescentes en general, saben bastante poco de ortografía, de abstracción, de organización del pensamiento, de esfuerzo continuado, de resistencia ante la frustración y de buenos modales, pero sí que puedo afirmar que tienen un claro mundo sentimental y que éste es un rico caudal interior. Lástima que sus modelos externos sean tan pobres y esquemáticos, lástima que la necesidad de la cultura no se una al sentimiento. Hemos de hacerles reflexionar sobre ese mundo interior porque revelan muchas carencias pero todavía hay en ellos mucho de buenas personas.

sábado, 21 de enero de 2006

¿Morirsoñando o soñar muriendo?


Víctor Manuel Ramos es un periodista dominicano, afincado en los Estados Unidos desde su adolescencia. Primero en la ciudad de Nueva York. Luego en Orlando (Florida). Trabajó en diversos periódicos neoyorquinos sobre temas como el crimen y la delincuencia. Antes de ser periodista, vendió correas de reloj por las calles. Participó en 2001 y 2002 en el proyecto del diario Newsday para escribir las historias de las víctimas del Once de Setiembre, colaborando para el libro “American Lives”. Posteriormente se trasladó a Florida donde actualmente reside en la ciudad de Orlando trabajando igualmente para la prensa.

Si hay algo que obsesiona a Víctor en su concepción del mundo es la búsqueda de significado al (sin) sentido de la vida y la fugacidad de la existencia, dos temas capitales que se reflejan en su colección espléndida de relatos titulada Morirsoñando que hoy presentamos. Está publicada en LibrosEnRed y los usuarios pueden descargársela por un precio módico. Lo recomendamos vivamente.

La colección Morirsoñando se inicia con un poema de Unamuno y en su final se cierra con un diálogo tenso y dramático del protagonista con el Cristo que bien pudiera evocar la Oración del ateo de don Miguel. Dios no existe, es un dios de papel, pero está solitario y necesita que le halaguemos. El autor habla con él en una especie de diálogo de sordos en que Dios necesita más al hombre que el hombre a Dios. Resalto este aspecto porque todos los relatos de Víctor Manuel Ramos poseen una intensa carga existencial dramática y un aliento que revela una cierta desesperanza. Pero, no lo olvidemos Morirsoñando también es el nombre de un cóctel delicioso que combina la acritud de las naranjas con la dulzura de las cañas. Lleva zumo de naranja, azúcar, leche y hielo triturado. Entre estos dos extremos –lo dulce y lo agrio- se sostienen estos relatos en el límite.

Los dieciocho relatos que componen el libro forman una unidad un tanto heterogénea. Los hay que evocan el mundo mítico, soñado, del río Bao donde ocurren historias cargadas de misterio y donde aparecen fatalidades, muertes y presencias ominosas. Es el mundo anterior a la emigración a los Estados Unidos. Es la República Dominicana como espacio mágico. Luego está su afincamiento como inmigrante en los Estados Unidos, el trasterramiento en plena adolescencia y el encontrar la dureza de la vida pero también el mundo de las oportunidades duramente trabajadas. Los relatos que se sitúan en la ciudad de Nueva York se vertebran en torno a la terrible experiencia que supuso el 11 de Setiembre en que la ciudad se tambaleó y aún se está recuperando. Un relato sorprendente es La sonrisa del terrorista fechado el 27 de octubre de 2001. Es un relato irónico que llama la atención por la capacidad de distanciamiento -en aquellos momentos- y el humor tierno en medio de una situación intensamente dramática: un terrorista aprovisionado de explosivos, pegados a su cuerpo, deambula por Nueva York esperando hacer estallar su carga letal. Pero aquel día sucede lo que menos podría esperar…

Varios de los relatos evocan la figura de inmigrantes latinoamericanos desembarcados en el paraíso americano, pero este paraíso es más bien un infierno de dificultades en que siempre se sentirán extraños. Me recuerda poderosamente la impresión que tuvo Lorca en su visita a Nueva York en 1929 y su extrañamiento y desolación ante las terribles leyes del mercado y el capitalismo en estado puro. Se sentía como latino, desplazado a un mundo deshumanizado. Así los relatos Quizás soy blanco, Pulpa de Manila, Mañana de agosto, The lucky ones, La casi verdadera historia de Ebenezer Scrooge, El testamento del Pora… Late en todos estos relatos una sátira amarga sobre la vida y el estilo de vida americanos. En alguno de ellos, percibimos la presencia filosófica de Arthur Schopenhauer, el filósofo más pesimista, que sostenía que la existencia fluctúa entre la desesperación y el aburrimiento. Esta orientación da densidad al conjunto de los relatos: una percepción dolorosa de la existencia y una necesidad imperiosa de buscarle un sentido. Un cuento sobrecogedor al estilo del mejor Raymond Carver es Crismas en Nueva York, construido con frases cortas y cortantes que van acumulando dramatismo para desembocar en un giro trágico que nos corta el aliento. Como fondo siempre la ciudad de Nueva York recuperándose. NY ya no es la misma, impresión que me han confirmado viajeros que han estado recientemente por allí. La ciudad abierta, confiada, liberal se ha ensombrecido… Y esta sombra planea sobre estos cuentos agridulces en los que hay diversas influencias: desde el homenaje interesantísimo a Juan Rulfo en uno de los mejores relatos del libro, Los Chupasangre, un monólogo interior de gran fuerza; referencias a Dickens en la historia de Abelardo Cruz; relatos fantásticos como Nueva York bajo la nieve –parece evocar la carga hiperbólica de Gabriel García Márquez y la lluvia en Macondo durante cuatro años y no sé cuántos meses y días…; Vuelo nocturno (¿Saint-Exupery?)… Nueva York como metáfora y como escenario de la vida de inmigrantes que deambulan y trabajan rompiéndose el espinazo para seguir adelante, porque la vuelta atrás es imposible. Trabajan por ellos mismos y por sus hijos, todo para sus hijos, esperando un futuro mejor.

Lo dicho, no se lo piensen y descárguense estos cuentos tiernos y ácidos, llenos de sátira y sarcasmo social… Son documentos de una percepción original y propia de la existencia en unas circunstancias excepcionales. Su carga de fatalismo y de ternura me resultan un cóctel que se acerca a nuestra sensibilidad europea en que nos sentimos ajenos al American Way of Life.

Visitar Libro Abierto para conocer más acerca de estos relatos.

martes, 17 de enero de 2006

La frustración


Interesante novela de Miguel Delibes que publicó en 1966. La he puesto como libro de lectura obligatoria en un tercero de ESO, el curso de mi tutoría en que hay una atención más individualizada, una exigencia –para entendernos- menor. Las primeras reacciones han sido contradictorias. Algunas chicas se han sentido atraídas por las hazañas de Quico, el protagonista de casi cuatro años que siente celos de su hermanita Cristina de un añito. Otros han odiado esta novela corta con una saña indescriptible. ¡No pasa nada! ¡No sabes elegir novelas para adolescentes! ¡Queremos niñas con anorexia o bandas juveniles o al menos algún nazi descarriado!

Pero no era de esto de lo que quería hablar. En la novela se presenta el conflicto de un niño imaginativo, Quico, que organiza tremendos saraos para atraer la atención de sus padres y cuidadoras. Dice que se ha tragado un clavo, mete las tijeras en el enchufe, encierra a su hermanita pequeña… ¿Cómo actuar con él? La madre que ha tenido seis hijos no piensa que haya que prestarle una especial atención y le arrea unos cuantos azotes por sus travesuras. La tía Cuqui lo justifica diciendo que es “diferente”, que es un príncipe destronado, y que hay que “entender” sus travesuras. Se apoya en lo que dicen los psiquiatras que alertan contra los complejos que pueden derivarse de una represión sobre los instintos primarios de los niños. Es muy serio, hija, eso de los complejos, dice la tía Cuqui. La madre responde que si hubiera que hacer caso a los psiquiatras no podrías dar un paso.

El pediatra de la familia apoya las tesis de la tía Cuqui e intenta convencer a la madre de que ha de ser comprensiva con el síndrome del príncipe destronado. La madre insiste en que ha tenido varios hijos destronados y que ninguno le ha traído los problemas que le causa Quico.

El caso es que en este debate entre comprensión y rigidez, un debate que fue generacional, ganaron los psiquiatras/psicólogos/pedagogos y las tías Cuquis. Hay que ser comprensivo, no hay que reprimir porque puede causar un trauma o un complejo que de mayor puede ser irreparable. Era la década prodigiosa (1966) y las ideas de los antisiquiatras y la cultura de la época marcaron indeleblemente a los que nacieron entonces y después. Era la cultura de Prohibido prohibir que decían los grafitis en las paredes de París.

Los padres de mis alumnos, aunque mejor sería decir las madres, que suelo recibir como tutor son de la misma generación de Quico o parecida, si no más jóvenes. Este conflicto se ha interiorizado y observo que muy pocos padres saben en la actualidad cómo comportarse ante sus hijos y cómo educarlos. Los padres suelen delegar en sus mujeres y éstas suelen actuar con un intento de comprensión y diálogo con sus hijos si es que pueden prestarles atención. Muchas están atemorizadas sobre qué puede pasarles o tienen mala conciencia por la poca atención que pueden dedicarles y no imponen normas claras y límites precisos. Tienen miedo o no saben qué hacer. Sus hijos se les imponen, especialmente en un tiempo que se ha erigido una cultura adolescente y unos valores fortísimos de grupo generacional, aderezado por las nuevas tecnologías y la propaganda masiva en que se exalta la eterna juventud.

Los muchachos tienen demasiadas cosas, todo lo que piden e incluso antes de pedirlo. Vivimos en una sociedad en que el consumo es el amo y se queda mal si a los hijos no se les da todo. A veces uno tiende a pensar si el mejor regalo que podríamos dar a nuestros hijos sería negarles lo que desean o no, para que ejercitaran, en consecuencia, el intenso deseo.

Los muchachos en general tienen unas pésimas relaciones con la frustración. Nada hay peor ni peor sufrido que la adversidad o la frustración que causa el fracaso o no poder obtener placer a toda costa, en todo momento y con el menor esfuerzo. Ya dijo Oscar Wilde que lo mejor para vencer la tentación era caer en ella, o los románticos afirmaron que sólo los deseos que no eran suficientemente fuertes podían ser acallados. Estamos en la cultura en que se exalta el deseo débil que ha de ser satisfecho a cualquier precio. Como resultado está la baja resistencia ante la frustración. Y algo relacionado con ella como es la baja autoestima. Antes la frustración y las dificultades fortísimas formaba parte inevitable de la vida. Hoy son algo indeseable o inaceptable. El ego sufre profundamente si no logra obtener satisfacción inmediata.

¿Cómo será el futuro? ¿Cómo serán educados los hijos de los actuales adolescentes que están acostumbrados a tenerlo todo sin demasiado o ningún esfuerzo? Fijémonos que todavía existen entre nosotros generaciones de abuelos que pasaron privaciones sin cuento y estuvieron acostumbrados a la penuria y a la adversidad de la guerra y la posguerra. Estos abuelos ponen todavía en el mundo un punto de densidad y generosidad con su entrega y espíritu de sacrificio sin límite a los hijos y a los nietos.

¿Qué mundo dejaremos a nuestros hijos? ¿A qué hijos dejaremos el mundo?

sábado, 14 de enero de 2006

Yara


Nací aquí, pero toda mi familia es brasileña. Mi infancia está unida a allí. En las fiestas seguíamos las costumbres de allá, cantábamos sus canciones...Y sigo escuchándolas. Muchas tratan sobre la amistad. En Brasil hay mucha pobreza, pero se da más importancia a las relaciones humanas, a la amistad. Este es amigo, y eso es importante. Estoy conectada con Brasil. Si alguien me dijera que no soy brasileña, tendría razón porque no he nacido allí, pero lo siento como mío, sé lo que pasa allí, tengo a mi familia... He conocido a mi familia a trocitos. Vienen a veces a vernos y hemos de separarnos nuevamente. Mi abuela llora cuando hablamos por teléfono. Brasil es parte de mí. Brasil nos divide. Mi primo se ha ido a vivir allí. Ha sido un palo. Yo estaba muy unida a él. Me gustaría visitarlos, ver a mi primo, pensar que están a diez minutos.

Brasil es otro mundo. Me gustaría conocerlo. Nunca he estado allí. Me han hablado de su belleza, de su mar... Pero tengo miedo de conocerlo porque sé que allí hay mucha pobreza y riqueza juntas. Aquí hay un nivel medio, pero allí se producen muchos contrastes. Al lado del rascacielos de lujo están las favelas de gente que no puede vivir. Al lado de un casino, al que llega la gente en coches de lujo, hay pobres tirados en la calle. Esta mezcla me da miedo. Me dolería verlo. Me deprimiría.

Participo en diversas actividades aparte de cursar primero de bachillerato de Ciencias Sociales en el instituto. He hecho teatro durante siete años. Me encanta el teatro, me sirve para evadirme. Este año lo he dejado para poder dedicarme más a los estudios. Pero volveré a él. También soy voluntaria de la Cruz Roja de Juventud, soy Delegada del Consejo de la Mujer de la Juventud -del Ayuntamiento-, soy voluntaria del CRAJ (Centro de Recursos Asociativos de la Juventud). El voluntariado me permite implicarme en temas sociales, pero me deja más flexibilidad de horarios para los estudios.

Me impliqué en movimientos sociales desde muy pronto. Mi madre no quería que estuviera en la calle dando vueltas como se suele hacer. No digo que no sea divertido, pero ella quería que hiciera otras cosas. Quería que ocupara el tiempo en tareas más productivas. Le he cogido el gusto. Hay otra forma de hacer las cosas. Sales con otras personas que te enriquecen y te aportan otros puntos de vista. Tienes así más de un grupo de relación. El grupo de teatro me aporta poesía; el CRAJ me facilita la imaginación -nos disfrazamos, colaboramos en la organización del Festival de Payasos- ; en el Centro de la Mujer te enseña que hay que luchar por cosas, que no somos seres pasivos, que hay que estar implicado. Necesito tener todos estos grupos para ser yo.

En cuanto a mi futuro he pensado muchas cosas. De pequeña quería ser abogada. Ahora pienso en Periodismo o Comunicación Audiovisual, es decir, hacer un carrera. También he pensado en montar una empresa, un gimnasio por ejemplo, he pensado meterme en política... He pensado en muchas posibilidades. Tengo todas. Depende de mí, de mi esfuerzo. Creo que puedo conseguir lo que quiera. No me importa el tiempo que tarde en hacerlo. Me gusta todo. Iré viendo lo que vaya viniendo. Pienso que cuando llegue el momento sabré tomar la decisión justa. Cuando he tenido que tomar una decisión, lo he hecho y ha sido positiva. Lo mismo me pasaba con el bachillerato. No sabía qué opción tomar y creo que he elegido bien.

Me siento totalmente integrada en España. Salir con gente tan distinta te hace ser más abierta, pero eso no quiere decir que no me sienta diferente. No he querido serlo, pero lo soy. A la gente muchas veces -no sé por qué- no le gusta que tengas tu propia personalidad o que pienses de otra manera que no es la de ellos. Me van aceptando más. En el colegio era algo rechazada pero en los demás grupos era muy aceptada. Teníamos algo en común por lo que luchar. En la Cruz Roja queríamos ayudar a la gente, y eso nos unía, pero al colegio veníamos obligados. No teníamos nada en común. Sentía que no era mi sitio. Ahora sí. Se ve todo de una manera más amplia.

Miro el futuro con optimismo. Veo las notas que tengo y son buenas. La cosa es no obsesionarte ni ser pesimista. No debes decirte "No voy a poder". Yo iré hasta donde me lleven mis posibilidades. Y sí, consigo aprobar. Yo creo que puedo. Podré hacer lo que quiera. Me hace ilusión pensar eso.

Este post es un resumen de una grabación que hice a finales de diciembre a una ex-alumna que me pareció interesante para conocer sus puntos de vista.

jueves, 12 de enero de 2006

Mi habitación


Mi habitación es normal, ni grande ni pequeña. Está bastante bien. Es el lugar preferido en mi casa. En ella paso la mayor parte del tiempo. En ella tengo todo lo que necesito para poder estar horas y horas. Mi habitación es mi rincón en el mundo, el único lugar donde solo o acompañado estoy mejor.

Está pintada de un color azul fuerte. Al fondo hay una ventana y debajo de la ventana, que da al patio, está mi escritorio donde hago los deberes. En la mesa tengo mi ordenador y justo debajo, un mueble donde tengo mis cedés y mis juegos de de PC. También tengo en la mesa mi minicadena y mi Play Station 2, que es lo que más me gusta. No necesito más. Bueno sí, mi cama de la que no he hablado. En ella hago mi actividad favorita: dormir.

En las estanterías se pueden ver la televisión, fotos y guerreros pintados por mí. Al lado de la estantería como decoración tengo posters de mis grupos satánicos preferidos: Marilyn Manson, Daft Punk, Slipknot, Mago de Oz, los demás son de coches tuning y en la puerta tengo un poster del Señor de los anillos.

Me olvidaba, también hay algunos libros que me obligan a comprar en el instituto. Son en general unos pasteles insoportables, pero yo no me los leo. Antes del examen pregunto a algún compañero que me cuente el argumento y con eso me apaño. Esta evaluación tenemos que leer un bodrio: El relato de un náufrago de un tío colombiano de cuyo nombre ya no me acuerdo. La pasada fue peor porque teníamos que leer las Leyendas de Bécquer.

Esta evaluación me han quedado siete, pero ha sido por culpa de los profes que son unos pringaos y no aprecian mis esfuerzos. Además me tienen manía. Eso se nota. Son unos amargaos. Siempre están rayando. Total, aunque me queden todas, pasaré porque este año estoy repitiendo segundo, y entonces no puedes volver a repetir.

Me encanta bajar pelis de Internet y escuchar música de mis grupos preferidos en mi reproductor de MP3 que es la hostia. Me lo han traído los Reyes.

Me paso horas y horas con el Messenger. Tengo montones de colegas que ellos sí que me entienden. Con la línea ADSL de 20 megas estoy todo el día conectado.

No sé qué quiero ser cuando sea mayor. Ni me importa. Eso sí, en cuanto pueda me compraré un coche y lo tunearé. Iré a toda pastilla con mis cristales bajados para que no me trinque la poli y la música de Slipknot a tope.

Mis padre dice que tengo mucho morro, le encanta también rayarme, que si tendré que ponerme a trabajar, que si el día de mañana… Pero si él ha pasado siempre de mí… Sólo sabe chillarme, pero ya soy más alto que él y si el chilla también chillo yo. Y tocarme, que se atreva...

Bueno esta es mi habitación. Espero que os haya gustado. Para mí no hay lugar mejor en el mundo. Me encanta.

martes, 10 de enero de 2006

Un beso

El beso, Manuel Martínez Guerra
Hoy hemos comentado en clase de tercero de ESO un hermoso poema de Pedro Salinas incluido en su espléndido libro La voz a ti debida. El poema trata sobre un beso: Ayer te besé en los labios./ Te besé en los labios. Densos,/rojos. Fue un beso tan corto,/que duró más que un relámpago… En la segunda parte del poema el poeta recuerda el beso que dio ayer: Hoy estoy besando un beso; /estoy solo con mis labios. /Los pongo/ no en tu boca, no, ya no…(…) Los pongo en el beso que te di/ ayer, en las bocas juntas/ del beso que se besaron…

Esta es la anécdota: una discusión compartida sobre un beso real y el recuerdo de ese beso. Para que entendieran lo que proponía Salinas he querido que contaran con su propia experiencia, que recordaran lo que significó su primer beso. Ahí hemos chocado civilizaciones diferentes o es lo mismo que decir que generaciones distantes. ¿Significa lo mismo un beso para ellos, como adolescentes, que lo que significaba para Salinas o para la generación de este profesor? Rotundamente no. Les he contado lo que evocaba en mí mi lejano primer beso. Se han quedado sorprendidos y boquiabiertos, de igual modo que no entendían demasiado el valor que daba el poeta al recuerdo de su beso. Según he colegido, para ellos, un beso no es algo especialmente importante. Es algo normal y cuya experiencia han vivido ya hace tiempo sin darle mayor dimensión. Ninguno ha sugerido que un beso sea algo inmenso en un momento de tu vida. Recordemos el poema de Bécquer: por un beso...¡ yo no sé/ qué te diera por un beso!

Una alumna ha comentado que la primera vez que dio un beso le dio asco y otra chica ha propuesto que si les dijera “otra cosa” seguramente le darían mayor importancia. Podemos también interpretar que hay cierto cinismo exhibicionista en esta insensibilidad colectiva hacia algo que suponía la entrada en la vida afectiva y amorosa.

Chocan la visión “romántica” de generaciones anteriores con la pragmática y realista, despojada de pudores, que se tiene ahora, en que no se presta demasiada atención al ritual de los pasos amorosos y a la contención, quizás obligada de otras épocas. Todo en lo relativo a las relaciones amorosas tiende a ser directo, sin excesiva carga poética, por no decir ninguna. No es mejor ni peor, pero es netamente diferente y les impide comprender buena parte de la literatura amorosa del pasado. La misma idea de “amor cortés”, basada en la contemplación y en la contención es un auténtico dinosaurio conceptual. Rige la ley de si puedes coger algo, cógelo y echa a correr, antes de que te lo quiten.

Recuerdo una conversación que mantuve hace unos quince años con una destacada profesional, especialista en salud mental, que había desarrollado fundamentalmente su carrera en Canada y había aterrizado en España hacía un par de años. Ella encontraba significativas diferencias entre la juventud de Canada y Estados Unidos con la española en aquel momento (1991). Veía que los adolescentes americanos estaban mucho más experimentados y quemados que los españoles, a los cuales veía como muy inocentes y románticos. Allí es como si hubieran vivido una experiencia prematura de la vida mientras que aquí se mantuviera cierta ingenuidad. Me comentaba que en una clase de una high school de Montreal, se había celebrado el divorcio de los últimos padres que continuaban juntos.

Mirado ahora en perspectiva, nos damos cuenta de que nuestros jóvenes han “avanzado” en ese camino de pérdida de la inocencia en cuanto al avance de sus primeras relaciones sexuales (13-14 años), la introducción en el mundo de las drogas, pertenencia a familias separadas o distintos grados de desestructuración familiar. Es un proceso que no tiene vuelta atrás. Cuando la inocencia se pierde no se vuelve a recuperar.

Como dato curioso, la profesional citada también comentaba que observaba una diferencia entre las personas mayores de treinta años. En América se era mucho más optimista que en España, en que a partir de cierta edad se tendía a ver el mundo desde los ángulos más oscuros. Algunos han sugerido que a partir de dicha edad, el español tiene siempre, en su pensamiento, a la muerte. Esperemos que nosotros aumentemos en optimismo, igual que nuestros jóvenes lo han hecho en experiencia de la vida.

sábado, 7 de enero de 2006

La expresión de los sentimientos


Uno de los ejercicios de lengua más gratos y agradecidos es proponer a los alumnos de tercer curso de la ESO que reflexionen sobre los sentimientos humanos, que verbalicen su mundo sentimental. La adolescencia es una etapa tormentosa y en ella se mezclan y entrecruzan contradictorios estados de ánimo que conviene distinguir y analizar. El lenguaje -ese instrumento tan resbaladizo y difícil de dominar- les sirve para intentar exponer qué piensan sobre sentimientos positivos como el amor, la amistad, la felicidad, el compañerismo, el idealismo, la fidelidad, la confianza, la compasión, la sorpresa... y también sobre otros más oscuros como la tristeza, la envidia, el odio, el rencor, el miedo, la violencia, la desesperación... También otros como la impotencia, la apatía, el desánimo, la angustia.

Cada semana corresponde describir y analizar un sentimiento de los citados. Lo pueden hacer desde un punto de vista objetivo o subjetivo, como prefieran. Pueden hablar cómo se manifiesta el sentimiento en ellos, o pueden partir de un planteamiento más teórico. No a todos les resulta tan fácil de verbalizar lo que pasa en su interior. Ni es sencillo de expresar ni de describir. Otras veces prefieren recurrir a una historia para intentar comunicar sus pensamientos.

El primer objetivo del ejercicio es la definición o acotación del sentimiento. No es tarea fácil y para ello les aconsejo que se dejen orientar por los diccionarios que les ofrecen un proyecto de definición de cada uno de estos sentimientos o afectos del "ánima". Las definiciones de los diccionarios a veces no son coincidentes y dan origen a complejas disquisiciones. Ello fomenta la abstracción, alejarse de lo cotidiano y practicar la distancia intelectual.

Por ejemplo, tomemos uno de los sentimientos que más les suele motivar: la amistad. Todos aprecian ese sentimiento porque "todos" necesitan a un amigo que sobre todo les comprenda y que les apoye sin reservas. Eso es esencial para ellos. Ser comprendidos es fundamental en su vida y más en ese proceso de cambio extraordinario que supone la adolescencia.

Un diccionario de primaria define la amistad así: relación que existe entre dos personas que se tienen cariño y simpatía. . Una definición sencilla. El diccionario de la Real Academia la define, entrando más a fondo: afecto personal, puro y desinteresado, ordinariamente recíproco, que nace y se fortalece con el trato. Esto ya nos plantea algunos interrogantes cuando define la amistad como afecto puro y desinteresado porque ya sabemos con la perspectiva más adulta de la vida que eso no es fácil de conseguir. La amistad muchas veces es un sentimiento contradictorio y complejo y no excluye la rivalidad ni la envidia. Nos dice también que es un ordinariamente recíproco. ¿Acaso la amistad es tal si no es recíproca? Sabemos que como en el amor, siempre hay uno que ama más que el otro, rara vez hay un equilibrio exacto en la amistad o el amor. El diccionario Julio Casares dice así: afecto entre personas, puro y desinteresado, que nace de la mutua estimación y simpatía. Añade un aspecto importante: que nace de la mutua estimación y simpatía, es decir, que la estimación y simpatía son la base de la amistad.

Ya tenemos un caudal importante de ideas para reflexionar en clase sobre ellas. El diccionario de María Moliner lo plantea de otro modo. No da una definición canónica sino que nos muestra su uso: Anudar, entablar, hacer, trabar, cultivar, frecuentar, mantener, romper una amistad. Todos ellos nos señalan fecundos problemas sobre los que podemos reflexionar. ¿Qué es cultivar una amistad? ¿Cómo se hace? ¿Qué implica? ¿Qué es romper una amistad? ¿Qué ha pasado? ¿Cómo se llega allí?

Este es el sistema. Cada semana hay una serie de aportaciones muy diversas sobre cada sentimiento. Las comentamos y reflexionamos sobre ellas. La mayor parte de las veces nos damos cuenta de que los sentimientos son muy ricos y complejos y que muchos de ellos se implican unos a otros. La impotencia y la angustia suelen ser los motores que hay detrás del miedo, y el miedo conecta con la agresividad y la violencia.

El hecho mismo de dar forma, de intentar definir, procurar entender un sentimiento, supone una reflexión sobre ellos mismos. No todos tienen la misma capacidad de observarse. Las chicas están más predispuestas a hacerlo. Los chicos suelen ser menos reflexivos, menos observadores de su interior. Viven más en el exterior de las cosas. Experimentan los sentimientos pero les resulta más embarazoso desarrollarlos y exponerlos, lo que requiere un intento de comprensión.

José Antonio Marina en Aprender a vivir nos anima a fomentar esta reflexión sobre el lenguaje y el mundo emocional. Es imprescindible enseñar a los niños y adolescentes el lenguaje de los afectos y de los sentimientos, porque si no el mundo puede llegar a ser una bomba de relojería. Si un niño, una persona, no sabe lo que siente -y para saberlo ha de ser capaz de formularlo lingüísticamente- su conducta puede acabar siendo errática e imprevisible. Tan imprevisible que puede desembocar en la intolerancia, la agresividad y la violencia injustificadas. Muchas veces sabemos que detrás de estas manifestaciones negativas está el miedo y más atrás la ignorancia.

Sigue diciendo el filósofo J.A. Marina que si los niños son capaces de hablar de los sentimientos en primer lugar se tranquilizan. Pueden llegar a saber lo que les pasa, a conocerse mejor y a establecer una mejor relación con el medio -concluye Pere Pena, autor del citado hace unos días Generació L.

A partir de navidad iniciamos nuestro itinerario sentimental. Ya lo iremos comentando.

martes, 3 de enero de 2006

Phuket


He de reconocer que tras tres meses de estancia en Indonesia, mi llegada a Thailandia fue un apendice enojoso. Me había sentido tan invadido por la cultura indonesia que me resultaba fatigoso pensar ahora en términos de otra diferente. Mi llegada a Bangkok fue un restallido en la dirección contraria. Ahora fue Thailandia la que me sedujo, aunque no pudiera penetrar en su idioma, mucho más complejo y alejado que el malayo-indonesio que había aprendido. El thailandés es un idioma tonal, lo que lo hace mucho más difícil, así que tuve que desenvolverme en inglés y francés, en ocasiones.

Estábamos cerca de la navidad. Yo no seguía en absoluto las noticias de España ni del mundo. La prensa no me llegaba. No me había enterado del asesinato de Indira Gandhi, ni me importaba un carajo la campaña en España sobre el referéndum de entrada en la OTAN. Este es uno de los privilegios del viajero: olvidarte, en parte, de tus coordenadas culturales y sumergirte en otras, sobre todo si viajas a países alejados en el espacio y en distintas concepciones sobre la vida.

Después de Bangkok ¿qué? Me hablaron de Koh-Samui, de Ko-Sameth, de Phuket... Nadie me habló de las islas Phi-Phi, que debían ser materia de conversación para viajeros más experimentados. Durante décadas hubo un pacto de silencio para no darlas a conocer demasiado. Era un paraíso que rompió la película La playa de Leonardo di Caprio. Me decidí por Phuket. Tomé un autobús que en un largo día de viaje me llevó hasta la isla, que más parecería una península, por el estrecho brazo de mar que la separa del continente. Llegué a la playa de Nai Harn un atardecer. Estaba confuso. En el autobús hice amistad con dos franceses, René y Paul. Uno de ellos, René, era pintor. Era de noche. En diciembre atardece sobre las siete de la tarde. El tiempo era cálido pero no húmedo. Buscamos una cabaña donde dormir y René y yo tuvimos que compartir habitación. Fuimos a cenar. Pedí una sopa de pescado agripicante y un plato de pescado con curry. Llevaba sin fumar cuarenta y cinco días. Lo había dejado en Balí, y no tomaba cerveza hacía varias semanas, pero aquella noche fue especial. Me tomé una gran cerveza y un cigarro que no me sentó demasiado bien tras cinco semanas de tener los pulmones limpios. Algunas muchachas de cabellos y ojos tan negros como la noche que nos envolvía nos miraban en silencio. Una tenía un gesto cansado, mientras que otra tenía la mirada dulce. Su piel oscura era extremadamente brillante y suave. Luego me enteré de que el alquiler de algunas cabañas incluía, si lo deseabas, una de estas muchachas durante los días que estuvieras alojado aquí. Vivían contigo a cambio de la manuntención y una pequeña compensación.

René me explicó, durante la noche en qué consistía su profesión de pintor. Era un pintor "de pega". Realizaba marinas o paisajes de montaña en serie que luego vendía a los turistas. Ello le permitía viajar durante seis meses al año, su auténtica pasión.

Los días en Nai-Harn fueron inolvidables. La playa no estaba demasiado concurrida, sus arenas eran blancas y estaban flanqueadas por palmeras cocoteras. Por la mañana en un estado próximo al de un niño, jugaba con las olas durante horas. Eran lo suficientemente fuertes como para que fuera divertido disfrutar de su fuerza y dejarte arrastrar, pero no como para causarte ningún peligro. Todo en Nai Harn era suave: la playa, el paisaje, el carácter amable de los thailandeses, el ánimo de los viajeros occidentales...

Una mañana, una barca alargada nos llevó hasta la cercana isla de Ao Rawai. Parecía desierta. Era una mañana de sol radiante y cielo azul majestuoso. Nada había que me preocupara. Nos quedamos René, Paul y yo, en una playita, situada al este, de unos trescientos metros de largo. La arena era blanquísima y estaba bañada por un mar de aguas azul turquesa, absolutamente transparentes. Todo era leve e ingrávido. Pocas veces en mi vida he sentido con tal fuerza la pasión de vivir, tal estado de felicidad... Me tumbé desnudo sobre la arena con los pies bañados por las olas suaves que llegaban hasta mí, acompasé la respiración y sentí el aire que me rodeaba. Me di cuenta de que estaba rodeado por los cuatro elementos: el aire que me envolvía, la tierra que me sostenía, el agua del mar de Andaman y el fuego abrasador, pero suave, del sol que nos acariciaba. Sentí algo próximo al éxtasis, al fuego intenso de vivir. No sé el tiempo que pasó. Nos levantamos. Yo me adentré en la jungla que nos rodeaba. La isla estaba cubierta totalmente por la vegetación. Había un camino que llevaba al otro lado de la isla. Lo seguí en solitario. Iba descalzo y ni me enteraba de las piedras. Me gustaba el dolor que me producían. Formaba parte del conjunto.

De pronto, vi una muchacha de unos dieciocho años a unos veinte metros delante de mí. Llevaba un sarong que le cubría las piernas pero sus pechos estaban descubiertos. Me quedé admirado, casi atónito. El largo cabello negro de la muchacha le caía sobre los hombros. Tenía un tipo espigado y esbelto. Sus pechos oscuros me fascinaban. Llevaba tres meses y medio en el sudeste asiático y creo que la "enfermedad" maravillosa del deseo se había apoderado de mí. La fui siguiendo, cada vez más excitado. El camino daba vueltas y la perdí de vista varias veces. Creo que sentía dolor físico del deseo intenso que me dominaba. Fuimos cruzando la isla hasta el arenal que se extendía al otro lado. La muchacha se había adelantado. Lo que llegué a imaginar ante su figura atractiva y espigada... Sin embargo, cuando llegué al otro lado no estaba. La busqué en todas las direcciones. No había ningún sitio donde ella pudiera haberse quedado, el final del sendero acababa allí. No estaba, se había esfumado en el aire. La playa estaba desierta...

Volví corriendo cuando me convencí de que al otro lado no había nadie. Se lo conté a mis compañeros que no me creyeron demasiado. Luego lo comenté en Nai Harn, a la dueña de mi cabaña. Me dijo que era imposible, que en Ao Rawai no vivía nadie y que ninguna chica thailandesa iría con los pechos descubiertos... Eso lo hacían las turistas occidentales pero ellos tenían un sentido del pudor que se reservaba para la intimidad. Era absurdo, allí no había ninguna muchacha, pero yo la había visto claramente. Aún hoy, veintitantos años después sigo viéndola y recuerdo su rostro. Podría dibujarlo.

Esa tarde me senté frente a la puesta del sol. La playa estaba orientada al oeste. Nunca había visto un ocaso tan esplendoroso. En el trópico los atardeceres son espectaculares pero muy rápidos. Aquel duró unos veinte minutos, que viví intensamente. Las combinaciones de colores eran desconocidas para mí. No he visto cielos tan hermosos en ninguna otra parte del mundo salvo en Alaska, pero aquí la sinfonía de colores era totalmente distinta.

Todas estas playas fueron barridas por el tsunami de la navidad de 2004. Desde aquí quiero evocar aquellos días azules y felices que viví frente al mar, jugando con las olas y siguiendo a muchachas imposibles que algunas noches de tormenta aún siguen apareciendo en mis sueños.

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